Con 43 años recién cumplidos y casi 30 años de carrera, Soledad Pastorutti es de esas figuras que trascienden escenarios y pantallas para volverse tan cercanas que podrían ser parte de la familia. En la memoria de muchos debe estar todavía aquella jovencita de 15 años que, mientras revoleaba el poncho con la garra misma de quien sale a comerse el mundo, puso a Cosquín a sus pies. Y, aunque desde entonces pasó mucha agua por debajo del puente, la Sole mantiene intacta su calidez y sencillez. De hecho hoy, mientras posa en exclusiva para ¡HOLA! Argentina, abraza, saluda y se saca selfies con todos y cada uno de los que se lo piden. “No soy muy consciente de lo que genero. Pero la gente es la que valida mi trabajo”, dice antes del primer flash.
–¿En qué etapa de tu vida estás, Soledad?
–Esta es una hermosa etapa. Tengo dos hijas preadolescentes, Regina (12) y Antonia (10), con todos los desafíos que eso trae. Me siento joven, vital, experimentada, me relajé un poco y aprendí a reírme de mí. Después, en cuanto al paso del tiempo, el gran cambio fue a los 40, que los cumplí en pandemia. Creía que se me terminaba el mundo. Y en lo profesional, sentía que en el folclore, siendo una adolescente, había hecho una revolución muy grande, un aporte muy grande, pero no el que hubiese elegido hacer.
–¿Y cuál hubieses elegido?
–El que estoy haciendo ahora con mi nuevo disco, Natural, con canciones nuevas. Es mi disco de estudio número 19. Pienso que es posible reinventarse, tener nuevos objetivos y desafíos, pero a veces es difícil. En esta sociedad parece que a cierta edad uno queda afuera. Y a mí me gusta buscarle solución. Un amigo me recomendó llamar a Nico Cotton, que es un productor que no viene del folclore. Armamos un equipo de trabajo con el Chango Spasiuk, Colo Vasconcelos, Raly Barrionuevo, más mis músicos, toda gente muy respetada en la música de raíz, y empezaron a salir canciones. Hicimos un disco hermoso, moderno pero muy de tierra adentro, con colores en lo instrumental y lo regional. Se sumó Leo Sujatovich con las cuerdas y a Nico Sedano, que hace las visuales de Sony, le resultó que esto era muy natural, por eso el nombre. [Piensa]. Hoy creo que hice el aporte que pude a esa edad, y fue un montón. Pero el haber sostenido mi carrera tantos años me hizo emprender una búsqueda. Antes, si eras folclorista parecía que no podías vestirte con otra cosa que no fueran pilchas gauchas, ni hacer otra cosa que cantar folclore y presentarte en festivales folclóricos. Yo fui rompiendo un montón de barreras.
–En varios de los videos se te ve cocinando. ¿Qué relación tenés con la cocina?
–La de todos. Con mi familia vivimos en una especie de barrio cerrado, donde está mi casa, la casa de mis padres y la de mi hermana. Al mediodía cocina mi mamá o la persona que está viviendo con ellos, que es pariente nuestro, pero a la noche nos repartimos con Jere [Jeremías Audoglio, su marido]. Cocino lo que hay, detesto salir a conseguir ingredientes.
LA FAMA, LA IMAGEN Y EL AMOR
–Hablabas de romper barreras. También lo hiciste con tu imagen.
–Esa barrera fue más difícil en la adolescencia, ahí te falta seguridad. Fue un tema pasar de no maquillarme a maquillarme, por ejemplo.
–Pero hoy además se te ve más sensual. ¿Tiene que ver con la televisión?
–Es una puerta que se abrió con la tele, pero también con la maternidad, donde aflora todo lo femenino. Después de ser madre vino mi cambio, me sentí mejor que nunca.
–¿Qué opina Jeremías?
–Se divierte con eso. A veces los amigos le mandan alguna foto y él dice: “Ey, ¿qué hiciste?”. Pero me conoce mucho. No te digo que todo le parece genial, pero cuando yo le expreso mis razones, entiende. Por otra parte, antes yo me vestía de gaucho no por folclorista, sino porque era moda en ese momento, así se vestían muchas de mis amigas, la diferencia es que yo me subía a un escenario. También eran los recursos que tenía entonces. Éramos una familia de clase media baja, que el éxito nos llegó de golpe, como una inundación.
–¿Tan difícil fue?
–Hoy, a la distancia, digo: “No sé cómo lo pasamos”. Pero pudimos. Mis viejos [Omar y Gricelda con “c”, según aclara] estuvieron siempre conmigo y no fueron nunca papás interesados en aparecer. Mamá siempre fue muy de puertas adentro de su casa, no tiene mucha vida social. El cambio fue muy fuerte para ella: imaginate que yo subí a Cosquín por primera vez a mis 15 años y no era nadie, y cuando bajé, tenía miles de personas alrededor. ¿Viste como los amigos del campeón? Alguna vez le escuché decir a mamá que ese día sintió, de alguna manera, que a mi hermana y a mí nos habían arrancado de sus brazos. Así lo vivió.
