Todo empezó en una tienda de música. El afán de los jóvenes Paul y George por recorrer disquerías y locales de instrumentos los llevó un día a encontrarse con un hombre que, del otro lado del mostrador, estaba tocando la guitarra. Era el dueño. De pronto, entonces, un acorde. “¿Qué fue eso?”, le preguntaron los jóvenes, asombrados. El hombre, que solía tocar jazz, accedió a enseñárselos. Así de simple: no lo sabrían entonces pero esa sería la génesis de “Michelle”, una de las baladas más exitosas de The Beatles. “Un FA demente, ese fue el inicio”, lo definiría Paul McCartney tiempo después.
Luego de la tienda de música, Paul McCartney y George Harrison se encontraron con John Lennon para practicar el acorde en las tardes muertas de Liverpool. “Entre todos, todo”, recuerda ahora, definiendo esa manera de hacerse artistas, el casi octagenario Paul McCartney -jovial, simpático y brillantemente pedagógico- al productor Rick Rubin en el hipnótico primer capítulo de la serie documental McCartney 3,2,1. Allí, en seis episodios que duran media hora cada uno, son los únicos anfitriones de un recorrido íntimo y en blanco y negro sobre las canciones emblemáticas de los Beatles y a la vez de su carrera personal, que incluye la banda Wings.
Aquel acorde de la tienda de música, sin embargo, habría quedado en el olvido si John Lennon no hubiera arremetido con una inquietud: “Paul, ¿qué pasó con tu loca cancioncita francesa de las fiestas? Creo que deberías terminarla”. Desde principios de los 60, John Lennon solía viajar a París para visitar amigos. En realidad, John Lennon y Paul McCartney ya habían conocido juntos la capital francesa cuando hicieron una escapada a dedo y con poco dinero en el bolsillo. En París se organizaban fiestas de artistas a las que John asistía frecuentemente y, a su vez, invitaba a McCartney. Con su habitual gusto por lo teatral, Paul se hacía pasar por francés, se disfrazaba y para no pasar desapercibido tocaba un tema instrumental al que agregaba alguna que otra palabra en francés. En esa época, a Paul le gustaban Edith Piaf y Jacques Brel, estandartes de la chanson francesa moderna.
Años más tarde, mientras los Beatles trabajaban en el álbum Rubber Soul (1965), John recordó la “loca cancioncita” que Paul tocaba en aquellas fiestas y le sugirió grabarla como tema. A Paul se le vino a la cabeza, casi de inmediato, una canción interpretada por Edith Piaf: “Milord”, que tenía letra de Georges Moustaki y música de Marguerite Monnot y trataba del encuentro entre una prostituta y un cliente rico. Ese ritmo de vals tan típico de Piaf y aquel acorde aprendido en la tienda de música, según le cuenta Paul al barbado Rick Rubin en la serie documental, fueron el cóctel explosivo que terminó en una balada de 2 minutos y 42 segundos, la medida justa con la que los Beatles, antes de su etapa más experimental y de trascender el formato de la canción pop, solían esgrimir para la composición.
Por primera vez, en rigor, Paul quería sumar alguna estrofa en francés en una canción del grupo. En Francia ya eran adorados después de una serie de conciertos en el teatro Olympia, en 1964. Fue entonces que pidieron ayuda a Ivan Vaughan, un amigo de John cuya esposa era maestra de francés para construir una rima con “Michelle”, un nombre que Paul parecía tener en mente hacía tiempo y del cual se encargó de desmentir -hasta hoy- que se trataba de un amorío francés. La combinación fue “Michelle, ma belle”, a lo que se le añadió “Sont des mots qui vont tres bien ensemble”, que en al comienzo se canta como “These are words that go together well” y forma el esquema inicial de la canción:
En la biografía escrita por Barry Miles, Many Years from Now, Paul lo precisa con las siguientes palabras: “La esposa de Vaughan, Jan, enseñaba francés, y le dije, ´Me gusta el nombre Michelle. ¿Puedes pensar en algo que rime con Michelle en francés?´ Y ella dijo: ‘Ma belle’. Dije, ‘¿Qué significa eso? ´Mi belleza´, respondió. Dije: ´Eso está bueno, una canción de amor, genial´. Acabábamos de empezar a hablar y dije: ´Bueno, those words go together well (esas palabras van bien juntas), ¿qué hay de francés para eso?´. Y ella respondió: ´Van bien juntas. Sont les mots qui vont très bien ensemble´. Dije, ´Muy bien, eso encaja´. Y ella me enseñó un poco cómo pronunciarlo, así que eso fue todo. Lo saqué de Jan, y años después le envié un cheque. Pensé que sería lo mejor, porque ella es prácticamente una coautora en eso. A partir de ahí solo uní los versos”.
