En una apuesta que promete generar un rico debate acerca de las lecturas escénicas del género lírico en clave de actualidad, sube este martes al escenario del Teatro Colón una nueva producción que para el coliseo argentino resulta ser el estreno de la obra en su versión original. Se trata de Los pescadores de perlas, ópera en tres actos de George Bizet con libreto de Michel Cormon y Eugène Carré estrenada en París en 1863, la creación más exitosa del compositor francés detrás del inigualablemente célebre drama de Carmen.
Un clásico triángulo amoroso conformado por la soprano Leila (sacerdotisa de Brahma), el tenor Nadir (uno de los pescadores) y el barítono Zurga (el jefe de la tribu de pescadores), que se desarrolla en un tiempo indeterminado en la lejana isla de Sri Lanka, entre las palmeras, los cactus y las ruinas de una antigua pagoda india en una salvaje playa de arenas doradas. Si bien Los pescadores… es una ópera pródiga en melodías exuberantes y climas musicales de romance y drama, en el exotismo y colorido orquestal que hicieron de Bizet una gloria de la lírica, su historia en el repertorio no ha gozado de una afirmación constante. Desaparecida de los escenarios hasta casi mediados del siglo XX cuando finalmente logró abrirse paso en las programaciones más importantes del mundo, tanto el texto como la partitura se presentan aquí con un aire a novedad.
Pero, ¿por qué corrió esa suerte? ¿Es acaso la debilidad de su libreto la causante de esa frustración en el tiempo? ¿Hay escondidos en el argumento y en las notas de este drama, como en las playas de perlas a las que alude el título, vastos tesoros que aún esperan ser descifrados?
Ramón Tebar y Michal Znaniecki, director musical y director escénico respectivamente, responden a estas preguntas y arrojan luz, complementándose cada uno desde su particular mirada, sobre los distintos aspectos de la obra y la interpretación con que se presentará en la Argentina desde este martes.
Una ópera poco representada
“La historia nos indica que los argumentos nunca han sido un filtro para determinar si una obra permanece o no en el repertorio—comienza Tebar—. La Sonnambula de Bellini tiene un libreto mucho más débil que este y sin embargo, como ha servido de vehículo para el lucimiento en términos de virtuosismo vocal, coloraturas y pianissimos a grandes sopranos como Callas y Sutherland, eso bastó para instalarla en las carteleras mundiales. En Los Pescadores el argumento no es lo más destacable. Es una obra vocalmente arriesgada, exigente y difícil sobre todo por la línea y el registro en el que cantan pues se requiere de una enorme seguridad. Hubo figuras que la grabaron, Alfredo Kraus y Plácido Domingo entre otros, y podrían haberla llevado como un estandarte, pero no la cantaron tanto en directo por el hecho de que técnicamente deja a los cantantes demasiado expuestos. El tenor está cantando todo el tiempo en las notas del pasaje [en la transición de un registro al otro por ejemplo del central al agudo] que es como andar en la cuerda floja sin una red debajo. Algo destacable es que, dado que el Colón había hecho este título por única vez en versión italiana allá por 1913, estamos hablando de un estreno de la ópera original en francés y eso la vuelve especialmente atractiva.”
Desde la perspectiva escénica, Znaniecki, en cambio, rescata los valores argumentales: “Cuando empecé a estudiar la obra sentí que Los Pescadores era un desafío enorme porque la trama está llena de secretos y motivaciones para justificar. ¡Pero qué paradoja que un cantante me diga que aquí no pasa nada! Para mí es todo lo contrario pues a través de esos secretos es que debo construir una dramaturgia para el público de hoy, para esta gente que ve Netflix y a la vez está dispuesta a permanecer sentada en un teatro durante horas mirando una ópera.”
