Sin embargo, el miércoles fue todo de Rosalía, la artista pop española más internacional desde Julio Iglesias. Para ella, Mad Cool fue una parada rápida en la mitad de una gira de nueve meses por América Latina, Europa y Norteamérica. Pero apenas se montó en el escenario con zapatillas deportivas blancas de plataforma y una miniblusa color aguamarina con un volante enorme que le recorría los brazos y el pecho, no pudo evitar exclamar emocionada: “¡Me hace muchísima muchísima muchísima ilusión estar aquí!”.
Pantallas gigantes digitales colgadas a ambos lados del escenario proyectaron su rostro al público. Menos visible fue el tatuaje de un broche de liga que se asomaba por debajo de su pequeño short de cintura alta: una réplica del que la artista performativa feminista austriaca Valie Export se tatuó sobre un escenario en 1970. Contraponiendo sensualidad con una especie de fuerza spinning, el grupo de baile femenino de Rosalía lució licras blancas cortas y pendientes de aro. Terminaron “Como Ali”—una canción inédita tributo a Muhammad Ali—con una serie extensa de golpes rápidos al aire, para luego mantener elevados los puños.
Había dos percusionistas expertos en las tradicionales palmas flamencas a un lado del escenario. Las palmas conformaron la columna vertebral de la siguiente canción, “Pienso en tu mirá”, una tonada engañosamente dulce sobre celos que mezcla voces, palmas y samples electrónicos en compases cambiantes de 12/8 y 10/8. La canción, según un crítico de Pitchfork, “se destaca por encima de prácticamente todo lo demás en el panorama pop mundial”. El corte aparece en el CD de Rosalía de 2018 “El mal querer”, también conocido como “E.M.Q.”, el cual obtuvo elogios por toda Europa y Estados Unidos como uno de los mejores discos del año pasado. La primera canción del disco, “Malamente”, tuvo 15 millones de reproducciones en continuo en su primera semana en mayo de 2018 y obtuvo disco de platino en las listas de popularidad latinas de Estados Unidos a principios de este año. Gracias a “Malamente”, Rosalía consiguió dos premios Grammy latinos de un total de cinco nominaciones, lo que la convirtió en la artista femenina más nominada del 2018. El mes pasado, con la totalidad de “E.M.Q.” finalmente admisible para la competencia, Rosalía repitió la hazaña al obtener otras cinco nominaciones al Grammy latino, incluyendo la de disco del año (los ganadores de este año serán anunciados el mes que viene).
“E.M.Q.” le cambió la vida a Rosalía al convertirla en una colaboradora codiciada que ha grabado canciones con James Blake, A. Chal, Ozuna y Pharrell Williams. En marzo, publicó en YouTube “Con Altura”, un reguetón en colaboración con J. Balvin, que en este momento acumula más de 951 millones de visualizaciones, por lo que ha logrado aplastar otros éxitos como “Bad Guy”, de Billie Eilish (567 millones), “thank u, next”, de Ariana Grande (432 millones), y “You Need to Calm Down”, de Taylor Swift (145 millones). En agosto, cuando “Con Altura” ganó el premio MTV al mejor video latino, J. Balvin le hizo múltiples reverencias a Rosalía en el escenario, el reconocimiento de un caballero a su papel en la composición del éxito. “Creo que es la única artista en el mundo latino que puede ser comparada con Beyoncé”, me comentó Juanes, la estrella colombiana del rock que ha ganado dos premios Grammy y 23 premios Grammy latinos. Este mes, Rosalía aparecerá en la escena inicial de la nueva película de Pedro Almodóvar, “Dolor y Gloria”, junto a Penélope Cruz.
Un éxito como este inevitablemente provoca reacciones negativas. En España, hay rumores que sugieren que Rosalía es una farsa creada por profesionales de la industria para satisfacer tendencias del mercado. La comunidad gitana española la ha atacado por usar palabras en caló (lengua variante del romaní) en sus letras y por adoptar una pronunciación andaluza y estilos urbanos en sus videos. Nacionalistas catalanes se han quejado de que ella debería estar usando su plataforma para obtener apoyo para el movimiento independentista. En los Estados Unidos, ha sido acusada de “apropiación latina” por críticos en Twitter que afirman que un país europeo como España no debería competir en categorías latinas. Pero, si amas la música, la voz sobrenatural y las composiciones revolucionarias de Rosalía son las mejores respuestas a estos dardos socioculturales. Antes de que encabezara listas en YouTube y Spotify, Rosalía pasó más de una década formándose en el flamenco, una de las artes musicales más complejas, antiguas y genuinas del mundo. Es como si una prometedora mezzosoprano hubiese decidido abandonar la ópera para traerle coloratura al R&B.
