Revisar la obra de un grupo que en apenas 18 años completó 14 álbumes y entregó hits como para completar varias recopilaciones. ¿Qué música hay detrás de tanto éxito y súper estrellato? Acá lo veremos.
15) FLASH GORDON (1980)
La banda de sonido de la bastante olvidada película de Flash tiene su encanto: sin las voces de Mercury (o de Taylor o de May) Queen se las arregla muy bien para transmitir imágenes sólo con música y fragmentos de diálogo (las excepciones son «Flash Theme» y «The Hero», los únicos cantados). Entre lo fantástico y el clase B, este soundtrack es una interesante muestra de lo que ocurre cuando a una banda indudablemente imaginativa le sacás una de sus fortalezas (la voz, las armonías vocales, la letra que se va dando manija) e igual logra mantener su gracia y estilo. Vale.
14) MADE IN HEAVEN (1995)
Los discos póstumos con las voces ya registradas y las grabaciones realizadas a posteriori no suelen salir bien. El cuerpo ausente inevitablemente se nota. Y este Made in Heaven no es la excepción. Aunque, es cierto, dentro de ese rango, sale mejor parado que otros similares. El por qué es fácil de determinar: para este disco May y Taylor (se sabe que Deacon dejó hacer) incluyeron varios temas ya publicados como solistas o incluso como lados B de Queen para retrabajarlos y publicarlos como «nuevos». Y sí, técnicamente son nuevos. Pero eso es hacer trampa, mis queridos Roger y Brian. En fin. No los vamos a culpar (tanto).
Los refritos incluyen entre otros a «Made in Heaven», «I Was Born to Love You», «Heaven for Everyone», «My Life Has Been Saved» y «Too Much Love Will Kill You». O sea, más de la mitad del disco. Son temas buenos, mejores incluso que los originales. Pero no auténticamente nuevos. Eso viene principalmente por el lado de la movilizante y gospel «Let me Live», por la densa e invernal «Mother Love» (la última canción coescrita por Mercury) y por «You Don’t Fool Me», un tema dance que fue hit subterráneo vía MTV y hace bailar aunque no quieras. Con esos tres damos el aprobado al disco.
13) QUEEN (1973)
Tres años desde su primer show tardó Queen en sacar su primer disco y es entendible porque ya arrancaron queriendo saltar más alto de lo que podían saltar. Y no es que eso tenga algo de malo en sí mismo. Es que se nota. Hay mucho amague de lo que luego sería la marca estética de la banda (los repentinos cambios de fase, las sobre grabaciones, los repentinos ataques de guitarra, la ambición teatral) pero no siempre su mejor concreción. Aún así hay un puñado de temas de indudable estética personal como «Keep Yourself Alive», «Great King Rat» o «My Fairy King» (también «Liar») que tendrían que haber bastado para que la remanida comparación con Led Zeppelin (les decían que eran una suerte de epígonos melodramáticos de Plant y Cía, lo cual era falso) no tuviera lugar. Un lugar común que mucha crítica de la época no supo ver. Se les escapó la tortuga cuando Queen ya pintaba para liebre.
12) QUEEN II (1974)
Se sabe que Mercury y May tentaron a Bowie para producir su segundo disco que planeaban aún más teatral y operístico que el anterior (que ya lo había sido bastante). Bowie rechazó la invitación y ese rol terminó siendo asumido de manera colectiva (entre otros por Roy Thomas Barker que, a la postre, terminó revelándose como el productor que mejor los entendió en los setenta). Ambicioso y colmado de ideas, no hay duda de que Queen II es un disco muy meritorio y disfrutable. De hecho es valorado por melómanos metaleros o progresivos ajeno al espectro de la banda. Y se comprende: la seguidilla de cuatro temas que va de «Ogre Battle» a «The March of the Black Queen» compone una pequeña ópera rock cargada de romanticismo, locura y terror con sus ataques de guitarra, coros operísticos y remansos inesperados y líricos que sintetizan lo que luego sería el grupo.
