«Es un amor recíproco que creció con el tiempo», explica ella. Natasha es una expresión que marca un sentido de pertenencia y también alude aun nombre muy común en su cultura.
El rostro de Oreiro apareció en sus pantallas por primera vez con la novela Ricos y famosos, pero nada se compara con lo que generó Milagros Esposito, «la Cholito», ese entrañable papel de Muñeca brava que marcó a fuego a sus seguidores de Europa del Este. El personaje fue parte de su infancia y, al mismo tiempo, les hizo ver que era posible encontrar en una figura femenina de ficción esa mezcla de vulnerabilidad y fortaleza. Milagros iba de frente, pero también cargaba con el peso de la pérdida. Milagros podía ser una amiga más de tu grupo. Milagros era una mujer natural. Como Natalia.
Si bien eso no termina de explicar el profundo lazo que une a Oreiro con Rusia, sí es lo primero que se desprende de Nasha Natasha, el documental producido por Axel Kuschevatzky con dirección de Martín Sastre-con quien la actriz había colaborado hace una década en el largometraje de Miss Tacuarembó– que se filmó (en parte) en 2014, cuando el cineasta registró la ambiciosa gira que emprendió ese año la artista a lo largo y a lo ancho de Rusia, durante 40 días, en avión, colectivo y en el famoso Transiberiano.
Nasha Natasha, que llega a Netflix el jueves 6 de agosto, no solo abarca ese importante período en la vida de Oreiro (a quien vemos cómo se prepara cuidadosamente para cada show, desde el setlist hasta el vestuario; rodeada de sus fans aceptando sus regalos en plena euforia, y triste en su habitación de hotel extrañando a su marido Ricardo Mollo, y a su hijo Atahualpa), sino que también nos transporta a la infancia de la cantante uruguaya. Con textos de Eduardo Galeano y una narrativa cíclica, el documental cuenta, entre otros, con testimonios de los padres y la hermana de Natalia, quienes nos terminan de configurar esa imagen definitiva de la artista: la de una niña que se divertía jugando en la casa de su abuelo, la de una niña que estudiaba corte y confección, la de una niña que quería «ser alguien importante».
En el trabajo de Sastre se ahonda en el valor de la vuelta a los orígenes, en cómo episodios de la infancia se conectan con un presente donde la creatividad se resignifica. «La realidad está más en el sueño que en la vida», dice Mollo en el documental, describiendo a su pareja como una mujer que se compromete con cada proyecto con la imaginación desplegada en todas sus formas. Con el vuelo de quien se atreve a soñar bien alto.
Con cálidez y esa verborragia que responde a la pasión por aquello de lo que habla, Oreiro dialogó vía Zoom con LA NACION sobre el inminente estreno de una producción que está anclada en esa relación tan significativa con Rusia, pero que también, con mucha candidez en su relato, pone al descubierto su transparencia. Es precisamente esa cualidad la que hizo que, décadas después de Muñeca brava y sus múltiples retransmisiones, Natalia pueda seguir visitando diferentes ciudades del país y comprobar que, en una suerte de fenómeno inaudito, el amor que sienten sus fans por ella no ha pasado de moda.
-¿Cómo fue el proceso de desarrollo del documental con Martín Sastre?
–Si no tuviéramos un vínculo de amistad con Martín, esto hubiera sido algo improbable, porque nunca jamás me hubiera surgido a mí la idea de hacer un documental. De hecho, es una pregunta muy recurrente hasta el día de hoy que le hago a Martín: «¿Por qué?». Con él nos conocimos en el 2001, el día de mi cumpleaños. Él formaba parte de un grupo de artistas uruguayos que se llamaba Movimiento Sexy y junto a Dani Umpi hicieron una instalación muy particular que tenía que ver conmigo. Me llegó una invitación de parte de ellos, y yo fui, algo que no se esperaban. Martín creo que sí se lo esperaba un poco más, porque ahí me da un guion. Me parecieron dos locos totales, volví a mi casa, festejé mi cumpleaños, y a los tres años en una librería veo en la vidriera el libro de Miss Tacuarembó de Dani. Me lo compro, lo leo, y como lo leo hablo con él y Martín, que es una persona que apuesta al «todo es posible». Sus ideas se convierten en realidad, en algo tangible.
-Así se gestó Miss Tacuarembó…
-Sí, nos llevó como siete años, pero hicimos esa película, y en esos años nos hicimos muy amigos, compartimos muchos viajes, proyectos, festivales, la vida nos iba uniendo. Con Rusia también tengo un vínculo muy emocional, a mí me cuesta explicarlo porque tiene que ver con mis sentimientos, y cada vez que tengo la posibilidad de viajar al menos una vez al año, lo hago con alguien de mi familia, con mis amigos, mi pareja, mi hijo, y un día lo invité a Martín, que es nieto de rusos. Cuando surge la posibilidad del viaje en 2014, su abuela era muy grande y le dijo que iba a ser el primero de la familia en conocer Rusia. Le conté a Martín del viaje porque esa era la primera vez que iba a atravesar todo el país.
