“Calculo que me quedan unos 20 años de vida útil, fuerte y potente. Y los quiero pasar rodeada de jóvenes. Es lo que me hace feliz”, explica en su oficina, inundada por la luz amable de una mañana de otoño. Con pelo rubio, piernas eternas y pómulos salientes, Cris inauguró el look de adolescente perpetua y es la creadora de decenas de éxitos televisivos, pero de no ser por una derrota en su temprana juventud, su destino podría haber sido el de monja. La historia parece la trama de una de sus ficciones, pero es real.
El escenario: un colegio de monjas ubicado en Libertador y Tagle, enclave de la alta sociedad porteña, a fines de los sesenta. Las protagonistas: las alumnas, sus familias y las monjas que manejan la institución. El conflicto: son tiempos de cambio en la Iglesia y en el viejo colegio porteño desembarca una camada de religiosas rebeldes. Quieren democratizar las aulas, dar becas para incluir chicas de origen humilde y erradicar vicios clasistas. Un pequeño grupo de alumnas y sus familias las apoyan, pero la mayoría de la comunidad educativa se opone. El intento de cambio y la resistencia que genera desemboca en una grieta. Las alumnas y sus familias quedan divididos en dos facciones antagónicas. Adolescentes en crisis, un ambiente injusto y represivo y una mayoría de adultos malos que se enfrentan a las ansias de justicia de una minoría heroica. Si le sumamos música y actores adolescentes, podría ser la sinopsis de Rebelde Way, pero le ocurrió a la propia Cris Morena en sus años de secundario. María Cristina De Giacomi, así se llamaba entonces, iba al colegio Notre-Dame de l’Assomption, más conocido por su nombre en castellano, La Asunción de la Virgen, uno de los más exclusivos a los que podían aspirar las niñas porteñas. “Las que lo dirigían eran unas monjas francesas muy particulares”, recuerda Cris. En los estantes de su oficina hay fotos de familia, una Virgen María, un Buda y un alebrije mexicano. El culto de su colegio no hubiese permitido semejante sincretismo. “Había que arrodillarse frente a las monjas y la pollera tenía que tocar el piso. Fomentaban la competencia y marcaban el nivel social de donde venías. Me sentía diferente a muchas compañeras y no fui feliz ahí”, dice. En el colegio, Cris era “la Tana”, una manera de marcar su origen plebeyo en relación con la alcurnia de sus compañeras. Esa realidad es la que intentaron cambiar las monjas españolas, -“jóvenes, cancheras, copadas”, las recuerda Cris- cuando llegaron, en 1966. En ese entonces, cuando rondaba los 13 años, el momento favorito del día de Cris era la bendición: media hora en la que las alumnas de La Asunción de la Virgen se congregaban para rezar. Ella tocaba el órgano y contemplaba extasiada a Cristo, su primer amor, a quien le tejía mantitas mientras soñaba con ser monja.
El conflicto generado por los intentos de renovación de las monjas rebeldes dividió al colegio en dos bandos. En la sede de Libertador y Tagle quedaron los padres alineados con las monjas conservadoras. La institución pasó a llamarse San Martín de Tours, que sigue siendo solo de mujeres. Eran los tempranos 70 y Cris comenzó a trabajar con el padre Carlos Mugica en la villa 31. La exposición a esa otra realidad, el lanzamiento de su carrera como modelo y actriz y el cisma en su colegio la alejaron de sus sueños beatos. “No hubiera servido como monja. Me gustan mucho los hombres”, se ríe. Cris quedó del lado perdedor en la batalla por la democratización de su colegio, pero lleva toda su vida adulta vengando esa derrota. Lo hizo creando ficciones muchas veces atravesadas por conflictos de clase -“Chiquititas es la Oliver Twist de nuestros tiempos”, dice Pablo Méndez Shiff en la biografía que publicó de Cris Morena- y poniendo a niños y adolescentes en el centro de sus historias. Éxitos En el camino, Cris moldeó una manera de ser joven en la Argentina y cosechó la adoración del público. Desde que se puso al frente de la cámara para conducir Jugate Conmigo, un programa que arrancó en 1991 y monopolizó la atención de los adolescentes, supo encadenar una secuencia de éxitos que abruma con solo listarlos. Además de Chiquititas y Rebelde Way, produjo Verano del 98, Rincón de Luz, Floricienta, Alma Pirata, Casi Ángeles y muchos otros. Sus series son el semillero de donde surgió gran parte de la camada de actores que nutre a la ficción argentina. Celeste Cid, Agustina Cherri, Marcela Kloosterboer, Benjamín Rojas, Luisana Lopilato y los hermanos Fonzi son algunos de los nombres que se asomaron a la televisión como niños actores de Cris Morena. Los críticos, en cambio, tuvieron una mirada muchas veces distante de su obra. Rebelde Way, por caso, fue desdeñada por pasatista en un famoso episodio con un periodista de Página 12 que la corrió por izquierda. La misma serie soportó una virulenta campaña de sectores de la Iglesia que intentaron forzar un boicot económico que no sucedió.