Aún así al disco en su conjunto le falta. Y no sólo en lo musical; también en las letras demasiado pegadas a lo fantástico y medieval. Queen II por momentos se vuelve desordenado e inacabado. Es como estar frente a la adolescencia de una gran banda: uno puede ver claramente todo el potencial y el talento que tienen para dar. Ver el futuro. Pero también comprobar lo no plasmado, la falta de maduración. A la banda le sobra acné. Aunque por suerte ya se venía el estirón.
11) THE WORKS (1984)
El tedio que genera este disco es importante. Y no porque no tenga temas muy buenos, los tiene. Pero además de sus singles -la mayoría bastante insoportables-, el problema principal es el cálculo, su visible gestión profesional. Explicamos: hasta Hot Spaceincluido, Queen siempre había apuntado a tener impacto comercial pero entregando a la vez una obra con cierta pretensión o al menos diálogo audaz con su tiempo. En Hot Space no les salió, pero lo intentaron. En The Works, en cambio, es la primera vez que parecen decir: ‘bueno, vamos a reducir daños, vamos a volver lo que «sabemos hacer»‘ (que el disco se llame The Works no es casualidad).
Los temas entonces parecen replicar roles anteriores: «It’s a Hard Life» (el pico creativo del disco), ocupa el lugar de balada celestial de «The Game»; «Man on the Prowl», el puesto rockabilly de «Crazy Little Thing Called Love»; «Hammer to Fall», el riff poderoso de «Fat Bottomed Girls»; «Is This the World We Created», el lirismo de «Love of my Life». Y así hasta completar un disco del grupo adaptado a los ochenta. Y hay que decir que les salió «bien». El disco vendió mucho mejor que Hot Space y claramente fue mejor recibido. Pero escucharlo es un tedio. El cálculo se ve por todos lados. Y la sensación de un todo, de obra conjunta, no está. Me gustabas más cuando me gustabas menos.
10) A KIND OF MAGIC (1986)
El primer disco después de la re-consagración del Live Aid de un año atrás (el momento clave del cual parte la millennial película) podría haber sido el regreso de Queen a su buena forma artística. Pero no. Al igual que The Works, A Kind of Magicadolece de una idea rectora, una sensación de todo. De hecho surgió de trabajos con diferentes bandas de sonido y se compone principalmente de un rejunte de temas sueltos. La diferencia con su inmediato predecesor es que las canciones son mejores, irritan menos. «One Vision», como casi todos los temas de Queen compuestos por los cuatro, es un temazo. Una epopeya maquinizada y retro-futurista. «One Year of Love» es una balada azucarada que tranquilamente podría dialogar con las de Stevie Wonder. «Pain is Close to Pleasure», con ese falsete de Motown, es otro punto bien alto. Y «Princes of the Universe», con sus bruscos cambios de ritmos, fases y paredes de sonido, es un recordatorio contemporáneo del Queen del pasado. Es Mercury diciéndonos: ‘miren que todavía puedo hacer estas genialidades, eh’. El resto, sin embargo, va desde lo no logrado («Gimme the Prize») hasta directamente lo insufrible («A Kind of Magic», «Who Wants to Live Forever»). Ahí no hubo magia, Queen. Lo siento.
