Lo primero que nos viene a la cabeza a la hora de hablar de Pablo Milanés, en este momento de la despedida, es pensar en la Nueva Trova Cubana. Aquel fue un movimiento que nació como parte del proceso revolucionario ya en los años 60, que tuvo sus raíces en las músicas tradicionales de la isla a las que agregó textos muchas veces con contenido político y que quedó luego muy asociado a otro movimiento, aún más amplio, que fue el de la nueva canción latinoamericana. Pero además, aquella trova “revolucionaria” venía a sumar, cuando todavía tenía menos oposición oficial, elementos ligados a los sonidos juveniles beatlemaníacos, al pop, al rock y al propio feeling cubano. Pablo fue parte de aquel grupo de artistas que, en sus inicios, integraron además Silvio Rodríguez, el guitarrista y compositor acádemico-contemporáneo Leo Brower, Noel Nicola, Eduardo Ramos, Sergio Vitier y el musicólogo Leonardo Acosta. Posteriormente se sumarían nombres como los de Sara González, Emiliano Salvador, Pablo Menéndez y Amaury Pérez.
Pero, por supuesto, y los argentinos lo sabemos mejor que nadie, aquella Nueva Trova tuvo dos nombres casi excluyentes: Silvio y Pablo, como cariñosamente quedaron bautizados para siempre por acá. Y hasta fueron una dupla muy asociada para productores y consumidores: cuando Mercedes Sosa terminó por hacerlos masivos desde sus conciertos en el teatro Ópera –y posterior disco doble en vivo- a su regreso a la Argentina, donde cantó “Sueño con serpientes”, de Rodríguez y “Años”, de Milanés. Con aquello, aún con la dictadura militar en el poder, la Negra sacó a las canciones de estos dos cubanos de los casetes copiados y algo clandestinos. Y el amor y la explosión por ambos en Argentina terminaría por consagrarse con los recitales en el estadio Obras de 1984, también con una larguísima lista de invitados, que tuvo su LP en vivo –con ellos abrazados en la tapa- que fue material obligado en la discoteca de cualquier hogar que se preciara de progresista.
Mucho pasó desde entonces. Y hasta la relación personal entre ellos fue resquebrajándose hasta hacerse muy difícil desde que Pablo partió a un exilio sanitario y no forzado a España del que jamás volvería. Cada uno a su estilo –quizá Milanés aún con mayor efervescencia- fue defensor acérrimo del gobierno de Fidel Castro y su enorme significación artística quedó muchas veces subsumida en esa militancia. De hecho, tanto en notas personales como en conferencias de prensa, el abordaje periodístico sobre esas cuestiones superaba siempre y por mucho a los aspectos artísticos.
En tal sentido, el derrotero de Milanés fue distinto y se hizo bien evidente en los últimos tiempos. En 1966, siendo todavía muy joven, había sido mandado a un campo de trabajo forzoso en una unidad militar en Camagüey; se fugó a La Habana y eso le costó dos meses de cárcel y un tiempo en un campamento de castigo. Pasó largo tiempo antes de que Pablo sacara internacionalmente a la luz aquellos hechos: en 2015 fue él mismo quien dijo que esperaba que el gobierno de su país le pidiera perdón por lo sufrido entonces. “Soy un abanderado de la revolución, no del gobierno. Si la revolución se traba, se vuelve ortodoxa, reaccionaria, contraria a las ideas que la originaron; uno tiene que luchar”, dijo con una crítica que no hubiera, ni remotamente, expresado unos años antes. Y vaya paradoja: no hace mucho, aún en plena crisis final de su enfermedad, alguien lo llamó gusano y traidor por hablar de estos temas en Europa, mientras que al mismo tiempo, los antiguos exiliados, como el gran saxofonista Paquito D’Rivera, le recriminaban que se hubiera acordado tan tarde de estos asuntos.
