Noviembre de 1986. La Selección Argentina de fútbol ya se había consagrado en el campeonato mundial que convertiría a Diego Armando Maradona en leyenda viviente. La Democracia daba sus primeros pasos luego de la Dictadura Militar más sangrienta de la historia y una fuerte ebullición cultural, que algunos llamaban “El destape”, comenzaba a gestarse.
En medio de aquel caldo de cultivo, nutrido de noches calientes en sótanos húmedos, andaba un muchacho flaco, desgarbado, oriundo de Rosario con una melena enrulada y anteojos enormes que comenzaba a cautivar con sus canciones.
Fito Páez había pasado de ser parte del movimiento conocido como “Trova Rosarina” liderado por Juan Carlos Baglietto, a grabar sus primeros discos solistas con notable éxito e integrar proyectos con sus grandes ídolos: integraría la banda de Charly García, tocaría con Caetano Veloso y grabaría un disco en dupla, nada menos, que con Luis Alberto Spinetta.
«Ciudad de pobres corazones», de Fito Paez
«Ciudad de pobres corazones», en el concierto en el Palacio de los Congresos, Madrid, España
En eso andaba por aquel caluroso verano de finales de los ochenta. Se encontraba de gira por Brasil presentando La la la, el producto de aquella combinación artística tan arrolladora. Cuando, de pronto, como un golpe de rayo, como irrumpen las peores de las noticias, un llamado telefónico le anunció lo peor: su abuela, su tía —quienes eran consideradas como madres adoptivas para él ya que su mamá había fallecido de cáncer cuando él tenía tan sólo ocho meses— y su empleada doméstica habían sido asesinadas a sangre fría y sin motivo aparente.
Fito pasaría de la total incomprensión a la locura. Comenzó a romper algunos objetos que estaban a su alrededor en la habitación del hotel donde se hospedaba en Río de Janeiro. Su círculo —su pareja, Fabiana Cantilo; su manager, Fernando Moya; sus músicos, Fabián Gallardo y el Tuerto Wirtz y el propio Charly, que se encontraba allí con su novia Zoca— intentaron contenerlo pero era inútil.
Una tragedia semejante se vuelve un inevitable parteaguas en la vida de casi cualquier mortal. Fito no estuvo exento a ello. Sin embargo, no lo sabía en aquel entonces pero en muy poco tiempo dichos sucesos se canalizarían en uno de los discos más oscuros y cautivantes de su repertorio y del rock argentino. Así lo reconstruye el periodista entrerriano Federico Anzardi (1983) en su libro Hay cosas peores que estar solo (Gourmet Musical Ediciones) de reciente aparición.
La noticia. El crimen que le cambió la vida a Fito Páez.
Escrito en un tono de crónica o non fiction, el libro cuenta el descenso del artista rosarino al más profundo de los círculos del infierno. Anzardi reconstruye, con rigor periodístico, los hechos mientras narra de manera que las fuentes de información y las entrevistas realizadas —más de setenta— aparecen disimuladas.
Hablan los hechos y testimonios que, por momentos, irrumpen la narración como citas textuales intercaladas entre los capítulos. En sus páginas se lee cómo Fito pasaría de aquella primera reacción de locura y desconcierto a una apresurada vuelta a su Rosario natal para declarar ante la justicia.
Lo representaría Joe Stefanolo, el ya mítico “abogado del rock” que supo defender, entre otros, a Luca Prodan. De hecho hay una anécdota en el libro que cruza a ambos personajes. Por intermedio del abogado, el mítico líder de Sumo le envió un mensaje a Fito: “Decile que lo siento mucho. Y que le mando un abrazo”, dijo y, además, le pidió disculpas por haberlo criticado tiempo atrás.
El joven Fito Páez. Una de las fotos del libro.
Páez se refugiaría en la casa de su amiga Liliana Herrero, quien le brindaría hospedaje y lo ayudaría a encontrarse con la luz mientras consumía grandes cantidades de ansiolíticos. En el libro se reúnen algunas fotografías hasta el momento inéditas. Una de ellas, muestra a Fito tocando el piano en la casa de la folklorista.
