Referente del canto testimonial de la década del setenta, el músico repasa su vida y su carrera, su pensamiento pacifista y habla del nuevo disco que lanzó, con invitados como León Gieco y Litto Nebbia
“¿Qué te parece si nos sentamos a charlar en el sol?”, consulta Miguel Cantilo y la sola mención, para cualquiera que tenga la edad suficiente, es el disparador de una de las canciones que interpretó hace varias décadas, “Qué sea el sol”. La canción habla de un lugar un tanto ideal y dice que “si es en el campo, mejor”.
Esto no es el campo, pero se le parece. En el barrio Parque Leloir, adonde llegó hace unos cuarenta años, quiso hacer su propio Bolsón. Hay allí una casa construida en madera, una generosa parrilla y, más atrás, un estudio para hacer, ensayar y registrar música, que utiliza durante el tiempo que pasa en la Argentina –vive la mayor parte del año en España, en las afueras de Madrid-. El estudio quedó al mando de sus hijos, que también se dedican a la música.
Miguel fue un hippie de El Bolsón, también fue ese “cantor de protesta”; uno de los pocos surgidos en el rock y el que todavía hoy sigue siendo implacable con sus canciones. Acaba de publicar un nuevo disco, Despertar, donde participan viejos colegas como León Gieco y Litto Nebbia,está dando recitales en el interior y agendó una fecha en Buenos Aires, el 7 de diciembre en el Picadilly.
En la nueva obra se despacha contra muchas cuestiones de la actualidad. De los últimos años, digamos. Habla de las máscaras de la pandemia, del algoritmo y de temas que atravesaron toda su vida, como la búsqueda de uno mismo. Cantilo era el que escribía “es mejor tener el pelo libre que la libertad con fijador”, en los primeros años de la década del setenta, cuando reinaban los gobiernos militares. Claro que, por la moral de aquellos años, era más censurable por su erotismo implícito una canción como “Catalina Bahía” (con una de las poéticas más bellas del cancionero argentino): “Catalina tenía la rutina, del eterno crepúsculo en la piel”.
El Cantilo de hoy, seguro, mantiene algo de aquél de El Bolsón. Una charla en su casa tiene como música de fondo el canto de los pájaros que pasan de un árbol a otro. El Cantilo de hoy no ha perdido las mañas y publica en su flamante álbum canciones como “Laberinto”, acaso una manera de definir con una palabra el presente político de la Argentina, aunque el tema no apunta directamente a eso sino a una cuestión más profunda del ser. “No despertamos a la realidad, la esencia misma del presente, cantando su canción”, entona Miguel, a los 72. Entre las melodías se cuelan motivos del “Rezo por vos” de Charly García y Luis Alberto Spinetta.
“‘Laberinto’ es la metáfora más apta para describir el tipo de vida en la que nos ha introducido este sistema capitalista materialista que sólo piensa en facturar y trabajar, a lo sumo en entretener; ese que no profundiza en la consciencia personal ni en la conducta. Todo es muy superficial. Pero está bien diseñado, como un laberinto, para que no se pueda salir. Buscar la salida puede llevar toda una vida. En cuanto a la música, a Spinetta y García, yo arranqué junto a ellos. Los llevo todo el tiempo a mi lado. A veces uno tiene que hacer el duelo de sentir que algunos se fueron antes, pero han dejado su trabajo, que es ejemplo para lo que se está haciendo. Hoy eso que dejaron es un legado”.
Miguel generó sobre todo opinión a través del verso. Ya desde los discos primeros que grabó en dúo con Jorge Durietz, como Pedro y Pablo. Si uno escucha aquellos y su nuevo disco también se podría pensar que se vive en un laberinto o cinta de moebius de la que no se puede salir. “Sin duda, y la única manera de salir es con un trabajo interno. La libertad está adentro y no afuera. Uno tiene que profundizar en su consciencia y operar sobre la realidad desde ahí. Hay que tomar un perfil espiritual y no esperar que el político solucione las cosas. El político trata de reparar el tejado cuando lo que corre riesgo de caer es la casa. O de hundirse. Así los problemas estructurales no se solucionan.
-En este disco hablás de seres reales, de robots, algoritmos y de máscaras, con cierta sorna, sobre acciones durante la pandemia. ¿Hoy hay enemigos reales?