09) HOT SPACE (1982)
Fue un disco fallido, okey. Intentaron ir más allá, profundizar su juego con los sintetizadores y la nueva era moderna que se abría en los ochenta (y que tanto éxito les había dado con The Game) y… resulta que no había agua en la pileta. Sin duda es el disco peor recibido de la banda («Un fiasco», fue de lo más amable que les dijeron). Y el que incluyó el que sin duda fue el peor single de Queen jamás editado (¡el único sin un solo de Brian May!). Sí: «Body Language». Entonces, ¿por qué este bastante digno puesto a mitad de tabla del conteo? Por dos cosas. Primero porque al menos es un disco que contiene una unidad, una apuesta estética, una búsqueda aunque fallida. Escuchando Hot Space, claramente se entiende aunque no le haya salido, qué es lo que pretendió hacer la banda. Y un poco se lamenta: después de Hot Space, Queen nunca más pretendió dialogar con los sonidos de su época. Ni tampoco buscó hacer de cada disco una obra. La excepción sería Innuendo, pero ahí ya se trató de una banda haciendo cuentas con su propio legado. Una «última gran fiesta» ya sabiendo que no habría un gran mañana. Lo segundo es que más allá de «Under Pressure», indiscutiblemente un temazo, pero casi un bonus track separado del disco (de hecho está ubicado al final), Hot Space contiene varios temas muy buenos. Empezando por «Back Chat» de Deacon, que merecía –aún merece- ser un hit por su adictiva línea de bajo; siguiendo por «Stay Power», casi manifiesto estético del disco (con su sonido bien sintético) y completando con «Dancer» y ese bajo que funde rock con disco; y «Calling all Girls», subvalorado aporte de Taylor, otro que merecía ser hit. El espacio estaba caliente pero nadie se copó.
08) THE MIRACLE (1989)
El primer disco que por decisión política lleva la firma de los cuatro integrantes de la banda, no importa quién haya compuesto originalmente cada tema (esa data igual terminó trascendiendo luego). Y también el primero que grabaron sabiendo el diagnóstico de Sida positivo que había recibido Mercury. Un álbum sobrio, focalizado, con preeminencia de un audio más potente que discos anteriores. Y que transmite una sensación de «todo» que no se percibía desde, mínimo, Hot Space. No hay un solo tema flojo en el disco. Ni tampoco hits insufribles. Y lo que podría haber sido invitaciones al cliché rápidamente vencido (como «The Miracle» o «I Want it All»), aún hoy resisten una escucha feliz.
¿Por qué? Porque desde el vamos hubo un compromiso mayor (el fin de la ruta ya empezaba a verse) y porque cierta sensibilidad por la situación grupal (a la condición de Mercury se sumaba también el divorcio de May) terminó plasmándose en las canciones. Un afecto que se impregnó. Las canciones, encima, son en su mayoría creativas, inspiradas, divertidas. Desde la trepidante «Breakthru» a la extrañamente pegadiza «The Invisible Man» (gracias Taylor por volver a la buena senda) y la súper ochentosa «Scandal». El arranque a todo palo con la seguidilla «Party» y «Khashoggi’s Ship» también va muy bien. Y los citados hits («The Mirache», «I Want it All») también suman para la cuenta grande. Un muy buen disco. El mejor desde The Game. Y la puesta en forma para una última función para despedirse a lo gigante.
07) SHEER HEART ATTACK (1974)
Si la carrera de Queen hubiese terminado acá, igual hubieran entrado en la historia grande del rock. Es cierto que ya en Queen como en Queen II había mostrado la grandilocuencia artística a la que apuntaban (esos coros operísticos, esas guitarras épicas, esas sobre grabaciones orquestales) pero no con la precisión y capacidad pop que consiguieron en este disco. Lo dijo Deacon: «Cuando salió ‘Killer Queen’ me di cuenta que podíamos llegar a alguna parte». Y Deacon nunca fue el más entusiasta del grupo, se sabe. No es casualidad que haya elegido ese tema, tan importante y tan característico de Queen (y del talento de Mercury). Un hit bisagra que sin embargo quedó algo a la sombra de otros hits de la banda. El camp, el music-hall, el glam y el vodevil, los elementos de los que se valdría Freddie para hacer sus mejores canciones, están presentes en este gran tema que a la distancia puede leerse como un guiño autobiográfico de Mercury. Una manera torcida de decirle al mundo: «soy una killer queen, abran paso que ahí estoy llegando».
Todo Sheer Heart Attack es un continuo de recursos estilísticos («Bring Back That Leroy Brown»), melodías para tirar al techo («Lily of the Valley»), cambios repentinos de onda y ritmo («Flick of the Wrist») y una magia que rebalsa y circunda en general todo el álbum. Una montaña rusa de estéticas y talento grupal (es el primero en el que todos aportan al menos un tema) que lo convierten en su primera obra maestra. Su primer «muy bien, la rompieron, felicitado».