Fito estaba más que abrumado. No veía salida. Incluso, la policía rosarina llegó a intentar incriminarlo con el terrible crimen de “las viejas”, como les llama con cariño a su abuela y tía abuela. Como no podía ser de otro modo, la música terminaría salvándolo.
Se la pasaría tocando en su casa-estudio ubicada en el Pasaje La Mar y luego invitaría a sus amigos para que conocieran su primera composición luego de la tragedia. Esa canción fue Ciudad de pobres corazones, cuya letra sintetizaba todo su periplo: “la yerba en el viejo cajón”, “buen día Lexotanil”, una “puta ciudad” donde “todo se incendia y se va” y “no me verás arrodillado”.
Palabra de Fito
Anzardi entrevistó a Fito para el libro. Sobre esa experiencia cuenta, en diálogo exclusivo con Clarín: «Se acordaba de cada detalle del disco. Al principio de la nota le dije: ‘¿Querés que escuchemos el disco por si te dispara algún recuerdo?’, y me contestó: ‘No, tengo todo acá, en la cabeza”. Es un poco el Fito que cuentan sus amigos y músicos en el libro: muy seguro de sí mismo y siempre hacia adelante”.
Tras aquella primera composición vendría un viaje a la Polinesia junto con su histórico stage manager y amigo Alejandro Avalis que sería fundamental para el disco. Allí compondría el grueso de los temas y tendría una experiencia liberadora que se reconstruye como nunca antes.
Por ejemplo, cuenta cómo compuso la letra de la canción Fuga en Tabú sumergido en el océano y describe el clima de cómo grabaron aquellos primeros demos: “La habitación acumulaba cigarrillos apagados, vasos y botellas que se consumían a todas horas (…). Los demos tenían un condimento extra que era la sensación de soledad de las grabaciones”, describe el autor.
Otro hito en el camino de redención artística del músico sería el viaje al Festival de Varadero, Cuba, en abril de 1987. Escribe Anzardi: “Durante sus días en Cuba, Fito pudo encontrar el consuelo que no había contenido en Buenos Aires, en Rosario o en Tahití. Se sintió tan bien que volvió a ver su propia vida como algo que podía ser mejor”.
Más allá de los detalles musicales o de anécdotas poco conocidas —otro punto alto es el robo de las cintas de video grabadas para la película de Fernando Spiner inspirada en el disco— sobrevuela una reflexión en torno a la muerte, la contingencia y al cómo procesar la adversidad para convertir lo trágico en una posible válvula de escape a la redención.
Eso se lee, en palabras del propio Fito. Dos citas textuales abren y cierran el libro. Al principio dice: “Ciudad de pobres corazones es un álbum que hubiera preferido no hacer. Son experiencias que no se las deseo ni a mi peor enemigo. Una tragedia así te despierta un sentido y un sinsentido de la existencia. Te da una especie de lucidez extra que posiblemente no quieras tener, pero que la tenés”.
El disco obtuvo reconocimiento pero no tanto como lo esperado o como lo que vendría después con, por ejemplo El amor después del amor (1992), el disco más vendido de la historia del rock argentino.
Anzardi sostiene que “los crímenes le cambiaron la cabeza y lo volvieron menos comercial. Eso en un mediano plazo le pasó factura. Para 1990 Fito ya no tenía tanto éxito ni dinero, algo que lo golpeaba anímicamente. Creo que le costó retomar el éxito al cual parecía predestinado. Quizás, si los crímenes no hubieran sucedido, Fito se hubiera convertido en una megaestrella algunos años antes”.
También agrega que el verdadero protagonista del libro no es el disco sino Fito Páez como ser humano. Reflexiona al respecto: “El libro muestra esa caída y resurrección de Fito gracias a la música y a la necesidad de hacer música. Porque es un tipo que en ese momento vivía —supongo que ahora también— pensando en la creatividad artística y en tocar».
«Las citas de Fito que abren y cierran el libro -dice- son extractos de la entrevista. Cuando las transcribí, me impresionó la precisión de sus ideas, cómo tiene tan claro todo lo que pasó y cómo se ve a sí mismo desde entonces. Que el tema Ciudad de pobres corazones se haya estrenado en vivo dos semanas después de los crímenes me parece una proeza absoluta. De ahí en adelante, Fito no paró más”.
Fuente: Clarín