El colectivo de la línea 34 tarda entre 45 y 60 minutos en unir Palermo con Villa Luro en hora pico; en un lapso no mucho mayor se agotaron los tickets para el primer show de Duki en la cancha de Vélez. Es decir que si alguien se hubiera tomado el bondi para comprar sus entradas in situ, como en aquellos tiempos de boleterías reales –esas con barrotes y un tipito adentro al que solo se le veían las manos–, habría regresado sin nada. En la poscuarentena, todo recital que sale a la venta se agota antes de que uno junte las ganas de ir. A sus 26 años, Duki va a reunir 180.000 personas en cuatro noches en Vélez (es el cuarto show más vendido en la historia de la música local); Coldplay hará 10 canchas de River en noviembre; Wos agotó el estadio de Argentinos Juniors en una hora; el rapero Dillom hizo lo propio con el Luna Park… en cinco minutos. Y la lista sigue. Entrevistados por LA NACION revista, productores de espectáculos y expertos en consumo trataron de explicar por qué este año las entradas a los shows vuelan en cuestión de horas, en el contexto de una crisis y también de una situación inédita: es el momento de mayor exportación de artistas argentinos en la historia de la música local.
Hay un espíritu revanchista en la poscuarentena (vale aclarar que la pandemia está “lejos de haber terminado”, informó la OMS hace uns días). La idea de revancha, con gustito a bronca, viene a etiquetar un fenómeno de consumo que se registra desde fines de 2021, pocas veces visto en estas tierras en materia de entretenimiento y ocio en general. “Hay un deseo que emerge con furia; es global, está ocurriendo también en el verano europeo, en donde todo está explotado, y confirma algo que ya se vislumbraba: que los perdedores de la pandemia iban a ser los ganadores de la pospandemia”, opina Guillermo Oliveto, analista de consumo de la consultora W y columnista de LA NACION. Según el experto, “el argentino se puso más carpe diem que nunca”. Y define: “en un entorno ominoso, sin mirada de futuro, todo se vuelve aquí y ahora. Necesitamos volver a saltar, gritar, estar apretados, que el parlante nos pegue en el pecho. Es una manera de revivir después de todo lo que pasó”.
Sin horizonte para generar un ahorro significativo en pesos, con las entradas más baratas de la región si se las mide en dólares, miles de argentinos que a fin de mes tienen un resto de $ 10.000 o $ 20.000 casi no dudan a la hora de ponerse en una fila virtual para adquirir sus tickets. A esta altura no importa tanto si toca Eros Ramazzotti con su nariz resfriada en el Movistar Arena o si es Lali Espósito cantando su hit BDSM-electrónico Disciplina en el Club Estudiantes de Bahía Blanca. A primera vista, el criterio parece haberse entregado a la urgencia de salir y pasarla bien. “Te quema el dinero, te quema el entorno; entonces te construís una burbuja de bienestar. Si tenés $25.000, entre comprar 100 dólares o vivir la vida, elegís gastarlos”, sostiene Oliveto.
La fiebre delsold out
Cuando el público pudo volver a los espectáculos con aforo limitado, se generó una fiebre nueva, que nada tenía que ver con los síntomas del Covid. Hay quienes la llamaron la fiebre del sold out. “El cartel de sold out [todo vendido] le da mucha ansiedad a la gente, es un miedo muy fuerte a quedarse afuera”, analiza Ariel Fligman, organizador de la fiesta de cumbia La Mágica. “Te anuncian que se agotan, entonces entrás y comprás; hay algo de marketing, es cierto, pero la verdad es que igual se termina vendiendo todo”, apunta.
Para explicar el fenómeno de las entradas que vuelan, el productor afirma que la venta online se terminó de instalar y eso hace que el sold out sea más rápido. “Si ya sabés que vas a ir, no tenés que esperar para comprar. Estás a un click”, dice Fligman, que casi todos los fines de semana vive esta fiebre en carne propia. Tal es así que en junio último se agotaron en tres días los tickets para La Mágica, en el Estadio Malvinas Argentinas, con Damas Gratis como principal figura. Para no dejar a nadie afuera, el productor tuvo que armar otra fiesta en simultáneo (con las mismas bandas, pero en distinto orden), el mismo día, en un auditorio ubicado a nueve minutos en auto del Malvinas Argentinas (el Complejo Art Media, en Almagro). El próximo 23 y 24 de septiembre esperan más de 20.000 personas en el Malvinas, una cifra enorme si se piensa que La Mágica arrancó en boliches más chicos, con el rótulo de fiestas de cumbia de autor.
