Con sus espléndidos 87 años, Raúl Lavié se dispone a reencontrarse con su público porteño NOELIA MARCIA GUEVARA / AFV
Del Club del clan al tango, de la comedia musical al teatro de texto, de la televisión a los escenarios de todo el mundo, de los más importantes nombres de la música rioplatense a Astor Piazzolla, del exitosísimo Tango argentino a compartir la música con el grupo El Signo, de sus hijos Gastón y Leonardo, de la pintura y el dibujo que han atravesado toda su vida en una faceta menos conocida a una familia con muchos hijos y nietos que ha construido. Lleva en su documento el apellido de su madre, Peralta, y no el de un padre, que no conoció y de cuya existencia supo hace pocos años. Nació en Rosario, trabajó desde muy pequeño para ganarse la vida, adoptó el seudónimo de Lavié y con 87 años maravillosamente llevados se dispone, como tantas veces, a estrenar un nuevo espectáculo. Esta vez se trata de Raíces, que se conocerá el próximo 1º de noviembre en el Auditorio de Belgrano, que cuenta con la producción de su esposa, Laura, y de su hija, Agustina, que tendrá el respaldo de un sexteto dirigido por el pianista Julián Caeiro y al que se sumarán el grupo Pampas Bravas, un cuerpo de baile, y la cantante Cé Suárez Paz como invitada especial. Esta nueva propuesta, el tango, la política, el arte y los libros fueron algunos de los temas que rondaron la charla con LA NACION.
-Revisando su currículum, pero más pensando en su imagen popular y aún con la variedad de cosas que han pasado por su vida, se lo piensa centralmente como un tanguero. ¿También usted lo siente así?
-No. No me considero un tanguero. Quizá sí un tanguista o un admirador de un género musical que es mío y que me llevó a estar en esta posición después de tantos años. Pero siempre busco la excelencia, sobre todo de la palabra, y sin importar del género que estuviera transitando. Cuando hace muchos años fui a México, tuve una reunión con Manolo Fábregas (un gran director de aquella época, hijo de la actriz Virginia Fábregas) y, leyendo un libro que iba a hacer con Libertad Lamarque, leí una frase: “Reventarán laj lataj de tomate”. Él me miró, me hizo repetir y me corrigió la “j” que yo decía en lugar de “s”, típica de nosotros, los rosarinos. Y me dio un ejercicio: “Agarrá el diario cuando te levantás” -algo que sigo haciendo, y en papel-, “te sentás cómodo. Leelo en voz alta, repitiendo todas las letras”. Fue un consejo excelente. Creo que para la canción y también para la vida normal, uno debe pronunciar bien las palabras, para que se entienda. De eso sí me aprecio de ser. Cuando escucho las cosas que tengo grabadas se entiende perfectamente todo lo que estoy diciendo y eso es fundamental en la canción. Yo grabé un tema de Fito Páez en un momento, que se llama “Un vestido y un amor”. Y la verdad es que a él no le entendí nunca lo que decía, como a muchos. Con todo el cariño y el respeto que le tengo, no entendí nunca. Entonces tuve que buscar de qué se trataba la letra. Yo creo que quien escucha una canción debe saber lo que se está cantando, que es fundamental. Esa es una de mis exigencias; no tanto saber a qué género pertenezco.
-Para cerrar el tema tango, ¿cómo lo ha ido viviendo a lo largo de los años?
-El tango es diferente a través de los tiempos. Cada década tuvo su estilo. Va acorde con los cambios de época y con los paisajes inclusive, y los sonidos de los que se nutre el compositor. ¿Por qué, de pronto, Piazzolla utiliza los ruidos que hace con el violín, el bandoneón o la caja del bajo? Es porque los está escuchando. Él componía en un décimo piso de la Av. Libertador y ahí escuchaba el paso de una ambulancia, los bomberos, un choque. Los ruidos que rodean. Su música es descriptiva en ese sentido, es onomatopéyica, podríamos decir. Eso lo tienen todas las músicas. No es lo mismo una baguala del norte, donde el paisaje lo dan las montañas y los valles y tienen esa impronta, que [la obra de] un compositor en medio de una gran ciudad.
-¿Siempre supo que dedicaría su vida al canto y a los escenarios?
-Cuando tenía 12 años, era un chico al que, por supuesto, le gustaba jugar con sus amigos, aunque ya trabajaba. No me interesaba la música, no quería ser artista. Pero creo mucho en el destino y que está todo escrito misteriosamente como para que uno siga un derrotero y no pueda evitarlo. Yo entonces soñaba con dibujar. Tengo facilidad enorme para eso, desde chiquito. Ya mi cuaderno de primaria está lleno de dibujos muy buenos, que me siguen asombrando. Hacía imágenes realistas perfectas; tenía esa facilidad que perdí bastante. Quizá es que ahora esté buscando la síntesis con la pintura. Pensé que era ese mi futuro.
