El domingo por la noche, Lady Gaga batió varios récords. Con el Oscar a mejor canción que obtuvo por Shallow se convirtió en la primera en arrasar en la temporada de premios. Hasta el momento nadie había cosechado el mismo año con los principales galardones: Oscar, Grammy, Golden Globe, Bafta y Critics Choice.
Pero ese logro empalidece frente a lo que consiguió sólo con una mirada. Nadie antes había conseguido tanto con tan poco. A partir de ese momento todos los medios del mundo la llevaron a sus portadas y en cada red social se habló de ella. Con sus electrizantes cuatro minutos de actuación sobre el escenario, Lady Gaga revitalizó la entrega de los premios de la Academia de Hollywood; una entrega que venía con problemas, sin presentador, con músicos que se negaron a cantar sus temas, con débiles candidatas a mejor película. En unos años ya nadie hablará de Green Book. En unos años nadie se habrá olvidado de esa dúo entre Lady Gaga y Bradley Cooper. Y, por supuesto, de esa mirada.
Lady Gaga saltó a la fama una década atrás. No fue un éxito fulminante. Ni siquiera se trató de la típica estrella juvenil diseñada en el estudio por ejecutivos de discográficas gigantes. Su camino fue diferente. Luego de unos meses de incertidumbre sus canciones fueron ganando las pistas de baile.
Después, sólo se trató de una cuestión de tiempo, de que el personaje se diera a conocer. Stefani Germanotta de 22 años se puso el traje de Lady Gaga y no se lo sacó hasta que se devoró al mundo. Sus influencias más obvias fueron David Bowie con su ambigüedad sexual, la teatralidad de Elton John, la exuberancia de Freddie Mercury y, naturalmente, la versatilidad de Madonna. En 2008 con la publicación de su primer disco The Fame, seguido rápidamente por el EP The Fame Monster, conquistó el mundo. Pelucas de colores, maquillaje cargado, vestuario futurista. Parecía que detrás de esa parafernalia no había otra cosa que un producto, destinado al éxito efímero.
Lo que nadie tenía en cuenta era que esa joven no sólo contaba con talento y una gran voz (entre tanto efecto especial muchos parecen olvidarlo), sino con una determinación que pocos pueden ostentar. Hace unos días comenzó a circular por las redes sociales una captura de un grupo de Facebook. La imagen tiene poco más de una década. El grupo, cerrado y compuesto por doce personas, explicita su sentido desde el título: «Stefani Germanotta, nunca serás famosa». Esa publicación evidencia otras dos cosas. Esas doce personas probablemente sean los peores pronosticadores de la galaxia, los doce con menos aptitudes proféticas alguna vez vistos. Lo otro: en Lady Gaga esa voluntad por hacerse conocer, por abandonar el anonimato, es una de sus elementos originales, está allí desde el principio, desde que Stefani no había imaginado a Lady Gaga.
La leyenda sostiene que el nombre artístico proviene de su gusto por Queen y que en las sesiones de grabación de su primer disco calentaba la voz, cada mañana, cantando Radio Ga Ga, uno de los últimos hits del cuarteto inglés. Y que un mensaje de texto, autocorrector de por medio, produjo el bautismo. En los primeros años la figura de Lady Gaga confundía. No se sabía qué había detrás de toda esa construcción postmoderna y vistosa. Era como un personaje extraído del animé puesto en el centro mismo del mundo del pop.
Luego del éxito de ventas y de críticas de sus primeras grabaciones tuvo que subir al escenario para refrendar sus logros. En un medio en el que los plagios encubiertos y lo mimético se imponen, su singularidad destacaba. Sin embargo detrás de esa imagen recargada y urdida, había un talento inconmensurable. Voz, baile, prestancia escénica.
De a poco fue conquistando cada terreno posible para una estrella pop. Los rankings de ventas, las giras exitosas, los premios, las presentaciones estelares. Pronto llegaron las comparaciones. El emparejamiento más evidente fue con Madonna. Pero también llegaron los celos y las peleas. Con Madonna toda diferencia parece haber quedado resuelta la noche del domingo, cuando Lady Gaga concurrió a la tradicional fiesta post Oscars que la otra brinda cada año y se sacaron fotos juntos. Gaga solía alabar a Madonna en sus primeras entrevistas. Comparten dos características que las emparentan fuertemente. Ambas portan una ambición épica y poseen una capacidad de transformación asombrosa.
La capacidad de metamorfosis de Gaga es descomunal. Puede ser ampulosa y teatral y al poco tiempo, frágil y vulnerable. Cantar mientras es llevada en andas por diez bailarines, tirarse al vacío desde lo alto de un estadio como hizo en el show del medio tiempo del Súper Bowl o conmover con una balada mientras se acompaña con el piano.