Latinoamérica sorprende
José Palazzo, histórico en el rubro y organizador del Cosquín Rock, le da un toque más federal y regional a la cuestión. “En el interior, el cuarteto tenía buenos y malos momentos. Hoy no hay bailes que no sean sold out”, describe. Al parecer, este fenómeno del cartelito Agotado no es fiel a ningún género: rock, cumbia, cuarteto o música electrónica dan lo mismo. De hecho, Palazzo comenta que Hernán Cattaneo, el DJ argentino por excelencia, metió 30.000 personas en dos noches en el Centro de Eventos Forja de Córdoba, en junio pasado, y casi colapsó la ocupación hotelera durante ese fin de semana.
El productor insiste en un punto clave: ningún otro continente está consumiendo tanta música como Latinoamérica. Lo dice invocando a Bruce Moran, presidente de la productora de eventos Live Nation para la región y un referente de la industria musical, quien dijo a la revista IQ Mag: “Latinoamérica está on fire. Han abrazado la reapertura del entretenimiento en vivo. Están en línea comprando boletos para espectáculos a un ritmo que nunca antes habíamos visto y esperamos mantener eso y tratar de capitalizar este impulso en los próximos años”.
En la Argentina se suma el bajo valor en dólares de los tickets en comparación a otros países de la región. Por ejemplo, la entrada al campo delantero de Coldplay en River tiene un valor de 19.500 pesos más service charge (dicho sea de paso, ese mismo ticket se vende en más de 70.000 pesos en páginas de reventa, aunque no son entradas habilitadas). Es decir, unos 150 dólares, si se toma el tipo de cambio oficial (y menos de 80 al blue, según el día). Ubicaciones similares en Brasil, Perú y Chile cuestan entre 175 y 250 dólares. “En este momento la Argentina está muy barata para hacer turismo cultural”, se relamen los organizadores de recitales. Claro que no sería turismo interno, teniendo en cuenta los salarios.
Por otra parte, tanto Fligman como Palazzo cuentan los bemoles de la venta online. “Antes vendíamos mucho en puerta, pero la gente se acostumbró a las filas virtuales”, indica el primero, mientras que el segundo precisa uno de los problemas de esta forma de comercialización. “Creció muchísimo la tasa de desconocimiento de tarjetas de crédito, de gente que desconoce la compra de la entrada de un show”, afirma. ¿Un ejemplo?: pibes que compran 10 entradas para sus amigos con la extensión de la tarjeta de sus padres, quienes al recibir el resumen se quedan en shock, preguntándose cómo fue que los chicos se pusieron tan pillos. “En el último show de La Renga hubo venta online, pero tenías que retirar tu ticket físico y mostrarlo al entrar. Pensamos volver a eso”, explica Palazzo (es decir, no pasar solo mostrando la pantallita del celular).
El impulso del trap
Para explicar la venta de entradas en tiempo récord, la mayoría de los productores consultados insiste en este punto: un ejército de artistas argentinos sub-30 está exportando sus canciones al mundo y generando una explosión de taquillas como nunca ocurrió en la historia de la música local. Duki, Bizarrap, Wos, Nicki Nicole, Trueno, Thiago PZK, Paulo Londra, Cazzu, Khea y Nathy Peluso son los que más suenan, pero no son los únicos. Cada vez que alguno de ellos saca a la venta un show –acá o en cualquier ciudad de Latinoamérica o España–, se llegan a registrar filas virtuales que serían kilométricas en el mundo real. Quien no compra rápido, en cinco minutos o media hora, se queda afuera.
Muchos de los shows más vendidos del año están relacionados con el trap argento, la música urbana y sus derivados. En el caso de Duki, es un fenómeno difícil de entender a la primera. “Las 180.000 personas en Vélez y lo que está pasando con Duki en Latinoamérica y en Europa es algo que trasciende cualquier locura que esté viviendo el mercado pospandemia”, detalla Federico Lauria, fundador y CEO de la productora Lauria Entertainment y del sello Dale Play Records. Elegido como “uno de los 40 pilares de la industria musical menores de 40 años” por la revista Billboard, Lauria vendría a ser –como define otro productor– “el responsable de haber ordenado el quilombo que era el trap para convertirlo en mainstream”.
Tanto él como Tito Leconte, socio gerente de Lauria, siguieron de cerca y couchearon desde el vamos a figuras como Duki, Nicki Nicole y Bizarrap, que en menos de cinco años pasaron de estar grabando canciones frente a la compu a ser headliners en los festivales más importantes de Europa. “En el caso puntual del Duko, es el referente de una generación que se siente identificada no solo con su música, sino también con los valores que representa. Va más allá de que saque una canción o un disco exitoso”, distingue Leconte.
