Hace diez años moría Sandro, uno de los máximos ídolos de la canción popular argentina y latinoamericana, pionero del rock and roll en castellano en sus primeros años y, una vez consolidado como artista, pilar fundamental de la balada romántica en la región.
El 4 de enero de 2010, a los 64 años, el artista no logró superar una infección que contrajo en una internacion, tras haber sido sometido semanas antes a un doble trasplante de corazón y pulmón, en la provincia de Mendoza, última alternativa a los años de padecimiento por un enfisema pulmonar.
Con éxitos como “Rosa Rosa”, “Dame el fuego de tu amor”, “Tengo”, “Quiero llenarme de tí”, “Porque yo te amo”, “Penumbras”, “Trigal” y “Una muchacha y una guitarra”, entre tantas otras, Roberto Sánchez, tal su nombre real, sobresalió como autor entre los artistas de su género y como intérprete, con su perfecta mezcla de sensualidad y sencillez, alimentada con su imagen de “muchacho de barrio”.
En el plano musical, supo asociarse con letristas como Oscar Anderle y arregladores como Jorge López Ruiz y Oscar Cardozo Ocampo, entre otros, quienes le dieron un toque distintivo a sus baladas románticas.
La noche del 16 de mayo de 2004 Roberto Sánchez pisa las tablas del escenario del teatro Gran Rex sin saber que esa será la última vez que enfrente a su público. Es el último show de Sandro de América. Para siempre, jamás.
– ¿Dónde estoy?
– ¿No lo sabés?
– No sé si quiero saberlo. Pero decime… ¿por qué? ¿Por qué justo ahora?
– Nunca hay un “por qué”. Era tu momento. Sólo eso te puedo decir.
– No, esperá. Necesito volver… Barba dame un bonus, regalame un ratito más ¡por favor!
– Sabés bien que no suelo hacer eso. Pero por ser vos… A lo mejor si me cantás una canción…
Esta es la historia de un hombre que podía hablar con Dios.
Y que logró absolutamente todo lo que se propuso en la vida. Que para conseguirlo utilizó herramientas formidables: talento a raudales, orgullo y simpatía, una enorme fuerza de voluntad, mares de disciplina y sí, es verdad… una pizca de Gracia Divina.
Textual de Sandro: “Dios casi me mata de intoxicación porque me regaló demasiadas cosas y me dio esta posibilidad maravillosa de poder trasmitir algo. Pero no es algo mío. Él me dio estos dones y trato de usarlos bien, para no defraudar a JC, el Barba (JC es por Jesucristo). Dios me dijo: ‘A ver el negrito ese’. ‘¿Cuál?’ – pregunté mientras marcaba uno de adelante. ‘Vos, el que está en la cuarta fila’. ‘¿A mí?’. ‘Sí, vas a ser vos’. ‘Pero, yo ¿por qué?’. ‘Porque yo quiero’, me respondió. ¿Y se lo voy a discutir?”.
Roberto Sánchez nació en la maternidad Sardá, el 19 de agosto de 1945. Hay quienes juran y rejuran que al nacer el bebé no lloró ni se quejó. No lanzó un chillido. El bebé cantó. Y no iba a parar de hacerlo hasta el suspiro final: “Yo no nací. A mí me trajo una bandada de gorriones y me depositaron en el vientre de mi madre”.
Explicar el fenómeno Sandro es una tarea cuasi utópica. Ni siquiera quienes lo conocimos en vida podríamos acercarnos verdaderamente a ese mundo inconmensurable hecho de canciones irresistibles, eróticos movimientos pelvianos, ideas brillantes, gustos bizarros, y sueños titánicos.
Un retrato de Sandro, uno de los artistas más populares argentinos de todos los tiempos. Foto: Archivo Sandro
Año 1986: -Sandro, ¿cuál es el secreto de tu éxito?
Él me mira a los ojos y dispara: -Pensaste, perdiste.
-¿Cómo?
– Es claro. Si se te ocurre una idea, andá y hacela ya mismo. No le des vueltas, no reflexiones. Sólo andá y hacela. De eso se trata.