“¿Canción a capela o sin a capela?” le preguntó Rosalía al público en Mad Cool.
“¡A capela!” gritó la multitud.
“Vale, necesito mucho mucho mucho mucho silencio, ¿OK?”
Todo el público se calló. Todos en la tarima quedaron en silencio. Mientras Rosalía entonaba el clásico del flamenco “Catalina”, la gente se secaba las lágrimas. Su voz es al mismo tiempo fluida y cruda; salta suavemente de la sensibilidad dolorosa al anhelo enfurecido. Cuando interpreta flamenco puro, Rosalía suele sonar como si estuviese arrancándose el corazón por la boca. “Tener duende” —la habilidad de transmitir emociones intensas y auténticas— es un momento casi místico de autodesvanecimiento en el flamenco, parecido a la inmersión de un actor en un personaje. Es una vulnerabilidad emocional que no se puede fingir. Rosalía me contó que, cada vez que se monta en un escenario, intenta conseguir ese momento cuando “no estás tú como artista, no estás tú como persona con tu nombre y apellido”. Según Rosalía, “no eres más que un canal” para que el “alma” de la canción llegue al público. “Estás allí más que nunca y clarísimo, pero a la vez te vas”, dijo, mientras sonrió con vergüenza, como si estuviese compartiendo un secreto.
Al día siguiente de su participación en Mad Cool, me encontré a Rosalía Vila Tobella descansando en un sofá de terciopelo rojo en su habitación de hotel. No tenía maquillaje y llevaba el cabello enroscado con descuido en lo alto de la cabeza. Tiene 26 años, pero aparenta 19, y gran parte de su estilo actual da la impresión de ser un intento de balancear su predisposición genética a verse adorable con expresiones de su energía feroz. El estampado de su traje de una pieza era de llamas psicodélicas. Gesticulaba con uñas largas y afiladas pintadas en rosado y adornadas con pequeñas donas, aguacates, caramelos y gatitos.
“Yo empecé de cero”, me dijo. “Nadie en mi familia está vinculada a la industria. Ningún contacto en absoluto con la industria musical ni con la industria de entretenimiento”. Rosalía no quiso hablar mucho sobre su familia, cuya privacidad, dice, está intentando proteger. Pero ella, sus padres y su hermana menor, Pilar, son unidos. Su madre, una ejecutiva de una compañía local, renunció para convertirse en su mánager de negocios. Pilar, que estudió historia del arte, a menudo funge como su estilista y consultora creativa. En su gira de “E.M.Q.”, Rosalía ha viajado con ambas.
La industria que, indirectamente, construyó la carrera de Rosalía fue la automovilística. En 1989, SEAT, la empresa de automóviles más importante de España, inauguró unas instalaciones en las afueras del pueblo natal de Rosalía, Sant Esteve Sesrovires, en Cataluña, al noreste de España. La llegada de SEAT convirtió a una somnolienta colección de techos de tejas rojas y calles arboladas —mejor conocido como el lugar donde se inventaron los dulces de Chupa Chups— en un centro industrial. Las corporaciones plantaron fábricas y depósitos en las suaves colinas que rodeaban su pueblo y esto atrajo trabajadores de todas partes de España. En 30 años, la población del lugar se cuadruplicó a 7800. Muchos de estos trabajadores vinieron de Andalucía, una región al sur de España, y muchos de los amigos de Rosalía fueron los hijos de esos trabajadores. En su casa su estéreo reproducía a Bob Marley, Bruce Springsteen, Bob Dylan y Queen, pero sus amigos escuchaban flamenco.
Los orígenes del flamenco no son del todo conocidos. La música emergió en Andalucía, lugar que ha alojado culturas árabes, judías, romaníes y cristianas durante al menos 600 años, y los romaníes siempre han estado asociados con su interpretación, aunque el estilo de guitarra del flamenco le debe mucho a Cataluña. Un día, con 13 años, Rosalía estaba pasando el rato con sus amigos en un parque con carros modificados. Todas las puertas estaban abiertas, con las canciones sonando a todo volumen hacia los árboles. En un momento, alguien puso a Camarón de la Isla, uno de los más grandes cantantes de flamenco de todos los tiempos. Al escucharlo, “me explotó la cabeza”, le confesó Rosalía al periódico El Mundo.
