Los años más oscuros de David Bowie: drogas, ocultismo y fascinación por el nazismo

Entre el ’74 y el ’77, el músico británico había conquistado EE.UU. y convertido en una superestrella. Sin embargo, vivía encerrado y paranoico, fascinado por las fuerzas oscuras y el régimen nazi. A 5 años de su muerte, recordamos uno de sus períodos más difíciles en los que a pesar de todo logró hacer una obra maestra, el álbum “Station To Station”

En general, los álbumes de transición son tan solo eso: un trabajo que sirve de puente entre una etapa y la siguiente, una forma de evolucionar sin tomar demasiados riesgos que puedan afectar el éxito comercial de un artista, ya que le da a los fanáticos un poco de lo que quieren escuchar y otro poco del sonido que viene. En el caso de David Bowie, su transformación más importante se dio entre 1974 y 1977 y no fue sólo musical sino personal: fueron sus años más oscuros –que coincidieron con su momento de mayor éxito en los Estados Unidos-, pero que logró superar para volver a ser él mismo, lejos de sus famosas encarnaciones. El resultado fue la trilogía de Berlín, una serie de discos grabados en Alemania con canciones innovadoras que se convertirían en piezas fundamentales del pop de los ’80. Antes, el álbum Station To Station fue el paso necesario, aunque el músico admitiría que no recuerda casi nada de su grabación. Quizás prefirió olvidarlo porque el personaje que inventó para presentarlo, el Delgado Duque Blanco, con sus declaraciones abiertamente fascistas, fue el más nefasto de todas sus creaciones.

De la mano del disco Diamond Dogs (y el hit Rebel Rebel), Bowie por fin había triunfado en los Estados Unidos. Si bien se había despedido a su alter ego Ziggy Stardust en la gira anterior y había desarmado a la banda que lo acompañó durante ese período, The Spiders Of Mars, este octavo trabajo significaba una continuación del rock crudo y la estética glam que había desarrollado a principios de la década. En verdad, había muy pocos indicios –solo las canciones 1984 y Rock And Roll With Me– del paso que dio al año siguiente, en el que incursionó en la música negra.

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Cuando Bowie regresó a Norteamérica para hacer una de las giras más taquilleras y monumentales de su carrera, Ziggy se había apoderado completamente de él. En el documental Cracked Actor de 1975 admitió: “En determinado momento, me perdí […]. No podía decir si era yo el que estaba escribiendo aquellos personajes o si esos personajes me estaban escribiendo a mí”.

El consumo de drogas estaba afectando profundamente su personalidad. Estaba paranoico, pero a su vez creía tener el control de todo, la típica sensación de grandilocuencia y megalomanía que genera la cocaína. De hecho, en una entrevista que dio a Robert Hilburn en 1974 para Melody Maker (publicada en el libro Bowie Por Bowie: entrevistas y encuentros con David Bowie, editado por Planeta) mostraba su preocupación sobre lo fácil que era controlar a las masas. “Hubo ocasiones, francamente, en las que pude haberle dicho a la audiencia que hiciera cualquier cosa, y eso es aterrador”, confesó luego de advertir que “Occidente va a tener un Hitler”.

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El éxito del tour por los Estados Unidos, en el que el artista desplegó un espectáculo sin precedentes con una puesta en escena imponente y coreografías de Toni Basil, quedó plasmado en David Live, que para él constituyó la muerte definitiva de Ziggy Stardust y un reflejo de su estado calamitoso. Bowie admitió que prácticamente no escuchó ese álbum y señaló que en la foto de portada parecía salido de la tumba. Para él, “ese disco debió haberse titulado David Bowie Está Vivo y Bien y Viviendo Sólo en Teoría”, dándole la razón a las críticas y a Mick Jagger, que fue lapidario: “Si uno de mis trabajos hubiera recibido los comentarios que él tuvo con ese LP, yo honestamente nunca más hubiera grabado”.

El fin de Ziggy Stardust se debió a que el autor de Space Oddity sentía que estaba empezando a repetirse y que ya había exprimido el glam al máximo. A pesar de que en 1972 había dicho a la revista NME que nunca haría música negra porque era “muy blanco”, dos años más tarde cambió de opinión y, cautivado por el nuevo soul que provenía de Filadelfia -conocido como “Philly Soul”- aprovechó una pausa en la gira para grabar nuevas canciones con músicos norteamericanos que conocían ese sonido a la perfección. Uno de ellos era Carlos Alomar, guitarrista estable del teatro Apollo de Harlem que había formado parte de las bandas de apoyo de artistas de la talla de James Brown y Chuck Berry. A partir de ese momento y por varios años se convirtió en un aliado fundamental de David, capaz de seguirlo en sus diferentes experimentos musicales.

