Paul McCartney vuelve casi corriendo a sentarse al piano luego de una anaeróbica «Back In The U.S.S.R», se toma apenas un segundo y suspira. No hay tiempo demás, pasaron ya dos horas de clásicos de la música pop universal y ahora es el turno de ¨Let It Be», ese momento en donde el tiempo se detiene o incluso parece ir hacia atrás.
Es una imagen inmortal, Paul McCartney frente al piano, mirando a cámara y cantando eso de que cuando la noche está nublada, todavía hay una luz que brilla sobre mí.
«Keep on rolling» (manténganse en movimiento) aconseja luego de hacer cantar a las más de 55.000 personas que se acercaron el sábado por la noche al Campo Argentino de Polo con su versión karaoke de «Hey Jude». Y esa parece su receta. La que lo mantiene fresco y vital, más allá de que su voz ya no llegue para cantar como se deben los versos de «Eleanor Rigby» o de que algunas de sus canciones ya hayan superado el medio siglo de vida. Este hombre/mito se toma todo esto como una misión personal e insiste en dar vueltas y vueltas alrededor de la Tierra para continuar con su evangelización, con el cancionero beatle en una mano y su fiel bajo Hofner en la otra.
Paul, una presencia que conmueve Fuente: LA NACION Crédito: Ricardo Pristupluk.
Y el hechizo de este pastor pop no tiene antídoto. Luego de una lista de 39 temas, todos se retiran con una sonrisa, hipnotizados, cual zombis cariñosos, caminando por Avenida Libertador con un poco menos de cinismo que con el que habían ingresado al predio, creyendo con febeatlesca en aquello de que todo lo que se necesita es amor y que lo demás es puro cuento.
La cuarta visita al país de McCartney no tuvo sorpresa alguna (con la excepción de quitar de la lista al tema más versionado de la historia de la música pop, «Yesterday»). Uno ya podía conocer el orden de las canciones, saber de memoria los gestos y bailecitos de Paul entre tema y tema, y hasta esperar con la ansiedad de un niño los fuegos artificiales de «Live and Let Die», pero nada de eso altera los sentimientos cuando todo eso vuelve a ocurrir aquí y ahora.
El recorrido por la obra musical de McCartney tiene en el primer tercio del show una base puesta en los primeros años de rock and roll beatle, con un inicio con «A Hard Day`s Night» y un repaso de esas cancioncitas que se adhirieron para siempre en el inconsciente colectivo planetario: «All My Loving», «Love Me Do», «From Me To You» e inclusive la primera grabación beatle, «In Spite of All The Danger», compuesta aún bajo el nombre de The Quarrymen.
A los 76 años, McCartney continúa ofreciendo conciertos alrededor del mundo de casi tres horas Fuente: LA NACION Crédito: Ricardo Pristupluk.
Entre una y otra, temas de Wings (con una versión de «Letting Go» que se cruza con «Foxy Lady», de Jimi Hendrix, la épica «Let Me Roll It» o «Nineteen Hundred and Eighty-Five») y el puñado de canciones nuevas que le permiten la excusa de seguir girando (de su último álbum, Egypt Station, pasaron «Who Cares», «Come On To Me» y «Fuh You»).
Entonces pasan las dedicatorias: para John («Here Today»), para George («Something» continúa siendo uno de los momentos más memorables de sus conciertos), para su esposa Nancy («My Valentine»). Del rock a la balada y del pop al ska juguetón de «Obla Di Bla Da», el concierto se mueve de aquí para allá sin que McCartney se detenga un minuto, cambiando de instrumentos según la ocasión, dejando apenas espacio para que su banda se luzca en determinadas situaciones (el carismático baterista Abe Laboriel hasta tuvo sus cinco minutos de baile descontracturado, justo en el día de su cumpleaños).
A pesar de los problemas de sonido, el show fue perfecto Fuente: LA NACION Crédito: Ricardo Pristupluk.
En una noche perfecta, probablemente el único acto fallido haya sido el sonido, demasiado bajo para un espacio como el Campo Argentino de Polo (la clausura del predio tras la fiesta electrónica comandada por DJ Cattáneo quince días atrás definitivamente tuvo sus consecuencias), que le prohibió a quienes estaban en las localidades más lejanas al escenario disfrutar del concierto al ciento por ciento.
La recta final es a puro Beatles, claro. Sin correrse siquiera un milímetro del guión (el respeto por las versiones originales de los temas podría tomarse como exagerado, pero quién es uno para decirle a McCartney cómo interpretar sus canciones a estas alturas), pasan «Let It Be», «Hey Jude», «Birthday», el reprise de «Sgt. Pepper´s, «Helter Skelter» (otro tema difícil para la voz septuagenaria de «Macca» que permite soñar con Axl Rose viajando de gira con el beatle solo para subirse a escena y cantar este tema y, de paso, honrar en nombre del heavy metal a The Beatles) y aquel cierre conceptual con los últimos tres movimientos de Abbey Road encadenados: «Golden Slumbers», «Carry That Weight» y «The End». Un legado musical para la humanidad que seguirá vivo aún más allá de los tiempos, en parte, gracias a este empedernido pastor de casi 80 años, criado en la Liverpool de la post guerra, que insiste una y otra vez eso de que al final tendrás el amor que diste.