La saga «Star Wars», iniciada hace más de 40 años, se apropió del tradicional espacio lírico del Teatro Colón con la exhibición, acompañada por la interpretación en vivo de la Orquesta Estable, de la película primaria de la serie, uno de los filmes más taquilleros de la historia y que, más allá de su mérito o demérito, constituye uno de los ejemplos cinematográficos de más estrecha y directa relación entre la banda sonora y el relato audiovisual.
Lejos de su paisaje habitual en las galas de ópera, conciertos o ballet, el Colón asumió esta vez un paisaje y un tono más informal para ofrecer la primera función de «Star Wars Episodio IV: una nueva esperanza» -tal como fue renombrado el filme de 1977-, en la que se interpretó la partitura del estadounidense John Williams, compositor de los once títulos de la serie, con obvios vasos comunicantes con el lenguaje de la música clásica (Erich Korngold, sobre todo).
El acuerdo Colón-Disney, aun inusual, no ofrece mayor novedad: las composiciones originales para el cine, y su interpretación en vivo en la sala, escalaron y proliferaron desde «El nacimiento de una nación», la medular película de David W. Griffith (1915). El uso de los recursos técnicos de la música clásica en las bandas sonoras del cine tiene hoy una naturaleza omnipresente, reconocidos o no como tales.
Es claro que Williams, que antes de «Star Wars» ya había musicalizado otro suceso de la industria («Tiburón), ha utilizado acaso como ninguno de sus pares –no más, sino de forma menos solapada- la técnica wagneriana del leitmotiv, esa secuencia perfeccionada de repetición de un tema o melodía en el desarrollo de la composición que se enlaza –no acompaña- al relato argumental.
Quienes conocen todos los recodos de la saga se complacen en señalar la asociación entre los diferentes temas de la banda sonora con cada uno de los personajes y cómo la transformación que esos mismos personajes sufren en sus secuelas y precuelas tiene su correspondencia con los nuevos temas musicales de segunda generación.
Y estos, a su vez, bajo la lógica compositiva, son transformaciones de las estructuras formales de aquellos que fueron escritos para los estados iniciales de aquellos personajes (sucede, por caso, con la transición entre el «Tema de Anakin» hasta convertirse en «La Marcha Imperial»).
Pero todo ello vale para los cultores de la progresión de la saga: porque en la película primaria que mostró hoy el Colón, aquello no se despliega en forma plena.
Sin embargo, a pesar del ritmo moroso de «Star Wars» en la primera parte de la película, con poca acción, se alcanza a observar el sentido piramidal de planificación que caracterizó el tratamiento de Williams.
En el episodio IV aparece el llamado «Tema de Star Wars» o «Tema de Luke», que se convirtió en el emblema de la serie y que representa el clásico ejemplo de Williams en el que la música prefigura la aparición de un personaje, y también el «Tema de la Fuerza», que tiene un tratamiento musical más matizado ya que evoluciona con los acontecimientos, ofrece variaciones y determina otras composiciones.
Más allá de las cuestiones técnicas, el espectáculo montado por el Colón y Disney presentó otros condimentos: el desfile de los personajes de la cinta por los pasillos del teatro y mezclados entre el público; juegos de luces; sets de fotografías con los lasers distintivos. Ese prólogo tuvo como continuidad la decisión visual de ubicar a la orquesta sobre el escenario y no en el foso para afianzar la relación con la imagen.
La banda sonora de «Star Wars Episodio IV» fue compuesta y dirigida por Williams y originalmente orquestada por Herbert Spencer para registrarla en Inglaterra con la Orquesta Sinfónica de Londres. Aquí asumió la dirección, de apuro ante la salida del mexicano Enrique Arturo Diemecke, el brasileño Thiago Tiberio, con oficio en la sincronización de la orquesta con las proyecciones de cine.
La película, estrenada el 25 de mayo de 1977, tendrá nuevas funciones este viernes, a las 14 (doblada al español) y las 20 (subtitulada) y el sábado a las 14 y a las 20 (ambas subtituladas).
La experiencia de Disney en el Colón no arrojó sorpresa sino, simplemente, entregó una nueva manera para los fanáticos de revisar lo conocido bajo la experiencia del hecho musical en vivo.
Luego, visto en otra perspectiva, para el propio Colón, representa el programa de cierre de un ciclo veraniego que cada año expresa más la (re) orientación que atraviesa la sala lírica.