Año 2001: – Sandro, ¿cuál es el secreto de tu permanencia?
– Debe ser la mano de Dios. Cuando estuve tan enfermo pasé dos años metido en mi casa sin cantar. ¡¡¡Dos años!!! Sin grabar y sin hacer ninguna actuación especial. Y cuando volví me encontré con esta maravilla. La fidelidad del público es el premio más importante que he recibido. Vender un millón de discos es interesante, pero el cariño de la gente no lo podés poner en una vitrina.
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Cada uno de nosotros conoció a Sandro en distintos momentos de su carrera. Sin embargo, estos dos periodistas coincidimos en un punto crucial: un fenómeno como el suyo será a todas luces irrepetible.
Sandro no murió ni va a morir. Porque Roberto hizo todo lo que había que hacer, y más, para corporizarse en leyenda.
En estos diez años que han pasado desde su partida, él fue guía imprescindible para que se encontraran muchos de sus valiosos tesoros. De alguna forma, y desde donde esté, se las ingenió para recibirnos en su enigmática mansión inexpugnable. Y lo hizo a través de su familia. Entrar a la casa de Banfield es entrar a un mundo fantástico. Allí está magistralmente expuesta su vida y su obra. Desde el ensayo de su primera firma artística, garabateada cien veces en la hoja de un viejo cuaderno, los planos para reformar su mansión o los croquis de su castillo medieval en Boedo. Olga, su viuda, nos abrió las puertas de su intimidad más profunda. Así aparecieron gemas insospechadas: las latas originales con la única copia de la película Tú me enloqueces, un filme que se creía perdido. O las carpetas con sus proyectos inconclusos, a saber: un disco de rock and roll, un video con la historia de La Cueva (el notable sótano donde nació el rock argentino y que el propio Sandro regenteó en sus comienzos) o un megashow gratuito en la avenida 9 de Julio. Además, sus cuadernos de Sandro y Los de Fuego con temas inéditos, y diseños de ropa para la banda. Incluso ese Santo Grial para los fans que son las grabaciones de su apoteótica actuación en el Madison Square Garden de Nueva York, en abril de 1970.
Banfield es un verdadero mundo de sensaciones.
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Humilde es un calificativo que le queda grande a esa pieza de Valentín Alsina donde vive la familia Sánchez. Habitación de paredes descascaradas en una casa de inquilinato. Baño y cocina comunitarios. Tuyutí 3016. Y ése es el ámbito donde un chico de diez años empieza a forjar sus sueños.
Textual de Sandro: “Nosotros vivíamos en una pieza y compartíamos con los vecinos del yotivenco la cocina, la pileta del patio y el baño. Claro que éramos pobres. Pero mi viejo fue tan sabio que me hizo mi propia habitación dentro de la zapie. Era un espacio de un metro y medio por un metro y medio que me enseñó lo que es tenerlo todo en la nada”.
El termómetro para medir la popularidad de un ídolo es simple: ese artista de verdad es famoso cuando sus fans le roban… ¡los dos perros pekineses de su madre!
Sin dudas, Sandro fue un sex symbol. Foto: Archivo Sandro
-¿Te robaron los perros?
– Y sí. Salía de mi casa y siempre me faltaba algo. Me arrancaban las plantas y hasta se llevaron un enano de jardín. Eso sí, cada tanto te daban algo. Una vez una piba dejó una trenza larga de cabello rubio y se fue.
Okey, después hablemos de Mick Jagger. Porque Sandro era el dueño de los mejores labios-riñón del mundo. El mismo describía ese rasgo físico que le dio tanta fama: “De chico me decían trabuco, me cargaban por la boca”.
