“Como una jirafa bebé albina”. Según Björk, así suenan las flautas. (A todo esto, la jirafa es un animal prácticamente mudo.) En Cornucopia, la última “extravagancia” en vivo de Björk, hay siete flautistas, todas mujeres. Björk menciona a las jirafas como una forma de traducirles su visión sonora a sus colaboradores. “Porque son hirsutas y limpias”, explica Björk sobre esos animales, “pero no tan limpias como se pueda pensar, ya que no dejan de ser jirafas”. Y agrega: “Suponiendo que todo esto que digo tenga algún sentido”. Artista iconoclasta –del punk al pop y de ahí a la canción experimental, visionaria del arte multimedial, ícono polémico de la moda y protofuturista–, a los 53 años, Björk está muy acostumbrada a tener que traducir sus desbordes imaginativos. Y de alguna manera, cuando lo explica con su voz sincopada, todo eso parece funcionar. La flauta, por ejemplo, fue el instrumento de su infancia, pero se rebeló contra los compositores clásicos y aprendió obras atonales contemporáneas, con un sonido más “hirsuto”.
El espectáculo Cornucopia, una ambiciosa apuesta publicitada como “el concierto escénico más elaborado de Björk hasta la fecha”, fue encargado por el flamante centro cultural The Shed, en el nuevo barrio del West Side de Manhattan conocido como Hudson Yards. Con la presencia de un coro de 50 jóvenes islandeses, el show que se estrena el jueves tendrá una cámara de reverberación construida ad hoc, hipnóticas proyecciones de video, sonido de 360 grados meticulosamente ubicado, y una variedad de instrumentos musicales especialmente fabricados para la ocasión. Björk lo llama “teatro digital” o concierto pop de ciencia ficción.
Pero el espectáculo también es una manera de meterse en la cabeza de Björk, que en este momento está enfocada en un futuro alternativo, femenino, feminista y esperanzador. La base musical del show es
Utopia, el último disco de la artista. “Me parece que es una especie de cuento de hadas”, dice Björk, “algo deliberadamente extático, y de alguna manera cáustico”. La entrevistamos la semana pasada durante un descanso en los ensayos. Björk vestía una larga capa plisada con un intrincado estampado floral de caléndulas y flores violáceas, sobre un mono con guantes al tono. Nos sentamos en un lugar con vista completa de la sala y sin razón aparente, las luces del salón se fueron atenuando, hasta que terminamos hablando de la esperanza y la utopía, y el ser mujer en medio de la oscuridad más absoluta. (Y me pareció adecuado.) Alex Poots, director artístico de The Shed, le encargó la creación de Cornucopia y se sentó a esperar mientras Björk desarrollaba la idea, un proceso que llevó varios años.
“Ella tiene un abordaje pródigo del proceso creativo”, dice Poots. “Una combinación de verdadero rigor y verdadero espíritu punk, lo que genera una explosión de creatividad, porque nunca se vuelve algo formal o conformista. Siempre está ese anhelo de reinventarse”. Poots siempre tuvo la esperanza de que Björk fuese uno de los primeros artistas a los que The Shed le encargase un proyecto. “Realmente me habría puesto triste que no nos considerara relevantes como espacio”, dice. Poots presentó a Björk por primera vez en 2011, cuando la sedujo para que presentara su álbum de inspiración conceptual, Biophilia, en el Festival Internacional de Manchester, donde se desempeñaba anteriormente como director artístico. “En lo personal, Vulnicura básicamente algo muy triste”, dice Björk. “Como un invierno en Islandia, piedras sobre la tierra, sin vegetación alguna… Era una melodía que literalmente se arrastraba por el piso. Ni siquiera daba grandes saltos”.
Lucrecia Martel, la celebrada cineasta argentina que hace su debut neoyorquino y teatral con la dirección de Cornucopia, tuvo a su cargo la tarea de llevar a escena la visión de Björk. En cuanto a la metáfora de las jirafas-flauta, Martel se ríe. “Muchas de sus explicaciones son de ese tenor”, dice Martel. “Y a veces es un poco difícil entender lo que realmente quiere decir”.
De todos modos, Martel se deja guiar por Björk, que estuvo a cargo de los arreglos musicales, a los que Martel agregó, según sus propias palabras, materialidad y fisicalidad”, haciendo, por ejemplo, que las proyecciones del artista Tobias Gremmler se realizaran sobre cortinas, y no sobre pantallas, lo que genera una sensación de transparencia y permite que los intérpretes modifiquen la imagen al tocar las telas. A veces, Björk presentaba ideas, en especial sobre el vestuario y la dramaturgia del espectáculo, que hicieron que por momentos Martel sintiera que “todo era un desastre, aunque después, al ver todo junto, resultó increíble”.
Fuente: La Nación