-Sí, minorías de poder económico para influir en el pensamiento de muchos con tecnologías nuevas y viejas. Hay un reemplazo de lo que en nuestra generación fue la literatura. Se mira el teléfono y no se lee. La respuesta no está en la literatura. Se orquesta a través de minorías poderosas. Se puede hacer del ser humano una máquina. La evolución no es solo lo que nosotros imaginamos como ir hacia el bien, hacia la luz, hacia Dios. También existe la evolución de lo negativo. Creo que hay minorías que perfeccionan su maldad. Auténticamente existen.
-Podría transformar tus canciones en preguntas para esta charla. “Adónde hay un ejemplo que nos sirva de ley”, planteabas en “La gente del futuro”.
-Hay. Lo que pasa es que hay que tomarse el trabajo de profundizar la búsqueda. Uno, en definitiva, es un buscador, se pasa la vida haciendo eso. Y busca modelos. Yo creo en la palabra escrita. Creo que, dentro de las literaturas más antiguas, que parecen obvias y se reemplazan, se pueden encontrar ejemplos que nos sirvan de ley. Y busco en la poesía, porque soy poeta. Ese es mi oficio. Busco en la poesía de Yalal ad-Din Muhammad Rumi, persa del siglo XIII, que tiene escritos de alta espiritualidad. Creo que todos tenemos al alcance ejemplos que nos sirvan de ley. No si buscamos en Google, pero se pueden encontrar cuando te indican personas en quienes confiamos.
-¿Cómo fue ser hippie hace medio siglo, en la Argentina, y qué tan lejos está aquello de las formas de vida actuales?
-Creo que hubo épocas en las que se forjaron determinados movimientos sociales. Antes del hippismo hubo una bohemia de los cafés, gente que discutía filosofía en los bares. Eso se plasmó en un estilo de vida y marcó a una generación. A nosotros nos tocó el hippismo por una cuestión, casi diría, de moda planetaria. Adherimos porque pensábamos que era la forma de liberarnos de una sociedad que, como ahora, nos mecanizaba y nos metía en rutinas. Descubrimos a una edad en la que descubrimos que la propuesta de la sociedad era errónea. A los 19 o 20, uno termina de estudiar y se encuentra con la realidad de la vida. ¿Teníamos que entrar a una sociedad que nos producía un rechazo absoluto? Así se nos ocurrió la alternativa de ir a vivir al campo, tomar contacto con la naturaleza, reconocer las bellezas de nuestro país, que son un regalo de Dios. ¿Qué hacemos acá? Nos preguntamos un grupo de porteños como nosotros o platenses como los músicos de La Cofradía [con quienes Cantilo y Durietz vivieron en una casa de la calle Conesa, que terminó siendo el nombre de uno de los más famosos discos de Pedro y Pablo]. Salgamos y aprovechemos las sierras de Córdoba o el paisaje de La Patagonia. Eso gravitó en la forma de componer; para otros, en la forma de pintar. Creo, nos influyó bien. No hubiéramos podido hacer todo lo que hicimos sin ese camino, más liberador. Nuestra actitud era muy segura cuando un sello grabador nos decía que teníamos que hacer discos más comerciales. A veces no acordábamos y encontrábamos a otros productores de discos, como Alfredo Radoszynski, que comprendía nuestra posición. La posición del hippie nos ayudó a enfrentar a una sociedad que se volvía cada vez más violenta, con los militares, y el intento de meternos dentro del sistema.
-Fuiste parte de ese rock nacional, pero desde el lugar de cantor de protesta, figura que, prácticamente, en el rock argentino no existía. ¿Te sentiste un poco solo o incomprendido?
-No, solo diferenciado por el tratamiento que le daba a las letras. Yo creía que era necesario. Otros le daban más importancia a la música. Algunos escribían buenas letras, pero con menos rigor. Para mí, el modelo de poesía era el tango de Manzi o Discépolo; o Yupanqui, en el folklore. Y del extranjero, Joan Manuel Serrat, que fue paradigma de cómo tratar la palabra. Una delicia escuchar sus canciones. Y eso trataba de implementar en el rock. En ese sentido me sentí solitario, pero al mismo tiempo me sentí muy hermanado y contenido con lo que se dio en llamar rock nacional. Nunca me sentí un paria.
-¿Tu partida de la Argentina tuvo que ver con tus canciones?
