Sophie Hunter, artista británica de 44 años y el actor Benedict Cumberbatch, forman una de las más talentosas parejas de la actualidad. Ambos llevan varios días en Buenos Aires y mientras él aprovecha para descansar y acompañar a su esposa, ella trabaja en los detalles previos al gran estreno de este martes, cuando debute en el Teatro Colón con dos obras de la primera mitad del siglo XX. Se trata de Los siete pecados capitales, de Kurt Weill y Bertolt Brecht y El castillo de Barbazul, de Béla Bartók. Al frente de la Orquesta estará Jan-Latham Koenig, quien asumirá la dirección musical del primer coliseo a partir de la próxima temporada.
Faltando muy poco para el estreno de este programa doble, a Sophie Hunter se le nota cuando habla la pasión y concentración con la que asume este importante reto. Esta producción, que sube a escena a partir de mañana, no solo marca su debut en el Teatro Colón, también representa su primer trabajo dentro de una casa de ópera tradicional. Es que su exitosa carrera ha estado orientada principalmente hacia puestas de vanguardia, en la búsqueda de lenguajes innovadores y dentro de variados escenarios.
Ni bien Hunter y su marido pisaron suelo argentino, el requerimiento de la prensa y del público excedió largamente el interés que suele despertar un director artístico. En el caso de ella y Cumberbatch se da la circunstancia de que cada una de sus carreras está orientada hacia ámbitos totalmente diferentes. Una, la de Cumberbatch, gira en torno a la multitudinaria industria del cine, mientras que la de ella se desarrolla en un ambiente al que con frecuencia se califica de “elitista” o “intelectual”. Pero es precisamente buscar darle la vuelta a este prejuicio uno de los principales retos con las cuales asume su trabajo como directora de ópera.
“Llevo más de diez años tratando de encontrar la respuesta a la pregunta de cómo transformar la ópera en una forma de arte tan popular como el cine. Yo imagino que todos los directores artísticos de los teatros líricos alrededor del mundo se están haciendo esta misma pregunta. Pienso que hay muchos desafíos, hasta ahora me he enfocado en intentar sacarla de las casas de ópera y enmarcarla de tal manera que la gente ni siquiera se pregunte qué tipo de arte es el que va a ver, y que luego se sorprendan con lo que experimenten. Eso he encontrado que ha tenido mucho éxito. Mi objetivo está en abrir esas puertas, hacer un trabajo que le llegue a la gente. Es lo que más significado tiene para mí”, afirma Hunter.
Con una sólida formación que la respalda, esta directora de teatro quien a la vez es actriz, cantante y productora, afirma sentir la ansiedad propia de los días finales antes del estreno, en la que su cabeza no para de repasar cada detalle para que nada quede al azar y en la que no hay tiempo para sentir cansancio. Detrás de sus respuestas y su hablar pausado se adivina una mujer fuerte, de convicciones profundas y con un amor inmenso por su profesión.
– ¿Cómo surgió tu interés por la ópera y qué retos encontraste en este género?
– Vengo del teatro, allí me formé, pero también crecí rodeada de música. Tengo un tío que es pianista, un importante músico de cámara que frecuentemente acompaña a grandes artistas en recitales, por lo que pasé mucho tiempo alrededor de cantantes. Fui muy afortunada de haber estado expuesta a la música clásica yendo a conciertos y óperas desde muy niña. Por lo que el inmenso interés por la música sería mi punto de partida. También recuerdo una reflexión que se repetía cada vez que estaba en un teatro viendo una ópera: ¿dónde estaban mis contemporáneos? Y nació la inquietud sobre si yo pudiese ser capaz de crear una obra para lograr encontrármelos dentro del público. Entonces surgió la oportunidad de hacer un trabajo en Nueva York en una obra que abarcaba teatro, filmación, títeres y música y vi lo que esa combinación podía producir, como esos elementos juntos podían contar una historia. Ese trabajo me trajo otro y así sucesivamente, hasta llegar aquí, dirigiendo en el famoso Teatro Colón.
-Es tu debut dentro de un teatro lírico clásico, ¿qué expectativas tenés en el Teatro Colón?
-Muchos de los cantantes de ópera que conozco me habían contado que era su teatro favorito, además de por su belleza por su increíble acústica. Cuando lo visité con mi equipo por primera vez, luego de aceptar el proyecto, me sentí sobrecogida. Durante todo este tiempo preparando estas dos obras he conocido a gente profundamente orgullosa del trabajo que aquí realizan y eso me ha inspirado. Es un gran reto y un honor poder mostrar mi trabajo en este lugar legendario.
– ¿Cómo te involucraste con este proyecto de montar un programa doble, con obras de la primera mitad del siglo XX?
-Tengo ya tiempo trabajando junto a Jan Latham-Koenig, quien asume la dirección musical del Colón la próxima temporada. Hemos desarrollado varios proyectos juntos y siempre estoy a la búsqueda de oportunidades para trabajar con él. Así que no dudé cuando me hizo la propuesta. Siendo cien por ciento honesta, solo me interesa un trabajo de ópera si estoy segura de que se va a dar una sincronicidad con el director musical. No puedo entender que una obra funcione si esto no sucede. Hemos pasado una gran cantidad de tiempo trabajando las dos obras a fondo, fue casi una autopsia.