–¿Y tu papá?
–Mi viejo siempre fue como más soñador. Era mecánico, arreglaba autos, pero intentó miles de cosas. Por ejemplo, puso con amigos una farmacia, en algún momento criaba conejos. Siempre fue muy inquieto, un busca, y la que le salió fue esta, la de las hijas. Siempre cuento que los dos tenían un lugar muy claro. En mi adolescencia había mucha gente que decía que yo trabajaba un montón. Pero nadie me obligaba, ellos me apoyaron en lo que yo quería hacer. Mis viejos manejaban la combi y cuando volvíamos había que hacer las camas, preparar la comida… No es que nos esperaba alguien con todo listo.
–Una adolescencia muy particular la tuya. ¿Te arrepentiste alguna vez?
–Hoy digo: “Qué bueno que lo hice”. Cuando mis amigas buscaban qué hacer yo ya lo tenía resuelto. No dejé de salir con ellas nunca. [Piensa]. Lo que más me costó fue la fama. Pero mi grupo de amigos siempre me bancó. Yo por ahí salía a bailar y al día siguiente tenía la voz rota. Entonces empecé a elegir. La música me dio una gran oportunidad: comprarme ropa los fines de semana no estaba en mis planes, y si iba al boliche no tomaba nada porque salía sin plata. En Arequito la gente me protegió, me dejó llevar una vida normal. Sentían, y creo que aún sienten, un gran orgullo porque la hija del mecánico lo había logrado. Por eso yo nunca me fui de Arequito.
–¿Cómo apareció Jeremías en tu vida?
–Nos conocimos en el nocturno. Yo terminé tercer año y dejé un tiempo el secundario para hacer una película y después hice 4o y 5o en el nocturno. Él era de mis compañeros de estudio. Cuando terminamos, él se tenía que ir a Rosario o a algún lugar para poder seguir estudiando, pero nos dimos cuenta de que no queríamos separarnos. Nos pusimos de novios en el 2000 y llevamos dieciséis años de casados.
–¿Fue difícil para él acoplarse a tu familia?
–No, entró para ayudar. Hoy es el que maneja en mis giras, no encontrábamos otra forma de que la pareja funcionase. Incluso, yo decidí que mis hijas viajaran conmigo. Esto parece algo hermoso, lo es, pero hasta que llegás a cantar hay todo un camino que recorrer.
–¿Tu papá era celoso?
–Yo ya era grande. En un pueblo, a los 14 o 15 ya están todas noviando, y yo empecé a salir con Jere a los 19. [Se ríe]. Papá no soporta que discutamos ni mi hermana Natalia ni yo con nuestros maridos. Cuando ve que por ahí andan las cosas medio raras me dice: “Son buenos chicos”. Siempre está conciliando.
–Y vos con tus hijas, ¿cómo sos?
–Me gusta que sepan que cuentan conmigo, pero no soy una amiga, sino una mamá que pone límites. Me gusta que se esfuercen, pero también intento no ser obsesiva. Por ejemplo, mi mamá nos peinaba de tal manera que nos quedaban los ojos achinaditos, el delantal siempre estaba impecable… Bueno, yo no soy tan así. De hecho, mi hija mayor tuvo en primer grado la misma maestra que yo y un día que nos encontramos me dijo riéndose: “Vos, nada que ver”. La que es más así es mi hermana. Su casa siempre está impecable, parece que no viviera nadie.
–Natalia siempre fue un gran apoyo para vos, ¿no?
–Y lo sigue siendo. Sólo intentamos no molestarnos. Cuando formé mi familia traté de separar y creo que lo logramos. Nunca opiné del resto porque nunca quise que opinen de mí. No nos pedimos demasiadas cosas porque las dos estamos muy ocupadas.
LOS SUEÑOS, TERAPIA Y EL DIEGO
–Se te ve muy segura. ¿A quiénes escuchás más?
–Yo me escucho a mí. Pienso que mi nombre no es casualidad. Mamá recuerda que desde chica se me metía algo en la cabeza y no paraba hasta lograrlo. Me gusta escuchar a mucha gente porque se aprende, pero siempre fui muy fiel con mis sentimientos y mi forma de ser. Incluso siendo criticada por gente que trabaja conmigo por ser demasiado sincera. Bueno, no puedo ser una que no soy. Y si eso me hace perder algunas cosas, hoy no me importa nada. Yo siempre quiero crecer, siempre sueño a lo grande y hago todo lo posible para que suceda. Si no sucede al menos lo intenté.
–¿Cuáles son los próximos sueños?