Los colores de la música
También sobre el tema contrastan las definiciones de los directores. Tebar lo explica desde la lógica de la música que indica que el contenido fundamental es aquel que está subrayado por un desarrollo musical más importante: “En general, las óperas románticas del s. XIX se enfocan en el conflicto amoroso. Sin embargo, a mí me gusta enfatizar como tema el valor de la amistad entre Nadir y Zurga, dos hombres que en honor a ese vínculo hacen el sacrificio de renunciar a la mujer que aman. La pieza más famosa es precisamente ese dúo: cuando le cantan a la amistad —explica el director español en su regreso al Colón después de diez años de su debut en concierto dirigiendo a Roberto Alagna y Angela Gheorghiu—. Hay tres números destacables: ese dúo, el aria de Nadir del primer acto y la de Leila del segundo. La orquestación en estas arias está pensada con una técnica belcantista para dejar fluir la melodía. No diría que es escasa por la falta de recursos o madurez del compositor sino por la intención de su genio de lograr el máximo efecto con el esfuerzo necesario.”
-Hay momentos en que a la orquesta parece faltarle desarrollo y textura ¿cómo trabaja desde el foso para evitar la sensación de hueco o vacío?
Ramón Tebar.-Lo primero es conseguir justamente eso: que no suene hueco. Es fundamental, cuando se trabaja con esa parquedad, contar con un reparto de voces que “llenen” los eventuales vacíos, que puedan sostener el peso de la obra. Sobre todo en los dúos y arias, Bizet entiende que a la melodía no hay que molestarla por eso usa solo un arpa y una flauta porque habla del amor y la divinidad creando una atmósfera aérea que con su coloración evoca el paisaje sonoro de las cítaras y las guitarras de un país exótico. Y aquí lo comparo nuevamente con Bellini que toma la melodía como elemento primordial y sostiene el canto con un apoyo mínimo, un colchón de plumas debajo de su invención melódica. Pero en realidad se utiliza todo ya que se dan también los grandes momentos de las masas corales y una orquestación riquísima en la danza ritual del comienzo cuando espantan a los espíritus y en el himno de alabanza a Brahma donde suenan los metales y la percusión. Otro reto son las dinámicas y los extremos con que las utiliza Bizet para destacar las pasiones: desde pianissimos hasta fortissimos, el rango dinámico es completamente inusual para su época.
Bizet en versión Mad Max
Pero no sólo en las dinámicas orquestales se apreciarán los extremos. También en la significación de la obra entre el lenguaje musical con un clima romántico de sabor nostálgico y el lenguaje escénico con un paisaje apocalíptico que lleva al límite los conflictos de la trama.
“Lo importante para mí es conectar el público de hoy con una ópera desconocida para el Colón, un argumento lejano con el presente que nos rodea -adelanta el director polaco Michal Znaniecki sobre la concepción de su propuesta-. Los pescadores como gente que vive en la basura de las playas de hoy, en un horizonte destruido donde reinan la crisis y el caos, la falta de todo, el agua y el alimento. La idea es concebir una metáfora muy fuerte sobre la supervivencia y la búsqueda de un valor (las perlas). Ya no se trata de ese ambiente paradisíaco que veían antes porque he traducido los conflictos del argumento a nuestra actualidad, incluso hasta la Guerra en Ucrania. Planteo el tema de la ecología y, buscando el conflicto entre los personajes (porque no se sabe quién ama a quién ni quién odia a quién), desemboqué en otro tema: la violencia de género. Leila es una mujer sola entre hombres que la aman, la desean y la quieren violar. El personaje del bajo Nourabad (sacerdote de Brahma) es un religioso con sed de venganza que odia a todos y quiere matar al protagonista. He descubierto que él también desea a esa virgen ritual que es Leila. Entonces la historia ya no se reduce al triángulo amoroso entre dos hombres y una mujer. Aquí tenemos a un tercer hombre que, mirado a fondo, representa lo agresivo del maltrato a la mujer: la encierra, la usa, la toca, la atemoriza. Antes de la pandemia no creía posible hacer de esta ópera una versión Mad Max mostrando un mundo tan carente de valores”.
-¿Cómo conviven esos mensajes a través de lenguajes diversos: la belleza de una suntuosa música romántica y una visión escénica de violencia a lo Mad Max?