-Primero me fui a Colombia en 1974 y luego a España. No podía ejercer mi oficio con libertad. Había cada vez más control y dificultadas para producir álbumes. Hubo un momento en el que se luchaba mucho contra las drogas y hoy tenés exposiciones de cannabis en la Rural. En aquel tiempo la han llevado presa a mi esposa y tuve que ir a ver a un juez para que la soltaran. En Colombia tenía un hermano que hacía música publicitaria. Estuve un año y medio, con un pueblo del que se aprende mucho. Y luego los cófrades que estaban en España me ofrecieron sumarme al grupo que estaban formando.
-¿Hoy vivís un poco en España y otro tanto en la Argentina?
-Sí, porque me enamoré de una española. Es así de corta, no hay otra razón. Estamos juntos hace diez años y nos sentimos muy bien conviviendo. Ella también viene para acá. Hago mi trabajo desde allá y vengo acá según el tiempo que se requiera.
-¿Y esta sería como tu casa de vacaciones?
-No, es la casa donde crié a mis hijos. En el fondo está el estudio donde ellos graban sus proyectos. Es un remedo de lo que viví en El Bolsón. Fue mi manera de hacer un pequeño Bolsón o Bariloche, en la provincia de Buenos Aires. Cuando llegué acá no había nada, solo terrenos vacíos. El lugar creció, se está edificando. Gracias a mis hijos la casa se mantiene.
-Hay perros también. Es una casa con vida.
-Sí, solo que estas lluvias hicieron que el pasto esté un poco largo. Tenemos que cortarlo. Pero esta es la mejor época. Por eso elegí este momento para presentar el disco y hacer una gira. Y para anticiparme a un verano bravo. Lo viví allá.
-Te gusta seguir las primaveras.
-En lo posible. Si puedo elegir, sí, pero no tengo problemas. Cuando vuelva a España me va a tocar el invierno. También vine para participar en la contienda electoral. Me gusta seguir el entramado de lo que va sucediendo.
-¿Cómo ves esta situación en la que la gente debió elegir entre el oficialismo y un candidato que revolucionó la escena política actual y se diferencia de los prototipos de la política?
-Ese candidato me hace acordar a Santiago Abascal, de Vox, en España, quien aboga por volver a 1936. Buscar soluciones en el pasado. Cada uno es libre de proponer lo que quiera, para eso está la política. Pero en el fondo, lo importante para mí es que ese mundo mejor no es a través de un político sino de que cada individuo se haga cargo de sí mismo y mejorar su entorno aplicando sus valores. Nadie puede estar fuera del contexto político. No se puede ignorar. Cada uno es libre de pretender que la gente lo siga en sus ideas. Lo que está en juego es el poder de la gente para seguir lo que realmente cree que es bueno y no lo que proyecta un candidato. En el álbum hay una canción, “Mienten”, que canto con Litto Nebbia. Un lujo. Bueno, esa canción es una especie de visión de que todo lo que hablan los políticos, operadores políticos e influencers tiene una gran dosis de falsedad. Hay que tener la capacidad de tamizar y darnos cuenta de que nos están mintiendo. La única posibilidad que tenemos es ahondar en los discursos. Por encima va a estar la verdad. Siempre hay un lugar donde la verdad se mantiene a salvo.
-¿Cómo ves tu música en el contexto actual?
-A medida que van surgiendo nuevos grupos lo que hacemos los de nuestra generación va quedando relegado y eso hace que sea más difícil encontrar espacios. Nos costó encontrar sala. A esta altura del año está todo ocupado. Buscamos lugares idílicos, bellos, que nos atrajeron en otra época. Tocamos en Rosario, Mendoza, Córdoba.
-Tres de tus hijos estuvieron en tu banda. Hoy uno de ellos sigue contando con vos.
-Tengo seis hijos, tres son profesionales de la música, Uno es baterista, en este momento está tocando en una puesta del espectáculo de El Rey León, en San Pablo. Otro tiene su estudio, trabaja aquí y tiene su estudio en Buenos Aires. Y el otro es con quien estamos presentando este disco.
-¿Hay límites entre la profesión y los temas familiares?
-Depende de cada familia. No creo que haya reglas aplicables. Por ejemplo, mis hijos no me llaman papá, me dicen Miguel. Tenemos un trato de igual a igual, de toda la vida. No es la figura paterna autoritaria con el dedo levantado. Creo que ellos vieron cómo traté con mis músicos. Como te decía, tres eligieron este oficio y una de mis hijas hace teatro para chicos. Les prendió lo artístico. La Sangre fue la banda que hicimos con los tres que son músicos. Luego cada uno siguió su camino. Cuando vengo, si les puedo ofrecer que se sumen a mi trabajo, es bueno para mi y para ellos. Yo soy capaz de salir solo con mi guitarra, al estilo jornalero. Pero mientras pueda compartir con ellos, es para mí algo muy cómodo. Son muy profesionales y nos une el afecto.