Mientras ambos conversan con LA NACION revista (uno está en España y el otro en Buenos Aires), tres de sus pollos están tocando frente a miles de personas en el verano europeo: Nicki Nicole tiene un show en Portugal, Duki está en Sevilla –en el marco de una gira maratónica a puro sold out– y el Biza se encamina a conquistar el Lollapalooza en París. Dos datos adicionales: en el momento mismo de esta charla, la sesión N°52 de Bizarrap –junto al español Quevedo– acaba de convertirse en la quinta canción más escuchada de Spotify en el mundo; y Duki está agotando dos shows en estadios para 15.000 personas en Madrid (el WiZink Center) y Barcelona (el Palau Jordi)… ¡en febrero y marzo de 2023!
“En plena pandemia, estos 10 o 15 artistas explotaban en streaming y ahora llenan todo. Muchos de ellos nunca se habían subido a un escenario”, grafica Peter Akselrad, productor y músico sesionista de larga data, quien estuvo a cargo de la dirección artística de los shows de Nicki Nicole y Bizarrap, en el marco del sello Dale Play Records. “Los que más convocan son jóvenes talentos que antes de la pandemia recién estaban empezando. Todo fue muy explosivo y muy rápido”, destaca.
Tan fugaz ha sido el ascenso que artistas como Nicki Nicole, que la habían pegado con apenas un par de canciones antes de la pandemia, tuvieron que ponerse a grabar discos (otros, como Duki o Wos, habían surgido de las batallas de freestyle en las plazas) y rodearse de un staff profesional para salir a tocar en vivo. Es decir: encontrar el modo de defender en el escenario algo que todavía estaba cobrando forma. Ese vértigo, esa carrera loca y sin radar, está dando sus frutos ahora mismo en Latinoamérica y Europa. “Tenemos una generación dorada [de música nacional] que no llegó ni de cerca al lugar en donde puede estar. Es histórico lo que está sucediendo con el movimiento argentino. La exportación de estos nuevos músicos, con semejante volumen y magnitud, nunca había pasado”, se emociona Lauria. Y confiesa, a partir de su roce personal con esta vanguardia, haberse “deconstruido” en su forma de relacionarse con los artistas.
Velocidad impactante
A esta altura de las cosas, algún despistado podría pensar que cualquier artista agota el Movistar Arena en 15 minutos (Arjona metió seis, aunque nunca es parámetro). La mayoría de los productores consultados insisten que no es así.
“No todo vende todo”. Lo dice Daniel Grinbank, el empresario y productor de espectáculos que organizó algunos de los conciertos más importantes de las últimas tres décadas en la Argentina. Y Lauria completa: “pero lo que vende, se vende rápido”. Un ejemplo impactante de esta velocidad es el de Bad Bunny: agotó la cancha de Vélez en media hora para su primer recital del 4 de noviembre, y todavía quedaban un millón de personas en la fila virtual. Por eso tuvo que sumar una nueva fecha para el día siguiente, en el marco de su primera gira de estadios –llamada Bad Bunny: World’s Hottest Tour–, que también liquidó en un par de horas.
De acá a fin de año, la agenda de recitales y de previsibles sold outs es impresionante. Hay para todos los gustos. En agosto: Rosalía (dos shows en el Movistar Arena) y Ricardo Arjona (seis en el Movistar Arena). En septiembre: Fito Páez (seis funciones en el Movistar Arena), Justin Bieber (dos shows en el Estadio Único de La Plata), Dua Lipa (una fecha en el Campo Argentino de Polo), Guns & Roses (un show en el Monumental) y Green Day con Billy Idol (uno, en el Estadio Vélez Sarsfield). En octubre: Daddy Yankee (dos en Vélez), Wos (dos en Argentinos Juniors), Andre Rieu (tres en el Movistar Arena) y Duki (dos en octubre y dos en noviembre, en Vélez); en noviembre: Coldplay (10 en River), Bad Bunny (dos en Vélez), Nathy Peluso (dos en el Movistar Arena) y Michael Bublé (una en el Movistar Arena). Ese mismo mes se realiza el Primavera Sound Argentina 2022, entre el 7 y el 13 de noviembre, con figuras internacionales como Björk, Pixies, Travis Scott, Jack White, Lorde y Artic Monkeys. Los abonos VIP por cuatro días, en este caso puntual, llegan a costar $ 80.000, más cargos de servicio. Pero, en general, un ticket para un show internacional de acá a noviembre, en una ubicación preferencial, cuesta entre $10.000 y $20.000. A ese pelotón de artistas se suman otros como: Marc Anthony, Ricardo Arjona, Liam Gallagher, David Garrett, Sebastián Yatra, Sergio Dalma, Pablo Alborán, Joan Manuel Serrat, Nightwish, Ricardo Montaner, Karol G, Rels B, Lali Espósito, Emilia, Cazzu, Camilo… Es imposible citarlos a todos.