-¿Cómo recaló en el canto, entonces?
-Empecé con el tango porque en los años 50 era la música que se escuchaba en todos los hogares. Había pasado la época de oro de los 40, había residuos de todo eso, pero la gente seguía amándolo y no podía escapar a esa influencia, aunque no me interesaba tanto. Así que empecé en el tango, aunque cuando debuté como profesional, a los 15 años, canté de todo. Me escucharon cantar y vinieron unos hermanos que eran los dueños de un lugar en un poblado de Rosario, los Álvarez, y me ofrecieron actuar con una orquesta característica. Esas eran orquestas que hacían música para la gente de afuera de las ciudades, del campo, de los pequeños pueblos: pasodobles, baladas, tangos, valses, milongas, de todo, para divertir y para animar los bailes. Así que aprendí e interpreté un poco de todo desde el principio. Y siempre tratando de hacerlo lo mejor posible. Ahora me gustaría estudiar inglés para hacer las canciones que me gustan en ese idioma. Me divierte muchísimo eso. Ya a los 18, me dieron la posibilidad de debutar en Radio El Mundo a través de Antonio Carrizo y de Víctor Buchino, en épocas en que los militares manejaban las radios. Ahí, Víctor me hizo abrir la cabeza, como después lo hizo Astor Piazzolla. Me incorporó una serie de nuevos sonidos en los que yo me sentía fascinado. Tal vez ahí fue donde yo empecé a crear mi propio estilo relacionado con el tango.
–¿Por ese tiempo surge ese fraseo suyo tan particular?
-Efectivamente. Y tuve las críticas correspondientes, gracias a Dios. Pero yo sentí que había que buscar una nueva forma de crear el tango. Así nació mi fraseo particular; tanto que me temen los músicos porque tienen miedo de perderse cuando tratan de seguirme. Hace años, cuando hice mi primera participación en el Colón con una orquesta sinfónica, el director Gerardo Gardelín les dijo a los músicos: “Señores, ustedes no lo escuchen a Lavié. Ustedes toquen lo que tienen escrito y Lavié se va a encargar de llegar junto con ustedes”. Esa fue una crítica increíble, que todos los cantantes de una época padecieron. Pensemos si no en Alberto Castillo, en Goyeneche o en tantos otros. Yo me divierto cantando. No canto dos veces igual una canción gracias a mi fraseo particular. Por eso incorporo la actuación. Ya cuando estaba siendo medio popularcito, me pregunté qué quería ser. Y me dije: tengo que estudiar teatro porque lo amo y gracias a eso he podido hacer cosas que me han conformado muchísimo. El teatro me sirvió mucho para el cantante. Yo leo la letra, letra, identifico el personaje de la canción (aunque sea uno solo). Me ubico en esa tristeza o esa melancolía o esa alegría; lo que sea. Trato de interpretar el tango sin exacerbar sino ir más a lo interior.
Cultura popular
–¿Es importante o necesario ser de acá para interpretar esta música?
–Claro que todo tiene que ver. Por ejemplo, yo rompí con el “San Juan y Boedo antiguo” del tango “Sur”. Si eso es una esquina, me decía, tiene que ser en femenino. Empecé con “San Juan y Boedo antigua”. Era una forma de explicar el paisaje. Y por supuesto me cayeron los tangueros. Pero averiguando con Acho Manzi, de quien fui muy amigo (lamentablemente, no conocí a su padre, Homero), encontramos que efectivamente era así, en femenino. Ese tipo de cosas están relacionadas con el estudio que, para mí, siempre es algo fundamental. Me gusta estudiar. Saber de la influencia de la población negra en la formación del tango. Hay muchas palabras que aún se usan en nuestro léxico, como “mucama”, “rayuela”, la misma “tango”. Y de paso que saqué ese tema, recomiendo el libro Buenos Aires negra, de Daniel Schávelzon. Siempre he sido un gran lector de nuestra historia. No es solamente salir y cantar un tango. A los 12 años, a la tarde iba al colegio después de trabajar y me metía en la biblioteca y estudiaba con las enciclopedias; desde chico tuve esa fascinación por la historia y la geografía. De economía no entiendo nada. Pero los libros fueron fundamentales para mí. Eso me permitió adquirir un léxico importante, con muchas más palabras quelas que se utilizan ahora normalmente, y poder expresarme y escribir cosas inclusive. Eso debe perdurar también en aquellos que se van a dedicar a la música, al canto o a cualquiera de las expresiones artísticas. Hay que buscar las bases, de dónde venimos, por eso mi espectáculo se llama Raíces.