-¿Cómo fue la logística de esa gira?
-Fue una experiencia muy diferente a las anteriores, muy importante. Yo hice todo el recorrido que hace el Transiberiano, estuve en todas las ciudades. En rigor de la verdad, hubo trayectos que hice en avión, porque un día tocaba en una ciudad, y al siguiente en otra, entonces hacer el camino en tren era imposible porque no llegaba. Yo además tengo una fascinación con los trenes desde chiquita, todo lo que es ferroviario me gusta mucho, entonces le dije a Martín «mirá, me gustaría que me acompañes en este viaje», un viaje de amigos. Allí surgió la idea de tener un registro de esa gira, pero para tenerlo nada más, un documento fílmico de eso tan importante. Cuando él viaja con otro chico con quien hizo cámara y sonido, y yo que estaba con toda la banda, se encuentra con el país, con la cultura y con el vínculo que yo tenía, y fue articulando lo que conocía de mi historia personal, y a todo lo encontraba un porqué.
-¿Te cuesta explicar tu vínculo con Rusia?
-Sí, me cuesta porque no es algo tangible. Sí lo es cuando abrazo a la gente y siento esa conexión, pero es difícil explicarle a alguien eso que nunca vio, eso que sucede. Martín logró capturar una esencia que sucede ahí de algo como muy real. Si bien yo era consciente por mi profesión de actriz que tenía una cámara que me estaba siguiendo, estábamos muy cansados, fue maratónico, tocábamos, nos subíamos a un avión, llegábamos a Siberia y nos encontrábamos con 30 grados bajo cero. Por eso también una parte del documental muestra cómo yo tenía a Atahualpa muy chico, de dos años, todavía estaba tomando la teta. Él estuvo en el comienzo de la gira y en el final, porque en toda la parte de Siberia, más profunda y fría, no lo podía llevar. Eso para mí era muy difícil, porque el tema de la lactancia es muy fuerte, igual tiene un súper papá que me acompañó, me apoyó e hizo que eso fuera posible. Cuando regresamos de la gira, Martín me propone hacer un documental para que lo vea la gente y ahí yo dudé.
-¿Por qué las dudas?
-Porque yo nunca mostré cosas de mi historia personal que el documental también tiene, sumado a lo profesional.
-Sí, hablan tus padres de cómo fue tu niñez, y eso a su vez está ligado a lo que generás en la gente en Rusia que te sigue desde que eran chicos; ¿hubo una intención de mostrar eso también?
-No, eso fue surgiendo. Cuando me preguntaban sobre por qué el fenómeno en Rusia decía que no sabía, o me iba a los extremos pensando que quizá en otra vida fui rusa. Además fisícamente tengo un parecido, la primera vez que fui a Rusia en el 2001 me vi muy parecida a las mujeres de allí, incluso mi nombre es muy común allá. Con Muñeca brava sucedió algo social, en un momento en donde los chicos se quedaban al cuidado de sus abuelos porque los padres tenían que salir a trabajar, y ahí había una mezcla muy particular de gente muy chica y gente muy grande. Para los niños y las niñas, Milagros era un personaje muy rupturista, empoderado, que salía a dar batalla. El ruso está acostumbrado a eso, a dar pelea, son resilientes. Las heroínas de teleteatro, hasta ese momento, eran más frágiles o bien femeninas, como que no contestaban. El personaje que hice yo sí, y se identificaron con eso, porque no lo habían visto, pero después esas personas fueron creciendo, fueron teniendo hijos.
-Claro, lo más interesante es que el vínculo perduró en el tiempo
-Por eso hablo de que es un vínculo sentimental, porque yo nunca dejé de viajar, nunca dejé de hacer cosas allá, de vincularme con ellos, viajé a muchas ciudades muchas veces, a lugares donde no había espacio para tocar y tocábamos en circos. En esa gira que se muestra en el documental, a mí me estafó el productor, no me pagó. En la mitad de la gira, mi manager me preguntó qué ibamos a hacer, y yo le dije que había que seguir, me hice cargo del staff pero nunca pude cobrar eso, lo di por perdido. Pero yo no podía trasladar al público la estafa de la que fui víctima, porque había gente que viajaba de ciudades muy chicas con flores, dibujos.
-El regalo allí simboliza una conexión muy fuerte con la otra persona, ¿cómo se siente eso?
-Sí, ellos sienten que te dan un pedazo de ellos, y que ahora te queda a vos. Es muy emocionante.En la gira me regalaban cosas que tenían la cara de mi hijo, y yo tenía la dicotomía de qué hacer con eso, hasta que dije: ‘Bueno, es amor, y el amor si es mucho no puede ser malo’Natalia Oreiro
-¿Dónde guardás los regalos?
