En un marco donde las artes escénicas sufren muy especialmente la embestida de la pandemia, el teatro comunitario, por su especificidad, padece no sólo la imposibilidad de la representación teatral y la interacción con el público, sino también la suspensión de su trabajo territorial y el encuentro con la comunidad.
De origen porteño, nacido al sur de la ciudad en 1983, aún en tiempos de dictadura, el fenómeno del teatro realizado por vecinos y para vecinos se expandió en múltiples rincones del país y se estima que en la actualidad son más de sesenta los elencos barriales que producen sus propias obras de forma colectiva. Las crisis siempre sirvieron de motores de búsqueda y reinvención para un género que supo encontrar en el arte una forma de reconstruir el tejido social. Pero cómo seguir hoy al frente de esa tarea es una de las inquietudes que surgen en este contexto. En diálogo con Página/12, grupos de distintas provincias ensayan respuestas sobre los nuevos modos de fortalecer lazos comunitarios en tiempos de aislamiento social.
“Nuestra razón de ser es el encuentro y por eso es muy difícil imaginar que tal vez estemos mucho tiempo sin reunirnos. Tenemos, en este momento, una suerte de abstinencia del espacio del ensayo, de la risa colectiva, del canto comunitario y de la proximidad de los cuerpos”, comienza Edith Scher, directora de Matemurga, grupo de Villa Crespo nacido en 2002, y que hoy reúne a 90 vecinos y vecinas de 4 a 70 años. “Personalmente, me cuesta imaginar hasta qué punto esta situación puede llegar a modificar la subjetividad de las personas, en tanto el miedo es lo que de momento rige la conducta de la humanidad. Pero confío y confiamos en que la solidaridad y el sentido de comunidad también tendrán su peso. Porque hay una historia muy fuerte de lazos, logros colectivos y emociones intensísimas que en soledad no son posibles. Y eso no se olvida con facilidad y será el sostén para lo que venga en el futuro”.
Los Pompapetriyasos, de Parque Patricios, son también otro de los grupos creados el mismo año, luego de la crisis de 2001. Allí, 350 personas integran lo que ya funciona como una asociación civil que nuclea actividades de teatro, música, plástica y animación, entre otras. “Si bien el aislamiento es físico y obligatorio, nuestro eje de lucha y de trabajo es pelear contra el aislamiento vincular”, sostiene Agustina Ruiz Barrea, directora de Los Pompas, quien traza una analogía entre la función artística y el cuidado sanitario. “En este momento somos agentes de salud comunitaria, porque juntarse con otros para imaginar distintos mundos es un acto poderoso que refuerza nuestras defensas, y hay algo ahí del sistema inmunológico que está vivo”.
En la provincia de Buenos Aires, el Teatro Comunitario de Florencio Varela es una de las formaciones más nuevas, creada en 2016 e integrada por 20 vecinos actores, en su mayoría adolescentes y jóvenes. Y Camila Calvi, su directora, cuenta cómo el distanciamiento resignifica y revaloriza la importancia de la actividad que realizan. “Al principio no veíamos posible sostener el grupo, pero luego nos dimos cuenta de que era riesgoso abandonar las actividades. Frente a la comunicación virtual, el teatro se vuelve frágil, pero al mismo tiempo hay una necesidad del ser humano de seguir expresándose y desarrollando un contenido artístico para el otro, utilizando ahora la tecnología como medio. Los videos de Tik Tok, por ejemplo, ya son furor. Hoy cualquiera puede expresarse y mostrarle al mundo lo que quiere. Y eso del arte como derecho es lo más maravilloso que me enseñó el teatro comunitario”.