En la estela de ese bombazo, Rosalía se obsesionó con aprender a cantar flamenco. Tradicionalmente, las “cantaoras” absorben la complejidad del flamenco a través de sus familias, del mismo modo en que los niños aprenden un idioma. Para Rosalía, esa no era una opción. Así que tomó clases de baile flamenco y respiró discos de Camarón, quien grabó bastantes álbumes muy apreciados en los años 70 con el guitarrista Paco de Lucía. Esas grabaciones son flamenco puro: solo canto, guitarra y palmas. Sin embargo, en 1979 Camarón se separó de De Lucía para hacer “La leyenda del tiempo”, un disco inspirado en el rock progresivo con bajo eléctrico. Eso fue un escándalo dentro de los círculos de flamenco, similar a cuando Bob Dylan usó guitarra eléctrica en el Newport Folk Festival. Algunas personas en la prensa llamaron a Camarón el “Mick Jagger gitano”. Camarón y De Lucía se reconciliaron y grabaron álbumes fantásticos en los años 80, pero la fricción entre los puristas del flamenco y los fusionistas en realidad nunca ha desaparecido. En Sant Esteve Sesrovires, los ganadores fueron los descendientes de la fusión de Camarón; Rosalía se saturó con su música. Y cantó en todos los lugares que pudo: en casa, en las calles, en las presentaciones locales de flamenco.
“Tengo claro que voy a ser artista”, declaró Rosalía en 2007 en el concurso de talentos de Barcelona “Tú sí que vales”, con apenas 15 años. Se subió al escenario con botas de tacón de aguja, jeans ajustados y una camiseta sin mangas. Tocando una guitarra acústica, con un medallón de la Virgen María colgando de su cuello, cantó “Como en un mar eterno”, una balada nasal de Hanna, una fusionista del flamenco. Los jueces parecían estar aburridos. Uno de ellos le exigió a Rosalía que sacara “algo de carácter”. En respuesta, cantó “No One”, de Alicia Keys. Eso fue suficiente para que llegase a las finales, donde falló. “Rosalía, has desafinado bastante a lo largo del tema”, le indicó un miembro del jurado. Rosalía respondió a la defensiva: “No puedo hacer todo; intento interpretar, cantar y bailar”.
Rosalía me confesó que audicionó para “Tu sí que vales” porque fue la única manera en que creyó que podría entrar al mundo del espectáculo. El fracaso ajustó sus ambiciones. Después de eso, quiso, por encima de cualquier cosa, convertirse en una gran música. Abandonó el baile y se dedicó a aprender piano. Empezó a componer música con melodías, armonías, acordes y letras, tratando de enseñarse a sí misma como estructurar una canción. “Me reafirmé que yo quería tener el control absoluto de mi música”, me dijo. “Desde los acordes y los voicings de las canciones hasta los arreglos y la producción”.
Había un solo problema: su voz. Todos esos años de simular el poder de una “cantaora” sin el entrenamiento apropiado habían dañado sus cuerdas vocales. Ya no podía proyectar su voz normalmente. Los doctores le recomendaron cirugía. Después de eso, necesitó un año de rehabilitación vocal. Rosalía recuerda que durante la rehabilitación pensaba: “Hay algo que me toca aprender de esto: ¿qué es?”.
Rosalía cree que nada sucede por casualidad. “Yo no fuerzo las cosas. Yo puedo tener un deseo y luego dejo que Dios me vaya guiando en el camino, me vaya trayendo aquello que yo necesite, y siempre intentando estar atenta a recibirlo”. Mientras se recuperaba en silencio, aprendió a apreciar la disciplina de la técnica vocal. Y allí entendió que había alguien que podía enseñarle a convertirse en “cantaora”. Esa persona daba clases en la mejor escuela de música de Barcelona, la Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC), la cual, por lo regular, acepta un solo estudiante al año para estudiar canto flamenco. Pero sucedió que, justo cuando Rosalía más lo necesitaba, ese profesor, José Miguel Vizcaya, estaba aceptando estudiantes en otra escuela de música de Barcelona, el Taller de Músics, donde cualquier adolescente podía inscribirse.
El primer día que Rosalía se presentó ante Vizcaya con un informe médico en la mano, él le hizo sus preguntas estándar de rigor. ¿Qué te gusta del flamenco? ¿Cuánto flamenco has escuchado? ¿Tu familia canta flamenco? ¿Qué tipo de música cantas en la actualidad? Luego, la puso a prueba. Cántame algo de flamenco. Cántame algo de jazz. Cántame algo pop. De esta manera, Vizcaya recopila un “perfil de diagnóstico” de sus estudiantes para poder decidir cómo los formará. Rápidamente se dio cuenta de que Rosalía era una principiante absoluta: Lo único que conocía acerca del flamenco puro era Camarón. “Yo no sabía nada”, me confesó Rosalía. “Y me enseñó todo todo todo”.
