Joan Baez anunció que se retira de los escenarios. A los 78 años, con una carrera vasta y superpoblada de momentos luminosos, esta artista talentosa y politizada que en los años 60 deslumbró a Bob Dylan con su exquisito registro de soprano terminó -en Madrid, a fines de julio pasado- un extenso tour europeo que incluyó conciertos en Suiza, Alemania, Francia e Inglaterra y le dijo chau a la música en vivo.
Algunas dificultades lógicas con la voz y la imposibilidad de afrontar la exigencia de giras extensas, como la que finalizó hace poco más de un mes, fueron determinantes para que Baez tomara la decisión de parar. Pero planes de otra clase no le faltan: está terminando un documental y una autobiografía (¿será piadosa con Dylan, un hombre que la enamoró y compartió escenarios muchas veces con ella, pero también, según el biógrafo más famoso de Bob, el británico Howard Sounes, la abandonó fríamente cuando se volvió popular), seguirá pintando y levantando la voz por los derechos civiles, de cuya defensa sigue siendo emblema.
Hija de un mexicano que trabajaba para la Unesco, lo que obligaba a su familia a mudarse a diferentes países con bastante regularidad, Baez se inició como activista a los 15 años, al mismo tiempo que empezaba a escuchar a Pete Seeger y a Odetta. «A mí me parecían cantos espirituales convertidos en canciones folk», declaró hace poco sobre esos gustos musicales.
Pero su relación con Dylan (de la que hay algunos rastros en el excelente documental de Martin Scorsese Rolling Thunder Revue, disponible en Netflix) y su permanente militancia política hicieron que muchos perdieran de vista su carrera musical, que observada hoy en perspectiva es realmente notable.
Habitual invitada del prestigioso Festival de Newport, estuvo incluso en la mítica edición en la que Dylan enchufó su guitarra y produjo una grieta entre sus propios fans. Grabó entre el 59 y el 64 cuatro impecables discos de folk, en los 70 reactualizó su sonido hacia el pop-rock, colaboró con Ennio Morricone en la banda sonora del film Sacco e Vanzetti, del italiano Giuliano Montaldo, y el año pasado editó un álbum precioso (Whistle Down the Wind), que abre con una canción de Tom Waits e incluye temas de valiosos cantautores de la escena alternativa, como Joe Henry y Josh Ritter.
También fue protagonista de una anécdota increíble con Steve Jobs, revelada en la biografía del cofundador de Apple escrita por William Isaacson. Jobs ya era un magnate cuando la citó en un prestigioso local de indumentaria femenina donde había visto un vestido rojo que consideraba perfecto para ella. Cuando entraron al local y lo vieron juntos, Jobs le dijo: «Yo que vos me lo compraría». Cautelosa, Baez recordó más tarde ese episodio sin perder la elegancia: «Quedó claro que mi mente no respondía a los mismos parámetros». «Este es mi último concierto de mi última gira», anunció Baez a la media hora justa de recital, por si quedaba algún despistado entre los 1750 asistentes que habían agotado el papel en el Teatro Real madrileño. Lo dijo sin atisbo de dramatismo y aprovechó justo ese momento para deshacerse de las sandalias. Y así se fue, dejando una estela imborrable.
Tres discos indispensables
- Joan Baez (1960): Debut solista luego de presentarse en sociedad en el disco compartido Folksingers ‘Round Harvard Square (1959). En el marco de un repertorio básicamente tradicional, su voz brilla en una ensoñadora versión del clásico «House of the Rising Sun», que más tarde popularizarían The Animals.
- Gracias a la vida (1974): Afectada por el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, Baez homenajea a la canción hispana con temas de Violeta Parra, Víctor Jara y el poema de Miguel Hernández musicalizado por Serrat Llegó con tres heridas. Incluye una primera versión de «Dida», que después grabaría con Joni Mitchell para Diamonds & Rust.
- Diamonds & Rust (1975): Un reconversión sonora que la puso a tono con la época, con colaboradores de la talla de Larry Carlton, Dean Parks y Larry Knetchel, y temas de Stevie Wonder, Jackson Browne y Bob Dylan, a quien está dedicado el track de apertura, una evocación de su relación con él que luego recrearía Judas Priest en su disco Sin After Sin (1977).
:Fuente: Alejandro Lingenti, La Nación