De Ludwig van Beethoven se conocen más de un centenar de biografías, los estudios sobre su obra se multiplican por miles y, por supuesto, las versiones sobre sus maravillosas sonatas, conciertos y sinfonías también. Pero sucede que este 2020 marca el 250° aniversario de su nacimiento y entonces para todos los aficionados a la música clásica, y más aún, de la cultura en general, es una oportunidad de volver sobre esa obra y sobre una vida tan sufrida como apasionante, hija de su época y del florecimiento del romanticismo.
Se habían programado centenares de actos en todo el mundo pero, el drama actual deja mucho en suspenso. Mientras, al menos, está la oportunidad de seguir disfrutando su música maravillosa, aunque sea en casa.
Beethoven pasó privaciones en su infancia y adolescencia. Y aún en su madurez, cuando ya se le reconocía como “el más grande entre todos los compositores de su tiempo” –Mozart había muerto joven, décadas antes- tampoco dispuso de lujos ni comodidades. Aquellas privaciones le acompañaron hasta el final, viviendo entonces de los prestamistas, de los adelantos de composiciones o la generosidad de algún noble. Justamente hacia 1810, cuando su prestigio se extendía por toda Europa, recibió la principal oferta: tres aristócratas decidieron financiarlo para que mantuviera su residencia en Viena. Se trataba del Archiduque Rudolf y los príncipes Lobkowitz y Kinsky. Beethoven iba a recibir el dinero de sus composiciones –su mayor ingreso hasta ese momento- y una paga anual de los nobles. Pero en 1811 el Imperio austríaco sufrió una crisis financiera, la llamada “Finanz Patent” y los 10 mil florines anuales garantizados para el compositor pasaron a valer menos de la mitad.
“El sueño dorado de independencia de Beethoven se desvaneció, de mismo modo en que había surgido”, describió uno de sus biógrafos, J. W. Sullivan. El archiduque fue el único que le mantuvo la paga, Lobkowitz quebró y Kinsky se mató al caer de un caballo Ludwig van Beethoven nació en Bonn, en 1770 en el seno de una familia de músicos que trabajaba en la corte del electorado de Colonia. Su abuelo llegado –influencia decisiva para él- era un bajo y “Kapellmeister” de la corte. Y su padre Johann, un tenor, además de maestro de música de moderado talento. Una de las más rigurosas biografías de Beethoven, escrita por Maynard Salomon, indica que fue bautizado el 17 de diciembre de 1770, aunque muchas veces el propio músico y su familia aludieron a que habría nacido dos años más tarde o que sería “hijo ilegítimo” de un rey prusiano.
Lo cierto es que la pasó mal en aquella infancia, con un padre alcohólico y escasas posibilidades de educación formal. Pero se reveló enseguida como un músico excepcional y a los 17 años fue enviado para estudios más avanzados en Viena. La leyenda señala que allí habría tomado algunas lecciones con Mozart, lo cual nunca se comprobó. Esa aventura duró pocas semanas: debió volver de apuro por la enfermedad y muerte de su madre. Y se hizo cargo de su familia (su padre y tres hermanos) ante la decadencia de aquel.
Recién pudo retornar a Viena –la capital internacional de la música- cinco años más tarde, ya formado musical, filosófica y espiritualmente. “Cuando Beethoven marchó definitivamente a Viena ya conocía la pobreza, el sufrimiento y la responsabilidad. Y también había adquirido una fuerte personalidad como artista, tenía amigos cultos como el Conde Waldstein y era admirado por Haydn”, señala Sullivan. Comenzaría el período más fecundo, aquel que nos legó obras increíbles, aún cuando Beethoven vivía atormentado por sus padecimientos físicos y por la sordera que sufrió desde sus 30 años.
“En 1818, cuando compuso la sonata Hammerclavier, la conciencia de Beethoven sobre su soledad era terrible y completa”, señala Sullivan. Seis años más tarde estrenó la aclamada Novena Sinfonía, proclamada ahora Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y completa: “La música de los últimos cuartetos de Beethoven llega de las mayores profundidades del alma humana que un artista haya jamás explorado”.