Michal Znaniecki.-Es fácil porque Bizet tiene esa mezcla rara de ambiente burgués y cosa moderna como en Carmen. Bizet tiene eso de belcanto francés mezclado con el barro y las cosas de la tierra, por eso hay verismo y el director está explotando desde la orquesta ese conflicto musical. Abrimos la escena con gente del futuro luchando por la comida y la supervivencia, y cuando en la música hay poesía, hacemos algo impresionista en el escenario. El libreto está lleno de odios, de conflictos raros, de armas y violencia. Cuando llega Leila, inocente y llena de amor, los corazones se abren con su canto celestial, la gente se vuelve humana y de algún modo reaparece la ópera original con sus vestuarios antiguos. Pero a veces rompe su línea de voz de ángel y dice frases violentas -¡Puedes matarme cuando quieras!-, porque aparece el momentos de la verdad emotiva y del coraje de la mujer moderna. Pero mi trabajo no es el de hacer una biografía de los personajes en bambalinas sino el de exponer todo eso en el escenario.
-Muchos cantantes reniegan del abuso de las metáforas y las resignificaciones escénicas ¿Cómo ha resultado en este caso?
Znaniecki.-Aquí los cantantes no tienen ni idea de lo que quiero mostrar. Se trata del teatro visto desde afuera y lo que hago es un montaje a lo Meyerhold [director teatral ruso creador de una teoría y técnica de trabajo de vanguardia]. A los cantantes normalmente no les explico el porqué de una acción que está dirigida solo al entendimiento del público. Ellos no saben de mis intenciones ni de la profundidad con la que busco modernizar el mensaje de la obra, ni de esta dimensión que hablábamos de la violencia de género. Los cantantes tienen demasiado en qué pensar: estar atentos a la orquesta y las cuestiones de la voz. Ellos tienen una jaula de acciones, relaciones y emociones que son claras y no les ocupo la cabeza hablando de psicología porque en la ópera hay poco tiempo. Mi trabajo se trata de construirles algo que no sea demasiado pesado: tienen un vestuario maravilloso y las cosas a las que están acostumbrados. Luego, lo que hago es dejar planteadas las situaciones que con el contexto cambian de sentido. Pero es el público desde afuera el que descubre y entiende esas significaciones en escena.
-¿Y cuál es su expectativa respecto de la comprensión del público en esa decodificación de los distintos niveles de mensajes?
Znaniecki.-Tenemos todo lo que el público quiere ver: las perlas, la playa, la luna. Pero cada acto comienza con un escenario repleto de basura que se va limpiando en busca de esas perlas metafóricas de las que busco su lógica atribuyéndoles el sentido de los valores humanos. En cada intervalo la basura de un mundo sucio y cruel nos vuelve a cubrir la escena. Esta es una ópera rara, de amores confusos y emociones no explicada, y ésa es la sustancia moderna que me permite trasladar la historia al día de hoy. El que quiere ver las perlas, tendrá perlas y tendrá la lectura literal de la amistad, de lo que se entiende por seguro sin interpretar ni excavar demasiado. La amistad es importante, pero es un tema demasiado poco caliente, demasiado poco pasional para una ópera. Gran parte del auditorio preferirá ver en escena la historia de dos amigos que cantan y se pelean por una mujer. Pero estamos viendo esta historia con los ojos de hoy, donde hay hombres y mujeres más fluidos. Yo confío en el público y en dosificar aquello que viene a buscar cada uno: si alguien viene por el vestuario bonito, la escenografía y las luces: lo tiene. Si quiere puestas modernistas e inteligentes: lo tiene. Si otro viene a poner en duda las cosas profundas de los sentimientos y quiere a través de la ópera descubrir facetas del alma humana: lo tiene. Si alguien quiere ver solo aspectos seguros sin correr riesgos, puede quedarse en ese plano del discurso que habla de la amistad. En cambio, a ése que busca desentrañar sus propios secretos, se le revelará el amor oculto de dos hombres en un triángulo amoroso. Yo no quiero provocar nada. Yo sólo quiero contar una historia en la cual cada uno encuentre aquella dimensión por la cual, en definitiva, viene al teatro a ver una ópera.
Los Pescadores de Perlas. Ópera en tres actos de George Bizet. Dirección musical: Ramón Tebar. Dirección escénica: Michal Znaniecki. Coro y Orquesta Estable del Teatro Colón. Principales intérpretes: Hasmik Torosyan, Dmitry Korchak, Gustavo Feulien y Fernando Radó. Estrena este martes 25. Más funciones: 26, 27, 29 y 30 de octubre y 1 de noviembre.
Fuente: La Nación