Uno de los temas omnipresente en su obra fue la fama. Allí está desde el nombre de su primer disco. La obsesión por alcanzarla, el peligro, cómo manejarla, los problemas que acarrea. Su obsesión le permitió entender, como pocos, que en el mundo actual el balance entre exposición y misterio es un arte. Y ella lo maneja como pocos. Hace un tiempo era la persona con más seguidores en todo Twitter pero casi nadie sabía nada de su vida privada.
Sus intereses son múltiples. La moda y el arte son los primeros que se manifestaron. Pero su actividad filantrópica y el interés en las cuestiones sociales y de género están siempre presentes. En cada ocasión que puede deja escuchar su opinión.
Luego de varios cameos y de una actuación (con Golden Globe incluido) en la serie American Horror Story, el año pasado protagonizó una nueva remake de Nace una estrella. Mientras preparaba la película, Bradley Cooper la vio cantar en una gala benéfica y quedó deslumbrado. Al día siguiente estaba cenando en la casa de Lady Gaga para proponerle que lo acompañara en la aventura cinematográfica. La química se estableció de inmediato. La película tenía pocas posibilidades de ser un éxito. Una estrella de la canción casi sin experiencia actoral en el papel principal, un actor debutando como director y al mismo tiempo encarnando a un cantante sin serlo, una historia ya conocida y filmada varias veces. Sucedió lo contrario. Éxito de taquilla, buenas críticas y animadora de la temporada de premios. Esa electricidad que produce la pareja principal es el gran secreto. En la pantalla y fuera de ella.
De novia durante un lustro, Gaga rompió su pareja con el actor Taylor Kinney luego de haberse comprometido. Al poco tiempo empezó a salir con Christian Carino, su representante. Otra vez hubo anuncio de boda. Pero a principios de este año, la pareja se separó. Los rumores arreciaron. Con Lady Gaga soltera a la mayoría del periodismo le pareció evidente que la pareja del actor con la deslumbrante modelo Irina Shayk (ex de Cristiano Ronaldo: a Irina le gustan los egos desarrollados), con quien tiene una pequeña hija, se encontraba en crisis. Todos los artículos sobre poliamor, parejas abiertas o de amistades entre hombres y mujeres con o sin contacto sexual quedaron en el olvido. Entre ellos, parece, que no puede haber más que amor. Esas miradas de la noche del domingo sólo pueden significar, para la mayoría de los espectadores, que entre ellos el sexo ha ocurrido y ha sido fogoso.
No lo sabemos. Pero se ha producido un fenómeno extraordinario con ciento de miles de personas expresando por las redes su fervor por la pareja, sus deseos de que algo pase o haya pasado entre ellos. No es para menos. Había habido un anticipo en un video tomado desde el público en una reciente actuación de Lady Gaga en la que hizo subir a Bradley, que se encontraba desde el público. La versión de Shallow de esa noche, algo desprolija pero electrizante, reavivó los rumores.
Lo de la entrega de los Oscars fue el golpe de gracia. Una puesta en escena despojada y efectiva, un manejo de cámaras maravilloso con un plano secuencia preciso y ellos dos mirándose, cantándose a los ojos, abrazándose por la cintura. Hubo un movimiento de Gaga, brevísimo, un contoneo del cuello mínimo, cimbreándose hacia su compañero como si no pudiera resistirse, como si fuera atraída hacia la boca de Bradley por una fuerza superior a ella, que se convirtió de inmediato en meme y que se perpetuará como imagen del deseo. Espontáneo o deliberado, ese casi imperceptible ladeo, ese beso frustrado, fue un momento mágico.
Lady Gaga supo imponerse en una industria que estaba tratando de salvarse de la disolución. Puso un pie en cada lado. En la tradición y en el futuro. Sus videos recuerdan las mejores épocas del auge de MTV y fue, al mismo tiempo, la primera en entender las redes sociales; puede disfrazarse, maquillarse, peinarse espectacularmente mientras realiza coreografías complejas y ajustadas en espectáculos bombásticos, y puede, también, cautivar con una balada en la que sólo se impone su voz. El combo incluye provocación, escándalo, música, arte y talento. Una diva del siglo XXI. Una de las pocas. En tiempos donde la atención se dispersa, ella logra con cada paso centrarla sobre ella. Su capacidad de metamorfosis es inacabable.
Reina dance o crooner junto al legendario Tony Bennett; activista en la lucha contra el SIDA o émulo de Audrey Hepburn (el colgante de Tifanny & Co que lució el domingo, valuado en varias decenas de millones de dólares, perteneció a Hepburn). Hoy a poco más de una década de su fulgurante debut se encuentra a años luz del lugar en el que partió. Pocos pueden dudar que la siguiente transformación volverá a sorprender y que el éxito la acompañará. Nadie puede asegurar cuál será su próxima cara. Eso sí, sabemos desde hace unos pocos días, desde la noche del domingo pasado, que con una mirada pueda sacudir al mundo.
Fuente: Infobae.