Nueva York, 6 de abril de 1962. Leonard Bernstein, director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, sale solo al escenario del histórico Carnegie Hall para hacer algo que no suele hacer: hablarle al público. Está por empezar el Primer Concierto para piano en Re menor del compositor alemán Johannes Brahms y se ve en la obligación de hacerle una aclaración al auditorio: él no está de acuerdo con los tiempos (los tempi, en la jerga musical) que el talentoso solista canadiense Glenn Gould va a ejecutar en su piano. No está de acuerdo para nada, no, y, sin embargo, lleva calma a los melómanos del auditorio, va a dirigir la orquesta esa noche y a seguir –lo intentará, al menos, pero esto no lo dice– los tiempos “inusualmente lentos y alejada a menudo de las indicaciones dinámicas de Brahms” que impongan las manos y los dedos de Gould sobre las teclas, lo que en definitiva es para el norteamericano una interpretación “poco ortodoxa”.
Ese discurso, el concierto posterior, la carrera de ambos, quedaron marcados a fuego en la memoria de los amantes de la música –Gould se mostró favorable a las palabras de Bernstein, pero su carrera quedó algo condicionada desde ese momento– y forma parte de las anécdotas más controvertidas que el mundo de la música clásica tiene para recordar. De haber transcurrido en la actualidad reciente, se harían memes con semejante historia (o se le aplicaría el del perrito grande y el perrito chico).
El director de orquesta japonés Seiji Ozawa tenía 27 años en 1962 y fue un testigo privilegiado de lo que sucedió. Si el desacuerdo hubiera sido mayor, al punto de que Bernstein no quisiera dirigir a los músicos, Ozawa, en calidad de discípulo y asistente del norteamericano, habría ocupado su lugar. No sucedió. Ni ese día ni en una nueva grabación al día siguiente. Pero la remota posibilidad existió, estuvo en el aire, y Ozawa, que hablaba poco inglés y entendía menos, lo vivió tras bambalinas, como un suplente al que de un momento a otro le puede tocar salir a la cancha.
Haruki Murakami, candidato al Premio Nobel.
Algo de esto hablan 48 años después de aquel hecho, el escritor japonés Haruki Murakami, quien año tras años levanta quiniela como candidato al Nobel de Literatura, y su amigo Seiji Ozawa. Ambos, grandes melómanos. Se conocieron gracias a dos mujeres: la hija de Ozawa es amiga de la esposa de Murakami. Y fue la hija de Ozawa la que lo instó a dejar constancia de las conversaciones con su flamante amigo, que figuran en el libro Música, sólo música, que acaba de publicarse en español, editado por Tusquets.
Quien haya leído algo de la prolífica obra del autor de Tokio blues y Kafka en la orilla recordará que sus textos están colmados de referencias musicales, tanto clásicas como modernas, así como también de jazz, género que escucha desde su adolescencia y con el que llegó a dirigir un club de ese estilo en Tokio. El japonés, de 71 años en la actualidad y que en mayo pasado condujo un programa especial de radio donde pasó música seleccionada por él para amenizar la cuarentena en su país, alberga en su casa una colección de 10 mil LP, ordenados con meticulosidad oriental. Ozawa, en tanto y desde aquel abril de 1962, se convirtió en un excelso director de orquesta de renombre internacional y estuvo al frente las orquestas de Toronto, Boston, Viena y San Francisco.
Lo que hablaron sobre Gould y Bernstein, más otras charlas sobre otros popes de la música como Beethoven, Bartok y Mahler, entre otros, figuran en el libro. Y, en rigor, son conversaciones desgrabadas por el propio Murakami y corregidas por Ozawa, en estilo directo, donde uno y otro toman la palabra y la música sobre la que hablan suena de fondo, aunque esto no se diga y el lector deba reponer –mentalmente o con una ayudita de YouTube– las melodías.
Haruki Murakami tiene 71 años.
Como se trata de dos entendidos en el tema, las conversaciones, que se concretaron en diferentes países, como Japón, Hawai y Suiza, versan no tanto sobre qué es la música como sobre cómo se la interpreta. Y si bien no hay excesos de tecnicismos, se trata de charlas informales entre dos conocedores de la materia. Así aparecen menciones como “el sonido duro” de la Filarmónica de Nueva York o el “sonido suave” de la Sinfónica de Boston y hasta el “sonido alemán” de la Filarmónica de Berlín.
Las conversaciones se sucedieron entre noviembre de 2010 y julio de 2011, mientras Ozawa, de 85 años en la actualidad, se recuperaba de dos problemas de salud (cáncer de esófago y una cirugía en la espalda en 2009). “No sabía qué hacer con todo el tiempo libre del que disponía. Murakami nos invitó a toda la familia a su casa de Kanagawa. Mientras los demás charlaban en la cocina, Haruki y yo nos encerramos aparte en una habitación para escuchar unos discos muy especiales. Eran de Glenn Gould y de Mitsuko Uchida. Me vinieron a la mente muchos recuerdos de Glenn Gould, aunque ya había transcurrido más de medio siglo desde que lo conocí”, cuenta Ozawa.