Beethoven tenía que mantener su casa, una residencia de verano, a dos criados, y la pensión y educación de su sobrino y ahijado Karl. Sus únicos ingresos eran por las publicaciones, las dedicatorias de obras a algunos nobles y, de tanto en tanto, algún concierto. Además, recibía los intereses de sus ocho acciones bancarias valuadas en 4.000 florines. No le alcanzaba y se fue endeudando A su muerte, el 26 de marzo de 1827, habían quedado esas deudas, pero había preservado sus documentos. Allí estaban sus partituras, manuscritos, bocetos, una amplia biblioteca, su colección de 400 cuadernos (los famosos Cuadernos de Conversación), el Testamento de Heilingestadt (1802). Y también la famosa carta a la “Bienamada inmortal”, aquella amante de la que nunca reveló el nombre.
Por el 250° aniversario de su nacimiento, se multiplicaban los homenajes. Veremos cuánto de todo esto se puede concretar. Solamente en Bonn natal se habían programado mil actividades, su casa natal se convirtió en un Museo Federal de Arte (invirtieron 3,5 millones de euros en la remodelación). Y para el 28 de abril anunciaban la presentación de la Sinfonía N° 10, de la que Beethoven sólo dejó bocetos. Se completó recientemente mediante Inteligencia Artificial. Viena no se queda atrás y se había programado para el 8 de mayo con la Fiesta de la Alegría, otros 800 conciertos y la representación de “Fidelio” –su única ópera y un verdadero canto por la libertad- en la Sala Nacional. El Teatro Colón en Buenos Aires también anuncia varios conciertos y un Festival Beethoven para noviembre, con Martha Argerich como nombre estelar. Ahora está todo suspendido por el coronavirus.
La contribución de Beethoven al fenómeno cultural no puede medirse en números, ni en términos económicos. Pero lo cierto es que hoy Alemania –el eje de estos homenajes- es una auténtica potencia en cuestiones musicales. Cuenta con 130 orquestas públicas, algunas de ellas consideradas entre las mejores del mundo como la Filarmónica de Berlin y la Estatal de Dresde.Ningún otro país tiene tantas salas de ópera como Alemania: 80. Según el Centro nacional de Informaciones “el presupuesto de Alemania para la cultural alcanza los 10.000 millones de euros por año, de los cuales 3.000 millones corresponden a la inversión en música”. Cifras incomparables en el mundo. En las últimas cuatro décadas se cuadruplicó la cantidad de festivales de música clásica, que ya llegan a 500, entre ellos los más famosos como el de Bayreuth y el Bach, en Leipzig. La estadística oficial indica que entre los más de 80 millones de alemanes, hay 14 millones que tocan un instrumento o cantan en un coro. Hay mil escuelas públicas dedicadas exclusivamente a la música, con 1,5 millón de alumnos. Y una encuesta reciente señala que el 33 de los alemanes es aficionado a la música clásica, un número que sólo pueden igualar en Rusia o Japón.
Beethoven estaba muy lejos de todo esto. Un verdadero genio, era un hombre de creación y jamás imaginaría que por un manuscrito de la Novena se pagarían casi US$2.000 millones en una subasta de Sotheby’s, o que Rafa Nadal compraría un yate llamado “Beethoven” en tres millones de euros. Ni hablar por derechos de autor, que hoy tendrían un valor incalculable No murió tan apremiado como Mozart, pero no disfrutó de ningún lujo. Vivió por el arte, pero era consciente de su grandeza y se dio el lujo de expresarle a uno de aquellos nobles: “Usted es príncipe por azar, por nacimiento. Pero yo, soy Beethoven, por mí mismo. Hay miles de príncipes y los habrá, pero Beethoven sólo hay uno.“
Fuente: Clarín