Ese aprendizaje que rescata Calvi es el que también le permite continuar con sus tareas a Murga del Monte, radicado en Oberá, Misiones, desde 2000, e integrado por 120 vecinas y vecinos. “Hacia el interior de la organización discutimos bastante sobre si debíamos mantener un cierto ritmo de actividad virtual, o si debíamos dejar pasar este tiempo ya que el teatro es un ritual que sólo puede hacerse en vivo y en directo, con otros de cuerpo presente. Pero finalmente, como recuperamos la idea de que el arte es transformador, que es un derecho de todos, y que cada uno es esencialmente creativo y sólo hay que brindar las condiciones necesarias para que se ponga ese motor en marcha, definimos que era nuestra responsabilidad mantener un espacio que pudiera atender la necesidad de cada vecino de poder seguir jugando a pesar de las limitaciones que nos propone el aislamiento”, cuenta su directora, Carina Spinozzi. No obstante, las necesidades de la comunidad son diversas. Y los grupos de teatro comunitario también operan como redes de contención de esas demandas, más allá del campo cultural. “Contactamos a cada integrante de forma sistemática para intentar asistirlo en caso de que fuera necesario, en materia económica o de movilidad”.
En esta tarea social se embarca también Alas, grupo salteño nacido en Villa Juanita, al este de la capital, y formado por 25 vecinos desde 6 hasta 80 años. “Trabajamos con el arte como herramienta, y por la igualdad de oportunidades”, afirma su director Cristian Villarreal. “El aislamiento social nos perjudica muchísimo y atenta contra nuestra esencia, ya que nuestro trabajo vive del abrazo, del contacto con el otro, y de esa interacción entre niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. Entonces, esto nos paraliza. Creo que el teatro convencional, como el independiente, pudo encontrarle la vuelta a esta situación presentando obras de forma virtual, pero para nosotros, que somos siempre más de veinte personas, eso es imposible. Así que vamos a aguantar hasta que podamos nuevamente darnos ese añorado abrazo comunitario”.
Y las estrategias de resistencia se extienden de igual manera en Mendoza y Córdoba, donde se crearon Chacras para Todos y Orilleros de la Cañada, respectivamente, ambos formados en 2008 y con elencos numerosos y multigeneracionales, una característica propia del género. “Supimos, desde el principio, que acompañarnos y ponernos a disposición entre nosotres es la forma más clara de seguir construyendo comunidad. En nuestro caso, a diferencia de muchos grupos de Buenos Aires, el grupo está integrado por vecinos de diversos barrios de Córdoba y de las afueras también, pero logramos, de alguna manera, que las distancias se acorten. Y algo maravilloso es que se sumó gente luego de comenzada la cuarentena, y compañeras que no estaban participando también volvieron, y esos abrazos virtuales nos llenan de energía”, revela María José Castro Schüle, directora de Orilleros, que centraliza su trabajo en el barrio Bella Vista, en la ciudad capital.
Por su parte, en el teatro Leonardo Favio, de Chacras de Coria, trabaja el grupo mendocino, que por estos días diseña, igual que sus colegas, nuevas posibilidades de crear. “Lo que más nos costó es parar el ritmo que teníamos planificado para este año”, revela Silvia Bove, una de las coordinadoras de Chacras. “Sentimos la necesidad de abrazarnos desde otros lugares, y entonces nos obligamos a repensar cómo fortalecer los vínculos virtuales. Por eso estamos más conectados con la Red Nacional de Teatro Comunitario, a través de encuentros quincenales que nos nutren muchísimo y en los que vemos de qué forma transitan los otros grupos esta cuarentena”.
Si 2019 concluyó con un saldo económico negativo para el teatro, 2020 agravó el panorama con una paralización del sector por tiempo indeterminado. En este marco, las políticas de ayuda se hacen necesarias para garantizar la continuidad de trabajos y proyectos. “La mayoría de los grupos de la Ciudad de Buenos Aires nos presentamos a la convocatoria de Proteatro y esperamos que esos subsidios lleguen pronto. Por otro lado, desde el Ministerio de Cultura de la Nación se lanzó la convocatoria del programa Puntos de Cultura, a la que también muchos de los grupos se presentaron, pero no sabemos cuándo nos acreditarán ese dinero. Otros que tienen salas también se presentarán al Fondo Desarrollar. Y finalmente, el Instituto Nacional del Teatro también lanzó el Plan Podestá que en su segunda etapa incluye un subsidio especial para teatro comunitario”, apunta Scher.
