Acaso el carácter único que desarrolló este artista a lo largo de su vida, con la consecuente imposibilidad de encontrar equivalencias a sus creaciones y a sus formas de posicionarse frente a su arte, hace difícil cualquier intento por definirlo.
Del mismo modo, no resulta sencillo poner a dialogar su obra con la de otros artistas debido a las particularidades que siempre ofrece un análisis detallado de su obra.
Abunda material sobre Spinetta, con definiciones en primera persona y reflexiones en torno a su andar artístico, pero así y todo, ni siquiera la puesta en común de todo ese material es capaz de dar respuestas concretas a los enigmas que plantea su arte.
«Spinetta es un poco inapresable en palabras, es eso de que `con el alma lo ves mejor´», arriesgó a pedido de Télam el periodista Sergio Marchi, autor de «Ruido de magia», la biografía oficial autorizada por la familia del músico, quien parafraseó el tema «Maribel se durmió» al intentar describir qué rasgos son los que lo convierten en un artista tan particular.
Y amplió: «Le salían ángulos que a nadie más le salieron. Creo que ha sido de los mejores cantantes de la historia de la música argentina, un compositor profundo (también un poco banal cuando se lo proponía) y con un ansia infatigable de encontrar cosas nuevas que lo sorprendieran, y así sorprendernos. Su voz artística es única, y esto se podría decir de todos los artistas, pero Spinetta creó todo un universo con su obra».
El impacto de su obra se notó desde su irrupción en la escena local con Almendra, en 1969, en donde ya mostró algunas particularidades muy marcadas respecto a sus colegas contemporáneos; una sensación que aún perdura.
El escritor y periodista Juan Carlos Diez, autor de «Martropía», un indispensable libro de conversaciones con Spinetta, planteó a esta agencia que lo que aportó con su aparición fue «una forma de escribir canciones muy original, muy personal» e hizo hincapié en la manera en que ponía en juego sus influencias a la hora de crear.
Como ejemplo, señaló al tema «A estos hombres tristes» de Almendra, en donde se nota «la influencia de la música de Piazzolla, del jazz y de Los Beatles, en una mezcla absolutamente personal».
«Le imprimía una personalidad total a lo que hacía. Tenía que ver con la música del momento, pero a la vez era diferente a todo lo que veníamos escuchando. Lo que pasó con él no pasa muy seguido en el arte en general. Cuando aparece un artista del tamaño del Flaco, la moda es él mismo; es él quien crea su propio camino, no va atrás de la corriente del momento», definió Diez.
Algo similar destacó Marchi, quien recordó que Spinetta «nunca buscó ser otra cosa que él mismo» y que «no conocía o se negaba a la pose».
«Se dejaba atravesar por las modas, pero cuando esa moda lo atravesaba salía deformada. Creo que el rock argentino tiene mucho tango, pero Luis no fue el primero: ya lo había en Litto Nebbia o en Moris. Pero Spinetta era un tango viviente. Nos llenó de palabras y pensamientos que teníamos que rumiar un largo rato, y eso nos hacía crecer. Hacía música inteligente pero no con la pretensión erudita sino porque le salía así auténticamente», sostuvo el autor de «Ruido de magia».
Al igual que su música, la lírica de Spinetta también era, entre otras cosas, la resultante de lecturas que lo macaron y que, por momentos, adoptaron un rol clave, como el caso de Antonín Artaud, Carlos Castaneda, Michel Foucault o Carl Gustav Jung, entre otros; una singularidad que sirvió de excusa para que algunos lanzaran la falacia de que se estaba frente a un artista «hermético» que creaba «solo para entendidos».
Al expresarse en torno a este artista, el escritor y periodista Eduardo Berti, quien en 1988 publicó «Crónicas e iluminaciones», un libro en el que el propio Spinetta repasa su camino hasta entonces, fue contundente al remarcar que su obra es «una muestra de cómo tender puentes nada obvios entre la cultura internacional y las tradiciones locales o entre lo popular y lo intelectual».
«Es una invitación a explorar música y palabras con idéntico arrojo, como ya lo habían hecho algunos de los mejores exponentes del tango, salvo que ese arrojo se concentra, en el caso de Luis, en una sola persona», definió.
También Juan Carlos Diez, testigo de noches de asado y charlas con amigos, rechazó de plano cierta imagen alejada de la realidad que se construyó en torno a Spinetta.
«No era un tipo de otro planeta. Era un tipo con un gran talento, una enorme personalidad, familiero, amigo de sus amigos, con mucho sentido del humor. Amante de cosas muy terrenales. Eso no quita que no se enfrascara en una lectura, se apasionara y le diera para escribir una canción, pero esto formaba parte de su personalidad», aclaró.
A diez años de su muerte, es inevitable intentar poner de relieve qué ha perdido nuestra cultura con su ausencia, pero también qué enseñanzas dejó y dónde puede encontrarse su espíritu.
«La obra de Spinetta deja un legado de belleza y sensibilidad, de singularidad y búsqueda permanente. Un legado y un listón muy alto en materia de exigencia artística. Una prueba de que se puede llegar a un público relativamente masivo sin hacer concesiones ni simplificaciones burdas», expresó Berti.
«Pedimos una fuente de belleza y lucidez. Nos perdimos su pensamiento, sus canciones», apuntó Marchi, quien sin embargo añadió que «Spinetta no se murió: se multiplicó».
«Ha dejado una obra tan inmensa en calidad y cantidad. Dejó un caudal de obra tan maravilloso y yo creo que no se aprovecha. Hay que valorarla más. El mundo todavía no descubrió a Spinetta, pero el día que lo haga se va a llevar una sorpresa. Yo creo que hay que ahondar más, investigar más, tenerlo más presente, porque dejó un tesoro para nuestra cultura y no está lo suficientemente abordado y aprovechado como debiera», cerró Diez, quien propuso, con buen tino, «mejor recordar el día de su nacimiento, que tiene mucho más que ver con la personalidad y el sentido que le daba a las cosas».
Fuente: Hernani Natale, Télam.