06) JAZZ (1978)
¡Mustafá! ¡Mustafá! La parte persa de Mercury siempre estuvo ahí, agazapada, detrás de su megalomanía occidental y decimonónica. Y por suerte. Es lo que lo salvó de convertirlo en un pretencioso mordiéndose la cola. Le adicionó fantasía, pecado, paganismo y bastante sinrazón a ese amor genuino por el legado de Occidente y sus grandes artes. Lo hizo especial (y algo frívolo e infantil; todo no se puede). En Jazz, un disco de transición hacia lo moderno y sintético que se avecinaba, ese componente oriental está más presente que nunca en el temazo que abre el disco. Un sinsentido desde la letra donde lo que importa es jugar con el imaginario de aladines, sultanes y alfombras voladoras. Y aplicarle el filtro Queen (coros operísticos, multitrack de guitarras, inspiración cortesana). Arrancamos bien. Y seguimos mejor.
A destacar para un eventual compilado de «Lo mejor de Queen que nunca escuchaste» se podría incluir «Jealousy» (Mercury en plan vulnerable), el animado «If You Can’t Beat Them» (Deacon de buen humor a través de Freddie), «Fun It» (disco baby, discopropone Taylor) y la delicada «Leaving Home Ain’t Easy», la habitual contribución agridulce de May. Pero claro, todo disco de Queen tiene mínimo un tema salido del genio que sale de la lámpara y ése acá es «Don’t Stop me Now», tal vez la mejor síntesis hecha canción de ese acelere glorioso que es vivir estando enamorado, ese éxtasis emocional 24 horas al día. Mercury captura ese momento perecedero y lo inmortaliza en una cápsula pop de contramarchas y ganchos melódicos que mientras dura el tema se sienten infinitos. Qué increíble sería toda una vida así, ¿no? Al menos tenemos esta canción indestructible.
05) NEWS OF THE WORLD (1977)
Debe haber pocos singles más gastados que el díptico (doble A) que integraron «We Will Rock You» y «We Are the Champions». Dos excelentes y certeros temas, hay que reconocerlo, pero que con tanta película, tanto estadio, tanto momento emotivo musicalizados con ellos, quedaron mermados en su brillo original (o bueno, digámoslo de una vez: se volvieron insoportables). Siendo los dos temas centrales de News of the World, su carta de presentación, la evaluación del disco quedaba peligrosamente dañada. Pero ocurre que los otros temas del disco también tenían mucha magia para dar. «Spread Your Wings», el aporte de Deacon es uno de los grandes temas de la banda, una canción rock sin agregados, apenas provista de una buena letra, una melodía memorable y una interpretación certera. Gol. «Sheer Heart Attack» puede sorprender al que no conozca a Queen más allá de sus hits. Un punk a lo Sex Pistols y en tiempo de los Sex Pistols. Una forma de decir: «Ey, nosotros también podemos hacerlo». Con este disco Queen abandonó la senda artístico-operística-camp que habían inaugurado con su disco debut, mejorado con Queen II, perfeccionado con Sheer Heart Attack y llevado a niveles celestiales (por usar un término muy Mercury) con A Night at the Opera y A Day at the Races. Lo que se daba se acabó. O, mejor dicho, terminó como horizonte principal. A partir de este momento ese abordaje seguiría existiendo, pero como un agregado y aporte distintivo, no como motivo principal.
Queen se convirtió en una banda de rock (y de estadios) todo terreno y lista para hacerle frente a las nuevas tendencias, incluido el punk que había puesto demodé al rock sinfónico imperante hasta entonces. ¿A Queen también? Muchos creyeron que sí, pero Queen nunca perteneció a ese grupo. Para algunos entendidos eran «un quemo». Así que cuando los punks fueron a buscar a los dinosaurios, encontraron en Queen una banda que podía llegar a disfrazarse de dinosaurio (aunque con ropa de la madre). Y con ganas de chismosear y en todo caso pasar una buena noche de sexo. No se conoce a ningún punk de la época que hubiese aceptado.
