Ligó el apodo de “Pajarito” en el colegio, por la prominencia de su nariz y las ondulaciones de su cabello, en forma de alas, que coronaban su delgada figura. Pero eso mucho no le importó. De hecho, ya de grande, cuando el pajarito pasó a ser “Pájaro”, el apodo quedó impregnado en su piel, tanto como “La Pachanga”, ese hit generacional de la década del noventa que escribió con Jorge Risso, uno de sus compañeros de ruta de la juventud. Desde aquel tiempo, Mario Federico Gómez Madoery pasó a ser, simplemente Pájaro Gómez, cantante y compositor de Vilma Palma e Vampiros, un grupo que, a estas alturas, parece inoxidable, con más de tres décadas de historia y con un presente que se explica en la cantidad de shows que puede dar los fines de semana, en distintos puntos del país.
A días del recital que el 11 de noviembre la banda dará en el Gran Rex, este rosarino de pura cepa, de 62 años, fanático de Rosario Central, levanta el teléfono de la habitación del hotel de Salta adonde acaba de llegar -por un show programado esa misma noche- y dice que Vilma Palma es su vida.
La historia comenzó mucho antes, cuando era un adolescente “caradura” (según sus propias palabras), a quien sus padres le regalaron una batería que no era para principiantes sino para músicos profesionales. Demasiado instrumento para un chico que recién empezaba a golpear tambores.
El estudio lo convirtió en un baterista que tocaba con decoro, primero en bandas como Staff, que también alistaba a Fito Páez, luego Identikit, una que tuvo más trascendencia y que conformó ese mosaico new wave de la década del ochenta, junto a tantas otras que surgieron en aquellos años. Pero el destino quiso que su vida continuara frente al micrófono, con otro proyecto con el nombre más extraño que se puede encontrar en el pop argentino de las últimas tres décadas.
La historia, refrescada en un reciente documental sobre el grupo, es la de un grafiti escrito sobre una persiana, por un grupo de trabajadores despedidos de una empresa: “Vilma Palma e Hijos Vampiros de los Obreros”. Con el tiempo, el desgaste y quizá algún borrón, solo se leía una parte de esa leyenda en aerosol. Vilma Palma… e Vampiros. Esa fue la primera anécdota, entre cientos de recuerdos que la banda acumula. Mario dice que ninguna se le viene a la mente, pero sin darse cuenta relata una situación, la más sencilla, que pinta el presente de la banda, después de tres décadas de trabajo. En un show de la última semana, un hombre con su hija se acercó al escenario mientras el Pájaro estaba cantando. La nena le extendió su mano con un dibujo referido a la banda y el cantante se lo firmó, en medio de una canción.
Entre el grafiti y esos últimos gestos, por supuesto que pasaron muchas cosas. El éxito de “La pachanga” y de muchas otras canciones que la banda siguió grabando en discos posteriores; la crisis de final del siglo en la Argentina y una crisis interna que fracturó al grupo. Mario continúo con el proyecto, pero en los Estados Unidos, radicado en Hollywood, y años después regresó al país. De a poco, la banda tomó nuevo impulso.
-¿Después del éxito descomunal de “La pachanga”, en 1991, costó levantar la apuesta?
-No, porque después grabamos el disco 3980, que pegó con cortes [de difusión] en toda América. Y al año siguiente Fondo profundo. Estábamos todos bien alineados, con inspiración. Eran otras épocas. Otra fuerza, otra unión; una locura de girar y no parar. Había que tocar y seguir.
-¿Añorás esa época?
-No, solo que en ese momento era más joven. La época que ahora se vive es muy buena. Venimos de tocar en el Teatro Mercedes Sosa de Tucumán y en el Espacio Quality de Córdoba y los dos estaban llenos. Lo que pasa con Vilma es medio atemporal. Un fenómeno raro.
-¿Qué ves cuando te subís al escenario?
-Salvo en Brasil o Venezuela, hemos andado por todos los países. En Colombia, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, México o Perú, donde se ve mas gente joven, de 20 a 25 años. Pero también hay mucha mixtura. Van muchas familias. Ayer vi a un pibito saltando al lado del papá. Por eso digo que es algo raro y atemporal.
-¿Pusiste alguna vez todo eso en la balanza, incluso las crisis que ha tenido el grupo?
-La cuestión humana es difícil. En 2000, cuando el país se caía no hacíamos shows. Mi actual manager me ofreció irme a laburar a Miami, pero la banda estaba desmembrada. A los chicos no les gustaba que yo fuera tan egocéntrico, porfiado o vehemente. Las ideas de las canciones, incluso hoy, siguen siendo mías. Pero esa vehemencia hizo las cosas difíciles. Al principio las cosas fluían entre todos, después no. Y eso complicó las cosas, hubo chispazos, especialmente con Jorge, con quien éramos una especie de Lennon-McCartney del subdesarrollo rosarino. Yo hacía la música y él las letras. Y eran un golazo. “Auto rojo”, “Te quiero tanto”, “La pachanga”, “Mojada”, “Perdiendo el tiempo”, “Me vuelvo loco”, “Fondo profundo”. Y lo digo sin agrandarme, porque soy de bajo perfil, un laburante. Pero en ese momento se armó quilombo entre nosotros. Nos fuimos con “Largo” [Gerardo Pugliani]. Rearmamos la banda allá. Tocamos, conocimos músicos increíbles. Volvimos en 2004 porque extrañábamos. Rearmamos todo en Rosario y de a poquito la banda empezó a sonar en todos lados. La convivencia no es fácil, produce un gran desgaste. Pero también es una bendición. Una felicidad total. Ayer un pibito saltando y después otros que vinieron a sacarse fotos. Una nena que me acerca su dibujo para que se lo firme… La gente es copada. A veces te sentís como un pibe de los que cantan ahora, pero esta banda tiene 33 años ya.
-¿Tu trabajo es alegrar a la gente?
-Creo que sí, que se trata de llevar felicidad a la gente. En el show de Córdoba vino una familia de Chaco, con su hijo que tiene un problema de salud. Al final nos sacamos todos una foto y el pibe lloraba de alegría. Esas cosas no las medís. Traemos alegría a nuestra manera. Cada mirada, cada canción. En Rosario también me saco fotos, soy medio personaje público. Algo bueno hicimos.
-La música de hoy es la urbana, el trap, pero Vilma Palma tiene un estilo muy definido.
-Hay que mantener la identidad, pero no hay que ser sordo. Hay que escuchar. El año pasado canté con Karol G en el Movistar Arena “La Pachanga” y “Auto rojo”. Me pareció increíble. La música urbana no es lo que yo consumo, pero hay cosas que están muy bien hechas. Las de Duki o Wos, por ejemplo. Yo soy de otro palo musical. Me puedo aggiornar escuchando a otro tipo de bandas. Ahora, en los temas nuevos tenemos otros arreglos, pero no me puedo poner a cantar trap. Crecí y vengo de la época de los Beatles, Elton John, Queen, INXS y Soda Stereo. Lo bueno con la música de hoy es abrir las orejas.
Fuente: Mauro Apicella, La Nación