“Los Pompas nos inscribimos a todas las líneas oficiales. Estamos en una situación complicada porque alquilamos un espacio muy grande en el cual invertimos mucho dinero y tenemos un alquiler muy alto. Nuestra manera de pagar eso es a través de la cuota social de los socios de la agrupación, y estamos trabajando para que eso crezca, pero es difícil porque esto es un efecto dominó que empieza a rebotar en todos. De todas formas, seguimos sosteniendo que se tiene que poder participar, se pueda aportar o no”, agrega por su parte Ruiz Barrea.
Mientras las políticas que se instrumentan desde Nación comienzan a llegar, como en el caso del Plan Podestá -Preservación Operativa de Elencos, Salas y Teatristas Argentinos-, al que también accedieron los grupos de Salta y Misiones, desde Mendoza se alerta que la situación local es distinta. “Acá no han tomado aún ninguna medida de ayuda directa”, señala Bove. “La situación es gravísima, y por eso muchas redes, artistas y movimientos estamos reclamando al gobierno provincial que se establezca una ley de emergencia cultural. Nosotros, como la mayoría de las organizaciones con personería jurídica, estamos abocados a presentarnos a proyectos que son únicamente del Ministerio de Cultura de la Nación, pero sabemos que no va a alcanzar para todos”.
“Desde el Estado se han propuesto líneas de ayuda, pero aún no hay ninguna que contemple al teatro comunitario en su complejidad, y por eso la situación económica es muy incierta”, advierte por su cuenta Castro Schüle. “Esperamos que, luego de esta pandemia, los diferentes Estados puedan comprender la importancia que tiene la cultura para rearmar los entramados sociales y para imaginar nuevos mundos posibles, y que tengamos el apoyo para poder sostenernos en el tiempo”.
Por Zoom, WhatsApp, Facebook o Instagram, los grupos tienden las redes que antes tendían en la placita del barrio o en la casa de un vecino, en un club o en un centro cultural. Pero la virtualidad no vino a opacar esa trama social y afectiva, sino a reafirmarla. Según comparte Calvi, en Florencio Varela se juntan a través de Zoom todos los sábados de 11 a 13 para seguir armando su próxima obra, Quiénes fueron, que busca reconstruir la historia de quienes dieron nombre a las calles de la ciudad. “Proponemos cada semana una consigna nueva, para que lo poético, lo artístico y la creación sigan siendo los principales motivos de la reunión. Pero nos extrañamos muchísimo y ahora valoramos más el encuentro físico con el otro”.
Los Pompas también se encuentran por la misma plataforma, donde ponen en acción su campaña de Veredas virtuales y un Club de Juegos, para mantener unido al grupo. Matemurga, a su vez, realiza reuniones similares para armar canciones con aportes colectivos y cantar, y Orilleros se embarca actualmente en un proyecto radial. “La trama sigue viva y nos cuidamos entre todos. El aislamiento es social, pero no dejamos que sea vincular”, subrayan las directoras.
En Alas, solían reunirse los sábados, entonces eligieron ese mismo día para experimentar en el espacio virtual, al punto que armaron una suerte de programa de televisión que transmiten en vivo todos los sábados, de 20 a 21.30, a través de sus cuentas de Facebook e Instagram. “Pensamos mantenerlo”, asegura Villarreal. “La repercusión es tremenda y posibilita que nos conectemos con personas de otras provincias, e inclusive de otros países como Perú, Brasil y Bolivia”.
“Tenemos muy presente que la actividad de la Murga del Monte involucra a muchas personas, más allá de los integrantes, como aquellos que nos ven siempre, en diferentes puntos de la provincia, los vecinos que se incorporan a los talleres y los que colaboran para que la programación se lleve a cabo. Por eso estamos haciendo un gran esfuerzo por reactivar las redes y los medios que tenemos para compartir con todo ese público”, dice por su lado Spinozzi. El objetivo, en todos los casos, es mantener encendida la llama de la creación colectiva. Como concluye Bove, “la idea es pensar que en estos tiempos de cuarentena el arte es una herramienta que puede contagiar alegría, risas, reflexiones, memoria e identidad”.
Fuente: Página12