Quién es David Bowie, se pregunta el periodista y poeta Juan Rapacioli en el pequeño ensayo Por qué escuchamos a David Bowie, sobre el creador de los clásicos Modern Love, China Girl, Five Years, Starman o Ziggy Stardust. A lo largo de las casi cien páginas de este libro, el periodista construye una suerte de mapa para entender e introducir el universo del músico británico, de cuya muerte se cumplieron cinco años el 10 de enero, al nervio popular. “Pretende aproximarse a los temas que constituyen la obra deBowie: la soledad, la fama, la alienación, la muerte y el anhelo por una forma sensible de conexión”, describe su autor ni bien arranca el apartado que titula Fascination.
El libro de Rapacioli, que forma parte de la colección Por qué escuchamos, una serie de ensayos que “buscan ahondar en los motivos por los que algunos artistas de diversos géneros, orígenes y épocas se vuelven esenciales, indiscutibles, verdaderamente únicos”, conecta con la simbología de un ser integral que, quiérase o no, vivió adelantado a su tiempo.
Un artista que se deshizo de la marca del arte purista, la fascinación de lo auténtico, y construyó una carrera plagada de “máscaras” –siguiendo con la idea del autor– que nutrieron esa estética de la teatralidad que exaltó y dejó al descubierto la impostura de las estrellas de rock. De la mano de Major Tom, Ziggy Stardust, The White Duke, Lazarus o el propio David Robert Jones, tal el verdadero nombre de Bowie, transitó las distintas facetas de su carrera y se propuso jugar con la realidad y la ficción de un mundo insensato, al que le dejó flotando los interrogantes más existencialistas.
David Bowie durante un concierto en 1997: celebraba sus 50 años. Foto AP/ Ron Frehm
“Las máscaras que muchas veces captaron el tono de la época y lo pusieron en el altar del ídolo también lo perdieron en un laberinto de fama, soledad y vacío”, escribe Rapacioli en busca de los sonidos y las coordenadas de ese futuro con forma de alien. Qué se esconde detrás de todos esos trajes, de todos esos sonidos; cuáles fueron las influencias que alimentaron a ese hombre de mil caras, son los interrogantes que se formula el autor, mientras intenta conseguir respuestas. A medida que sus obsesiones avanzan en forma de reflexiones personales, el mar de poéticas que abarcan las fronteras de los personajes de Bowie se ensanchan y lo musical queda como un elemento más en esta gran maquinaria.
A partir de este libro, uno puede hacer pie en ese territorio bowiediano –si es que existe tal cosa– donde se desprenden los rasgos visionarios del músico londinense, que posibilitaron una experimentación por fuera de las piezas tradicionales y que elevó la vara del rock y de esa música del futuro, que muchas veces ha citado Walas –cantante y compositor de la banda Massacre, muy influenciado por la obra de Bowie– antes de empezar una canción de la banda que lidera o, incluso, el cover de Ziggy Stardust.
Rapacioli no se pierde en una ola de digresiones ni intenta una postura sofisticada. Sortea bien las puertas que abre y acierta en el punto de análisis que se detiene en la idea de realidad e ilusión que desarrolló Bowie para hacer despegar su nave artística. “Frente al peso de la realidad, el abandono de la tierra ofrece un refugio, distancia y evasión”, escribe el autor de Por qué escuchamos a Bowie y concluye en una idea, inspirada en Ricardo Piglia, que indica que la poética de Bowie es “un salto hacia lo desconocido que nunca pierde de vista su lugar de origen. Una fantasía que sobrevive por los efectos de realidad”.
Lou Reed, un rockstar atípico
En el mismo camino que el libro sobre Bowie, se ubica otro dedicado a Lou Reed, otra figura icónica del arte y la música del siglo XX: el encargado de ponerle hilo narrativo a Por qué escuchamos a Lou Reed es el escritor, docente y periodista Walter Lezcano. Con un estilo despojado y en franca conexión con el trazo callejero y las tragedias que alumbraron la obra del creador de The Velvet Underground, el periodista reconstruye las zonas sensibles de un artista que motorizó una obra que salteó todos los mandatos del rockstar. “Una fuerza de la naturaleza formada por la presión del tiempo y las tensiones existenciales”, escribe el autor.
Lou Reed en 2009. Foto EFE/EPA/PETER FOLEY
“Su posicionamiento era el de un narrador que usaba el lenguaje (y su voz inolvidable e inconfundible y su forma tan precisa y afilada de tocar la guitarra) en función de las historias que su ética inquebrantable le exigía cantar sin falsear la esencia de la tristeza”, apunta Lezcano, que se mantiene en el camino de una especie de diario de notas que intenta acercarse al origen de esa tristeza que envuelve al músico fallecido en 2013 y que lo hace posicionarse sobre la palabra “no”. Las canciones de Lou Reed, en los términos analíticos que maneja el libro, son “la búsqueda de la belleza en la suciedad de la existencia cotidiana”.
Lezcano escribe este texto con la canción Walk on the Wild side sonando en sus oídos y recorre las huellas salvajes de un realismo que se nutrió de una actitud arrolladora, con bases en la trinchera de la oscuridad. Se alimenta de un amplio espectro artístico para conectar sus citas (Marcel Duchamp, Fabián Casas, F. Scott Fitzgerald o el documental No Direction Home, de Martín Scorsese) con el universo del compositor de Transformer y acerca algunas conclusiones: “El enemigo, entonces y sin duda para él, es el poder”. Es más: “Lou Reed encontró que el rock es ir en contra de todo esto que quiere sujetar y aprisionar al Ser”.
Fuente: Clarín