Bowie por Bowie compila entrevistas de toda una vida y Bowie: una biografía es un rayo que lo trae al presente.
Con la hipnosis que provocan sus ojos de diferente color, Bowie, esquelético como salido de una pintura de Egon Schiele engatusa tanto con sus canciones, como lo hace con sus palabras y su figura.
Efectivamente Bowie, nacido para ser póstumo hoy tiene hasta su propia app (no es gratuita y se baja de cualquier negocio digital): “David Bowie is”, disponible este año desde su fecha de nacimiento, 8 de enero. Se trata de una adaptación on-line de la famosa muestra del Victoria and Albert Museum que recorrió el mundo (nunca llegó a estas costas) durante cinco años. La voz del actor Gary Oldam (vampírica, nocturna y británica, como la del cantante) narra en off un tour inmersivo a través de sus disfraces, puestas en escena y hasta manuscritos. Genial hallazgo, el tono de voz de Oldman es notablemente parecido al de Bowie: haga la prueba el lector y busque en YouTube la versión del actor interpretando “The man who sold the world”. La relación entre ambos venía de cuando Oldman protagonizó el controvertido video de “The next day” en el que interpretaba a un cura… en un burdel junto a Bowie como figura mesiánica.
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Pero, hay, sobre todo, dos nuevos libros. Oh, cositas hermosas: estos no son libros sobre el Bowie de Ziggy, la lunar “Space Oddity” o el perogrullo de hablar, nuevamente, sobre alter egos. Todos perosanjes reales que Bowie creó, pero demasiado transitados por la prensa como si se tratara de los heterónimos de Fernando Pessoa, como si el rock necesitara validarse con los procedimientos de la literatura. No: tanto Bowie por Bowie, entrevista y encuentros, como el libro de dibujos y textos, Bowie: una biografía, narran el sonido y la visión del rockero más alienígena a través del original laberinto que conduce al país de las maravillas de sus canciones y poética.
El primero, editado por el periodista Sean Hagan, incluye más de treinta conversaciones del músico con revistas de música como NME Express, Melody Maker y Rolling Stone, pero también con Q, Mojo o The face que se acercan de otra manera al ¿entrevistado? Es que en esas casi 400 páginas Bowie se manifiesta como un contestador elegante, culto y divertido. Y como si el mismo fuera el periodista (o al menos lo que un buen periodista debería ser), nada escapa a su curiosidad.
Fuera de los lugares comunes, aquí hay espacio para las confesiones sobre el hermano esquizofrénico de Bowie (y como este lo introdujo al jazz disruptivo de Eric Dolphy o Charles Mingus) a su venerado Jacques Brel o para canciones maravillosas y angulares, la menos estudiadas, como “Alwayscrashingthesamecar (una influencia ballardiana que llega al Radiohead de OKComputer), “Bringmethediscoking” o “Fashion”.
Y cuando el hombre de la pupila dilatada no dice algo nuevo, al menos lo expresa con elegancia, como “Lou Reed fue para mí como Chuck Berry para The Rolling Stones”. Las conversaciones nos permiten saber que ya en 1976, personajes como Rod Stewart, Ringo Starr o Neil Sedaka hacían cola para verlo y saludarlo. Entrevista tras entrevista Bowie, sabiendo que la pregunta es inevitable, vuelve a disculparse por su exabrupto fascista en el que declaró que Gran Bretaña necesitaba un dictador mientras levantaba el brazo haciendo el saludo nazi, pregonando que “Hitler fue la primera estrella de rock n roll” y con un uniforme militar a tono (“pero era de lana”, aclara Bowie, rebelde, rebelde). “Soy apolítico”, dice en una entrevista de fines de los 70, haciendo suyas las declaraciones e intenciones de sus queridos Ray Davies y de Pete Townshend, de dejar la política a los que saben, tanto si se trata de apoyar candidatos como de participar de recitales benéficos.
En el lector quedará juzgar si aquel acto se trató fruto de peligrosísima ingenuidad y soberbia reaccionaria o de un hombre que iba más allá del nivel de flotación media intelectual y habiendo ideado un disco inspirado en 1984 de George Orwell, jugaba (duchampianamente) sus cartas más allá del espacio pactado de escucha. Después de todo, a The Residents y Pink Floyd en sus respectivos discos The Third Reich ‘n Roll y The Wall la cosa no les salió mal… Capítulo aparte alcanzan algunas citas majestuosas de Bowie, como su decepción de que los glam-rockers nunca hayan entendido que el espíritu del género era “la suma de la obra Cabaret con la película Metropolis”. El glam como abstracción de cuero, piel y metal. Y hay más: “Yo dejo la parte cerebral a los Enos y los Fripps de este mundo, porque soy mucho más táctil”, “Sigo tratando de encontrar al Duchamp que hay en mi” o –magistral– “Soy un heterosexual de armario”.
Autoconsciente, con la hipnosis que provocan sus ojos de diferente color (de diferente forma en verdad), Bowie, duende y clown, esquelético como salido de una pintura de Egon Schiele engatusa (el escritor Martin Amis en una excelente crónica de los 80 caracterizó a Mick Jagger como canino y a David Bowie como felino) tanto con sus canciones, como lo hace con sus palabras y su figura. Ordenadas cronológicamente, las entrevistas subrayan también un amplio contraste de los que no hace tanto (la antología llega a 2013) podía el periodismo cultural impreso: reportajes de brillante prosa, glosados y de hasta siete páginas y con introducción.
Bowie: una biografía, con ilustraciones de Maria Hesse y texto de Franz Ruiz narra su vida, pero de una manera singular: como si él músico que protagonizó la película The Man Who Fell to Earth, hubiera tenido esa misma experiencia en la vida real. Ficción y realidad en Bowie parecen indistinguible en la vida de Bowie y los autores aclaran la entrañable premisa de que no todo lo que se contará es cierto, y sin embargo no hay allí nada falso: David Jones / Bowie es en realidad un ET, un Doppelgänger de otro niño del espacio exterior llamado Z que un día aparece en su ventana y lo aventura la música.
Excelentemente documentado, el libro describe cada uno de los momentos de la vida de Bowie sin evitar sus debacles o su adicción a la cocaína. Y, sin embargo, acompañado de mayores, también lo pueden leer chicos desde aproximadamente diez años que se interesen por su obra (lo cual es muy probable teniendo en cuenta que sus canciones musicalizaron un arco que va de la película Laberinto a la serie Gilmore Girls o Guardians of the Galaxy). Entre el estilo naif y el surrealismo, Hesse pinta en el pecho de Bowie corazones de los que brotan ramas y hojas negras y rojas, que se ramifican como una conexión umbilical, como un lazo de sangre, con sus fans. Una simple pero perfecta metáfora de lo que sentimos escuchando sus canciones.
“El futuro no es lo que solía ser”, apunta un Bowie sabio en una de las entrevistas de Bowie por Bowie. Acaso hoy la nostalgia tampoco. Y por suerte ninguno de estos libros recae en ella: sería un sinsentido hacerlo con el hombre que cambió el mundo de la música.
Fuente: Nicolás Pichersky – Clarín