El resultado de esas sesiones, que continuaron a lo largo de 1974 y 1975 en diferentes locaciones, fue el álbum Young Americans, autodenominado por el propio músico como “soul de plástico”, como una forma de dejar en claro que lo suyo no era apropiación cultural, sino, como explicó a Playboy, un intento de hacer música negra por parte de un “inglesito blanco”. Bowie luego diría que ese disco le resultaba inaudible (aunque “bueno para bailar”), pero cuando lo grabó estaba tan entusiasmado que rebautizó la gira Diamond Dogs como The Soul Tour e incorporó los nuevos temas a su repertorio.

El éxito de Young Americans lo catapultó al súper estrellato en el continente americano, en especial gracias a Fame, un funk filoso escrito y grabado nada menos que con John Lennon que llegó al primer puesto de los rankings. La canción habla de lo que más atormentaba a los dos en ese entonces, la fama, a la que Bowie dijo en 2002 que no se la desearía ni a su peor enemigo. Pero también escondía un embate a su manager, Tony Defries, a quien despidió tras darse cuenta de que el dinero que generaban sus shows y sus discos no era destinado a sus proyectos sino a otros, muchos de ellos fallidos, como un musical de Broadway llamado Fame (de ahí el título de la canción) que fue tan desastroso que duró una sola noche en cartel y generó importantes pérdidas.

Defries fue uno de sus mejores amigos y quien había asumido un gran riesgo al apostar por su éxito cuando aún era un artista desconocido. De hecho, su acuerdo inicial le otorgaba parte de los derechos de todo lo que produjo Bowie hasta varios años después de haber terminado su vínculo contractual, algo que el músico siempre resintió.

El fin de la relación con su manager lo dejó un tanto desamparado, por lo que decidió continuar con la conquista del mercado estadounidense él solo asumiendo un mayor control sobre sus finanzas. “Ahora soy un hombre de negocios”, dijo a Melody Maker en 1976. Para eso, se mudó un tiempo a Los Ángeles, donde vivió uno de los períodos más turbulentos de su vida, “una larga y oscura noche de insomnio del alma”, como la describe Simon Reynolds en Como un golpe de rayo (editado por Caja Negra).

Allí, tal como describe el biógrafo David Buckley en Strange Fascination (Virgin Books), su dieta se basó casi exclusivamente en cocaína, leche y pimientos. Se lo veía muy flaco, frágil y pálido, casi fantasmal. Aislado del mundo, paranoico y al borde del colapso mental, dormía muy poco, pasaba noches enteras viendo películas de la época de la Alemania de Weimar y del nazismo y leyendo libros sobre esoterismo, magia negra y fenómenos paranormales. Estaba interesado en cualquier disciplina que pudiera darle un conocimiento más allá de la ciencia y la razón, desde la cábala hasta el ocultismo de Aleister Crowley, pero también la mitología, leyendas como las del Rey Arturo y el Santo Grial, el gnosticismo y la religión.

El Degado Duque Blanco fue el personaje más polémico y casi destruye su carrera (David Thorpe/Shutterstock)

El Degado Duque Blanco fue el personaje más polémico y casi destruye su carrera (David Thorpe/Shutterstock)

Era común que quienes lo visitaban, ya sean músicos, estrellas de cine o traficantes de drogas, vieran las paredes escritas con símbolos místicos “protectores” y supuestos portales hacia otra dimensión, así como velas negras encendidas. También realizaba rituales de limpieza y se aseguraba de que nadie tuviera acceso a los desechos de su cuerpo, como cabellos, uñas y fluidos por miedo a ser víctima de hechizos y brujerías. “Sentía que estaba metido en un viaje personal demencial que simplemente me arrastraba”, explicaría años después.

A pesar de su estado, o probablemente gracias a él, la crítica coincidió en que la actuación en su debut cinematográfico fue magistral. En The Man Who Fell To Earth (El Hombre Que Cayó a la Tierra, 1976), dirigida por Nicolas Roeg, Bowie interpreta a Thomas Jerome Newton, un extraterrestre que llega a la Tierra en busca de agua para su planeta y termina sucumbiendo ante los vicios de la raza humana, como el sexo y el alcohol.