¿Era gitano Sandro? Este es un ítem que muchas veces se puso en duda. Sus detractores aseguraban que se trataba de una mera cuestión de marketing. Pero no. Sus padres querían bautizarlo como Sandro, derivado de Sandor, un nombre originario de la raza gitana a la cual pertenecía su abuelo paterno, el húngaro José Papadópolus. Con el tiempo ese apellido devino a Revaduglias y al llegar a la Argentina se convirtió en Sánchez. El Registro Civil no respetó el nombre elegido, ya que lo que consideró “extranjerizante”. Entonces le pusieron Roberto, como Roberto Escalada, el galán de moda en esa época. Su árbol genealógico revela que proviene de una mezcla de húngaros, griegos, españoles, vasco-franceses y criollos. Sandro hablaba romaní y tenía relación con la comunidad zíngara. Tanto que participó del casamiento de la hija de un rey gitano en Buenos Aires.
Nadie podría discutir que Sandro era un creador compulsivo.
Todas sus ideas las volcaba en papeles antes de llevarlas a la práctica. Pero además era obsesivo. El Fort Knox de su herencia cultural se encuentra diseminado por toda la casa. Está en su enorme escritorio de Banfield, perfectamente organizado y rotulado. En su biblioteca, generosa en incunables y obras de arte, donde también funcionaba el estudio de grabación privado. En su discoteca con los vinilos predilectos: desde la colección completa de Elvis Presley y Los Beatles, pasando por James Brown, Bob Dylan, Led Zeppelin, Los Ventures, Janis Joplin, The Animals y Johnny Burnette. Sus archivos ocupan buena parte de los altillos (más de dos mil carpetas que contienen los arreglos musicales para cada uno de los temas que compuso o interpretó). Y entre sus ropas y trajes, destacan el tapado de piel que usó para triunfar en Nueva York, sus míticas batas rojas, la primera valija, un surtido de smokings y hasta los bigotes que usaba para salir a la calle en un vano intento por no ser reconocido.
Pero el colmo del refinamiento creativo posiblemente sean los bocetos de la primera limusina que alguien creó en este país, hecha sobre la base de un portentoso Rambler Ambassador President 1970. Entrar al lujo fastuoso de este vehículo invalorable es como sentarse en el Betsabé de El Avispón Verde. La historia del “Sandromóvil” cuenta que anteriormente ese coche había pertenecido a un dueño cuyo nombre era (créase o no) Roberto Sánchez. Por eso decidió que no se lo podía perder. El Rambler no estaba en buen estado, pero Roberto dibujó las modificaciones y diseñó cada uno de los increíbles detalles: teléfono móvil, asientos tapizados en cuero blanco capitoné, alfombra roja hasta en el baúl, una señorial whiskera con todo y juego de vasos, cabina blindada y equipo de audio con parlantes en el interior del techo.
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El “Che Sandro”. Un look decididamente combativo para un artista que libró miles de batallas exitosas. Foto: Archivo Sandro
Volvemos ahora a los inicios de su carrera: con telas de colchones llegó a fabricar sus pantalones cuando vivía en el conventillo. No conforme con eso también pergeñó cómo se ubicarían los músicos en el escenario y animándose a más le sacó a sus soldaditos de plomo las armas y los dotó de instrumentos para usar de modelo en las maquetas que montaba sobre un cartón. Rutina que conservó hasta su último espectáculo. Sandro dibujaba en lápiz los vestuarios que su mente febril imaginaba, y luego se los daba a su mamá para que se ocupara de coserlos. El primer uniforme de Los de Fuego era el siguiente: suéter bordó escote en v, pantalón gris, camisa blanca, corbata negra, campera con bandita amarilla, la F bordada en lamé dorado, medias blancas y abotinados negros. Y así viajaban esos nerds en colectivo, medio disfrazados y cargando sus instrumentos. Esta costumbre de diseñador y modisto jamás la iba a perder. A la vanguardia del boom rocker, mutó a su debido tiempo hacia un estilo más romántico, digno del baladista que supo construir: elegante, casual, pop o provocativamente kitsch. Roberto exhibía un gusto dispar y llegó a tener 108 frascos de perfume en la antesala de su baño. Sandro, en cambio, solo usaba el Z14 de Halston. En fin, un showman de pies a cabeza.