Aquel contrapunto entre Gould y Bernstein, uno de los disparadores del libro, trae, aún en el presente, la cuestión de los roles y quién manda en un concierto, si el director de orquesta o el solista. “Uno u otro, dependiendo de las personas. Pero casi siempre tratan de ponerse de acuerdo por medio de la persuasión o incluso de las amenazas, para lograr una interpretación unitaria”, planteó y respondió seguidamente ante el auditorio Bernstein, quien, pese a su desacuerdo, se prestó a dirigir esa noche “porque el señor Gould es un artista tan válido y serio que tengo que tomarme en serio su concepción, que me parece interesante”.
El director de orquesta japonés Seiji Ozawa tiene 85 años. Foto EFE.
“Yo estaba allí –recuerda Ozawa en su charla con Murakami– como asistente de dirección de Lenny (Leonard Bernstein). De pronto, antes de empezar, Lenny salió al escenario y se dirigió al público. Por aquel entonces yo no entendía bien el inglés, así que le pregunté a la gente de mi alrededor qué decía y pude hacerme una idea general”. Para el candidato al Nobel es un concierto en el que se nota mucha tensión.
En el libro, también aparece mencionada a la pasada Martha Argerich, como “una pianista muy valiente”, en palabras de Ozawa. “¿Las mujeres tienen más esa cualidad?”, quiere saber Murakami. “Sin duda. Las mujeres son más valientes, más audaces”, replica Ozawa.
En otro tramo, el autor de De qué hablo cuando hablo de correr quiere saber si la música contiene “elementos que pueden considerarse judíos”. A lo que Ozawa contesta y menciona al consagrado director argentino Daniel Barenboim: “No, no. En el caso de Lenny había una conexión muy fuerte con lo judío. Le ocurría lo mismo a Isaac Stern, y a Itzhak Perlman también, por supuesto, aunque sobre todo cuando este era más joven. Con Daniel Barenboim pasa lo mismo. Con todos ellos tengo una gran amistad”.
Una obra del compositor argentino Alberto Ginastera casi hace a Ozawa abandonar un trabajo: durante su segundo año al frente a la Filarmónica de Berlín, el japonés dirigía Estancia, una composición de Ginastera de 1941, que necesita de una gran orquesta para interpretarse. “Estábamos ensayando Estancia y caímos en la cuenta de que la parte de la percusión era extremadamente difícil. Había siete percusionistas en total, y como era tan complicada decidí que ensayaran solos y al resto de los músicos les tocó esperar. Los ritmos eran muy complejos y a pesar de todos los esfuerzos no conseguíamos hacernos con ellos. Demasiado complicado. Entonces uno de los percusionistas, un chico joven, empezó a reírse. Me enfurecí. ‘¿Por qué te ríes?’, le espeté. Se sentó sin disculparse y eso me hizo hervir la sangre. Le volví a gritar: ‘¡Se supone que sois la gran Filarmónica de Berlín! ¿Qué vais a hacer pasado mañana en el estreno?’. Mi reacción complicó aún más las cosas. Me enfadé todavía más, tiré la partitura de cualquier manera y ordené una pausa. Después me encerré en el camerino”.
Lo que vino después fue que Ozawa se volvió a su hotel y pidió un vuelo de regreso a Nueva York, pero Berlín estaba dividida en Este y Oeste y no había vuelos directos. En eso estaba, cunado el presidente de la orquesta llega al hotel y le pide disculpas y le jura y le perjura que los percusionistas se habían quedado ensayando.
Ozawa aceptó las disculpas y se quedó. ¿Y llegó a dirigir Estancia?, indaga Murakami, quien había confesado poco antes desconocer al compositor argentino (“Nunca he oído hablar de él”): “Sí. Volví y la dirigí. El hecho de que no hubiera vuelos directos a Nueva York pesó mucho en mi decisión”, explica Ozawa. Y para rematar con risas, Murakami agrega: “Los vuelos con escalas salvaron el concierto”.
Fragmento de la conversación entre Murakami y Ozawa sobre el affaire Gould-Bernstein:
–Murakami: Recuerdo que hace tiempo me habló de una interpretación del Concierto para piano y orquesta n.º 1 de Brahms a cargo de Glenn Gould y con Leonard Bernstein al frente de la Filarmónica de Nueva York. Antes de comenzar, Bernstein se dirigió al público y anunció que se disponían a interpretar el concierto de acuerdo con el criterio del señor Gould, con el cual él no estaba de acuerdo.
