El Tibidabo, el Chantecler, el Maipú Pigalle o el Tabarís. Esas cunas del gran tango de los años ‘40 están en la memoria porteña. Pero alguna permanece también, puertas abiertas, en el corazón de la Ciudad. Renovada pero con la misma esencia.
Cátulo Castillo decía que el cabaret de tango Marabú era a la Ciudad de Buenos Aires lo que el Moulin Rouge a París. Habrá que salvar distancias. Pero ese local, que nació en 1935 en el subsuelo de Maipú 365, en el corazón del actual Microcentro porteño, que cerró y que reabrió varias veces, es un sobreviviente de los años doradosdel 2×4. Orgulloso de aquella esencia, guarda memorias jugosas.
Es que el Marabú fue un símbolo de la gloria del tango. Lo fundó el español Jorge Salas y tuvo su esplendor durante la década de 1940, con las grandes orquestas del género. Así lo contaron tangueros de ley. Allí debutó en 1937 la primera formación de la Orquesta Típica deAníbal Troilo, con el cantor Francisco Fiorentino y «Tinta verde» tocado «a la parrilla» (no orquestado). Y allí Juan DArienzo y Carlos Di Sarli, entre otros, hacían bailar a los clientes -prácticamente todos tenían mesa propia- hasta las cuatro de la mañana.
Orquesta. En la milonga Marabú, una noche de jueves.
Clásico. El Marabú, con su milonga resiste desde 1935, con cierres de por medio.
«Esa tradición tanguera está recuperada», dice a Clarín Nelson Di Pascuale (66), encargado del local, donde pasó más de veinte años -con cierres de por medio-. Y explica: «Al bailarín Horacio Préstamo se le piantó un lagrimón cuando se presentó acá. Lo que pasa es que esto es como el Teatro Colón del tango. Tierra santa para el milonguero tradicional«. Di Pascuale explica que el boliche pertenece a la asociación civil The Argentine Tango Society, de Estados Unidos, que lo compró en un remate hace unos cinco años. Y que su sello es el tango de los años ’40 y los ’50. «Milonga o valses, distintos ritmos, pero de los clásicos». Muy de vez en cuando ofrecen «un recreo con música tropical».
En la pista. De la milonga Marabú, un clásico que resiste.
En los años ’40, junto con el Chantecler, el Tabarís y otros, el Marabú fue un templo tanguero para los porteños y luego para los turistas locales y extranjeros.
Escalera al sótano. Baldosas blancas y negras. Pista de baile de madera. Mesas. Barra. Y el escenario de las orquestas. Tenía un cartel que decía «Todo el mundo al Marabú/la boite de más alto rango/donde Pichuco y su orquesta/le harán bailar buenos tangos». Además, recibía un portero, con faldón y una gorra con el nombre del local. Y adentro estaban las coperas, en general, vestidas con satén -y había un ascensor para subir a los departamentos, que hace tiempo sacaron-.
Ritmo del 2×4. En la actual milonga Marabú.
Las crónicas fueron minuciosas. Como contó Clarín acá, en el pico de gloria de los cabarets de tango, una entrada costaba $150 e incluía una consumición -una copa valía unos $50-. Y, por aquel precio, se podía ver un show que por entonces era también casi exclusivamente de tango. Cada tanto se presentaba alguna orquesta de jazz.
El Marabú cerró varias veces. La primera fue entre 1962 y 1975. Cuando fue reabierto, volvieron Osvaldo Pugliese y otras figuras. En los años ’70, su repertorio incluyó un poco de samba brasileña. En los ’80, rock. Soda Stereo, en el Carnaval del ’84, recuerda Di Pascuale. Los Abuelos de la Nada, Virus y Los Twist. Y fue sede de una disco. Lo rebautizaron Maracaibo. Pero el tango lo marcó para siempre.
Los tragos en los años dorados de los milongueros, famosos en la noche porteña, eran preparados por referentes. En el Marabú, el barman español Manolete. Entre los más pedidos figuraban el Berlín 45 -que tenía gin inglés, coñac francés, vodka ruso y whisky estadounidense- y el Medias de Seda -con pisco, crema de cacao, azúcar y crema de leche-.
En vivo. En el Marabú de hoy.
El tiempo borró o cambió a estos espacios. Pero placas recuerdan al Marabú sobre la calle Maipú. En 1997, el entonces Concejo Deliberante porteño lo destacó como de interés cultural y tuvo otro reconocimiento en 2008. Es que guarda muchísimos recuerdos. ¿Otro clave? Pascual Contursi supo de un romance entre una copera y un mozo que inspiró la historia que cuenta el tango «Como dos extraños». ¿Otro? Ahí se juntaban Discépolo y Mariano Mores. Y siempre se pueden evocar ecos del 2×4, sonando.
Fuente: Clarín