-Tengo un cuarto ruso en mi casa, y en distintos lugares hay mamushkas, balalaikas, colchas, manteles, cosas artesanales, guardo todo con mucho amor. Mi casa es muy folk en ese sentido. Ellos además tienen una tradición de dibujo, pintan muy bien, y me han regalado cuadros. Lo que vos viste era de esa gira, pero cada vez que viajo vuelvo con tres valijas más de las que llevo (risas). Cuando Ata viajaba, intentaba ser muy cuidadosa con lo que le daba, y que lo que le daba tuviera cierto valor y lo disfrutara, pero cuando llegó allá miraba cómo diciendo «¿esto qué es?», porque además había cosas que me regalaban que tenían su cara y yo tenía la dicotomía de qué hacer con eso, hasta que dije: «Bueno, es amor, y el amor si es mucho no puede ser malo».
-Lo aceptaste…
-Es que es muy genuino todo. Lo que sucede hasta el día de hoy sucede porque es sincero. Por eso cuando me preguntan cómo son los rusos, siempre digo que son muy cálidos, porque se tiene un prejuicio por el clima, pero son muy cariñosos. Eso de amor recíproco fue creciendo con el tiempo, porque dejé de ser «la de Muñeca brava» y pasé a ser Natalia.
-¿Fue decisión tuya la inclusión de textos de Eduardo Galeano?
-Lo de Galeano sí, tiene mucho que ver conmigo, siempre me reconocí en su literatura, siempre me apropié de partes de él para graficar alguna imagen. Al mismo tiempo, todavía me cuesta ver algo que tenga que ver conmigo; de hecho, no puedo creer que el documental se va a estrenar, con cosas tan personales, se ve a mi familia, a mi hijo, mi casamiento, y pensé que esos momentos podían ser intervenidos con textos de Galeano. Hablé con su mujer por los derechos y fue muy generosa.
-En el documental mostrás los momentos en los que te bajás del escenario y estás en el hotel sin tu hijo y tu pareja, ¿dudaste de que se registre algo tan íntimo?
-Martín fue tomando esos momentos genuinos, pero lo que documentaba no pensaba estrenarlo, era algo para cuando yo fuera grande, para que mis nietos vieran lo que pasaba en Rusia. Nunca tuve la conciencia certera de que se iba a estrenar, era imposible pensarlo, y si lo hubiese pensado, creo que no lo hubiera hecho. Nunca sentí que podía interesar, o que podía exponerme desde ese lugar. Hay una parte donde muestro el nacimiento de mi hijo. A mí me cuesta verlo, pero dije «bueno, soltar». Pero esos momentos que mencionás sí, fueron difíciles, le pasa a mucha gente que tiene esa vocación. En el escenario recibís toda ese energía, pero cuando llegás a la habitación pensás «estoy re sola». Ata viaja siempre conmigo, le encanta, pero en ese momento era impensado. No podía. Me angustiaba mucho el no poder verlo, y Ricardo manejó muy bien eso.
-¿En qué estado se encuentra el trámite de la ciudadanía rusa con el tema de la pandemia?
-Eso surgió en el último viaje. Existe el trámite, pero para mí es simbólico porque yo no me voy a ir a a vivir a Rusia, es más que evidente, tengo a mi familia acá y a mi trabajo, pero es importante por el sentido de pertenecer, sería algo bello. Ellos le dan mucha importancia a los símbolos.
-¿Cómo fue filmar la secuencia de tu regreso a la casa de tu abuela en Uruguay? ¿Sentís que seguís siendo esa niña todavía?
-Hay dos momentos en el documental que no puedo controlar, y uno es ese. Eso es un cerro de Montevideo, y es la casa de mi abuela Hilda. En un momento vivimos ahí con mis padres y mi hermana. Recuerdo toda mi niñez, el ir y escaparme a jugar, me metía en basurales y encontraba cosas. Ese galpón que se muestra en el documental era el lugar donde me disfrazaba y jugaba por horas. Cuando subí, me trasladé a ese momento y no pude contener el llanto en el documental. Yo me siento eso. Yo sigo siendo esa niña. En ese galpón empezó todo. Soy esa nena. De alguna manera todo se vincula. Volver a ese lugar me dio nostalgia, pero también la certeza de que yo soy eso y no quiero ser otra cosa. Ya quería ser actriz. Bueno, ya era actriz (risas).
-¿Te pone nerviosa que el documental se estrene en Netflix con el alcance que tiene?
-Es raro. Yo el último corte no lo quise ver, y lo vio Ricardo. Había visto una versión que se estrenó en el Festival de Cine de Moscú, pero que cambió mucho. No lo puedo ver porque no puedo ser objetiva y todo lo voy a cuestionar. Lo vio Ricardo solo, yo estaba de viaje, y me dijo que le encantó, que se emocionó. Hay mucho de él ahí también, cosas que nunca mostramos, porque él es más reservado que yo. Pero no quise ver el documental terminado porque no quería pedirle a Martín que cambie cosas.
-¿Pero lo vas a ver eventualmente?
-Supongo que sí, ¡no sé! Cuando hablamos con Netflix no se sabía si iba a ser un estreno mundial. Cuando me enteré pregunté si eso era algo bueno… ¿Qué iba a hacer? ¡Ya está! (risas).
Cuándo y dónde verlo. Nasha Natasha se estrena en Netflix el jueves 6 de agosto.
Fuente: Milagros Amondaray, La Nación