La carta no lleva fecha, pero se cree que fue redactada el 10 de abril de 1921. En ella, Cyprian Beach, en aquellos momentos una empleada ocasional de la librería Shakespeare and Company, propiedad de su hermana Sylvia, se disculpaba por no haber estado esa mañana en el establecimiento cuando había llegado uno de los clientes de la casa llamado James Joyce. La librería se estaba estrenando como editorial y trabajaba con ahínco en la posibilidad de publicar la obra inédita de Joyce de la que se venía hablando, aunque sin que apareciera en letras de molde. Era una novela titulada «Ulises» y destinada a poner las bases de la narrativa del siglo XX.
Sylvia Beach había propuesto hacer una primera tirada de mil ejemplares, además de otros cien en papel Holanda, firmados por el autor y que venderían por 350 francos. La editora fue generosa con su autor que le propuso que se llevara un 66 por ciento de los beneficios netos. Cyprian, en su carta, le rogaba al escritor que la llamase a su hotel entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde. «Hablaré con usted y le daré el mensaje a mi hermana Sylvia», escribió. Un año exacto más tarde, el 10 de abril de 1922, «Ulises» ya estaba en la calle haciendo ruido, ya sea ante la crítica de voces como la Virginia Woolf («es obra de un obrero autodidacta») o el elogio de nombres como Ernest Hemingway («Joyce ha escrito un libro malditamente maravilloso»). En ese día de 1922, el padre de Leopold Bloom tomó uno de los ejemplares de la primera edición y estampó una dedicatoria y su firma para Cyprian Beach, una manera de agradecerle la ayuda.
A Vargas Llosa le parecía una desmesura tremenda que pudiera tener este ejemplar
Sabina
Hoy, ese ejemplar, cien años después, descansa en una de las estanterías del hogar de Joaquín Sabina, en algún lugar entre Tirso de Molina, Sol, Gran Vía y Tribunal. El músico, en declaraciones a este diario, explica cómo el tesoro llegó a sus manos. «La historia tiene que ver con la economía y la economía es que yo viví en Argentina, el desastre que fue el corralito. Conocí a mucha gente que había perdido bastante dinero con él. Entonces hubo un momento en la crisis que se vivió en España, en 2008, en el que se hablaba de la posibilidad de otro corralito. Temiendo perder algún dinero que tenía en el banco aquí, como había pasado en Argentina, decidí, por si acaso, hacerme un regalo. Como lo que más me gusta del mundo son los libros, yo había localizado en Bauman Rare Books, una librería de Nueva York, un ejemplar del “Ulises”. Era muy caro y, no me lo habría comprado en otro momento, y lo hice. Estoy contentísimo de haberlo logrado. Lo que tengo es la edición princeps, la que realizó la Shakespeare & Company, una librería, no una editorial. Por obscenidad nadie lo quería editar», recuerda Sabina.
El músico reconoce su admiración hacia James Joyce, a quien ha ido leyendo regularmente. «Yo no he sido de esos lectores que se han comido a Joyce de arriba a abajo o de una tirada. He sido de ir leyendo los capítulos más nombrados varias veces a lo largo de los años. De lo que sí estoy muy seguro es de cómo revolucionó la literatura en 1922, que fue cuando apareció, ahora hace cien, el mismo año en el que murió Proust». Este «Ulises» no es el único tesoro joyceno que ha conseguido Joaquín Sabina en estos años: «Guardo maravillas. Como las primeras ediciones de “Finnegans Wake”, también firmada, y la del “Retrato del artista adolescente”».
LOS REFERENTES DE UN MAESTRO
Sabina nunca ocultó ser un consumado lector. Al preguntarle por sus referentes recuerda que «he sido muy lector del Siglo de Oro, de Quevedo, de Garcilaso, de Manrique. Al mismo tiempo que hablo como lector también hablo de mi propia biblioteca. He sido muy lector del 98 y, sobre todo, del 27, con absoluta preferencia en mis gustos por Lorca, por Cernuda y, antes, en el 98, por Machado». Además del boom latinoamericano: «Vallejo es mi mayor referente»
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