A 40 años de la llegada a nuestro país de Freddie Mercury, Brian May, Roger Taylor y John Deacon (o sea: la banda británica Queen), en aquel verano de 1981, las fotos, los audios y las anécdotas siguen retumbando en la memoria colectiva. ¿Por qué será? Una posible explicación socio-política: vinieron en un momento complicado de la Argentina, durante los últimos años de la dictadura, y despabilaron a una población demasiado contenida.
Versión puramente musical: ver a una banda de rock en la cumbre de su carrera genera un sacudón difícil de olvidar, más cuando a nuestro país no bajaban tantos.
Mirada comercial (y fría): Queen abrió un mercado en estas tierras del sur que no estaba explotado y fuimos sus conejillos de Indias. Se arriesgaron a venir a la otra punta del hemisferio, sin saber del todo con qué se encontrarían acá, y la jugada les salió perfecta. Punto. El show business cambió para siempre y este continente pasó a ser una parada obligada para cualquier tour mundial.
Como decía el slogan publicitario: “Siempre será antes y después de Queen”.
Japón fue el banco de ensayos del grupo para animarse a ensanchar fronteras, tocar en lugares en los que (casi) nadie lo hacía y pavonear su parafernalia de shows a miles de kilómetros de sus hogares ingleses. Una vez superada la prueba asiática, donde fueron recibidos con una devoción inesperada, aterrizaron en Argentina.
La Argentina de los militares y los desaparecidos. La última campeona de fútbol. La de Gardel, Borges y Maradona, recién transferido de Argentinos Juniors a Boca. La Argentina calurosa de fines de febrero. Los carteles en la entrada del estadio de Vélez Sársfield anunciaban lo impensado: “Carnaval 1981: Queen”.
Toda la potencia de Queen en el escenario de Vélez en 1981.
Las negociaciones
¿Acaso habrá que agradecerle la llegada de Queen a Lynda Carter, la recordaba actriz que interpretaba a la Mujer Maravilla en los años ‘70? El productor argentino que logró el milagro, Alfredo Capalbo, quien ya había traído a Julio Iglesias y a Joan Manuel Serrat, viajó a Los Angeles a mediados de 1980 con la idea de contratar a la superheroína estadounidense para un espectáculo local. Pero su representante le contó de su nuevo relanzamiento como cantante, ya alejada de los trucos con el lazo de la verdad, y Capalbo se retiró de la reunión con las manos vacías.
Allá, en la ciudad de los sueños, fue a visitar a Beco Rota, antiguo presidente del sello EMI Odeón Argentina, que tenía pautada para el día siguiente una reunión con Jim Beach, el mánager de Queen. Charly García y Billy Bond le habían mojado la oreja con esa idea estrambótica y había desembolsado 100.000 dólares como seña para iniciar las negociaciones. Capalbo se encargaría del tramo argentino y Bond (instalado hacía años en San Pablo), del brasileño.
Seis meses antes de la llegada vino un equipo técnico para encontrar los estadios ideales para un concierto de semejante envergadura, que no tenía antecedentes en nuestro país. A favor: las canchas argentinas estaban en perfecto estado porque habían sido remodeladas para el Mundial ’78. En contra: ninguna tenía la suficiente capacidad de energía para soportar las puestas en escena de Queen y había que recurrir a sistemas extras.
Deacon, May, Taylor y Mercury en el Sheraton, con el paisaje porteño de fondo. Foto: Archivo Clarín.
Se eligieron entonces los estadios José Amalfitani (Buenos Aires), el José María Minella (Mar del Plata) y el Gigante de Arroyito (Rosario), y se descartaron otros como el Chateau Carreras (hoy Mario Alberto Kempes, Córdoba). Aprovechando el viaje, Beach pidió que lo llevaran a ver a Diego Maradona a la cancha de Argentinos Juniors: se había lucido en el Mundial Juvenil del ‘79 y ya se perfilaba como crack.
Capalbo, a su vez, fue a ver a Queen al Madison Square Garden de Nueva York, en septiembre de 1980, y comprobó su poderío. El grupo venía de editar The Game, su octavo disco, que traía los hits Crazy Little Thing Called Love y Another One Bites the Dust, y preparaba la banda sonora de la película Flash Gordon. Con 10 años en espiral ascendente, coqueteando entre el rock pesado, las baladas y la ópera, el mundo se rendía a sus pies.
Los movimientos eran aterradores: hombres en grandes jeeps moviendo sus armas para que los coches que venían de frente nuestro se corrieran; se te ponían los pelos de punta.
