Delante de la lambada, Sol Pérez bronceada y en botas tejanas parece un cumpleaños de 15 organizado por el Colegio Sagrado Corazón. En su momento estuvo científicamente comprobado que los hombres que bailaban lambada eran sexualmente más vigorosos. Lo cierto es que este ritmo, compatible con la eyaculación, apoyó sus tropicales cachas en este mundo hace perfectos 30 años, y lleva casi el mismo tiempo virtualmente extinto. Curioso su caso: ¿la lambada fue un género o una canción? ¿Qué habrá sido del “baile prohibido” que conquistó el planeta?
Si nos retrotraemos a 1989, la lambada era casi todo. Por una larga temporada desplazó al perro por el perreo, y fue el mejor amigo del hombre. Terminaban los ’80. Terminaba la buena música y la lambada marcó un cambio de época.
El término desciende de una palabra portuguesa que describe el movimiento de un látigo. Su sola mención hacía que nuestras terminales nerviosas tuvieran noticias del pegajoso bandoneón. Ahora mismo, mientras tecleamos estas líneas, no sabemos del todo bien qué fue la lambada. ¿Una moda pasajera como el Gangnam Style? ¿Esos 15 minutos que no se le niegan a nadie? ¿El lubricante para introducirnos el reggaetón? ¿Qué se dirá del reggaetón dentro de 30 años? (Si usted cree que tendrá el mismo destino que la lambada, marque uno).
Llorando se fue: el Despacito de fines de los ’80.
Después, el ocaso de la lambada aterrizó en lo de Marcelo Tinelli.
En las radios, en las discos, en los casamientos. Chorando se foi llegó a sonar 112 veces en un día en diferentes diales. A poco de aparecer, el tema es rebautizado lisa y llanamente como “Lambada”. La confusión reinante –¿ritmo o canción?- estaba en marcha y se prolonga hasta nuestros días.
Por la televisión, en un oprobioso verano, hubo un programa ómnibus íntegramente dedicado a la lambada, donde la pareja de participantes que lograba estar más cerca del orgasmo se ganaba una heladera con freezer.
Pero rebobinemos: el comienzo tiene que ver con Brasil y los esclavos africanos que llegaron con los colonizadores. El meneo picante se usaba como técnica de reproducción musicalmente asistida. A más danza, más esclavos.
Además, los indios del Nordeste usaban taparrabos y las mujeres danzaban con minifaldas precursoras del samba y el Swinging London. Ese ritmo primitivo, con los años, se llamó Carimbó. Importa el dato porque de ahí viene la lambada que estalla mientras se caía el Muro de Berlín, nacía Taylor Swift y Romeo Santos cantaba finito en el coro de una iglesia del Bronx.
También existió un Litto Nebbia en todo esto. Un pionero. Su nombre artístico, Pinduca. El fue una especie de eslabón perdido entre el Carimbó y lo que vendría más tarde. Apurado por una discográfica que le pedía menos letra que música, Pinduca –“O rei do Carimbó”- eligió hacer una canción llamada, puntos suspensivos, Lambada (Sambao). La grabación data de 1976 y pese a ciertos reflejos y singularidades locales, no deja de ser un rock & roll hecho por brasileños.
Más de diez años hubo que esperar para lo que sucedería a nivel mundial con la semillita que Pinduca había plantado.
Primera y única tesis: la lambada es un ritmo que se desprende de una canción para terminar encarnando en un plagio.
Un empresario francés llamado Olivier Lamotte estaba pasándola lo más bien en Río de Janeiro cuando, al calor de las masas, escuchó una presentación del grupo franco-brasileño Kaoma. Eso fue suficiente: Lamotte –nada que ver con nuestro díscolo Esteban- hizo que Llorando se fue sonara hasta en los karaokes japoneses. Contrató a la banda, a un grupo de bailarines de Porto Seguro, grabaron unas cuantas horas y tour internacional. Ese es el cuento de hadas.
Kaoma, la banda franco-brasileña, en Paris, 1989.
Fuera de sus cabales, los Dj’s reproducían la canción hasta un grado de demencia y enajenación que no se percibía desde Chiquitita, de ABBA.
Existieron versiones extended play del tema. Duraban más que Rockollection.
Sin embargo la flor de un día –acaso del día más largo de mundo- no sería suficiente. Un ritmo que sólo cabe en una canción se encuentra lógicamente destinado a la bulimia. O si no pregúntenle a Las Ketchup, que grabaron Aserejé hasta en arameo y pese a tener curvas difíciles de olvidar, nunca lograron escapar al hechizo del tiempo: hace poco, agraciadas, preciosas como siempre, ¡y sin playback!, las chicas hicieron su monotema en Eurovisión con esa coreografía fantástica que sigue dándole alegría a tu cuerpo, Macarena.
