Haber estado ahí… A media mañana del 28 de octubre de 1973, después de un frugal desayuno hogareño, Luis Alberto Spinetta partía hacia el Teatro Astral para, hora y pico más tarde, ofrendar uno de sus más conmovedores conciertos como solista. Solo con su guitarra, es decir. Con su voz. Y en consonancia temporal con la publicación del que sería, para no pocos, el mejor disco de la historia del rock argentino: Artaud.
En general, se dice que fue su presentación oficial. El flaco, in situ, no afirma ni niega. Pero habla de un disco que está “próximo a salir”, y solo toca cuatro temas de él: “La cantata de los puentes amarillos”, “Bajan”, “La sed verdadera” y “Todas las hojas son del viento”. A juzgar por el audio, hay gente. Bastante. Probablemente las 1300localidades ocupadas. O al menos la suficiente como para aplastar con aplausos, devoluciones y reprobaciones a cierto energúmeno, bastante denso, que increpa al joven Luigi durante casi todo el concierto. “Qué bocina, loco… si cantás blues podés llegar a Chicago”, se le escucha responder al Flaco en un pasaje de esa jornada en la que –también se nota— el goce le salía por los poros. “Sé que ustedes me quieren y que hay mucha gente más que también me quiere. Me quiere, aunque esté con un trío o con un cuarteto, con una balalaika o con un gato maullando”, fue otra de las ocurrentes alocuciones de Luis. Esto y más se puede saber porque la familia del músico acaba de desclasificar el material registrado aquella mañana primaveral por el grabador casero de Eduardo Avelleira. Y se puede escuchar ya, ahora mismo si quieren, por Spotify, Apple Music, Tidal, Deezer o el YouTube oficial del músico.
Lo primero que se encuentra es a Luis comentando lo que había pasado en la previa del recital. Es decir, la proyección de películas mudas musicalizadas por piezas “elucubradas” (Spinetta dixit) pertenecientes al flamante Dark side of the moon, de Pink Floyd, o “Tax Free”, tema de Jimi Hendrix registrado en War Heroes, uno de sus compilados póstumos, dado a luz en 1972. También se escucha la palabra fina del flaco refiriéndose a Antonin Artaud, el poeta francés cuyos textos desgarrados él trataba de sublimar a través de sus canciones, o de su amor por Patricia, que en esos días se encontraba en un momento de ebullición. Atrás había quedado aquella sinergia entre furia, locura y lirismo propuesta por Pescado Rabioso; el «aquí y ahora» se conjugaba con los ensayos en la quinta de General Rodríguez junto a Pomo Lorenzo y Machi Rufino que entrenaban al trío Invisible, y delante se abría un arcón inmenso de futuro.
Tal vez sin saberlo, Spinetta estaba insinuando ese devenir durante los dos domingos alucinados e intimistas del Astral, y otro concierto en el Club Atenas de La Plata. Y vaya que lo estaba. Con el manifiesto Rock, música dura: la suicidada por la sociedad entre manos, y aún dolidos por el reciente y conflictivo desmembramiento de Pescado Rabioso ocurrido a mediados de 1973, los suertudos spinetteanos primitivos pudieron alumbrar sus oídos a través de bellezas que, una tras otra, fluían de los arpegios de Luis. A una versión despojada y minimal -como tocada por un negro blusero a orillas del Mississippi- de “Me gusta ese tajo”, le sucedía otra perteneciente a Desatormentándonos: “Dulce 3 nocturno”. A una bellísima de “La cereza del zar”, otra bien acústica y económica en arreglos de “Mi espíritu se fue”.
Todo conocido hasta ahí. Todo Pescado, más “Ella flota por mí”, perlita inédita hasta hoy, que Luis había compuesto junto a David Lebón, que por entonces grababa su primer disco solista. A través de frases de arrebato surrealista en la onda Luis Almirante Brown (“La aldea de Venus está ya quemada / Nube vieja sin cuadrante / a veces pienso en relojes sin fin / y mientras bebo de mi sopa / pienso al fin que voy a estar feliz / cuando me agite sin descanso”), el tema desactivaba los recuerdos de memoria corta, y recordaba que ese hombre largo, flaco y pelilargo que ocupaba el centro del escenario, era el futuro.