Roger Taylor, baterista de Queen
Exceso de seguridad
Los escenarios se empezaron a montar con una semana de anticipación. El grupo y todo su staff aterrizó en Ezeiza un día antes del primer concierto, es decir el viernes 27 de febrero de 1981, y los fans esperaron a los músicos en el aeropuerto con pancartas. ¡Incluso se pasó música de Queen por los altoparlantes!
Después de acomodarse en el Sheraton Hotel, dieron una conferencia de prensa en las instalaciones del estadio de Vélez, repleta de preguntas obvias y condescendientes, incluyendo una hilarante entrevista telefónica entre Freddie Mercury y la actriz uruguaya China Zorrilla.
Estaban exultantes por el trato que recibían: eran reyes en una región caída del mapa. Pero también se los veía incómodos por las escoltas policiales que les ponían los militares para su seguridad.
“Los movimientos eran aterradores: hombres en grandes jeeps moviendo sus armas para que los coches que venían de frente nuestro se corrieran; se te ponían los pelos de punta”, recuerda el baterista Roger Taylor en el documental Days of our lives (BBC, 2011).
“Mientras bajábamos los equipos podíamos ver casquillos de balas, y pensábamos ‘realmente estamos en un lugar diferente’”, ironiza otro miembro del staff, el road manager de la gira, Peter Hince.
Queen probando sonido en el estadio de Vélez.
Encuentro con el diablo
Jim Beach relata la reunión que tuvieron con Roberto Viola, el presidente de facto que tomaría el poder a fines de marzo en lugar de Videla: “Negociábamos con aquel general del Ejército y me dijo: ‘¿Cómo podríamos permitir que 50.000 jóvenes se junten en un estadio sin poder controlarlos? ¿Qué pasaría si alguno gritase ¡Viva Perón! en mitad del concierto y estalla una revuelta?’ Y yo le intenté explicar que, en lugar de tener esa lucha de gladiadores romanos, esto sería una panacea para la gente que nunca había visto algo así, y que sería una experiencia extraordinaria”.
Como prueba quedó una foto de la banda reunida alrededor de Viola, de ésas que mejor olvidar.
James Henke, un enviado de la revista Rolling Stone que vino a la Argentina a cubrir la visita, retrató en la publicación estadounidense los abusos de autoridad dentro de los shows: “El estadio está lleno de chicos… y de policías. Son tipos duros y malhumorados, no como los boy scouts que vi en el aeropuerto. Y rápidamente nos damos cuenta de que éstos van en serio. En cuanto un periodista norteamericano les saca una foto a los veintitantos policías de bastón que rodean la entrada al backstage, es empujado contra un Falcon oficial y amenazado a punta de cuchillo con cortarle un dedo, hasta que entrega el negativo”.
El que tuvo mejor suerte fue Neal Preston, el fotógrafo oficial del grupo, que tomó una imagen inquietante: una fila de policías en el campo del Gigante de Arroyito, vigilando el movimiento de las tribunas con bastones largos entre las manos. Quizás la mejor síntesis de toda esta historia de lujuria y represión. No por casualidad la eligió para ilustrar la tapa de su libro Queen: The Neal Preston Photographs, editado en octubre.
Freddie Mercury con Miguelito Romano, el estilista de Susana.
Mano a mano con Queen
Juan Cibeira, por entonces jefe de redacción de la legendaria revista Pelo, siguió el día a día del cuarteto inglés, y pudo entrevistar a sus integrantes.
“Los músicos por fuera del escenario no se mostraban mucho: Freddie era una persona muy retraída y bastante áspera con la prensa, y el comunicador era Brian May, que había venido con toda su familia, y era el más amable. Roger Taylor se hacía el langa y John Deacon era el más callado”, cuenta hoy.
“Para ellos era un desafío muy grande y tenían mucho temor con la parte técnica y con respecto a la seguridad. Pero cuando llegaron acá se encontraron con un fenómeno estilo Beatlemanía, que ya no existía en ningún lugar del planeta: nadie corría a los músicos poniendo en juego su propia vida, colgado de una moto o una camioneta, tirándose delante de sus autos. Eran escenas de histeria adolescente muy sorprendentes para una banda adulta. Indudablemente, lo que más los alucinó fue esa empatía inmediata con el público. Y el hecho de que conocieran y cantaran todas sus canciones”.