Una de las razones por las cuales el cantante se había instalado en Los Ángeles era expandir sus horizontes artísticos y hacer cine. De la mano de Roeg lo logró, aunque él diría que no hizo más que mostrarse tal como era en ese momento, un ser totalmente perdido y consumido por la cocaína. “La imagen que tengo de toda la película no es la de haber tenido que actuar. Me bastaba con ser como era, y eso resultaba perfecto para el personaje. Es como si, en esa época, no hubiera pertenecido a este planeta”, reflexionó en los ’90.

Luego de la frustración que implicó el hecho de que no aceptaran la banda sonora que había compuesto para la película, retomó su carrera musical. Convocó a parte de la banda con la que había grabado Young Americans y registró su siguiente álbum, Station To Station.

Tal como le sucedió con Ziggy Stardust, el personaje de Newton comenzó a apropiarse de él. “En el estado en que me encontraba”, dijo a la revista Mojo en 2002, “no había una división real entre uno y otro”. Durante el rodaje, David comenzó a escribir una especie de autobiografía novelada que tituló The Return Of The Thin White Duke (El Regreso del Delgado Duque Blanco). Ese libro nunca llegó a terminarlo, pero le dio la identidad de su nuevo alter ego y la primera línea de la composición con la que bautizaría a su décimo LP. Mediante la técnica de recortes o “cut-up” de William BurroughsStation To Station hace referencia a todo el material místico y esotérico que había estado leyendo y una mención expresa a la sustancia que dominaba su vida por esos años: “It’s not the side effects of cocaine, I’m thinking it’s must be love” (“No son los efectos colaterales de la cocaína, pienso que debe ser amor”).

Se trata de la grabación más larga de su discografía –dura poco más de diez minutos-, en la que Bowie, haciendo un paralelismo con el vía crucis, parece purgar todas las fuerzas oscuras que lo envolvían para luego anunciar su resurrección. Comienza con el guitarrista Earl Slick simulando el sonido de un tren a través de diferentes efectos y distorsiones. Esta introducción marca la dirección hacia donde dirigió sus siguientes discos, la famosa trilogía de Berlín, que grabó en la capital alemana entre 1977 y 1979. El músico había descubierto hacía poco el krautrock, una variante alemana del rock progresivo que se caracteriza por la extensión y monotonía de las canciones, un ritmo constante y mecánico (denominado “Motorik”) y el uso innovador de los sintetizadores, que no llevaban mucho tiempo en el mercado. Los principales exponentes de este nuevo estilo eran Kraftwerk Tangerine Dream, pero también grupos como NEU!CanCluster Harmonia.

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Cuando pasa el tren, la banda empieza a tocar una marcha tétrica -que funcionaría muy bien en una película de terror- que a la mitad del tema deviene en un disco-soul explosivo en el que el cantante proclama que “el canon europeo está aquí”, algo que ensayistas, críticos y biógrafos como Nicholas Pegg (The Complete David Bowie, Titan Books) y Simon Reynolds interpretaron como su grito desesperado por volver a Europa. La canción es la transición perfecta entre el soul de plástico de Young Americans y el sonido cuasi industrial y electrónico teutón de los álbumes LowHeroes, y Lodger. Para el autor de Life On Mars?, el futuro de la música estaba en Alemania Occidental.

Completan el lado A de Station To Station Golden Years, un funk que podría haber estado en el álbum anterior y habría sido escrita para Elvis Presley, y Word On A Wing, un himno que parece estar dedicado a Dios, como si Bowie buscara la paz entre tanta oscuridad. Es tal vez una de sus composiciones más sentidas, como una pequeña grieta en su caparazón por donde se cuela la luz y que deja al desnudo sus sentimientos.

El lado B abre con TVC 15, que es sobre una chica que es tragada por la televisión y tal vez una referencia a la habilidad de Thomas Jerome Newton para mirar muchos televisores al mismo tiempo. Le sigue Stay, un funk sucio y claustrofóbico que coquetea con el rock duro y que tiene una sección rítmica sublime. El álbum cierra con una estremecedora versión de Wild Is The Wind, escrita por Dimitri Tiomkin Ned Washington en 1957 y grabada originalmente por Johnny Mathis, aunque la interpretación que inspiró al músico fue la de Nina Simone, a quien conoció en 1975. “Es un homenaje a ella”, explicó. Se trata de una de las performances vocales más sobresalientes de toda su carrera.