Con Paul en la voz, bajo y guitarra acústica, John y George en coros, punteos de guitarra eléctrica de George y la base rítmica de Ringo Starr en batería, “Michelle”, pese a ganar un Premio Grammy a la mejor canción del año, se convertiría en éxito cuando la cantó el no tan conocido grupo británico The Overlanders, que la grabó cuando los Beatles la rechazaron para lanzarla como single en el Reino Unido y los Estados Unidos, aunque ya la habían promocionado en algunos países europeos. En 1999, BMI nombró a “Michelle” como la canción número 42 dentro de las mejores hechas durante el siglo XX. Entre algunos ecos recientes, “The One”, de Shakira, tiene una introducción muy parecida, en un diálogo reconocido por la propia colombiana.
“Michelle” como síntesis de lirismo, simpleza y simbiosis de cuarteto. Para el crítico Diego Fischerman, a partir de esa época los Beatles acometen otra pequeña revolución al pasar de ser una banda bailable a una música para ser escuchada: ya no serían vistos como productores de un estilo que bregaba por ser imitado antes de pasarse de moda, sino como visionarios que con cada nuevo álbum de rock podían tener un conjunto de reglas fundamentalmente diferentes. Los puntos más altos, en ese proceso iniciado con Rubber Soul (en el cual se encuentra “Michelle”) y consolidado con Revolver, habían sido Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y algunos temas editados en simple (“Strawberry Fields Forever” y “Penny Lane”) o incluidos en Magical Mystery Tour (sobre todo “The Fool on the Hill” y “I Am The Walrus”).
De cómo, sin saber leer ni escribir música al estilo tradicional, diseñaron una escritura sui generis. “Los Beatles habían sometido la composición occidental, identificada con la escritura, a dos desplazamientos: de la partitura al estudio de grabación, Abbey Road, que era la vanguardia de la tecnología, y de la música llamada clásica al mundo de la canción pop. Era música artística con tradición popular y era anfibia porque incorporó una riqueza de estilos, métodos y herramientas. Eran muy jóvenes y autodidactas, talentosos. Parten de la base de morfarse el mundo con una avidez notable, sin formación específica, y se convierten en músicos extraordinarios”, explica Fischerman, haciéndose eco del libro Los Beatles como músicos, del musicólogo Walter Everett.
Bichos de laboratorio
A pesar de la fama y el éxito comercial que obtuvieron los Beatles a lo largo de su carrera, Everett se centra en lo estrictamente musical, analizando las numerosas capas de sonido que en la serie McCartney 3, 2,1, el productor Rick Rubin disecciona en la consola como si viajara en el tiempo. “La influencia del grupo no se puede reducir sólo al aspecto cultural o a la moda. Tuvieron muchas ideas nuevas sobre melodía, armonía, contrapunto, ritmo, forma, colores y textura. Sin mencionar lo innovador de sus letras, tanto los temas como la poesía de los Beatles son partes fundamentales de lo que hace a este grupo tan popular y tan imitado”, se lee en el estudio que sitúa a los Beatles como notables laboratoristas, donde el rol de George Martin como editor y guía fue extraordinariamente enriquecedor en el conjunto, capaz de explorar con sintetizadores y todo tipo de instrumentos a través de giros armónicos absolutamente inesperados, “una suma de las partes en experimentos fantásticos y divertidos”, al decir de Paul.
Ese rasgo de laboratoristas en el estudio fue la cocina perfecta de “Michelle”, donde Paul cuenta en el documental que al llegar a Abbey Road sólo tenía la canción en la guitarra: “La parte del bajo surgió ahí, espontáneamente. Y la fuimos ralentizando para emular a ‘Milord’. Teníamos una hora y media para grabar en el estudio, lo cual no era mucho. Así que casi que se hizo en vivo, con Georges Martin corrigiendo y diciendo: ´Paul, tu parte es..´; ´George, la tuya es…´. La escucho hoy y suena como si nos hubiéramos equivocado”.
Como antiguos viajeros adentrándose en mares desconocidos, bajo múltiples estilos y sistemas poéticos, los Beatles fueron esponjas que lo absorbieron todo, como bien describe Paul McCartney al productor Rick Rubin, donde entraban influencias tan distintas como Bach, la música celta, el country, Ray Charles, Jimi Hendrix, The Kinks, The Everly Brothers, Chuck Berry, John Cage, la música de cámara -con su gusto singular por las cuerdas- y la música sinfónica. Y de la inspiración del cine, de la plástica, del teatro, de la literatura, de la publicidad y tantos cruces del grupo con la cultura de masas, convirtiéndose en la música más escuchada de todos los tiempos.
Así concluye Paul -que se muestra, a la vez, como un admirador confeso de los Beatles- en el documental McCartney 3,2,1, dando el contexto creativo del cual “Michelle” es un ejemplo paradigmático: “Con John escribimos como 300 canciones. Éramos ambiciosos, jóvenes y tontos. Nos estimulábamos mutuamente y nunca dejábamos nada al azar. Partir de algo pequeño y que suene lindo era nuestro lema. Nos obsesionaba darle un buen final a una canción y como alguna vez dijo Mozart, hacer que las notas se gusten. Porque algo bello de la música es que, incluso si te inspirás en algo, puede sonar como vos”.
Fuente: Juan Manuel Mannarino, La Nación