Aunque la obra transcurra en la década de 1940 y en un tugurio del Barrio Francés de Nueva Orleans, ciertos rasgos de Un tranvía llamado Deseo parecen resistir el paso del tiempo y de las modas. Tal vez por eso el drama de Tennessee Williams conoció tantas versiones y adaptaciones: basta recordar, entre otros homenajes, el tributo que le dedicó Pedro Almodóvar en Todo sobre mi madre (1999) y la virtuosa actualización que, no hace mucho, Woody Allen supo infundirle a esta vieja historia (Blue Jasmine, 2013). Entre esos ecos, hay que añadir la propuesta lírica que imaginó y concretó el compositor André Previn en 1998. El próximo martes, por primera vez esta ópera se ejecutará en el Teatro Colón, con un elenco internacional, puesta en escena de Rita Cosentino, escenografía de Enrique Bordolini, luces de José Luis Fioruccio y vestuario de Gino Bogani.
Dirigida por Elia Kazan, la obra teatral se había estrenado en 1947. Ya por entonces descollaban Marlon Brando en el rol de Stanley Kowalski –un brutal descendiente de polacos– y Kim Hunter, que encarnaba a su sumisa esposa Stella; Jessica Tandyinterpretaba el papel de Blanche DuBois, la elegante y soñadora hermana de Stella, que acaba enloqueciendo al no poder atar los múltiples cabos sueltos de su propia vida. En 1951 llegó la emblemática película, también dirigida por Kazan, donde reaparecían Kim Hunter y, en el esplendor de su fotogenia, un sensual Marlon Brando; pero también irrumpían en la pantalla, para permanecer inolvidables, el rostro y la silueta movediza de Vivien Leigh. La actriz inglesa realzó cada pasaje del guión con todo lo que el personaje requería: el anhelo de un sureño esplendor perdido, la delicadeza de la seducción y la histeria, un conmovedor aire de enajenación.
Un tranvía llamado Deseo: la música
André Previn decidió hacer tabula rasa de las minuciosas referencias musicales que aparecen en las acotaciones escénicas de Williams (quien desee revisarlas, encontrará allí una auténtica «partitura»). También ignoró la voluptuosa banda sonora que Alex North había aportado a la película de Kazan. Y aunque no incluyó genuino verdadero jazz de Nueva Orleans, se encargó de insuflarle su aroma, su alusión.
El primer sonido que se escucha en la ópera, de hecho, es una nota muy grave en la tuba; sigue un acorde disonante en los metales (que las cuerdas replican), una divagación del clarinete, poco después la trompeta deja oír un motivo entrecortado… Para reafirmar esa atmósfera, Previn exploró una escritura vocal de ribetes post románticos y, en lo armónico, un tonalismo ampliado salpicado de notas falsas: un lenguaje sin mayores audacias dentro del cual sin duda le resultaba muy cómodo componer. En alguno de estos aspectos, el compositor retomaba el linaje norteamericano de Aaron Copland, Samuel Barber y Leonard Bernstein.
Tal vez por culpa del libretista, Previn no se atrevió a imaginar ninguna escena concertante. En cambio, resolvió el episodio de la violación de Blanche mediante un interludio de rítmica salvaje y peculiar instrumentación (donde el saxofón, asociado a la figura de Kowalski, hace oír sus gemidos). Pero lo más valioso hay que buscarlo en los momentos en que los personajes se explayan en breves arias –más bien ariosos– donde la acción se suspende y, al igual que en los musicales de Broadway, también la escenografía parece ceder y desmaterializarse. Tanto Stella como Mitch –el risible pretendiente de Blanche– tienen su extático momento de lucimiento. Pero en realidad todo gira en torno de la protagonista: aunque a la larga pueda resultar fatigante, su sinuosa línea vocal logra expresar tan bien su histeria como sus pasajeros oasis emocionales.
En el segundo acto, Blanche se autorretrata con melancolía mientras alecciona a su hermana: «La gente suave debe brillar y dar resplandor» («Soft people have got to shimmer and glow«). En el acto tercero, llega el número más conocido, que capta con agudeza la clave de la obra de Williams: «¡Quiero magia!»(«I want magic!»). Por otra parte, casi al final, ella canta: «Puedo sentir el aroma del mar» (traduzco libremente: «I can smell the sea air«). Es tal vez el momento de mayor lirismo, donde Previn recurre al arpa, los vientos, los metales con sordina y la celesta para realzar el triste clima de irrealidad con que Blanche se va despidiendo.
Con el estreno de esta importante producción, el Colón intenta cubrir de modo parcial la cuota de contemporaneidad que, en toda programación, se le exige. Además, la ocasión se transforma en un oportuno homenaje –por otra parte, involuntario– en el año de la muerte del compositor. Pianista de jazz, magistral improvisador, creador hollywoodense de bandas sonoras, director de orquesta, arreglador virtuoso… Nacido en Berlín en 1929, Previn asumió sus muchas facetas de manera equitativamente brillante. Por si fuera poco, en su etapa madura y tardía, también se dedicó a componer obras orquestales, piezas de cámara y dos óperas. Asombra que nunca haya visitado el Colón como intérprete o director; en la Argentina, tampoco se han estrenado su Concierto para piano, los notables Desvíos para orquesta ni el Concierto para violín que dedicó a la última de sus cinco esposas, la virtuosa Anne-Sophie Mutter (quien visitará el país en pocos meses).
Sean cuales fueran las virtudes o deméritos de sus partituras, todavía estamos lejos de haber ponderado el versátil legado de André Previn. Menos difuso parece el lugar que ocupa el drama de Tennessee Williams. Puede que hoy consideremos su retórica un poco demodé. O que sus ideas de una femineidad estereotipada, contrapuesta a una masculinidad igualmente tópica, nos parezcan algo inactuales. Pero eso no impide que sigamos compartiendo algunas de las mitologías de Blanche DuBois. Al igual que esta mujer desdichada, juzgamos imperdonable toda crueldad deliberada y, tarde o temprano, terminaremos dependiendo de la bondad de los extraños. Hasta ese momento, desearíamos no envejecer, tememos la ruina de nuestras ilusiones, nos desvela el abismo que media entre un deseo cualquiera y su incierta realización.
«Un tranvía llamado deseo» vuelve a subir a escena apenas otras tres veces: el viernes 10 a las 20, el domingo 12 a las 17 y el martes 14 de mayo las 20.
Concluida la experiencia, el Colón volverá a territorio seguro con «Turandot» (1926), del italiano Giacomo Puccini, que tendrá nada menos que nueve funciones a partir del 25 de junio.
* La ópera Un tranvía llamado Deseo, de André Previn, se estrenó en el Teatro Colón el martes 7 de mayo. Las tres funciones restantes se llevan a cabo el 10 y 14 de mayo a las 20:00, y el domingo 12 a las 17:00.
La dirección musical está a cargo del maestro irlandés David Brophy, al frente de la Orquesta Estable.
La dirección de escena es de Rita Cosentino, la escenografía de Enrique Bordolini, la iluminación de José Luis Fiorruccio y el vestuario de Gino Bogani.
El reparto está integrado por la soprano irlandesa Orla Boylan (Blanche DuBois), el barítono norteamericano David Adam Moore (Stanley Kowalski) y la soprano Sarah Jane McMahon (Stella).
Fuente: Infobae.