Tampoco se conocían otras perlas. Encontrarse por primera vez con las melodías entrelazadas y las imágenes oníricas de la «Cantata de puentes amarillos» habrá desatado sencilla y llanamente emociones internas descomunales. Pero no solo ella. También “Bajan”, hoy de los temas más escuchados de la vastísima obra del flaco, imperaba como un diamante por descubrir. Al igual que “La sed verdadera” o, bueno, claro, “Todas las hojas son del viento”, que Spinetta presentó como “una canción que quería mucho”, y mandó prestar atención a la letra que -después se supo- tenía que ver con el embarazo de Cristina, su ex mujer. Y con su alejamiento de las drogas. Entre los enigmas de aquel mediodía, Luis también reveló el de “Barro tal vez”, zamba que había compuesto cuando adolescente y que grabaría recién en 1982, en Kamikaze. La precedió con una larga perorata, donde explicó, un poco laberínticamente, su contorno.
“Creo que nosotros, me refiero a los grupos de rock and roll, entre los cuales me incluyo a pesar de tener esta sesión solista con ustedes, nunca pudimos eliminar el folklore de nuestra música… haberlo intentado hubiese resultado un desmembramiento, una pelota de ruido. No porque el folklore no tenga violencia o no tenga ruido de la tierra, sino porque es eso que puede crecer en uno, y uno lo puede descubrir en cualquier momento de su vida, esté en la velocidad que esté. Y eso es lo importante», señaló. «Quería hacer una diferencia entre lo que se considera folklore, que es la música de los indígenas propiamente dichos, y no tiene autores ni compositores, y la música folklórica, que es lo que podemos reproducir nosotros en base a esa música indígena. Y después está la proyección folklórica, que es una especie de mezcla de la música folklórica con todos los aditamentos de la música internacional (…) cuyos intérpretes quieren hacerla funcionar como una música nueva, como una música de liberación, como una música, es más, de salvación. O sea, pretenden edificar un nuevo lenguaje a partir de la proyección folklórica, haciendo una especie de ensalada rusa entre lo que es el folklore nativo y la música de folklore que más o menos se modernizó, agregándole guitarras eléctricas y distorsionador (…) Bueno, yo voy a hacer una zamba… la compuse a los 13 años y no me interesa que se burlen de ella”, fue la más larga reflexión de Luis ese día. El objetivo era estrenar en vivo la pieza que bien entrado el siglo XXI grabaría con Mercedes Sosa, en Cantora. Otro tema estreno fue “Nena, tu cabeza va a estallar”, insertada veinte años después, con letra acotada y bajo el nombre de “Verde bosque”, en la banda de sonido de Fuego Gris, la película de Pablo César.
Tampoco se olvidaba Luis de los aún recientes años de Almendra. Más allá de haber convocado a Rodolfo García y Emilio del Guercio para participar en algunos temas de Artaud, dedicó un preciado momento a “A estos hombres tristes”, otro de los temas aplaudidos a rabiar. Luego volvió sobre Pescado con “Credulidad” y la modular “Cristálida” mediante. Y cerró dedicando la imponente cantata “a la salú pa’l pueblo”.
Quince canciones en total. Quince piezas recuperadas para siempre gracias a la masterización de Mariano López, la edición digital de “Espantapájaros”, la voluntad del clan Spinetta, la investigación del periodista Daniel Amiano y las imágenes aportadas por Miguel Grinberg, productor de los conciertos en el Astral, y el del Atenas de La Plata, que en menos de dos semanas volvería a ese teatro junto con Invisible, para disfrazarse de cabezudo, el muñeco que hacía las veces de Elmo Lesto. Como plus para degustar el material, puede uno colgarse también con los chistes de Luis sobre Karadagián y la Momia, con las historias de Van Gogh y Theo, o con la portada física elegida para la edición digital. Una cara de perfil anguloso, con una fuente de frutas sobre la cabeza. Una buen surtido frutal que, acompañado por alguna frase a tono (“Abre tu mente al sol, todo irá mejor”, tal vez), habilita un bello antídoto contra los males de estos días que corren.
23 años tenía Luis.