¿Cuándo nace el rótulo de “Sandro de América”? Para diciembre de1965, ya separado de Los de Fuego y con Oscar Anderle como mánager personal, el muchacho de Valentín Alsina saca su primer pasaporte. Hasta entonces todas habían sido salidas de cabotaje. El 24 de octubre de 1967 Sandro gana por un voto el Primer Festival Buenos Aires de la Canción con Quiero llenarme de ti e inmediatamente es invitado al Festival Internacional de Viña del Mar. Allí debuta el 2 de febrero de 1968 y se desata la locura continental. En apenas dos años conquista América de sur a norte. Cinco pasaportes colapsados en menos de veinte años dan cuenta del vértigo de aquellas giras. Sandro se baja de un avión, deja la valija con ropa sucia, carga una con ropa limpia, se sube a otro avión y se va a otro punto distinto y distante de América. Sólo hay que escuchar la presentación que Cacho Fontana hace del artista en el más épico de sus hitos para entender la magnitud sin fronteras del fenómeno: “… Desde el Felt Forum del Madison Square Garden, en la ciudad de Nueva York, asistiremos al primer recital que vía satélite brinda un cantante en el mundo. Y corresponde a América el punto de partida en este tipo de espectáculos, y lo hará brindando la música y las canciones de una de las personalidades más importantes y avasallantes de este tiempo… Aquí está… el ídolo de América: Sandrooooo”.
La consagración definitiva le iba a llegar en esas dos noches, el 11 y 12 de abril de 1970. Sandro ya no es más de Argentina.
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¿Conocen ustedes la “medida de tiempo Sandro”? ¿No? Es muy sencilla de entender aunque difícil de aplicar. La misma consiste en que un día no dura 24 horas, sino lo que su protagonista decida. De alguna manera y sin saberlo le hace honor a la teoría de la relatividad de Einstein y se sumerge en una vida de continuum espacio-tiempo donde los relojes se derriten, como en esos cuadros de Dalí. Así la hora, el día, o la semana, terminan cuando las tareas propuestas se dan por realizadas. Una vez que la fiebre americana comienza a relajar, Sandro se da cuenta de que dispone de grandes cantidades de tiempo. Y se pone en marcha, a finales de los años ochenta, como una Máquina de Hacer. En un lapso de diez años el cantante desarrolla hábitos y hobbies decididamente eclécticos. Son borbotones de ideas saliendo a la luz. Se transforma en artista plástico, exquisito chef de exóticas recetas, genial arquitecto de estilo rococó cuasi barcelonés (cuando puedan visiten su castillo en Pavón 3939, Boedo, hoy convertido en Centro de Artes y con un bar temático), y –por favor tomen nota de esto- hasta se hace tiempo para desarrollar ¡dos alter ego musicales!
Si Roberto no tenía shows inminentes retomaba sus estudios de música, que incluían arreglos, composición, contrapunto, armonía y orquestación. Así comenzó a dedicarle horas al ficticio “Juan Sebastián Sánchez”, intérprete de una música más intimista. Esas obras, igual que los instrumentales que compuso en las noches de vigilia mientras cuidaba a su mamá, las grabó bajo el seudónimo de Robert Della Nina. Cuando su madre, Irma Nidia Ocampo murió, el 26 de agosto de 1992, él se encerró en su biblioteca para trabajar el homenaje. Seleccionó diez temas de ese repertorio ignoto, hizo los arreglos, el dibujo de portada y la dirección general de Penumbras, título de un disco que no editó masivamente, pero sí para su entorno más entrañable. Un alter ego que nació para suavizar dolores y expresar el sentir del costado oculto del ídolo.
Gitano a la parrilla. Experto asador Roberto era nieto de un gaucho que había conocido a Juan Moreyra. Foto: Archivo Sandro
En la etiqueta de la grabación se puede leer: “Penumbras. Casete artesanal, copia única y privada. Lado A: Así/ Porque yo te amo/ Como lo hice yo/ París ante ti/ Te quiero tanto, amada mía. Lado B: Penumbras/ Te propongo/ Trigal/ Me amas y me dejas/ Tu espalda y tu cabello. Arreglos/Teclados/ Grabación/Mezcla/Dibujo de Portada/ Producción/ Dirección General: Robert Della Nina. Bs. As (1991/92). Rep. Argentina”. La tapa muestra una luna envuelta en sombras ominosas.