Vizcaya, que actúa con el nombre artístico de El Chiqui de la Línea y es conocido como Chiqui por todo el mundo, tiene cabello canoso, una mirada amable y una actitud seria y paciente. Nació en 1951 en Cádiz, el mismo lugar de Andalucía donde Camarón nació en 1950. Su padre cantaba flamenco en fiestas y tascas; a los 19 años Chiqui empezó a cantar en peñas flamencas. Un “cantaor” brillante, en los años 70 firmó un contrato con Los Tarantos, uno de los tablaos de flamenco más antiguos de Barcelona. Allí, en el apogeo de la época turística, tenía cuatro presentaciones al día. En 2002, tras aceptar una oferta para dar clases en la ESMUC, fue pionero de un método para adaptar la tradición de la tutoría personal del flamenco a un sistema universitario.
Gracias al trabajo con Chiqui, Rosalía extendió el rango de su voz y aprendió cómo proyectarla manteniendo su flexibilidad y claridad. “Cantaba como con miedo después de haberme operado, ¿no? No quería rehacerme daño a las cuerdas. Y tuve que… como reaprender a cantar”, afirmó Rosalía. Con Chiqui, también aprendió a improvisar melismas, la técnica de cantar múltiples notas en una sola sílaba de la letra. En la canción “Nos quedamos solitos”, grabada por Rosalía para su primer álbum, se muestra esta técnica. La letra consiste en pocas oraciones: “Eran las 2 de la noche ay, ay, ay, ay / vino mi hermano a llamarme / “Despiértate” / “¿Por qué no te despiertas tú, hermanito?” / ay, “y que se ha muerto nuestra madre” / Y nos quedamos / nos quedamos / Y nos quedamos solitos”. Rosalía prolonga estas palabras durante varios minutos con melismas, haciéndote sentir el suspenso de los acontecimientos: el despertar, la voz del hermano mayor, la muerte, el abandono. El melisma transforma su canto en un sollozo bordado que te hace sentir el dolor de los niños. Casi siempre que la escucho, no puedo evitar llorar.
Los melismas no aparecen marcados en las partituras. Para estudiarlos, las “cantaoras” deben entrenar su oído. Chiqui le enseñó a Rosalía a diseccionarlas nota a nota para que pudiera replicar las grabaciones que le daba para practicar. “Tienes que aprender qué está pasando, uno por una, hasta luego saber ejecutar”, afirmó Rosalía. Esa es, en parte, la razón por la que convertirse en una buena “cantaora” toma años. Las melodías del flamenco pueden cambiar en una frase de la escala mayor moderna, común en la música occidental, a la escala frigia, frecuente en la música árabe y klezmer. Rosalía no podía leer estos cambios en las canciones que estudiaba. Tenía que escucharlas.
Rosalía tal vez no sabía nada cuando Chiqui la conoció, pero según su profesor, ella tenía un “oído perfecto”, una memoria prodigiosa y una disciplina laboral excepcional. Canciones que le tomaría un mes a un estudiante promedio aprender, ella las dominaba en una semana. “Me vuelve loco”, dice Chiqui. “En las clases, cuando cantaba las cosas que le ponía y hacía la interpretación” —se inclina hacia adelante y hace la mímica de pellizcarle a Rosalía los dos cachetes con placer— “no me podía aguantar de lo bien que lo hacía. Era tremenda”. La admiración es mutua. Cuando Chiqui dejó de enseñar en Taller de Músics, Rosalía aplicó a la ESMUC para poder seguirlo allí. Según Chiqui, Rosalía consideró por un tiempo grabar un disco de flamenco puro como homenaje a una de sus “cantaoras” favoritas, Pastora Pavón Cruz, mejor conocida como La Niña de los Peines. Al final, abandonó esa idea para grabar un álbum de flamenco experimental con un guitarrista que solía tocar en una banda de punk rock. Rosalía no solo tenía disciplina, buen gusto y ambición; como a los grandes artistas, también le gustaba el riesgo.