–Ozawa: Sí, yo estaba allí como asistente de dirección de Lenny (Leonard). De pronto, antes de empezar, Lenny salió al escenario y se dirigió al público. Por aquel entonces yo no entendía bien el inglés, así que le pregunté a la gente de mi alrededor qué decía y pude hacerme una idea general.
–Murakami: Ese episodio está incluido en el disco que tengo aquí.
[…]
–Murakami: De no haber llegado a un acuerdo entre ellos, usted habría ocupado el puesto de Bernstein… En cualquier caso, es un concierto en el que se nota mucha tensión.
–Ozawa: Sin duda. No está muy pulido.
–Murakami: Al tocar tan lento da la sensación de que, en cualquier momento, todos se van a poner a tocar como les parezca.
–Ozawa: Exacto. Está a punto de que ocurra.
–Murakami: Por cierto, cuando Gould tocó con la Orquesta de Cleveland, George Szell y él no llegaron a ningún entendimiento y al final Szell renunció en favor de su ayudante. Lo leí en alguna parte.
Seiji Ozawa en acción. Foto AFP.
Pasaje de la charla sobre el compositor argentino Alberto Ginastera:
–Murakami: ¿Y algún conflicto que le haya forzado a marcharse a casa?
–Ozawa: Solo una vez. Creo recordar que fue durante mi segundo año como director de la Filarmónica de Berlín. ¿Conoce al compositor argentino Alberto Ginastera?
–Murakami: No, nunca he oído hablar de él.
–Ozawa: Bueno, da igual. El caso es que yo estaba dirigiendo una composición suya de 1941, Estancia, que se interpreta con una gran orquesta. Por alguna razón el maestro Karajan había elegido esa obra y me había encargado a mí dirigirla. La cuestión es que no me quedó más remedio que ponerme a estudiar. En la segunda parte del programa íbamos a tocar una sinfonía de Brahms, no recuerdo cuál. Fuera como fuera, estábamos ensayando Estancia y caímos en la cuenta de que la parte de la percusión era extremadamente difícil. Había siete percusionistas en total, y como era tan complicada decidí que ensayaran solos y al resto de los músicos les tocó esperar. Los ritmos eran muy complejos y a pesar de todos los esfuerzos no conseguíamos hacernos con ellos. Demasiado complicado. Entonces uno de los percusionistas, un chico joven, empezó a reírse. Me enfurecí. ‘¿Por qué te ríes?’, le espeté. Se sentó sin disculparse y eso me hizo hervir la sangre. Le volví a gritar: ‘¡Se supone que sois la gran Filarmónica de Berlín! ¿Qué vais a hacer pasado mañana en el estreno?’. Mi reacción complicó aún más las cosas. Me enfadé todavía más, tiré la partitura de cualquier manera y ordené una pausa. Después me encerré en el camerino.
–Murakami: ¡Vaya!
–Ozawa: Llamé a mi mánager, Ronald Wilford, que estaba en Nueva York. Le dije: ‘¡Me voy! No puedo trabajar en este sitio. Discúlpate en mi nombre con el maestro Karajan’. También avisé a los responsables de la orquesta de que regresaba a Estados Unidos y fui a encerrarme, en esa ocasión, en mi habitación del hotel Kempinski. En aquella época Berlín estaba dividido en Este y Oeste y desde ninguno de los dos lados había vuelos directos a Nueva York. No me quedaba más remedio que hacer escala en otra ciudad. Pedí en la recepción del hotel que me buscasen un vuelo y empecé a recoger mis cosas.
–Murakami: Estaba usted enfadado de verdad.
–Ozawa: Justo cuando estaba a punto de pagar la cuenta vino el presidente de la orquesta, Rainer Zepperitz, que tocaba el contrabajo. Tenía mucha confianza con el maestro Karajan. Venía acompañado de otros miembros de la orquesta para presentarme sus disculpas. Lo sentía de veras, me dijo. Desde que me había marchado, los percusionistas no habían dejado de ensayar y me pedía, por favor, que volviese al día siguiente, aunque sólo fuera para comprobar el resultado. Al pedírmelo así, qué otra cosa podía hacer aparte de ir, ¿no le parece?
–Murakami: Sí, supongo.
–Ozawa: Volví a llamar a Wilford y le dije que me quedaría un poco más. Pedí al hotel que cancelase el vuelo… Al final todo terminó como un pequeño incidente, un incidente famoso. Un pequeño drama.
–Murakami: ¿Y llegó a dirigir Estancia?
–Ozawa: Sí. Volví y la dirigí.
–Murakami: De haber sido usted Kleiber, seguro que no habría vuelto.
–Ozawa: Seguro que no. (Risas.) El hecho de que no hubiera vuelos directos a Nueva York pesó mucho en mi decisión.
–Murakami: Los vuelos con escalas salvaron el concierto. (Risas.)
Fragmentos del libro Música, sólo música, de Haruki Murakami y Seiji Ozawa.
Fuente: Clarín