–Seguimos de gira con Natural, agregando funciones [se presenta el 9 y 10 de noviembre en el teatro Coliseo]. Es un musical del folclore, muy ameno, muy agradable y ocurre en un teatro por el tipo de puesta en escena que tiene. Seguramente en el verano iremos a Mar del Plata y después a los festivales. También tengo ganas de girar con Raíz, que es ese proyecto que hicimos con Lila Downs y Niña Pastori que cumple diez años. Estamos intentando coordinar las agendas. Y después se me vienen encima los 30 años de carrera y quiero que mi festejo sea gigante.
–¿Cuándo sería?
–Depende, porque hay varias fechas fundacionales. El 4 de noviembre del 95 fue la primera vez que me pagaron por un show, fue en Escobar, en una peña.
–¿Qué hiciste con esa plata?
–Pagamos deudas. Vendimos todos los casettes que teníamos, hasta el que teníamos puesto en el auto. Yo me bajaba del escenario y los vendíamos con mi mamá y mi papá. Fue la primera vez que terminé un show al que habíamos ido “por el chori y la coca”, y dos personas se acercaron y nos dijeron que les había encantado y nos pagaron. ¡No lo podíamos creer! Después, la otra fecha fundacional es mi primer Cosquín, el 26 de enero del 96.
–¿Qué sentís cuando ves todo lo que pasaste?
–Muchas veces no soy consciente de todo lo que generé. De hecho, lo tuve que tratar en terapia porque para mí nada es suficiente.
–¿Hiciste terapia?
–Sí, hice una especie de coaching, también terapia, pero no es que no me gustó, sino que no la pude sostener en el tiempo. Tuve que hacer todo un trabajo porque teniéndolo todo a mí no me alcanzaba. Pude lograrlo gracias a la mirada de otros y a la mía. En casa no tengo expuesto ningún premio porque siempre miro hacia adelante, que también está bueno. A veces hay que plantarse en el presente, valorar. Pero me cuesta. Con la juventud que todavía siento y tengo es un montón todo lo que me pasó, no hay muchas personas que a los 40 y pico cumplan 30 años de carrera. Fue explosivo mi comienzo, pero después me mantuve, eso es lo que más me enorgullece, tiene que ver con que no le aflojamos nunca y eso que no teníamos los recursos que tienen hoy los chicos, que son muchos más. Me siento agradecida. Y, a la vez, me siento orgullosa de la familia que pude formar, porque para mí eso también fue un desafío.
–¿Alguna cuenta pendiente?
–No pude estudiar una carrera universitaria. En algún momento me gustaría hacerlo. Estudié un año de Ciencias Políticas, me encanta la historia. Todos mis amigos tienen un título y yo no. Pero bueno, ese trabajo interno me ayudó a tomarme las cosas con más naturalidad. Estoy muy contenta. Pero quiero seguir y siempre quiero más. Siento que la vida, cuando se nos da y no tenemos que lidiar con cosas difíciles, hay que vivirla y saborearla. ¿Sabés qué valoro mucho? La relación que tengo con el público. A mí me pasó de cantarle a Maradona, a Messi, al Papa, todas situaciones hermosas, que valoro un montón, pero es la gente la que legitima mi trabajo.
–¿Cómo lo conociste a Maradona?
–Nos vimos en varias circunstancias, como cuando debuté en el Gran Rex y bailó un chamamé conmigo. Después me llamaba Claudia, o él, y me avisaban un día antes que iba a ir al show. Yo no le decía a nadie para intentar que no lo molestaran, pero un día fue muy complicado el asedio de la gente y terminó viendo todo el show sobre el escenario. También le canté “Brindis”, que es un tema que me regalaron, le cambié un poco la letra y ese video un día lo posteó una de sus hijas y se viralizó con su fallecimiento. Con el mismo tema me pasó lo mismo con Messi. A mí me encanta el fútbol. ¿Qué más le puedo pedir a la vida? También conocí a ídolos de mi infancia, como Horacio Guarany. Con él hicimos un show en conjunto, se lo pedí y accedió. Lo mismo me pasó con Mercedes en los últimos tiempos. Y siempre admiré a Serrat. Un día estaba en Barcelona, se enteró y me llamó para invitarme a comer a la casa. Pasé un momento hermoso. Pero jamás le hubiese pedido ni una foto, porque si no se da naturalmente no hay que hacerlo. Los recuerdos se llevan en el alma.
–¿Qué te desconecta?
–Me cuesta mucho desconectarme. Vivo en el campo, me encanta estar al aire libre, descalza e ir a pescar. Es un programa que nos gusta, aunque a las chicas les cuesta un poco más. Y busco estar bien físicamente, así que hago mucho deporte. Voy dos veces a la semana al gimnasio, juego al tenis, al paddle, corro 6 u 8 kilómetros a la hora que sea, en verano nado… Me gusta el movimiento.
Fuente: La Nación