“En ‘Los Ángeles’ puedes encontrar letras y melodías tradicionales de flamenco”, dice Rosalía, gesticulando con sus uñas de donas y aguacates mientras describe su primer álbum. Lo que no es tradicional, según ella, “es la forma en que está interpretado, tanto como por canto y la guitarra y por la producción”. El disco, lanzado por Rosalía cuando tenía 24 años, germinó de su amistad con Raül Fernandez Miró, un pianista clásico 16 años mayor que ella, que lleva el nombre artístico de Raül Refree. En los años 90, Refree abandonó la escuela de música para formar una banda punk. Luego se convirtió en un productor y músico importante de Barcelona. Cuando se conocieron, en 2015, hablaron no solo de flamenco, sino también de James Blake, Kanye West y Frank Ocean. Luego empezaron a reunirse varias veces al mes en su estudio para compartir música en largas sesiones de escucha. “Era como un festival de eclecticismo, ¿sabes?”, me dijo Refree. Ella le ponía un video de reguetón. Él respondía con un videoclip de folk estadounidense. Luego se ponían a escuchar flamenco puro o algo de Glenn Gould. Nunca hablaron de grabar algo juntos. Sin embargo, uno de esos días de otoño, Rosalía empezó a cantar “I See a Darkness”, de Bonnie “Prince” Billy. Refree, que le había presentado la balada, se sentó en su piano para acompañarla.
Unas semanas después, ella sugirió que montaran un espectáculo de flamenco en un bar en Barcelona, frente a unas 20 personas. Aunque él había producido discos de flamenco, Refree nunca había tocado el género en vivo. Esa noche, improvisó con su guitarra una respuesta inspirada en el flamenco a los melismas de Rosalía. Ambos sintieron que el set había sido increíble. Refree recuerda: “Podíamos saltar al vacío, que el otro lo recogía”. Según Rosalía: “Para mí era como catártico. Cada vez que cantaba conectaba con mucha visceralidad, ¿sabes?”. Caminando juntos tras el espectáculo, ambos decidieron que tenían la obligación de crear un álbum.
Las canciones que Rosalía eligió para “Los Ángeles” datan mayormente de los años 40 y 50, la era en la que La Niña de los Peines estaba en la cumbre de su carrera. Desde los años 70, los aficionados del flamenco han preferido las voces roncas y recias “afillá” que muchas personas asocian con “tener duende”. Pero para este disco, Rosalía y Refree prefirieron voces “laínas”: limpias, agudas, ideales para realizar arabescos y ornamentaciones vocales. Este estilo le sienta bien a la voz de Rosalía. Y Chiqui, con su gigantesca base de datos de memorias de flamenco, pasó años ayudándola a explorarla. Muchas de las grabaciones que Rosalía llevó al estudio de Refree eran cápsulas de tiempo viejas y rayadas pertenecientes a otra era. Juntos improvisaron nuevas versiones de cada una. “Lo que queríamos era encontrar una lectura personal de esa canción”, dijo Refree.
Ya en ese momento Rosalía sabía que quería combinar flamenco con música electrónica. Durante los años de formación con Chiqui, se presentó sin parar por toda Barcelona. Cantó en tantos tablaos, bares de jazz y sesiones improvisadas de hip-hop que ya no puede recordarlos todos. Cantó en bodas, fiestas privadas y restaurantes. Se presentó en un festival de cine en Panamá y en una producción de teatro vanguardista en Singapur. Participó en dos tracks de dance hall de su amigo C. Tangana y en sencillos de hip-hop de DJ Swet y Cálido Lehamo. Se unió a un grupo coral barroco en la ESMUC. Para ganarse el sustento, a veces grababa música para comerciales. Con Refree incluso ensayó algunas canciones que había compuesto, pero al final decidió dejarlas fuera de “Los Ángeles”.
Rosalía desplegó toda su experiencia cuando terminó de grabar “Los Ángeles” y empezó a formular la tesis de grado que finalmente se convirtió en “El mal querer”. Su primera idea fue simplemente encontrar la manera de trazar melismas en ritmos bailables para no tener que estar siempre sentada en una silla, de la manera en que tradicionalmente las “cantaoras” interpretan. Por recomendación de un amigo, leyó “Flamenca”, un poema lírico anónimo del siglo XIII que no tiene nada que ver con el flamenco. Rosalía desechó la mayoría de la trama del poema sobre un triángulo amoroso e ignoró todas sus adulaciones aristocráticas. Se quedó con su visión del matrimonio tóxico: un hombre cuyas inseguridades lo llevan a encerrar a su esposa. Difuminó los roles tradicionales de género y se dedicó a investigar sobre la psicología de los celos. Les dio a las canciones que compuso títulos secundarios como “Cap. 2: Boda” y “Cap. 4: Disputa” para proponer una narrativa. Sus letras se leen como una versión feminista de “Carmen”, un mal romance contado principalmente desde un punto de vista femenino. Cuando “Los Ángeles” obtuvo una nominación al Grammy latino por mejor artista nuevo en 2017, Rosalía ya había interpretado las primeras versiones de “El mal querer” en la ESMUC.