–Ya que lo menciona, ¿usted mismo lleva sangre afro en sus venas?
-Lo negro de mi piel es el producto de lo indigenista por mi abuela, la que me crió, que era de sangre indígena. De mi padre, Ferreira, a quien no conocí, tengo sangre europea. Descubrí cosas muy interesantes por un estudio genealógico que me hicieron en Rosario. Tengo también herencia croata y portuguesa; quizá por ahí me venga algo de africano.
-¿Esas raíces a las que refiere el título de su espectáculo, tienen que ver con esas músicas del pasado, con el folklore, con el tango?
-Una de las cosas que más me aplauden es una balada que no es de acá, “A mi manera”. O sea que mi espectáculo tiene que ver con nuestras raíces y con las mías. Tiene folklore y también la música que nos ha dado una identidad, toda la música argentina y también la influencia de los inmigrantes que llegaron y armaron la base para desarrollar nuestros grandes poetas. El Martín Fierro, la italianidad, la hispanidad, los hombres de color. Todo tiene que ver. Es un repertorio surtido, aunque siempre limitado porque uno tiene que pensar en no excederse; no creo en los espectáculos de tres horas.
–¿Quién fue Astor Piazzolla en su vida?
-Una de las cosas más importantes que me han pasado; quizá como haber sido parte de Tango argentino. Tengo una filmación de Canal 13, cuando volvimos de una gira de Japón, una de las tantas giras que hice con Astor. Fui conocido y amigo de él y lo soy de toda la familia. Ya canté con las tres generaciones: Piazzolla, su hijo, Daniel, y su nieto, Pipi. Tuve el honor de escribir un prólogo para un reciente libro de Daniel; así es la relación. Nos queremos y significan mucho para mí. Cuando estaba preparando Piazzolla inmortal, en el centenario de su nacimiento, Pipi me dio manuscritos de Astor, una pila de música arreglada por él. Como músico, Astor me rompió la cabeza y estoy totalmente de acuerdo con la lucha que emprendió en un momento tan difícil con la renovación. Fue un tipo que se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, que había una revolución en la música del mundo. Toda la juventud apoyó ese cambio generacional. Pero el tango decayó justamente por eso. Astor en los 60 apareció con su lucha de Quijote frente a los molinos de viento. El tango pagó un tiempo el precio de cerrarse: los jóvenes lo olvidaron y pasó a ser música de otra generación, de sus mayores. El valor que quizá yo tuve fue que me dirigí desde el comienzo a esos jóvenes. A lo mejor por no cerrarme es que pude permanecer en las familias de muchas generaciones con mi canto. Ahora aparecen hijos y nietos de aquellos viejos admiradores que me piden selfies o mensajes para sus abuelos. Debo decirte, de paso, que también reconozco la lucha que tuvieron los rockeros acá para meterse en una pelea que era muy despareja. Lo importante es mantener viva la música popular y a través de Piazzolla se incorporaron cosas que yorescato. Amo el tango clásico porque se han escrito obras maravillosas con autores increíbles como Homero Expósito, Homero Manzi, José María Contursi y tantos más, que son enormes. Admiro también a Borges, otro discutido. Lo cito porque hay frases que son maravillosas: “No hay cosa como la muerte para mejorar la gente”. Son parte también de nuestra identidad.
-Últimamente, se lo ha visto con apariciones públicas más ligadas al momento actual de la política y la situación argentina. ¿Le interesa ser parte?
–Claro que me interesa, pero trato de no ser confrontativo, porque yo canto para un público anónimo. Entonces no quiero ofender a nadie que pueda pensar diferente a mí. Pero la verdad es que tengo 87 años y nunca he visto a mi país normal. Siempre ha habido cosas que pararon su crecimiento. Yo que estoy acostumbrado a viajar y conozco profundamente el interior, veo la riqueza, el trabajo de la gente, los campos, las industrias que se generan, en cada región grande o pequeña de nuestro interior. Y digo: ¿Cómo puede ser que haya hambre? La gente se vino a la ciudad y la ciudad es perversa, un gueto que nos encierra, por eso tenemos las villas miseria. Todos quedan presos del politiquerío. Y a muchos políticos les importa que la gente no avance culturalmente, porque la quieren tener cautiva. Por eso nuestro país sufre y sufrimos todos los que queremos un país distinto. Yo solamente quiero que el día que yo me vaya, pueda ver un país normal.
Para agendar
Raúl Lavié presenta Raíces. Sala: Auditorio Belgrano (Virrey Loreto 2348). Función: viernes 1° de noviembre, a las 21.
Por Ricardo Salton
Fuente: La Nación