¿Se entiende por qué Sandro es único?
Vamos a detenernos ahora en sus dotes gastronómicas.
Textual de Sandro: “Me encanta cocinar comida china, francesa y japonesa. Además, soy de los que cocino y voy limpiando mientras canto algunos tangos. Aprendí de prepo y por amor a una mujer que se fue. Una noche me inventé “el pollo de los hombres solteros” y desde ahí no paré”.
Definamos “no paré”: cuatro libros con recetas de su autoría, encuadernados en viejas agendas de cuero negro, y bautizados como “Colección de mis libros de cocina. Edición limitada”.
Diciembre de 2019. En un bar de San Telmo, planteándonos esta nota:
-¿Te conté cuando Sandro me invitó a su castillo?
– Creo que no.
– A fines de mil novecientos noventa recibo una llamada. Sandro quería invitarme a visitar el castillo medieval que estaba construyendo en Boedo.
– Sí, donde iba a conocer a Olga Garaventa que en ese momento era su empleada. Me habló de ella cuando se enamoró, justo en la puerta de ese castillo. Me confesó que le escribió un poema y se lo recitó a través del celular mientras iba por la autopista hacia un show en Rosario. Tres años después se casaron.
– Exacto. Llego y Sandro en persona me lleva a recorrer cada uno de sus rincones. Todo parecía salido del cuento del Rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda.
– El me contó que armaría el estudio de grabación más grande de Sudamérica.
– Así es, y acá viene el primer dato. Manda a llamar a unos ingenieros de sonido de Estados Unidos, los mismos que habían construido los estudios de la RCA allá. Y piensa inaugurar su estudio invitando a grabar nada menos que a Tina Turner, que en ese momento era furor.
– Si. Pero después entiende, por esos vaivenes del dólar, que es más económico grabar en Miami. Y el castillo finalmente queda como oficina para él y su manager, Aldo Aresi.
– En esa visita Sandro me presta un libro de caligrafías medievales y me pide que elija un par de tipos de letras para el nombre de su editorial musical, que se iba a llamar Excálibur.
– Porque tenía debilidad por la cultura del medioevo, pero también lo apasionaban las religiones comparadas, la literatura antigua, el canto gregoriano, la ciencia ficción y la historia universal.
– Me asombró descubrir esas Biblias abiertas en su casa de Banfield…
– Era muy creyente. En la antesala de la biblioteca tiene un Santus, con un pesebre que le trajo un amigo de Jerusalén y una imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa, es el altar donde rezaba cada noche para agradecer “un día más”. Fijate que hasta el “locutorio” -el jardín de invierno donde recibía a sus “nenas”- está protegido por una imagen de Jesús. Era un hombre de fe y muy solidario.
– Me contó Javier Martínez, el baterista de Manal, que Sandro llegaba a La Cueva a eso de las tres de la mañana, con los bolsillos como melones llenos del dinero que cobraba por sus shows. Y que después de tocar un rato invitaba a todos a comer. Y a Moris le dio una guitarra para grabar su primer álbum, Treinta minutos de vida. Cuando Moris le recordó que aún tenía su guitarra, muchos años después, en un asado, Sandro le dijo que se la quedara, que se la había regalado.
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Hijo único del matrimonio Sánchez, Robertito era un niño precoz. A los nueve años, asistió a su primer baile de Carnaval en el Club Sportivo Alsina y subyugó a los presentes bailando con frenesí Hasta luego, Cocodrilo, de Bill Haley y sus Cometas. A los diez, su papá le dio las llaves de casa y él empezó a ayudarlo en el reparto de vinos con su triciclo pintado con llamaradas. Comenzó a frecuentar el Bar Pancho, a fumar, y a tocar la guitarra. Le decían “El Loco” por su forma de vestir. El pibe soñaba fuerte. Y Sandro ya estaba pidiendo pista.