El one hit wonder tiene por característica ser un fenómeno aislado. Una sequía. Una inundación. No hay nada peor que un éxito rutilante porque la contracara siempre se parecerá al olvido. El grupo que popularizó la lambada no escapa a la generales de este cementerio. Dicen que Loalwa Braz, la cantante, alguna vez “famosa cantante” de Llorando se fue, llevaba un diario íntimo con las cantidad de veces que había interpretado el tema.
No hubo futuro para la lambada, y si no hay futuro, tampoco hay pecado, dice Pil Trafa, de Los Violadores.
Loalwa Braz Vieira, vocalista de Kaoma, que apareció muerta incendiada en su auto. Foto: Facebook
Loalwa era una chica que ni fu ni fa y, llegado el momento, se habría hecho las lolas. Nacida en Jacarepaguá en 1953, la biografía describe que vivió muchos años en París y hasta fue miembro condecorada de la Academia Francesa de Artes, Ciencias y Letras. ¿Será verdad que llegó cantar Llorando se fue 4.567 veces? Incomprobable.
Se la conoció como la voz de una canción que devino género musical. “Recibimos varios discos de oro y platino por las ventas en Europa, Africa y Asia. Ya tenemos qué contarle a nuestros nietos. Estarán orgullosos de nosotros”, comentó en una entrevista. “La Lambada –continuó- fue criticada porque supuestamente fomentábamos el sexo libertino, pero lo irónico es que todo el mundo la bailaba”.
En sus últimos días de vida se la vio dando shows acompañada por músicos de lobby de hotel. A los 63 años, el 17 de enero de 2017, la “Voz de la Lambada” (como presumiblemente la llamaban todos) fue encontrada muerta dentro de un auto carbonizado, cerca de Río de Janeiro, donde la cantante tenía su propio emprendimiento turístico.
Fotografía de archivo fechada el 26 de abril de 2012 que muestra a la cantante brasileña Loalwa Braz mientras se presenta con Don Omar en la entrega de los premios Billboard Latinos, en el Bank United Center de Miami, Florida (EE.UU.). Foto: EFE/Gastón de Cárdenas
Los bomberos hallaron el cuerpo y, pese a las quemaduras, lograron reconocerla.
Se escribió que quisieron robarle y que a los asaltantes se les fue la mano. “Este no es un crimen común en la región», observaron los investigadores.
Había empezado a cantar a los 12 años. Del 89 al 99 integró Kaoma, que popularizó Chorando se foi, antes de terminar atravesando una situación de lo más incómoda: la lambada que escuchó el globo terráqueo fue un plagio competente, rendidor, exitoso pero demasiado torpe, que llevaba exactamente el mismo nombre de un tema de Los Kjarkas, conjunto oriundo de Bolivia que compuso Llorando se fue en 1983. Ambas canciones no se parecían, eran iguales.
Hubo juicio y la banda, que significa «temblor» en quechua, le hizo un boquete a las regalías de Kaoma, obteniendo, quizás, más dividendos en tribunales que en toda una carrera que todavía hoy continúa.
Quien no recibió más que una compensación, una cena y una contratación para tres presentaciones en Londres, fue el argentino Juan José Mosalini quien, convocado para grabar el inconfundible bandoneón del comienzo del tema, fue al estudio, lo tocó y se olvidó de la cuestión, hasta que, en medio de una fiesta, escuchó el resultado de lo que había registrado, según contó en una entrevista al diario La Nación.
Tres décadas después, en 2019, la lambada es un recuerdo del perreo reggaetónico. Puede que allí habite algo de su sexismo y de la cadera con pata y muslo que imita el movimiento de las olas.
Después del plagio, la lambada dejó un mar de lágrimas de cocodrilo. Llorando se fue, y nunca más volvió. No es que la gente le haya dado la espalda por haberse sentido estafada, sino que la canción pagó con una metafórica prisión perpetua y ya no tuvo más lugar en nuestros dañados tímpanos. No se recuerda cuándo ocurrió exactamente. Cuándo dejó de sonar en las discos y las radios.
Sólo se sabe que el 4 junio de 2007, Juana Repetto no pudo bailar “lambada” por una lesión en el menisco de su rodilla derecha.
Fuente: Clarín