Un concierto en el Colón no es un desafío sencillo. Y mucho menos para abordarlo en soledad. Pedro Aznar lo hizo, y sería poco decir que salió indemne. En realidad se ganó una muy merecida ovación de la multitud que colmó el teatro con una demostración contundente de solvencia artística, en una noche cargada de buena música y emociones imborrables.
El cenit de un espectáculo pensado como recorrido cronológico de una carrera extensa que empezó allá por 1974, cuando Aznar tenía apenas 15 años y ya era bajista de Madre Atómica, fue indudablemente el segmento desarrollado con dos invitados de lujo: Charly García y David Lebón, excompañeros de Serú Girán (el restante, el baterista Oscar Moro, murió en 2006), revivieron con el anfitrión «A cada hombre, a cada mujer», una canción de Serú ’92, el álbum que rompió un silencio de una década y fue un gran éxito comercial, pero también el prólogo de una accidentada serie de shows que marcaría la disolución definitiva de la banda, pieza clave de la historia del rock argentino.
Antes, Charly había levantado la temperatura ambiente con su mera aparición en escena: terminada la categórica aclamación popular, hizo con Pedro una versión íntima y emotiva de «Confesiones de invierno», clásico de Sui Generis. Lebón también se había lucido previamente con su aporte fundamental en «Dos edificios dorados», tema de su notable disco debut, editado en 1973.
De entrada, Aznar se plantó en el Colón con una inspirada declaración de principios: abrió el recital con «Because», de los Beatles, lo como para dar pistas de una referencia clave para él y, de paso, exhibir su vocación de hombre-orquesta. Tocó teclado, bajo (uno con forma de violín, como el famoso Höner de McCartney) y guitarra, superpuso su voz en vivo con otras grabadas y consiguió un resultado de alto vuelo.
Después le propuso al público que lo acompañara con las palmas en «Traición», una idea que ya había puesto en práctica en otros conciertos y que encierra un significado que incluye y a la vez excede el carácter lúdico.
La presentación en el Colón -llevada a cabo en el marco del Festival Únicos, en cuya grilla aparecen también Café Tacvba, Gustavo Santaolalla, Luciano Pereyra y Juanes, entre otros- sirvió como broche de oro de la gira Resonancia, apoyada con el lanzamiento de un ambicioso box set de 18 CDs, un EP y un libro que oficia como detallado catálogo de su carrera. Y el concepto de resonancia implica al otro como partícipe necesario. Es innegable que Aznar ha sido siempre consecuente con ese precepto, tendiendo puentes con la gente que lo sigue y con una enorme variedad de artistas. Algunos cuyas voces aparecieron en el Colón -Borges, Atahualpa Yupanqui, Quilapayún, la mexicana Lila Downs , de cuerpo presente para cantar «Por la vuelta»- y otros que, de diferentes maneras, son parte de su rica historia -Pat Metheny, Chabuca Granda, Caetano Veloso, los Beach Boys-.
Aun cuando él se reivindica con mucha convicción como un hijo del rock, su estirpe es mucho más generosa en términos de deudas, influencias y relecturas. En la música de Aznar también vibran el jazz, el tango y el folklore latinoamericano, reunidos en una larga aventura sonora que tiene una personalidad propia y que, lejos de extinguirse, conserva intacta su proyección hacia el futuro.