El 9 de julio de 1958, debutó en el salón La Polonesa, de Valentín Alsina. En esa fiesta por el Día de la Independencia y por esas cosas del destino le tocó imitar a su ídolo Elvis Presley. Se pintó las patillas con corcho, le puso gomina al jopo y se calzó un estridente suéter de la mamá de un compañero. Roberto arremetió con el play back de Hotel de corazones destrozados. Pero el disco de pasta que estaba sonando se rompió y él, empujado por su intuición, cantó a capela para salvar el momento. Podríamos decir que ahí realmente nace el artista. Luego vendrían Los de Fuego, aquellas tardes en los Sábados Circulares de Pipo Mancera, su descomunal despegue como solista melódico y, claro, como ya dijimos, la conquista del continente.
En los primeros diez años de carrera Sandro hizo todo. Y todo es TODO. Estaba tan arriba que hasta se dio el lujo de desechar Europa como posible nuevo mercado. Si bien cantó en Francia y en España, no quiso avanzar en esa aventura que para él era como empezar de nuevo. Encima eso presuponía vivir definitivamente en aviones, cruzando el Atlántico mil veces.
Es una noche de frío intenso y el humo del cigarrillo se confunde con las pequeñas volutas de aliento que brotan de su boca semiabierta. El muchacho sólo tiene treinta y un años de edad pero hoy luce como un hombre abatido. Sentado en el umbral de la entrada principal, en su lujosa mansión victoriana, frente a la imponente piscina olímpica exhala un profundo suspiro, eleva sus ojos al cielo y se escucha a sí mismo preguntando: “¿entonces esto era todo?”. De golpe recuerda que detrás de él, en un amplio garaje, lo aguardan silenciosos sus siete autos importados. Y piensa. Piensa en su infancia pobre, en los sacrificios de un padre abnegado que murió sin verlo triunfar, en las duras circunstancias de una economía escasa, pero donde la felicidad siempre se sentaba a la mesa. Se siente vacío y sin sueños, parado como un ciego al borde del abismo.
Mamá corazón. Una de las pocas fotos de Sandro con Nina. Brindis de Navidad en el comedor de la mansión de Banfield. Foto: Archivo Sandro
Textual de Sandro: “Yo ya tuve todo lo que un hombre puede desear: casas, autos, fama y dinero. A mí, ¿qué me van a vender? ¿Otro disco de oro? Tengo un montón. Lo peor que le puede pasar a un tipo es quedarse sin sueños. Y a mí me pasó… Dos casas, ¿para qué? Dos camas, ¿para qué?, ¿si yo duermo en una? Estuve un año y medio, casi dos, sin cantar y empecé a reflexionar. ¿Y ahora qué?”.
Cinco años después Sandro transita la que sería su etapa más oscura, y por ello más criticada. Se deja crecer el pelo, engorda varios kilos y comienzan a espaciarse sus apariciones públicas.
El último hombre es el título apocalíptico que elige para una ópera-rock que desafortunadamente nunca va a poder estrenar. En 1981 anuncia éste, el más caro y presuntuoso de sus proyectos. Basada en un cuento del libro Crónicas marcianas de Ray Bradbury, es la historia del único sobreviviente de una catástrofe atómica y su encuentro cercano con extraterrestres. El guion de El último hombre se encontró en julio de 2019 en un recoveco del altillo. Otro “hallazgo milagroso” ya que la casa tiene falsas puertas, placares secretos, bodegas, sótanos, buhardillas y hasta… ¡un refugio antibombas!
Es en esa época cuando Sandro internamente libra una dura batalla personal, aunque él dirá que sigue siendo el mismo.
Extractos de un reportaje de 1986 en la ya desaparecida revista Radiolandia: -Vos vas a terminar convertido en la versión masculina de Greta Garbo si continuás así. Aparecés para hacer un show de una semana en un teatro y después durante dos años no te ve nadie.
– Yo no soy como Greta Garbo. Lo que pasa es que tengo un mercado tan grande que no puedo dejar de atenderlo. Por ahí me voy tres meses a Miami, o a Las Vegas o a Puerto Rico. Qué sé yo, ¡tengo tantos quiosquitos!