Pablo Milanés Arias nació en Bayamo –en lo que por esa época era la provincia de Oriente y luego sería la de Granma- el 24 de febrero de 1943 y al momento de su muerte tenía 79 años. Era hijo de Ángel Milanés y Conchita Arias. Tuvo cinco hijos: Haydée, Lynn, Suylén (una productora a la que perdió en enero de este mismo año producto de un ACV), Lian y Antonio. Y estaba casado con Nancy Pérez, una gallega de Pontevedra con quien vivía en la ciudad de Vigo.
Se formó en el Conservatorio Municipal de La Habana, donde estudió composición, armonía, contrapunto y orquestación y rápidamente se vio seducido por el feeling, una música que se desarrolló en Cuba hacia los años 40, influenciada por la balada norteamericana y el jazz. Fue parte del cuarteto Los Bucaneros con menos de 20 años de edad y en 1965 publicó su canción “Mis 22 años”, donde algunos ya vieron un nexo entre ese feeling y lo que sería luego la Nueva Trova.
Después de aquel episodio represivo del 66, participó de un encuentro internacional de la “canción protesta” en Varadero y eso terminó volcándolo definitivamente a los temas con contenido político. Y lo sumó a lo que sería la variopinta paleta de materiales con los que trabajó toda la vida. Sus piezas recorrieron el son, la protesta, la música para cine que escribió desde el Grupo de Experimentación Sonora, el filin (ya escrito en castellano y con el que hizo varios discos), el bolero. Y no nos sorprende encontrar en su repertorio canciones que, más allá de sus aspectos musicales, abordan tanto temáticas políticas cuanto amorosas o emocionales. “Yo no te pido”, “Yolanda”, “Años”, “Yo pisaré las calles nuevamente” (dedicada a Chile y a Salvador Allende), “Yo me quedo”, “Amo esta isla” (dos puestas en palabras muy fuertes), “El breve espacio en que no estás”, “Para vivir” y “Cuánto gané, cuánto perdí”, son solo algunos de esos clásicos de su repertorio.
Con el tiempo y sin abandonar su contundencia declarativa pro revolucionaria, cada vez que se enfrentaba a un micrófono se iba transformando en una figura internacional, del negocio grande de la música. Y se hicieron habituales las asociaciones con artistas como Víctor Heredia, Víctor Manuel, Ana Belén, León Gieco, Mercedes Sosa, Luis Eduardo Aute, Armando Manzanero, Piero, Chico Buarque, César Isella, Tania Libertad, Soledad Bravo, Joan Manuel Serrat, Los Van Van, Lilia Vera, Simone, su extensa y muy significativa con el grupo Orígenes, Compay Segundo, y hasta otras más cercanas al pop-rock como Maná, Ricardo Arjona, Fito Páez, Joaquín Sabina, Carlos Varela, Javier Ruibal, Miguel Ríos, Manuel Mijares y tantos más.
Pablo Milanés fue un artista muy importante desde varios puntos de vista. Por lo que significó en los muchos años que se expuso como vocero del gobierno de su país, por la autocrítica final, por lo que dejó como creador de canciones y por lo que fue como intérprete. A diferencia de Silvio, que buscó y desarrolló un lenguaje más “poético” y por lo tanto a veces más hermético, Pablo siempre se movió en el llano, en la lengua de la calle, en el amor cotidiano, en la pelea política puesta en actos, en la frase clara más que en la metáfora, en un canto más coreable, sostenido en una garganta que lo acompañaba de maravillas. Hizo canciones antológicas. Grabó y publicó decenas de discos. Se cruzó con una larguísima lista de colegas de todo tipo y sus colaboraciones se cuentan por cientos. Y debió entablar una lucha personal ya en la última parte de su vida contra un cáncer en la sangre al que venía peleándole y al que parecía irle empatando -tanto que tenía programados conciertos para estas épocas- pero que finalmente le dobló el brazo y le hizo perder la batalla.
Fuente: Ricardo Salton, La Nación