El vínculo entre ambos llegó a tener tanto peso que el autor de «Tears in Heaven» fue uno de los pocos invitados ilustres a un disco de estudio de los Beatles, tras desplegar su talento sutil a lo largo y ancho de «While My Guitar Gently Weeps», un aporte que transformó un boceto acústico en uno de los puntos más altos del llamado Álbum Blanco. Pero en el mismo disco su aporte también fue clave para otra composición del llamado beatle callado. y sin ejecutar una sola nota.
El vínculo entre ambos guitarristas nació en 1964, cuando la beatlemanía ya era un fenómeno a escala planetaria. Mientras eso ocurría, Clapton se desempeñaba como guitarrista de The Yardbirds, y a sus 19 años era ya un prodigio que se lo disputaban todas las bandas de blues de Londres. Su talento con las seis cuerdas se vio potenciado por un grafiti anónimo en el suburbio de Islington, con la frase «Clapton es Dios». Mientras los Fab Four viraban cada vez hacía un estilo más personal, Harrison encontró en su amigo la persona ideal con quien mantener vivo su interés por la música nacida en la cuenca del Mississippi.
De a poco, el vínculo entre ambos empezó a funcionar a partir de una suerte de compensación mutua. La segunda mitad de los sesenta encontró a los Beatles incursionando en el misticismo, la meditación trascendental y el hinduismo. Esa experiencia llevó a Harrison a dejar de lado su rol como guitarrista y dedicarse a estudiar métodos de interpretación del sitar junto a Ravi Shankar. Durante ese tiempo, Clapton fue su cable a tierra con la música que había despertado su interés en la infancia y, al mismo tiempo, ese viaje devocional fue el que ayudó a que su amigo le impartiera baldazos de psicodelia al blues en Cream, el power trio que compartía con Ginger Baker y Jack Bruce.
Al momento en que los Beatles empezaron a grabar su disco homónimo (conocido mundialmente como el Álbum Blanco), los vínculos personales entre ellos estaban hechos pedazos. Las sesiones se llevaban a cabo en una atmósfera tensa y tratando de compartir entre sí el menor tiempo posible. En medio de ese clima, Harrison compuso «While My Guitar Gently Weeps», una canción inspirada en cómo la amistad con sus compañeros de banda se iba diluyendo hacia la nada, con una letra tan cargada de enojo que decidió removerle algunos versos antes de registrarla en estudio. Para graficar más aún dónde sentía él que estaba su vínculo fraternal, invitó a Clapton a que grabase las partes de guitarra principal del tema, algo que embelleció notoriamente el resultado final, aunque hubo que omitir su nombre de los créditos del disco para no generar un problema entre compañías discográficas.
El aporte de Clapton al Álbum Blanco no terminó ahí, incluso sin que él lo supiera. Mientras compartían salidas nocturnas y zapadas, Harrison llegó a la conclusión de que quería deshacerse de su fama de «Beatle místico», al haber sido el que introdujo a sus compañeros de banda a la cultura oriental. Su nueva meta era, según sus propias palabras, «escribir canciones sin un mensaje profundo», y el resultado final de esa experiencia lleva por título «Savoy Truffle».
Ubicada en el tercer lado del disco doble, el tema está dedicado a la debilidad que Clapton tenía por las golosinas en general y los chocolates en particular. Gran parte de su letra es, de hecho, una enumeración de los sabores incluidos en una caja de la marca Good News (mandarina dulce, nougat, postre de cafè), que el guitarrista atacó con voracidad durante una visita a la casa de Harrison, mientras que otros (crema de cereza, dulce de coco y corazón de ananá) fueron un invento de su autor para hacer que la letra no perdiera su métrica, y que seguramente serían la envidia de cualquier pastelero de oficio.
Mientras algunas canciones de la época buscaban dar cuenta de los peligros del abuso de ciertas sustancias, el estribillo de «Savoy Truffle» advierte al oyente de los excesos de consumir tanta cantidad de azúcar: pasar por el dentista para tener que extraer un diente cariado («Cuando se vuelva demasiado, gritarás en voz alta y tendrás que hacer que te los saquen a todos»).
Después de dos años de estudio intensivo del sitar, Harrison volvió a la guitarra para comandar una versión reducida de los Beatles por la ausencia sin aviso de John Lennon, con Paul McCartney y Ringo Starr al frente de una base rítmica maciza. Hechas las tomas principales, Chris Thomas, un asistente del productor George Martin, tocó el piano eléctrico y dirigió los arreglos para una sección de seis saxofones a los que Harrison pidió agregarles distorsión, porque los sentía «muy limpios». El sonido final de los bronces le gustó tanto que lo volvió la marca de agua distintiva de la carrera en solitario que comenzaría al año siguiente.
Si bien el axioma general reza que en el repertorio beatle Harrison siempre priorizó calidad por sobre cantidad (el ejemplo más notorio se daría al año siguiente en Abbey Road, donde compuso «sólo» dos canciones: «Something» y «Here Comes the Sun»), al momento de la edición del álbum, «Savoy Truffle» pasó casi desapercibida entre la treintena de canciones del disco. Incluso, al momento de publicar la partitura oficial de la canción (un recurso bastante frecuente en Inglaterra en la época), Apple Publishing, la editorial que administraba los derechos de autor del grupo, la lanzó al mercado con un retrato de un Beatle, pero no de su autor, sino de Paul McCartney.
A pesar de ello, «Savoy Truffle» tuvo una segunda oportunidad al año siguiente de su lanzamiento. A tono con los aires de R&B de la versión original, Ella Fiztgerald la incluyó en su álbum Ella, lanzado en 1969, y a los pocos meses el productor y compositor Terry Manning realizó una lectura psicodélica de la canción con el aporte de Robert Moog, creador de los sintetizadores que llevan su apodo. En los últimos 20 años, los extravagantes Phish la convirtieron en una pieza casi estable de su repertorio en vivo, y Dhani Harrison la usó para homenajear a su padre en el festival George Fest. Sólo resta una versión a cargo del propio Clapton para cerrar el círculo.
Fuente: Joaquín Vismara, La Nación