Le cantaba al tomate, a las papas, al martillo, al ladrillo. Tan superficial como profunda. Un poco de twist liviano, un poco de balada honda. Monumento a lo sencillo. Escultura de lo distinto. Rita Pavone, tan italianísima que duele, apología de la tarantela pop, con esa teatralidad y ese dramatismo cómico propio del tano que seduce América, está de regreso. Algunos la creían muerta, otros retirada. Cantará en febrero en el Festival de San Remo, a los 74. Media península se le ríe. La otra mitad está esperando la dulce venganza.
¿Cómo es que el periodismo la puso en el freezer? ¿Cómo es que los productores argentinos llevan casi 30 años sin convocarla para un revival? ¿Acaso Il ballo del Mattone no es marca inmortal que sigue musicalizando lo gracioso y se convirtió hasta en restaurante? ¿Dónde estuvo todo este tiempo en que importábamos italianidad femenina apenas con Laura Pausini? ¿Cómo vive? ¿Cómo siente, dentro de ese cuerpito de un metro cuarenta y dos y 45 kilos?
Andrógina, Rita fue la pionera del look ambiguo, de lo femenino revuelto y aunado con lo masculino. O mejor: de la inexistencia de géneros a la hora de vestir y calzar. Chaplinesca, en la cresta de la ola prescindía de maquillaje. En vez de esconder pecas, las usaba como escudo hipnótico.
«La pelo de zanahoria», como le llamaban a Rita Pavone en su juventud.
Por estos días, más que su reivindicación musical, «La pecosa» atraviesa días de furia y crítica feroz. Es que usó su cuenta de Twitter para atacar a Greta Thunberg: «Esa niña que lucha por el cambio climático, no sé porqué, pero me incomoda. Parece un personaje de película de terror».
Después de ser Trending Topic, Rita se arrepintió: «Fue un error. No sabía que tenía el síndrome de Asperger, nadie lo dijo por televisión. Recordé a la chica con las trenzas de una película y comparé. Nunca diría algo así y me parece malo y horrendo que la gente espere que cometas un error en la vida para morderte como lobos. Qué mundo de lobos». Pavone, la loba, volvió sin disfraz de cordero.
De las artistas más vendedoras de la historia italiana, la recordwoman Rita, llamada como «la santa que da y quita» , nació en Turín el 23 de agosto de 1945, cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial. Creció sin juguetes, pero con la compensación de la música. A los seis años ya cantaba en una confitería, a los 13 ya era costurera, o «camisera», como le gustaba llamarse. Cosía camisas en los arrabales de su ciudad y ganaba 1500 liras a a la semana.
Así luce hoy Rita Pavone (Captura TV).
«Fui una niña prodigio sin suerte», suele recordar. «Cuando cantaba en bares y en concursos, la gente no me tomaba en serio. Yo no me desanimaba, porque presentía que un día iba a tener todo lo que hoy tengo». Coser y cantar, cantar y coser. Alternaba los dos verbos, pero soñaba con vivir de uno solo. Hasta que llegó a su vida un tal Teddy.
Teddy Reno, quien luego fue su marido, la descubrió en el Festival que él mismo impulsaba, el Festival de los Desconocidos. Rita se había presentado con el único traje que tenía. Reno vio algo «distinto», «oro puro», y se convirtió en su manager. «Para muchos yo era el monstruo», recordaba el hombre (que tiene 93 años y se retiró de la vida pública). Con casi 20 años más que ella -ella menor de edad- iniciaron una relación que hasta hoy existe. «Me creían el sátiro, el viejo que raptó a una niña cándida y vivía a costa de ella». Ella defendía ese romance/empresa: «Sin Teddy, yo seguiría siendo la hija de un obrero pobre».
Rita Pavone
Los productores teatrales la habían bautizado «la Paul Anka con polleras». Pero Rita -potencial competidora de Gigliola Cinquetti– odiaba las faldas y vestía siempre pantalones. La buscaba desesperadamente el productor de Elvis Presley Joe Pasternak, y la invitaba a volar en helicóptero el propio Anka. «Los aplausos los escucho todas las noches, pero el dinero ni lo veo, ni sé cuanto es, porque no puedo administrarlo hasta mi mayoría de edad», despotricaba.
A los pocos años del boom, entre sus shows en el Ópera junto a los Wawancó, a los Increíbles y a Gino Renni, y sus presentaciones en Moscú, llegó la recompensa económica, la oportunidad de comprar una mansión en Ariccia. Villa Pavone fue construida sobre una colina, desde la que se divisaba la campiña romana. Un palacete con piscina, sala de juego, con cocinera, ama de llaves, chofer y mecánicos viviendo dentro. Don Giovanni Pavone, el padre de Rita, ex empleado de Fiat, no podía creer lo que vivía. Uno de los vecinos era Anthony Quinn.
Rita Pavone (captura TV).
Narran los diarios amarillos que para junio de 1964 llegó en avioneta plateada, desde Ezeiza hacia Aeroparque. La esperaban dos mil personas. Sacón de piel, mocasines azules, «cabello a lo varón», grabó con el conductor del momento, Pipo Mancera. «Llegó un muchachito que es mujer, ídolo de la juventud nuevaolera», titulaba Crónica. Decían que era «esmirriada», que la acompañaba a sol y a sombra la mamma María. Se hospedó en el Alvear Palace, enfrentó la conferencia de prensa «en tiradores», la agasajaron luego en el décimo piso unos 500 argentinos. Juan D’ Arienzo, Violeta Rivas, Lalo Fransen, entre los invitados. Y hasta Palito Ortega, convaleciente, recién operado.