Rolf Bäcker, musicólogo y profesor de la ESMUC que ha estudiado flamenco, me contó una historia divertida sobre un experto de jazz portugués que una vez decidió echarle un vistazo al flamenco en Sevilla. El experto salió del tablao llorando: no pudo entender los ritmos. Cada estilo de flamenco, o “palo”, está asociado no solo con una clase particular de melodía y armonía, sino también con un patrón métrico específico. Muchos “palos” tienen acentos y pulsos cambiantes conocidos como compases de amalgama, los cuales pueden sonar como medidores fusionados: un compás 3/4, por ejemplo, combinado con un 2/4. “Es super difícil para alguien que no viene de escuchar ritmos de amalgama”, me dijo Rosalía desde el sofá de terciopelo de su hotel.
Le pedí que me mostrara cómo se hacía.
Rosalía se inclinó hacia adelante del sofá, curvando su cuerpo sobre sus manos para enseñarme un “palo” rápido llamado “bulería”. Apenas empezó a chocar sus palmas, algo se encendió: una intensidad que también se sentía juguetona. El compás estaba en sus palmas, su pie derecho, sus hombros y su garganta. Chasqueaba síncopas con su lengua y gruñía “ums” a la Mae West en cada compás. “Piensas como en 6/8”, me dijo, aplaudiendo con velocidad, “y la ‘bulería” está aquí: Un, dos tres. Cuatro, cinco, seis”.
Intenté aplaudir y llevar la cuenta, pero pronto me perdí.
“Piensa en seis palmas”. Me hizo aplaudir seis compases monótonos veloces. “Y ahora, le daremos acento. Un, dos, tres. Cuatro, cinco, seis”. Fallé torpemente durante todo el proceso, como un niño pequeño persiguiendo a un adulto. Luego, cuando practiqué sola, me di cuenta de que el ritmo se sentía como un vals, elegante y agresivo al mismo tiempo. En realidad, Rosalía me había tenido piedad. En muchas de sus canciones, el patrón es más complicado. “Pienso en tu mirá”, por ejemplo, usa un compás de amalgama de 12/8. Según ella, le tomó años sentirse cómoda cantando con este tipo de ritmo. “No es una cosa inmediata. Es una cosa que cada vez que sientes que más sabes, más te das cuenta de que tienes que seguir estudiando y aprendiendo, porque hay detalles. Los que más saben son la gente mayor. Los abuelos son los que mejor cantan por bulería”.
Pablo Díaz-Reixa, conocido como El Guincho, no sabía nada de compases de amalgama, escalas frigias o melismas antes de colaborar con Rosalía. Un músico electrónico y productor que en una ocasión trabajó con Björk, El Guincho desapareció de la escena musical por tres años para cuidar a su madre, la cual al final falleció de cáncer. Sin embargo, a principios de 2016, reapareció con un álbum brillante y denso llamado “Hiperasia”, el cual dejó en evidencia su talento con la producción vocal y los sampleos. Pocos meses después del lanzamiento, Rosalía lo invitó a que la viera en un concierto de flamenco puro. Ya en ese momento, ella sabía que quería que “E.M.Q.” fuera un proyecto “voz-centrista”, que sampleara diferentes voces y jugara con armonías vocales.
Posteriormente, lo invitó a que la ayudara a grabar una canción para “E.M.Q.” llamada “A ningún hombre”. La química en el estudio fue natural, según Rosalía. “También he trabajado con otros chicos y es muy especial como es Pablo porque Pablo realmente escucha mucho. Le da la bienvenida al hecho de que yo tome muchas decisiones”. Pasaron el siguiente año y medio creando “E.M.Q.”, reuniéndose casi todos los días para trabajar en la casa de El Guincho, con computadores portátiles, una tarjeta de sonido, un micrófono y un teclado. Si ella le enseñó flamenco, El Guincho le enseñó sobre estructura de canciones y la ayudó a perfeccionar sus letras. Para cuando terminaron las dos canciones finales, “Malamente” y “Pienso en tu mirá”, ya estaban trabajando codo a codo en cada aspecto de la composición y la producción.