– ¿Y qué te pasó con el cine?, ¿te cansaste de filmar?
– Tuve una especie de gran desengaño. Mi película (N. Del r: habla de su filme Tú me enloqueces, junto a Susana Giménez), tuvo muchos problemas. Yo escribí el libro, la produje, la dirigí, la protagonicé e hice la banda de sonido, y no pude recuperar ni los costos. Resulta que fue un terrible gasto de producción y nadie la entendió. Pero lo curioso del asunto es que un par de años después estoy en Nueva York y veo por la tele un video clip de Billy Joel que era una copia exacta de varias escenas de mi película. Hasta las mismas tomas de cámara. Una modelo idéntica, los mismos autos, todo la misma historieta. ¡Me la habían afanado de arriba abajo! Quiero decir que si un tipo como Billy Joel te afana las ideas, después de todo no eran tan malas.
“Tú me enloqueces”. Afiche promocional de la película homónima, junto a Susana Giménez. El filme estuvo perdido durante años y se encontró en un placard secreto de su biblioteca. En 2020 será reestrenada en 4 K. Foto: Archivo Sandro
La denuncia por plagio desemboca en una demanda judicial de la que finalmente desiste, porque para llevarla a cabo debía radicarse temporalmente en los Estados Unidos. Pero la crisis existencial sigue resonando adentro suyo. Es una etapa donde Roberto Sánchez quiere otras cosas para Sandro, y comienza a perfilar al nuevo artista, uno que no solamente mueva la pelvis o enloquezca a las mujeres en base a canciones románticas. Sus esporádicas “desapariciones” se van profundizando, alimentadas por esa necesidad de imponerse otras facetas. Esa es la génesis de una etapa mucho más teatral, donde en sus shows recita poemas, cuenta chistes, contrata actores y se muestra deliciosamente histriónico.
Es el resurgir del ídolo popular en una dimensión desconocida hasta para él mismo.
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Sandro editó 46 álbumes originales, y más de doscientos si se consideran los simples, las recopilaciones y las versiones por fonética que grabó en italiano, portugués e inglés. Vendió más de 22 millones de placas, ganó once discos de oro, decenas de platino, un Grammy a la excelencia musical y el Gardel de Oro, entre tantas distinciones que le otorgaron en todos los rincones del continente. Aún hoy mantiene récords imbatibles, como los cuarenta recitales del Teatro Gran Rex (temporada 98-99). El 14 de agosto de 2006 recibió el premio Mención de Honor, Senador Domingo Faustino Sarmiento y el 5 de octubre presentó Secretamente palabras de amor (para escuchar en penumbras) en la Biblioteca Nacional. Mercedes Sosa le entregó el disco de platino y cantó con él Como la cigarra, en una interpretación que anticipó la despedida de dos artistas inigualables. Esa fue la última vez que Sandro se presentó en público.
Sandro, en el escenario. Elegancia y sentimiento. Foto: Archivo Sandro
Luego, vendrían sus días familiares, con casamiento y todo. Por fin el hombre, según nos contó, se había decidido a ser feliz. Pero su destino ya estaba marcado. Enfermo de EPOC (Enfermedad pulmonar obstructiva crónica) desde 1997, el 20 de noviembre de 2009 es trasladado al Hospital Italiano de Mendoza para recibir un trasplante cardio-bipulmonar, su única esperanza. No funcionó.
Roberto Sánchez murió el lunes 4 de enero de 2010 a las 20.40.
– ¿Volviste?
– Y sí, no me iba a ir. ¿Alguien se escapó alguna vez?
– No. Nunca, nadie. ¿Pudiste terminar eso que te faltaba hacer?
– Sí, gracias JC. Ahora ya estoy listo. Vamos.
– Dale. Pero primero, ¿me repetís tu nombre?
– Roberto.
– No, ese no. El verdadero.
– Yo soy Sandro…. Sandro de América.
WD
Crédito fotos: Álbum familiar y personal Roberto Sánchez, Pablo Ferraudi y Archivo Clarín.
Fuente: Clarín.