El conductor Juan Alberto Badía ofició de presentador para la transmisión de Canal 9 y en su autobiografía (En mi vida, 2012) asegura que los músicos quedaron “turulatos” con la respuesta argentina del primer Vélez.
Por su parte, Fernando Bravo, que relató las presentaciones para Radio Rivadavia desde una de las cabinas del estadio, recuerda particularmente la interpretación de Love Of My Life con Brian May sentado, y saludando en castellano.
“Fue un momento de profunda emoción, un momento casi religioso”, evoca hoy. “Lo transmitimos como si fuese un partido de fútbol, ubicados oblicuos al escenario. La cabina tenía un vidrio que se corría y sacábamos la cabeza. Teníamos línea directa desde la consola, así que el sonido era impecable”, detalla.
“En aquel momento no tomé dimensión de lo que estaba pasando, que iba a convertirse en un concierto tan emblemático. Nunca me imaginé que, 40 años después, íbamos a seguir recordándolo.”
Freddie se portó bárbaro… Me regalaron de todo. Lástima que eran ingleses…
Diego Maradona
La gira completa
“Un saludo afectuoso a todos nuestros fans argentinos. Freddie, Brian, John y Roger (Queen)”, venía escrito en las entradas impresas, puestas en venta desde diciembre. Musicalmente, los británicos atravesaban un estado de gracia.
En Vélez dieron dos shows de dos horas, los días 28 de febrero y 1° de marzo. Unas 50.000 personas por noche corearon clásicos como We Will Rock You, Bohemian Rhapsody y We Are The Champions.
En las páginas de la revista Expreso Imaginario, Roberto Pettinato ironizó con que el estadio “era casi una boîte al aire libre” por la cantidad monstruosa de luces, máquinas de humo y amplificadores. Se habían subido a la ola de la música disco y cierto sector del periodismo los tildaba de frívolos.
Al final de la primera fecha, la banda se retiró del lugar en un camión celular de la Policía para evitar el asedio de periodistas y fans. Freddie se lo tomó con humor, al punto que días después agregaron Rock de la cárcel (Presley) en el repertorio.
Con el sponsoreo de cerveza Keyport, una nueva estrategia para la época, siguieron con Mar del Plata el 4/3 (¡Taylor y Deacon se fotografiaron en la Bristol!) y Rosario el 6/3, y cerraron la gira nuevamente en Liniers, en una tercera función (8/3) que no estaba prevista originalmente y que se agregó sobre la marcha.
Esa fue la noche en que se subió Maradona al escenario para presentar ante la multitud la canción Otro muerde el polvo, como solía traducirse en esa época, desobedeciendo las órdenes del DT de Boca, Silvio Marzolini, que no lo dejaba salir de la concentración.
En camarines se sacó una foto con la banda luciendo una camiseta inglesa: un año antes de la Guerra de Malvinas y a cinco de robarles un gol con la mano frente a los ojos del mundo. Freddie, por su parte, se calzó la celeste y blanca en el clímax del show, instaurando para siempre aquel cruce entre el rock y el fútbol.
“Freddie se portó bárbaro, me regalaron de todo”, contó una vez el 10 en Mar de Fondo. “Lástima que eran ingleses…”
La despedida
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Durante su estadía en Buenos Aires, cada uno de los músicos se movió por su lado: May recorrió el Rosedal y estuvo de compras por la calle Florida, Deacon visitó el zoológico, Taylor y su esposa se divirtieron en el Italpark, y Mercury compró antigüedades en San Telmo.
Antes de despedirse, los agasajaron en una quinta privada con asado y empanadas. “Mucha gente nos había dicho que teníamos que venir a la Argentina porque el público era maravilloso, y porque nos iba a ir bien. Ahora puedo decir con alegría que no me mintieron”, le confió May a Cibeira.
La banda voló a Brasil y dejó acá un tendal de litigios legales con Sadaic y AADI-CAPIF, que reclamaban supuestos porcentajes. En el ‘83 hubo un intento por traerlos de nuevo, pero fracasaron las negociaciones. Recién volverían en 2008, con Paul Rodgers en la difícil tarea de cubrir el lugar de Mercury, fallecido de HIV en 1991, y una tercera vez en 2015, con Adam Lambert en la voz.
Queen quedó arraigado a la cultura argentina con la serie de TV Amigos son los amigos de los’90 (cuyo tema central era Friends Will Be Friends), un aluvión de bandas tributo y hasta un expresidente famoso por su mala caracterización de Freddie. Queen ya es un poco nuestro.
Fuente: Clarin