Las mil caras de Rita, a través de las portadas de sus discos.
Para 1965 pegó la vuelta, al grito de «siento que llego al fin del mundo». La policía motorizada tuvo que despejar a los desquiciados del fans club. Rita repartió tantos besos y fue tan tironeada que tanto cariño argento la estresó y cayó desmayada. «Soy tan delgada que en ciertas partes del cuerpo me duelen los huesos», explicaba, «Por mi contextura, si hubiera sido varón, me salvaba del servicio militar».
La prensa gráfica argentina era tan aduladora como agresiva: «Flaquita, pequeñita, pálida, parece un ratoncito cohibido», la describían. Un video del Archivo de La Nación argentina da cuenta del paso del «vendaval» Rita. «La noche de Buenos Aires recibe a esta ragazza, pura pimienta», relata un locutor engolado, que detecta a un fan de lujo: Tato Bores.
Rita Pavone
Leída a la distancia, Rita era una voz amplificadora de cierto paradigma incómodo.«¿Por qué los domingos por el fútbol me abandonas? ¿No te importa que me quede en casa sola?», cantaba, por ejemplo en La partita di pallone. Otros prefieren subrayar sus odas a la dulzura en hits como Qué me importa del mundo. Como sea, presa de una época y pionera de lo superfluo, ella podía hacer de un simple elemento de verdulería, un éxito (Viva la Pappa Col Pomodoro).
Antes de El baile del perrito, El baile del canguro, El baile del sapito, la pionera de pecas se despachó con El baile del ladrillo, que reversionó en español Violeta Rivas. Para entonces, hasta los estadounidenses ponían la lupa en esa «gigante pequeña»: era frecuente invitada al Ed Sullivan Show. Y el crítico de Herald Tribune, John Crosby, hablaba de «una superdotada de la tierra de Enrico Caruso».
En los ochenta el silencio de esa «gola» empezó a crecer. Y en los noventa se esfumó prácticamente de estas latitudes. Visitó a Marcelo Tinelli en 1991 en Ritmo de la noche, y pareció que después se la hubiera tragado la tierra. Una escena del cine nacional la rescató: «¿Por casualidad alguno se acuerda un tema de Rita Pavone?», dice Gastón Pauls en Nueve reinas, el filme de Fabián Bielinsky que sobre el final la evoca con su música.
Sin ser rockera, Rita proclama serlo. «Amo a Tina Turner. Ella es una rockstar con alma romántica y yo soy su antónimo, una romántica con alma rockera». Tuvo hasta el tupé de enfrentarse a la banda estadounidense Pearl Jam: «¿Abrir los puertos? Hagan su negocio y circulen», se quejó después de que durante un concierto en Roma, Eddie Vedder enviara un mensaje de paz a los inmigrantes. «¡Con todos los problemas domésticos que tienen en los Estados Unidos! Ocúpese de otra cosa, señor». La tildaron de xenófoba y racista. Contraatacó: «A los que toman luciérnagas por linternas y disparan sin haberse alejado nunca a más de 200 km. de su casa, cierren la boca».
En 2003, «La Pavone» estuvo «al borde de la muerte», según anunció su marido. «Mi Rita fue salvada gracias a la intervención de los médicos del policlínico de Monza, Milán», contó llorando. Un problema en la aorta, una intervención de urgencia y «la mano de Dios». Estaba en medio de una gira veraniega, sintió un dolor en el esternón, lo minimizó y siguió a puro salto. En un ensayo se desplomó. Fueron meses de recuperación. De ahí, la elección de una vida lejos de los paparazzi.
Rita Pavone en los sesenta.
Supo del homenaje argentino porteño hace una década, en la cartelera porteña (Boccato di Cardinale, musical dirigido por Valeria Ambrosio y Gaby Goldman, sobre la atmósfera y los hits de los sesenta). También vio Nueve reinas en una proyección que se hizo en un cine de Lugano, Suiza.
«Después de una década de descanso, volví. Creí que mi carrera estaba terminada. Yo quería dejar un buen recuerdo«, sorprendió hace unos años en la RAI. Hasta Umberto Eco estaba fascinado, imantado. «Una diva de la canción cuando apareció no era una mujer, pero tampoco una niña, la misma que caminaba hacia el público como quien pide un helado», escribió el filósofo.
Rita Pavone en la RAI (Captura TV)
«Nada fue premeditado marketineramente», explica la señora de las siete décadas para los Centennials que la desconocen. «Ahora hay muchas con look andrógino, pero lo mío fue improvisado. Parecía siempre más chica, así que un día me corté el pelo después de ver a Audrey Hepburn en Sabrina. Y me decidí a usar tiradores. A los productores les pareció original mi estilo y no cambiarlo fue la clave para ser auténtica».
Rita Pavone en 1970. /Archivo Clarín
La «pelo de zanahoria», como la llamaban en sus comienzos, es tema de conversación en Italia después de mucho tiempo sin serlo. Pasó medio siglo desde su última vez en San Remo. Para entonces sus discos se vendían más que la pasta italiana y su piel era terciopelo. Cantaba No es fácil tener 18 y exportaba su twist a Japón. El problema no son las arrugas, son los prejuicios. En breve, habrá participación palestina, nigeriana y más en el Festival de San Remo. Y una potencial grieta: la de la Italia obtusa versus la de puertas abiertas. Rita tendrá que definirse.
Fuente: Clarín