04) A DAY AT THE RACES (1976)
Secuela y a la vez reverso de A Night at the Opera (tapa negra en vez de blanca; día en vez de noche), comparte el mismo tipo de búsqueda y síntesis creativa que su antecesor. Por eso la única contra que tiene, en comparación, es carecer de sorpresa. Pero sólo porque viene después. Si a A Day at the Races hubiese salido antes es muy seguro que también habría generado la misma explosión bombástica que A Night at the Opera. Porque los picos creativos los tiene. Empezando por ese arranque pesado de «Tie Your Mother Down» donde parece que estos cuatro británicos van a tirar el mundo abajo; siguiendo por esa fragilidad cristal que es «You Take my Breath Away»; y completando con «The Millionaire Waltz», el acostumbrado paseo en tacos de Mercury por la alta cultura. También «You and I», otra silenciosa gema pop de Deacon (silenciosa porque queda opacada por el resto, no por su alegría que grita a los cuatro vientos); «Good Old Fashioned Lover Boy», la nueva marcha vodevil y viciosa que Mercury usa para hablar de sí mismo en sorna; «Teo Torriatte», emocionante balada grave con ascendencia japonesa (un poco de seriedad por favor) y «Drowse», el característico patito feo de Taylor que termina convenciendo luego de un par de escuchas (además, preferimos estos patitos feos y no sus hits de los 80). Y más importante que todo: «Somebody to Love».
Lo que fue «Bohemian Rhapsody» en A Night at the Opera acá es «Somebody to Love». Solo que en vez de la ópera, ahora el universo a intervenir es el gospel y espiritual americano. El resultado es una parodia al canto a la vida que en vez de burla genera emoción (un rasgo muy característico de Mercury: comentar con sorna algo para terminar amándolo). Lo dicho, sólo le falta sorpresa en A Day at the Races. El resto es creatividad nivel Everest. Otra obra maestra al hilo de Queen.
03) THE GAME (1980)
En The Game es la primera vez que desde Sheer Heart Attack (1974) salen en la tapa. Pero con un fin muy diferente: plano tres cuartos americano, camperas de cuero brilloso, cabelleras cortas, lentes negros, gestualidad desafiante. El orgulloso lema «hecho sin sintetizadores» que figuraba en todos los anteriores discos desaparece hasta nuevo aviso. Arrancaban los sintéticos y plásticos ochenta y Queen, que se había imbuido de la grandilocuencia de los setenta hasta sus bordes y profundidades más grotescas (el brillo tiene su costo), re emergía entonces con un disco preciso, contemporáneo y moderno. Y sostenido en cuatro pilares: «Play the Game», balada celestial que hizo de puente con el Queen de los 70; «Crazy Little Thing Called Love», rockabilly en plan new wave: Elvis yendo a la disco con John Travolta; «Save Me», dramón de los que le gustan a May, y «Another One Bites the Dust», EL tema del disco. El link con Michael Jackson (pronto Freddie y Michael compartirían estudio en sesiones que se mantendrían inéditas). Y una de las líneas de bajo más sampleadas de la historia. ¿Qué tal, silencioso Deacon? ¿Qué fama, eh?
Es cierto que el resto de The Game –aunque contiene muy buenos temas como «Sail Away Sweet Sister», la clásica balada épica de May, y «Need Your Loving Tonight», un power pop marca Deacon–, no está a la altura. Lo cual habilita a preguntarse por qué este tercer puesto en el conteo si varios de los discos ubicados más abajo son mejores tema por tema (News of the World, Jazz) o en su conjunto (A Day at the Races, Sheer Heart Attack). La respuesta es que ninguno de esos discos logró lo que sí logró The Game: que fue pasar a la banda de pantalla; introducirlos a la nueva era que comenzaba (la new wave y esos raros peinados nuevos) e introducir sus canciones en prácticamente todos los rincones del planeta. Fue un disco que tuvo una resonancia social y masiva como ningún otro antes y después de la banda. El que verdaderamente los hizo reinar. Unos reyes llamados Queen.