-¿Nunca te molestó que no te llamen papá?
-En absoluto. Al contrario, me parece que es un condicionamiento. Y la verdad que si me molestara hubiera forzado la situación. La mamá de cuatro de mis hijos me llamaba Miguel y ellos me llamaron así. Lamentablemente ya no está. Fue un duelo muy profundo pero espiritualmente está en esta casa donde crio a sus cuatro hijos. Su presencia es sensible y perceptible.
-¿Qué tanto cambió el mundo entre Yo vivo en esta ciudad, primer disco de Pedro y Pablo y el que estás presentando?
-Hay ideas que se modificaron en lo formal, en la manera de expresarlas, pero la búsqueda sigue siendo, entre comillas, “el mundo mejor”. Tantos lo han abordado como utopía. Yo creo que hay, pero no es uno fantasioso. Es uno que está a la vuelta de la esquina, no solo por lo que pensamos sino por lo que actuamos. La mejora de uno mismo se puede proyectar en los demás. Es una gimnasia diaria no una filosofía abstracta. En una época hablábamos de cambiar el mundo. Para bien. A través del pacifismos, de la tolerancia. Valores que no cambiaron para nada. Puede ser que haya ideologías que pregonen violencia. Nuestra actitud siempre fue pacifista. Hace dos o tres años me ofrecieron ir a cantar a Israel. Yo ya lo había hecho con Pedro y Pablo. Pero esta vez que me ofrecieron pensé que no podía ir a cantar siendo un pacifista. Estar en tensión permanente con el vecino es estar en guerra. Y mirá que en ese momento no había una guerra como la de ahora. Yo siempre adherí al pacifismo porque es la manera de transformar una sociedad para mejor.
-Además de este disco estás presentando otro, grabado hace un par de décadas, que recupera canciones con letras tuyas y músicas de Kubero Díaz, de la década del setenta.
-Si sobre la realidad patagónica. Algunas de esas canciones quedaron inéditas. Era una deuda que saldamos con el flautista Rubén “Mono” Izaurralde y, en algunos temas, el percusionista Carlos Casalla. Uno de los recitales fue grabado por una radio y con uno de mis hijos hicimos una edición con buen sonido.
-Cuenta la leyenda que aquellas canciones que nacieron cuando vivían en el Sur las escribiste en la pared.
-Sí. En realidad, cuando se construían las casas en El Bolsón se usaba mucho como aislante el ruberoid negro, y como la casa estaba a medio hacer y eso estaba a la vista, yo escribía con tiza y a la mañana Kubero se levantaba y leía y le ponía música. Era mi pizarrón. Así se hizo la base de las canciones.
-¿Esa vida “comunitaria” puede ser vista hoy como una verdadera rareza?
-Ayer, durante una entrevista, mandó saludos una mujer llamada Liliana que era esposa de uno de los músicos que estaba con nosotros allá, en la comunidad del El Bolsón. Y lo gracioso es que agradecía que la hubiéramos salvado de los Hare Krishna. Ya le habían puesto un nombre y todo. Esas cosas también hacíamos [se ríe]. Rescatábamos de otros grupos. Hare Krishna es muy respetable pero la veíamos como una secta.
-¿Ustedes qué eran?
-En ese momento se acuñó la palabra “loco”. Lo que antes era “Che”, pasó a ser “loco”. Hola loco; chau loco. Éramos locos porque era una locura, sana y controlada, con determinadas reglas y metas comunes; con la locura como modus vivendi. Teníamos un trabajo que era una locura, subsistir de la guitarra y de la artesanía.
-Como dice la canción: “Sin la gomina, sin la oficina, con ganas de renovar”. ¿Hoy dónde te ves?
-Confiado de que los últimos años que me quedan por vivir tengan un sentido orientativo. Que, lo que para mi es un camino razonable y evolutivo, también lo sea para la gente que escucha mis canciones. Que lo mejor que haya podido recolectar de otras fuentes (música, literatura, filosofía, religión) se proyecte y sirva. A esta sociedad la reconozco mucho más confusa y conflictiva que en la época en la que éramos locos. Cuando éramos locos no había el grado de estrés y tensión actuales. Tampoco ese plan para que gracias a eso se enriquezcan minorías, de poder económico exponencial.
Fuente: Mauro Apicella, La Nación