No hay disco de Joan Manuel Serrat que resuma mejor su grandeza y atemporalidad que Mediterráneo, grabado en un estudio de Milán en el otoño de 1971. Mediterráneo agrupó sensaciones y estampas líricas de una emotividad y expresividad impresionantes.
A nivel poético y musical Serrat firmó una obra clave para entender nuestra música pop, rodeándose para ello de hasta tres arreglistas: Juan Carlos Calderón, Antoni Ros Marbá y Gian Piero Reverberi.
Amaro Ferreiro, con la producción de Ricky Falkner, ha sabido alumbrar un hermoso homenaje discográfico que se sitúa en un lugar de excepción entre los muchos homenajes discográficos que se la han dedicado a Joan Manuel desde aquel Serrat eres único de los noventa que tuvo segunda parte, o aquellos apreciables y jugosos Cuba le canta a Serrat que también tuvieron continuación.
En todos ellos quedaba claro que su obra permitía acercamientos desde ámbitos musicales muy diversos, del flamenco al rock, del pop al territorio indie que está presente en este Hijos del Mediterráneo cuyo título hace un guiño a uno de los títulos —Hijo del Mediterráneo— que Serrat barajaba en los primeros esbozos que desembocaron en su legendario himno.
Jorge Drexler es el encargado de abrir el álbum con su certera versión de “Mediterráneo” que musicalmente tanto debía a Juan Carlos Calderón. Todas las versiones respiran emoción, hondura, respeto —la versión de Drexler es paradigmática—, pero también capacidad de volar por sí mismas, de encontrar nuevos matices, todo ello partiendo de los arreglos orquestales originales, otro acierto para revelar hasta qué punto aquellos arreglos siguen siendo irresistibles pese al tiempo trascurrido.
Ellos nos trasladan a la atmósfera de aquel disco, a una sonoridad familiar, fuertemente evocadora. Porque, ¿quién no ha escuchado “Mediterráneo” sin ni siquiera haber sido seguidor de Serrat? Son de esas canciones y de esos discos que traspasan fronteras y generaciones, filias y fobias particulares o prejuicios tan habituales.
De ahí el objetivo más que cumplido de Hijos del Mediterráneo, que cuenta con voces de excepción del paisaje pop rock como la de Eva Amaral, que se mira en la melancolía de “Aquellas pequeñas cosas”, en la concreción de esta majestuosa canción mínima que detiene el tiempo. Xoel López habita la luminosa “La mujer que yo quiero” con conocimiento de causa, porque este disco habita su propia memoria sentimental, los viajes de infancia, aquella cinta de casete o aquel vinilo rayado de tanto escucharlo.
En un disco que inspira las idas y venidas del mar la desasosegante y agónica estampa rulfiana de “Pueblo blanco” impactaba por su crudeza expositiva, un relato perfectamente conducido por el arreglo de Antoni Ros Marbá. Depedro sale airoso de la interpretación de esta canción, otra de las grandes gestas creativas de Serrat.
Mantienen la buena línea el vals de “Tío Alberto” en la voz inconfundible de Iván Ferreiro o el “Qué va a ser de ti” cantado por Tulsa, a quien le sienta muy bien esta canción de Serrat, a la que lleva a territorios muy sugestivos. Todas las versiones no hacen otra cosa que encontrar en Mediterráneo ese disco-espejo en el que vienen a mirarse nuestras emociones que van más allá de las etiquetas restrictivas, de lo genérico.
De la canónica “Lucía” se encarga Andrés Calamaro y de “Vagabundear”, vertiginosa declaración serratiana de principios, Santi Balmes. Quizá en estos dos momentos el disco pierde algo de intensidad en esa fidelísima recreación del álbum original. Nada que no pueda reconducir la voz de Silvia Pérez Cruz, a quien le sienta fantásticamente la sutileza evocadora de “Barquito de papel”.
Silvia sí había tenido experiencia previa con el repertorio de Serrat. Como Josele Santiago, que con Los Enemigos ya había ofrecido una lectura soberbia y eléctrica de “Señora”. Algo que en este Hijos del Mediterráneo repite con la estremecedora “Vencidos”, en el que Serrat puso música a un poema de León Felipe.
Culmina de este modo un disco que tiene la virtud de releer un clásico con ojos contemporáneos, pero sin perder un ápice del alma de aquel disco que Serrat terminara de alumbrar en un rincón de la Costa Brava. Un disco que sigue resonando, que no deja de habitarnos y de interpelarnos. Esta obra es una consecuencia feliz de todos esos mundos que el Mediterráneo de Serrat ha terminado generando.