02) INNUENDO (1991)
Este disco es maravilloso y vamos a explicar por qué. Primero porque cada canción parece conducir a la siguiente. La sensación de armonía y coherencia interna es total. Segundo porque desde lo creativo es la segunda vez -la primera fue con A Day at the Races– que la banda parece ubicarse frente a su obra cumbre (A Night at the Opera) y entregar un disco en el que esa comparación salta a la vista: la portada blanca con la ilustración en el medio; el tema central («Innuendo») compuesto con partes distintas al igual que «Bohemian Rhapsody»; la explícita ambición artística a lo ancho y largo del álbum… No son pocos los puntos en común. Y tercero, finalmente, porque casi todas las canciones irradian no sólo genio sino también profundidad, hondura, espesor. Lo cual es mucho decir en una banda más acostumbrada a la brillantez que a lo visionario, lo sabio o lo verdadero (muchos temas de Queen son geniales pero también a veces un poco tontos; ¡y no está mal! ¡es su gracia!). En Innuendo, sin embargo, cada genialidad tiene su contraparte humana y sensible. «I’m Going Slightly Mad», por ejemplo, es Mercury ironizando su propia locura cotidiana. «These Are the Days of our Lives» es una agridulce despedida en la que parece hacer las paces con su vida. La soberbia «The Show Must Go On» ahonda en las razones profundas de una vida dedicada a la entrega artística. Incluso los temas chiquitos como «Delilah», son adorables: ¡el amor a una gata! ¡pocas veces mejor plasmado! Todo el disco es de una belleza directa, sin subrayados, certera. Y artística. En paz. Sin momentos lacrimógenos o sensiblerías. Una despedida a la altura del mito. Una despedida eterna.
01) A NIGHT AT THE OPERA (1975)
Y llegamos. El mejor. La cumbre. Dicen que las finanzas de Queen para esta época estaban en bancarrota. Y que sacar este disco significó no pocos problemas. May lo recuerda bien: «Nosotros sabíamos que era todo o nada. Matar o morir». Y hay que creerle: para mucha crítica de la época, Queen seguía siendo una mezcla de Yes y Led Zeppelin (hoy hay que decir que terminó superando en popularidad a ambos y que el tipo de talento que consiguió Queen era definitivamente más inclasificable, aunque también más proclive al papelón o a la vergüenza ajena, de lo cual los anteriores estaban exentos). El tema central, por supuesto, es «Rapsodia Bohemia», el instante donde Mercury concentró su genio distintivo para el legado de Occidente. Pero más allá de esa proeza todo el disco rebalsa de talento, inventiva, maldad creativa y dramatismo épico. «You Are my Best Friend», de Deacon, es una preciosura pop; «39», de May, un country de ciencia ficción con la serenidad característica del guitarrista; «I’m in Love with my Car», de Taylor, un hard-rock con una letra bizarra que efectivamente te termina enamorando. Y más: «Lazing on a Sunday Afternoon» (un goce paródico desde la era de los discos de vinilo), la genialidad de «Seaside Rendezvous» (otra oda perversa -y persa- al vodevil de «la bella época») y «Love of my Life», la canción con la que por primera vez el público argentino famosamente se hizo oír (Vélez Sarsfield, 1981).
Mientras el rock progresivo vivía su momento cumbre (y también más indulgente), Queen le metía divertimento, gracia, deseo y sorpresa a esa era de música elaborada y se salvaba para siempre de quedar atrapada por la telaraña del aburrimiento. Una noche en la ópera. Un Mozart conduciendo elefantes persas hacia la conquista del mundo.
Fuente: Juan Manuel Strassburger, La Nación