Para mis oídos, “E.M.Q.” suena a un álbum sobre el escape de la violencia doméstica. Hay sonidos que sugieren golpes, llantos y puñaladas. Cuando le mencioné esto a Rosalía, sonrío: “Eso es una interpretación”. Rosalía mantuvo las letras ambiguas para que diferentes personas pudieran oír distintas tramas mientras escuchan las canciones. Una de las que más le costó escribir fue “De aquí no sales”, para la cual tuvo que encontrar la manera de hablar genuinamente desde un lugar lleno de ira:
Con el revés de la manoYo te lo dejo bien claroAmargas penas te vendoCaramelos también tengo
Estas líneas destilan el vaivén del abuso. También aluden al “cantaor” Macandé, un vendedor ambulante cuyos pregones llenos de melismas para vender caramelos fueron la sensación de Cádiz hace mucho tiempo. En “Malamente” y otros lugares, Rosalía escondió otros detalles, algunas palabras en caló que luego enfurecerían a algunos romaníes. Rosalía me aseguró que su intención nunca fue apropiarse de la cultura gitana. Para ella, esas palabras fueron solo “un guiño honrando esa tradición flamenca donde el caló está presente y la comunidad gitana tanto ha aportado al flamenco”.
Rosalía amó trabajar con El Guincho, pero hubo algunos momentos en la creación de “E.M.Q.” en los que se sintió nerviosa, incluso angustiada. Estaba endeudada, tomando grandes riesgos artísticos y financieros. ¿Y si sus experimentos mezclando flamenco con música urbana no daban resultados? ¿Qué iba a pasar si nadie apostaba por ella? No tenía ningún contrato con ningún sello discográfico. La independencia le permitió crear “E.M.Q.” exactamente cómo quería, pero eso también significaba que no iba a tener ninguna garantía de que su música fuera a tener la distribución adecuada… hasta que conoció a Juanes.
En septiembre de 2017, la estrella colombiana Juanes vio a Rosalía cantar flamenco puro en un teatro de Madrid. Como toda una “cantaora”, Rosalía se presentó frente a una audiencia de 100 personas vistiendo un largo vestido de terciopelo, sentada en una silla junto al guitarrista romaní Joselito Acedo. Juanes recuerda: “Y empezó a cantar esta mujer. Yo me quería morir. O sea, yo nunca había sentido algo tan fuerte con alguien cantando frente a mí como lo sentí ese día, y además por ser una chica tan joven, ¿sabes? Para mí fue como ver cantar a Carlos Gardel o Edith Piaf o alguien así”.
Lo primero que hizo Juanes al salir del teatro fue llamar a su socia comercial Rebeca León, antigua vicepresidenta de talento latino para AEG Live/Goldenvoice. “Rebeca”, le dijo, “por favor, tienes que tomar un tren e irte a Barcelona. Tienes que hablar con Rosalía, tienes que hablar con esta niña”. A principios de ese año, Juanes y León habían inaugurado la compañía de entretenimiento latino Lionfish. Según una entrevista que León concedió a Vanity Fair España el año pasado, la estrategia de la compañía es conseguir artistas que sean “bilingües, biculturales y que puedan fácilmente convertirse en un fenómeno mundial”. Entre sus clientes han destacado el productor musical colombiano Sky Rompiendo, el artista de trap dominicoestadounidense Fuego y la superestrella de reguetón colombiana J. Balvin. En Barcelona, León encontró a Rosalía terminando “El mal querer”. En enero de 2018, León se unió al equipo de Rosalía como mánager de la artista.
Sin embargo, incluso León tuvo problemas para conseguirle un lugar a “E.M.Q.”. “Al principio, muchas personas no entendían”, le comentó León a Variety. “Decían que era un disco muy extraño, que iba a tener que gastar mucho dinero, que no iba a funcionar”. En este tipo de casos, los videos de YouTube se han convertido en un salvavidas para los artistas de habla hispana. Hace una década, esos artistas tenían que cantar en inglés para obtener apoyo corporativo y poder entrar al mercado internacional. “Lo que ha hecho YouTube es expandir los géneros y la música de diferentes idiomas”, me afirmó Vivien Lewit, directora internacional de relaciones artísticas de YouTube. “La música en sí misma está conectando con el público y el lenguaje parece estar en un lugar casi secundario”.
Actualmente, los artistas latinos conforman más del 30 por ciento del club de los multimillonarios de visualizaciones de YouTube. En lo que va del año, cinco de los diez artistas más vistos en Youtube son latinos: J. Balvin, Anuel AA, Ozuna, Bad Bunny y Daddy Yankee. Esta clase de números pueden convencer a los ejecutivos de sellos discográficos de que vale la pena firmar con artistas internacionales.
