Quizás no haya un mejor comienzo para un libro que habla de jazz que un texto que profundice la relación entre música y palabra. Allí, donde al decir de Felisberto Hernández “el silencio se paseaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra”. La cita del gran poeta uruguayo, que a la vez oficia de merecido recuerdo, es parte y sustancia de Variaciones sobre el Bebop; el análisis con el que Carlos María Domínguez, uruguayo también él; abre las puertas del segundo volumen de Gente con Swing, la colección de relatos compilados por Horacio Vargas.
“No soy melómano ni músico erudito. Acaso sea un arqueólogo (musical) detrás de restos de textos sobre jazz escritos en español”, dice Vargas en la presentación de este segundo volumen, continuidad de aquel primero que editó a principio del 2018.
Es precisamente este rol arqueológico asumido por el propio compilador el que permite el reencuentro con textos casi perdidos. Con otros olvidados entre las páginas de un diario viejo o algún libro ya amarillento. Rescatados para convivir con la buena nueva de un puñado de inéditos.
Y es por eso que en la primera de las cinco partes en que está dividido este Gente con Swing II destacan varios textos que apelan a la memoria emotiva. Como el de Miguel García Urbani, que invoca al amigo que le descubrió al pianista francés Michel Petrucciani, la narrativa de Alberto Giordano y el transcurrir de su discoteca a la par de su propia vida, el sentido recuerdo del trágico Chet Baker que hace Pablo Bagnato o El perseguidor cortazariano que aquí evoca Néstor Tkaczek.
Gato Barbieri, Spinetta. Malosetti Y Saluzzi
La segunda parte de este Gente con Swing se abre al mundo de la poesía y lo hace de la mano de Raúl Gustavo Aguirre y su invocación casi religiosa sobre un revolucionario Charlie Parker, a la que se suman Paco Urondo y su homenaje al guitarrista Jim Hall, Los salzanitos de Daniel Salzano o Raúl González Tuñón, el delicado poeta con su texto extraído de La calle con el agujero en la media, donde “El jazz latiendo su sonido irregular, loco, sobre la tarima, es el corazón del tiempo”.
Se anotan también los Dos poemas de Sun Ra, el enigmático pianista y director de orquesta norteamericano fallecido en 1993, que decía haber nacido en Saturno en un pasado remoto y haber llegado a la Tierra con la sola misión de salvar a la humanidad mediante la música. También Jack Kerouac y su Coro 241, invoca la santidad de Parker, mientras Mario Trejo trae su soledad acompañada. “Leo, vuelvo a ver una vieja película, hago noche en Coltrane”, dice.
En la tercera parte de la antología compilada por Vargas se suceden los homenajes a Bill Evans. Primero con Federico Monjeau y el progreso de la música según aquel artista introvertido, fallecido en noviembre de 1980, pero cuya influencia aún perdura en los pianistas de la actualidad. Luego con uno de ellos, el argentino Adrián Iaies, quien recuerda aquí haberlo descubierto en su adolescencia merced a la gestión de Manolo Juárez, su maestro de entonces, y como aquello significó su puerta de entrada al mundo del jazz.
El periodista Horacio Verbitsky también se suma al homenaje y comenta con acierto los dos discos que reunieron al pianista de Nueva Jersey con el neoyorquino Anthony Dominick Benedetto, a quien la historia recordará para siempre como Tony Benett. Y lo mismo hace Joaquín Sánchez Mariño, al reconstruir un episodio que hoy lamentaría cualquier fanático que se precie: la visita casi inadvertida de Bill Evans al país en 1979. Como define el autor: “un recuerdo feliz de un fracaso estrepitoso”.
Boris Vian en 1920
El episodio tres se completa con la semblanza de tres trompetistas ya desaparecidos. Miles Davis por Eduardo De Simone, Clifford Brown por Paul Citrato y el latino Jerry González por Pere Pons; mientras que Claudio Kleiman ofrece una completa entrevista a Joe Pass, registrada en Buenos Aires en 1993, meses antes del fallecimiento del guitarrista.
La cuarta parte de la antología abre con un ensayo de Berenice Corte, la investigadora que sobre finales de los años 90 inauguró el Jazz Club en la avenida Corrientes, el semillero de buena parte de la nueva generación del jazz local. Berenice indaga aquí con su habitual solvencia la autenticidad negra en el jazz argentino. Páginas después Teodelina Basavilbaso ofrece un emotivo retrato de los últimos días del Gato Barbieri en Nueva York, mientras Fernando Abaca recuerda la última visita del saxofonista a su Rosario natal y el homenaje que le hizo Newells Old Boys, el club de sus amores. El periodista Gonzalo Chicote se suma a los homenajes con su recuerdo a Walter Malosetti, el maestro de generaciones fallecido a los 82 años en julio de 2013.
También destacan en este capítulo las entrevistas, como la que Mariano del Mazo logró con Dino Saluzzi, el talentoso músico salteño de exitosa carrera europea, siempre poco propenso al diálogo con la prensa y la de Raquel Roberti a Luis Salinas. Marta Lambertini ofrece además su entrevista con Gerardo Gandini y Leandro Arteaga la charla que tuvo con Ernesto Jodos. Casualmente, o quizás no tanto, Gandini y Jodos compartieron un disco a dos pianos: De Generaciones, editado en 2006 por el sello rosarino BlueArt que dirige el mismo Vargas, compilador de esta obra.
Cierra este capítulo un recorrido de Adrián Baigorria por la reciente historia del trompetista cordobés Mariano Loiácono, una de las voces emergentes del jazz local y un texto de este reseñista sobre la pasión jazzera de Luis Alberto Spinetta y su posterior influencia sobre las nuevas generaciones de músicos de jazz en el país.
Como Bonus tracks, Horacio Vargas entrega un texto del escritor francés Boris Vian, quien por años transitó con igual pasión por la música y la literatura y que incluso fundó junto a sus hermanos el Tabou, mítico local del parisino barrio de Saint Germain que supo reunir a la intelectualidad francesa en la primera mitad del siglo XX. Cuando años después debió abandonar la trompeta por motivos de salud, Vian reafirmó su carrera literaria con obras como La espuma de los días o La hierba roja, pero siguió ligado a la música a través de sus columnas en las revistas especializadas Jazz Hot y Jazz News, hasta poco antes de fallecer en 1959, con escasos 39 años.
Julio Cortázar
El volumen cierra con todo un clásico: La vuelta al piano de Thelonious Monk, extraído de La vuelta al día en ochenta mundos, que Julio Cortazar publicó en 1967, volumen que también incluye semblanzas sobre los trompetistas Clifford Brown y Louis Arsmtrog, a quien no duda en definir como como un “enormísimo cronopio”.
Pero lo cierto es que aquel escritor argentino, nacido en Bruselas casi por accidente, y que bien ganó su lugar en la historia literaria con novelas como Rayuela o con sus magistrales relatos cortos; era un entusiasta conocedor del jazz, al que le dedicó pasión y textos. “El jazz, decía, es para mí una especie de presencia continua, incluso en lo que escribo. Mi trabajo de escritor se da de una manera en donde hay una especie de ritmo, que no tiene nada que ver con las rimas y las aliteraciones, sino una especie de latido, de swing, como dicen los hombres de jazz, que si no está en lo que yo hago, es una prueba de que no sirve y hay que tirarlo”.
La edición general de Gente con Swing II estuvo a cargo de Jonio González, periodista y poeta argentino radicado en Barcelona, y publicado por Homo Sapiens Ediciones y UNR Editora.
Fuente: Infobae