Bowie sabía que había tocado fondo y pensaba que podría salir adelante si abandonaba el ambiente tóxico de Los Ángeles, un lugar que, en su opinión, “habría que borrar de la faz de la Tierra”. Como una derivación de su papel en The Man Who Fell To Earth, el Delgado Duque Blanco era la nueva coraza que había construido para esconder su fragilidad. Con una estética de cabaret de principios del siglo XX -camisa blanca, chaleco y pantalón negro y el pelo platinado, corto y peinado hacia atrás-, este nuevo personaje tenía una actitud arrogante y fría –glacial- y, en palabras de su creador, “bastante desagradable”.

El Isolar Tour llevó al músico de regreso al Viejo Continente, con el objetivo final de instalarse en Berlín. El problema es que lo hizo bajo la figura del Delgado Duque Blanco, que no sólo tenía una personalidad horrenda, sino que era sumamente fascista. Había pasado noches enteras viendo películas sobre el Tercer Reich y se había sumergido tanto en los textos sobre el supuesto interés de los nazis por el ocultismo que en las entrevistas de ese momento hacía recurrentes menciones a Adolf Hitler -a quien describió como una estrella de rock y llegó a comparar con Mick Jagger– y a la necesidad de que un régimen fascista gobernara Gran Bretaña.

En una entrevista a Rolling Stone declaró que “hubiera sido un dictador excelente” y que “si hubiese estado en Alemania, habría sido Hitler”, para luego manifestar que le gustaría ser el primer presidente inglés de los Estados Unidos (“Ya soy bastante de derecha, así que podría ocupar ese cargo sin problemas”) y “gobernar el mundo”. En declaraciones a la prensa sueca se vio a sí mismo como “la única alternativa para ocupar el cargo de Primer Ministro de Inglaterra” y consideró que su país “se beneficiaría con un líder fascista”. Años después, limpio de drogas, diría que sus declaraciones se debieron a los aires de grandeza que produce la cocaína y confesaría que se dejó llevar por fantasías mesiánicas.

Bowie en Wembley, en 1976 (ANL/Shutterstock (1752892a)

Bowie en Wembley, en 1976 (ANL/Shutterstock (1752892a)

Por si fuera poco, cuando la gira pasó por Alemania trascendió que el cantante había visitado el búnker de Hitler y en un viaje a la Unión Soviética fue demorado en la frontera con Polonia al hallar en su equipaje objetos relacionados con el nazismo, como biografías de Albert Speer y Joseph Goebbels, que argumentó que había adquirido porque planeaba hacer un musical sobre el antiguo y nefasto ministro de propaganda del Tercer Reich.

Cuando por fin llegó al Reino Unido, la prensa local ya se había hecho eco de sus declaraciones polémicas y estaba al acecho de cualquier provocación. Al bajarse del tren en la estación Victoria de Londres el 2 de mayo de 1976, se subió a un Mercedes Benz negro descapotable como el que usaba el Fürher y saludó a sus fanáticos. Los fotógrafos lo capturaron levantando la mano en una posición que muchos interpretaron como el “Sieg Heil”, lo que causó mucha indignación. Bowie negó rotundamente haber hecho el saludo nazi y en innumerables entrevistas remarcó que no era fascista sino que lo que hacía era “teatro y puro teatro”. Como dijo al Daily Express: “Me uso a mí mismo como un lienzo blanco e intento pintar sobre él la realidad de nuestro tiempo”. Lo cierto es que le llevó años librarse del estigma que él mismo había generado.

Iggy Pop y David Bowie (Mediapunch/Shutterstock)

Iggy Pop y David Bowie (Mediapunch/Shutterstock)

Al terminar la gira presentación de Station To Station, David Bowie decidió alejarse de la esfera pública. Se refugió unos días en Suiza y luego se dirigió a París para producir The Idiot, el debut solista de Iggy Pop, que luego grabaron en Múnich y en Berlín, donde ambos se instalaron un par de años. Allí, el Delgado Duque Blanco desapareció y el artista nunca volvió a interpretar un personaje. Durante su estadía en la capital alemana logró alejarse de las drogas (o al menos reducir significativamente su ingesta) y, bajo el ala protectora de Brian Eno, se dejó llevar por la música de vanguardia alemana, un sonido que no había en ningún otro lugar del mundo. El resultado fueron tres discos memorables que marcaron el camino de lo que vendría en la década siguiente. Bowie, una vez más, demostraría que estaba a años luz del resto de los mortales.

Fuente: Infobae