Rosalía buscó a sus amigos de Canada, una compañía de Barcelona que filma anuncios multinacionales y videos musicales, para crear videos que hicieran que “E.M.Q.” se sintiera más accesible. En las producciones de “Malamente” y “Pienso en tu mirá”, el director Nicolás Méndez mezcló iconos españoles con referentes urbanos: aceitunas y camiones tráiler, toreros y pantalones deportivos. En una secuencia, un penitente católico con una túnica y una capucha morada hace un truco aéreo con su patineta frente a una cruz gigante. Al ambientar las canciones de Rosalía en parques industriales similares a los que rodean su pueblo natal, Méndez reveló el potencial de su música para mostrar una nueva visión de la identidad española, profundamente tradicional pero también urbana.
Hoy en día, “Malamente” tiene más de 107 millones de visualizaciones en YouTube. “Pienso en tu mirá” ya cruzó los 50 millones. Unas semanas después de que los videos fueran publicados, Rosalía firmó un contrato con Sony España. De repente, “E.M.Q.”, un álbum creado por dos amigos encerrados en un apartamento, ya no parecía tan extraño. Rosalía había asegurado el respaldo que necesitaba para promover su álbum por todo el mundo.
Este verano, en los MTV Music Awards, Rosalía se subió al escenario con un corpiño delineado con cristales y botas negras con plataforma para interpretar lo más cercano que ha escrito a una canción simple de amor: “Yo x ti, tu x mí”, una colaboración con El Guincho y la sensación puertorriqueña de trap y reguetón Ozuna. Rosalía subió al escenario poco después de que Camila Cabello y Shawn Mendes cantaran su canción de amor “Señorita”. El contraste fue impresionante. Por un lado, Cabello en tacones y un vestido transparente frotándose en Mendes como un gato. Por el otro, Rosalía mezclando movimientos flamencos con danza africana y hip-hop. Sobre el escenario, lucía empoderada: al mismo nivel de Ozuna, en ningún momento como su mascota.
El baile fue la primera cosa a la que Rosalía renunció cuando decidió convertirse en una música seria. Y fue el elemento final necesario para que se transformara en una sensación pop mundial. Ella pudo solo haber recurrido al “twerking” y a desnudarse lentamente, convirtiéndose en un póster erótico móvil, como hacen muchas artistas femeninas. En vez de eso, contactó a Charm La’Donna, la coreógrafa responsable de la presentación dramática y militarista de Kendrick Lamar en los Grammys del 2018. Rosalía no quería que sus bailes insinuaran sumisión. “Siempre hay esa intención de mostrar la figura de la mujer con fuerza y poderío”, dijo. Con La’Donna, quien ha creado la coreografía de la mayoría de los videos y las presentaciones en vivo de Rosalía, concibió un estilo de baile que combina la gesticulación ondulada del flamenco con la pegada del hip-hop.
Aún es muy pronto para saber cómo evolucionará la carrera de Rosalía. “Cuando estás en una relación, hay momentos de todo”, dice, imaginando su futuro en la música. “Al inicio suele ser de una manera, el medio suele ser de otra y el final suele ser otra”. Rosalía sonrió. “Sé que voy a transitar todo eso. Yo sé que voy a envejecer haciendo música y quiero ver como mi música cambia con los años”. Lo que más desea es “no perder nunca las ganas de hacer música”.
En febrero, con un largo vestido rojo, de pie en el escenario de los Premios Goya, la versión española de los Premios Oscar, Rosalía cantó “Me quedo contigo”, de Los Chunguitos:
Si me das a elegir
Entre tú y la gloria
Pa que hable la historia de mí
Por los siglos, ay amor
Me quedo contigo
En su arreglo, Rosalía remplazó la guitarra eléctrica y la batería con el coro juvenil del Orfeó Català. El cambio dejó en evidencia el subtexto de la canción, convirtiéndola en una declaración no solo de amor romántico, sino también de devoción espiritual. Su voz se paseó entre la fuerza y la vulnerabilidad, sin las conocidas muecas y sonrisas de sus presentaciones pop en su rostro. En las barras finales, sus ojos resplandecieron; su labio inferior vibró. Fue belleza. Fue innovación. Fue “duende”. ¿Pudo haber también sido esta una canción sobre una vida dedicada a la música? “Todavía no se ha visto todo lo que Rosalía puede cantando flamenco puro”, me aseguró Chiqui. “Todo lo que ella es, todo lo que ella tiene por dentro todavía no se ha visto”.
Fuente: The New York Times Company