-Al leer los comentarios sobre tus trabajos anteriores, palabras como vanguardista e innovador son frecuentemente utilizadas para describirlo. ¿Lo sentís así?
-En realidad mi propósito es contar una historia de la manera en la que mi lenguaje pueda hacerlo y con las herramientas con las cuales me siento cómoda comunicando. Si el resultado es vanguardista o no, de eso no estoy segura. Lo que sí tengo claro es que estoy constantemente tratando de ir un poco más allá, de romper los límites que existen. Soy muy curiosa y me gusta mucho investigar. Al final lo más importante es contar la historia y si el lenguaje utilizado funciona, entonces el trabajo está bien hecho.
– ¿Cómo preparás cada uno de tus proyectos?
-Yo a cada obra la veo como un encuentro entre múltiples elementos y entre diversas personas con las cuales formo equipo. Me describo como a una directora muy a favor de trabajar así. Me interesa que las cosas se hagan colaborando. Cada especialista en su área formando un lenguaje común entre todos. Por supuesto, tengo mi visión, pero no soy una directora que impone. Eso lo van a ver en estas dos obras que estamos por presentar, en cada una de ellas hay aspectos en los que se nota claramente el trabajo de cada uno de los que forman nuestro equipo.
– ¿Cómo pensás mostrar cada una de estas dos óperas?
-En Los siete pecados capitales se encuentra de manera clara el sello que distinguía la colaboración entre Kurt Weill y Bertolt Brecht. Fue su último trabajo juntos y lo encuentro fascinante. Durante 40 minutos viviremos la historia atrapante del viaje de estas dos mujeres a través de una explosión de imágenes y de diferentes lenguajes musicales. La vamos a mostrar en el mismo período en la cual fue escrita. Decidí hacerlo así para recalcar el contexto especial de la historia. Es una obra política y así la estoy presentando. Soy una directora haciendo una obra acerca de dos mujeres subyugadas por el patriarcado, así que seguramente haya una reacción. Cuando se estrenó, en 1933, la coreografía la hizo Balanchine, pero aquí hicimos una nueva. Construimos un lenguaje particular con Ann Yee, una talentosa coreógrafa.
– ¿Y El castillo de Barbazul, única ópera compuesta por Béla Bartók?
-Es una pieza altamente simbólica en la que estamos utilizando videos como medio para contar la historia. Es un retrato psicológico sumamente complejo e intenso de dos personas. Su final es perturbador, pero a la misma vez es una obra muy rica. En el proceso de trabajarla hemos ido encontrando cada vez más cosas a interpretar.
-Estas dos óperas tienen en común haber sido escritas en períodos históricos convulsos, ¿Podemos encontrar semejanzas respecto a lo que vivimos en la actualidad?
-Por supuesto, El castillo de Barbazul es fácil de resignificar puesto que estamos lidiando con alguien que está sumamente solo y estamos en un período histórico en el cual mucha gente sufre de esto. Podemos identificarnos con esa urgencia visceral del ser humano de conectarse con el otro. Y respecto a Los siete pecados capitales allí hay un retrato terrorífico de los Estados Unidos. En toda la producción hay un paralelismo que creo que la gente va a lograr identificar, el experimento americano del cual estamos viendo su fin. En la mente de Brecht no existe la posibilidad de una moral individual si el sistema y la sociedad son capitalistas.
– ¿Es un desafío adicional trabajar en simultáneo con dos idiomas diferentes, el alemán y el húngaro?
– ¡No solamente alemán y húngaro, también está el hecho de que en el lugar de trabajo se habla español! Yo estudié idiomas y a pesar de que hablo italiano y francés ha sido realmente un reto más. Pero, a la vez, trabajar con estos idiomas nuevos me ha hecho aprender mucho, una ganancia más que he obtenido.
-¿Cómo fue vivir la noticia de la muerte de la reina Isabel II, un acontecimiento que conmovió a tu país, estando aquí en Buenos Aires?
-Tuve la sensación de encontrarme muy lejos de mi hogar al momento en que nos enteramos de la noticia. Pero como nosotros vinimos todo el equipo juntos, como una compañía de teatro, pudimos tener la oportunidad de hacer un duelo grupal. Es un sentimiento que sigue todavía. Sé que de alguna manera cuando vuelva a casa voy a tener que reconectar con todo lo que sucedió para vivenciarlo y procesarlo.ß
Los siete pecados capitales, de Kurt Weill y Bertolt Brecht. El castillo de Barbazul, de Béla Bartók. Dirección artística de Sophie Hunter y dirección musical de Jan Latham-Koenig. Teatro Colón, Libertad 621. Funciones: martes, miércoles y viernes, a las 20 y el domingo, a las 17. Entradas desde 900 pesos.
Fuente: Helena Brillembourg, La Nación