Vale aclarar que muchos de los shows del primer semestre, tanto locales como internacionales, fueron reprogramaciones de tours cancelados durante la pandemia. Es algo que sucedió a nivel mundial. Después de dos años de no salir de gira, con lanzamientos discográficos que se fueron acumulando y sobresaturación de streamings sin sabor a nada, los grupos y solistas volvieron a las pistas y generaron una sobreoferta de giras en los cinco continentes. “Lo que está pasando con el live es un fenómeno en todo el mundo”, confirma Lauria. “Hay récords de asistencia en todas partes; los festivales que se hicieron en Inglaterra en lo que va del verano europeo tuvieron convocatorias históricas”, detalla Grinbank.
La boletería como boca de urna
En cuanto al caso Coldplay, para muchos es un misterio. “Es un fenómeno mundial, no tiene una explicación razonable”, analiza Palazzo. De hecho, si se hiciera una encuesta, se podría comprobar que el 90% de la gente que va a alguno de los diez shows en la cancha de River solo se sabe tres o cuatro temas de la banda (“Yelow”, “Fix You” y un par más). Sin embargo, se calcula que unas 550.000 personas verán en River a los muchachos comandados por el hipersensible de Chris Martin, a bordo del tour mundial A Head Full of Dreams, producido por DF Entertainment. Un récord que deja a Roger Waters –y sus nueve River en 2012– con la ñata contra el vidrio. La de Coldplay es, de hecho, la serie de conciertos que más tickets vendió en la historia de los espectáculos realizados en nuestro país.
“La Argentina fue adoptando grupos como casi locales: Iron Maiden, Los Ramones, los Stones… Coldplay es una de esas bandas”, explica Grinbank. “Hasta el tercer River te lo creo; a partir del cuarto ya es una cuestión de esnobismo, como esa última serie de Netflix que no te querés perder porque todo el mundo la vio”, acota otro de los productores consultados.
Pero, más allá de seguir celebrando récords, Grinbank pone paños fríos al asunto en términos macro: “En los días posteriores a la renuncia de (Martín) Guzmán, los distintos productores nos comentaron que se paró la venta. En verdad, no creo que hoy se podría repetir el fenómeno tan fuerte de ventas que ocurrió hace unos meses”, advierte. “La gente está expectante y nosotros siempre decimos que la primera boca de urna es la boletería”, comenta; de paso, pide especialmente que no le pregunten por vez un millón si va a traer a los Rolling en 2023 (aunque es obvio que hay que preguntarle). “Si ponés algo de eso me terminan volviendo loco en Instagram”, avisa, y ya le están llegando los DM.
El empresario plantea un interrogante que preocupa a la mayor parte de los productores argentinos. Y tiene que ver con la Comunicación “A” 7532 del Banco Central de la República Argentina, fechada el 27 de junio pasado. “En estos momentos, con las restricciones actuales del Banco Central para giros al exterior, se indica que no podés girar más de lo que giraste en 2020/2021, un período de pandemia en el que no hubo absolutamente ningún giro de ninguna de estas empresas. Con lo cual las productoras estamos chocando contra esa inhibición”, acusa Grinbank. “Es la muerte de una actividad que genera decenas de miles de puestos de trabajo”, agrega. De hecho, un concierto como el de Coldplay en River emplea a más de 4000 personas y un festival como el Lollapalooza, a más de 8000.
Para tener una idea, toda la actividad empresarial de pago de cachets internacionales en la Argentina (Coldplay, Lollapalooza, Harry Styles, Bad Bunny, Green Day y otros) no supera los 50 millones de dólares en el año, en concepto de transferencia de divisas, según las fuentes consultadas. “Si se toma la cantidad de puestos de trabajo que generamos y todo lo que esto implica como movimiento cultural, dentro de las erogaciones al exterior somos una cifra absolutamente irrelevante, aún con la carencia actual de dólares”, defiende Grinbank.
De uno u otro modo, quizá no haya que buscar tantas explicaciones al fenómeno de las entradas que se agotan como por arte de magia, aquí y afuera. Para entender todo alcanza con ver en YouTube el video de un rapero llamado YSI A, que literalmente hizo temblar al Estadio Obras. Esa noche, el 28 de mayo pasado, los fanáticos saltaron tanto que generaron un sismo leve en esa parte de Buenos Aires, que fue reportado en las redes sociales. Las imágenes de la gente haciendo pogo son increíbles, una especie de liberación apocalíptica y tribal. El desahogo de un período nefasto por donde se lo mire, aquella revancha a la que hacía mención Oliveto.
Si, como dice el psicoanalista José Eduardo Abadi cuando se refiere a la pandemia, “el encierro es pulsión de muerte”, entonces las multitudes que hoy llenan los estadios solo buscan volver a sentirse vivas, a cualquier costo, como sea. Y no hay que tener matrícula de psicoanalista para entender que eso se llama “pulsión de vida”.
Fuente: José Totah, La Nación