Mientras tanto, Cris avanzó. Fue pionera en la exportación de contenidos -produjo para Israel, México y Brasil, entre otros mercados- y en la integración vertical de sus creaciones. Sus programas de televisión se comercializaban como bandas de sonido en formato CD, producciones teatrales, revistas, películas y hasta ropa. Ahora, apunta a las plataformas de streaming: está grabando una serie en México para HBO. -Creo que nunca fracasé porque nunca trabajé por encargo -dice. -¿Te da miedo la posibilidad de fracasar? -Miedo es una palabra que no aplica conmigo, no existe. El miedo es lo contrario al amor. “No va más, ya fue, de esta mierda yo me escaparé”, canta un grupito de chicos en una de las salas de OM, su academia de arte, mientras ensayan un baile de movimientos bruscos y gestos duros. En el piso de abajo, otros practican pasos de twist al ritmo de uno de los temas de la comedia musical Hairsprayl. Al lado, el silencio contrasta con las manos febriles sobre las teclas del piano de una veintena de alumnos, que tocan con auriculares. El cuarto grupo debate la composición de una de las alumnas. -¿Va a sonar brillante u oscuro? -pregunta uno de los profesores. -Oscuro -responden los alumnos. “No son alumnos, son artistas”, explica con una sonrisa Tomas Mayer Wolf. Con 39 años, el último integrante en sumarse a Les Luthiers y director académico de OM. La escuela, explica, tiene su propio glosario. Se refieren a los alumnos como “artistas” y a los profesores los llaman “guías”. También buscan innovar con el método. Lejos del imaginario del rigor académico asociado a escuelas de arte más clásicas, en OM creen que sus artistas deben ser felices. “Laburamos el aspecto técnico de manera intensiva, pero también creemos que los chicos tienen que estar contentos. Que vengan a jugar y a aprender de manera lúdica”, señala Mayer Wolf. Modelo de artista Artistas integrales y educados para dominar las diferentes herramientas técnicas de expresión, el desarrollo creativo y con capacidades de autogestión: ese es el modelo que impulsa OM. Su principal programa -llamado Camino del Artista- es para chicos que ya terminaron la secundaria y dura tres años, con una dedicación de 25 horas semanales. La matrícula mensual es de $55.000 y hay un programa de becas. La escuela se inauguró a inicios de 2021, en plena pandemia, y entre los ingresantes al primero y el segundo año de este programa hay 160 estudiantes. Hay una gran lista de espera y un arduo proceso de selección, pero la opción por una enseñanza personalizada no les permite tomar más inscriptos. También ofrecen cursos para chicos que aún están en el colegio, de 8 a 17 años. Son talleres semanales en diferentes disciplinas y cuestan $15.000 por mes. Según sus propias cifras, la propia Cris Morena invirtió dos millones de dólares para poner en marcha el proyecto. “Cris es muy generosa”, dice Mayer Wolf. -Este lugar tiene su energía. Y te golpea -señala Abril Vergara, una santafesina de 25 años que se vino a Buenos Aires para estudiar en la academia de Cris Morena. Los alumnos de OM son desenfadados, bellos y ambiciosos. Podrían actuar en algunas de las series que hicieron famosa a su mentora. De hecho, son muy conscientes de que, además de una escuela, OM funcionará como un semillero de talentos. -¡Cualquier cosa que hacés, sabés que te puede estar mirando Cris Morena! -dice Toti Spangenber, un chico de 21 años de Pacheco, del conurbano bonaerense. -Yo quiero dejar una huella, hacer mucho arte y seguir manteniendo buena compañía- agrega Belén Rogé, una mendocina de 22 años. -Cuando seamos grandes queremos hacer lo mismo que estamos haciendo ahora -se suma Juan Eriji, un chico de 19 años de Vicente López. -Pero que nos paguen y tener una casa con pileta -se ríe Belén.
El espacio de almuerzo y descanso de OM está musicalizado con éxitos pop, tiene una bola de espejos, almohadones, un local de Hausbrot -una tienda de comida orgánica- y mucho vidrio. El espíritu de estudiantina luminosa podría ser la marca registrada de Cris Morena, pero la realidad es que sus ficciones tienen música y chicos lindos, pero suelen incluir tramas densas. Embarazos no deseados, padres abandónicos, orfandades, lucha de clases, despertares de sexualidades complejas… el universo que pintó en sus 30 años de carrera como productora es brillante en la superficie, pero muchas veces sombrío en su interior. La propia Cris Morena comparte esa característica. Su aspecto es juvenil, liviano, pero sus palabras y hasta sus gestos están atravesados por historias de sufrimiento y dolor. “Morí y resucité varias veces -dice para graficar sus angustias y sus reinvenciones-. Yo no tapo ni mis dolores ni mis penas. Trato de trabajarlas y de sanarlas”.
El más grande de esos dolores fue la muerte de su hija. Romina Yan sufrió un aneurisma en 2010. Tenía apenas 36 años y tres hijos. Todos la habíamos visto crecer al lado de su madre. Fue una de las integrantes originales de Jugate Conmigo y, luego, actriz en varias de las ficciones. -Entré en un espacio mío que no conocía. Nada combinaba y ahí sí tuve miedo. Fue un dolor tan agudo que todo me provocaba mucha, mucha, angustia -concede Cris. -¿Cómo saliste de ese dolor? -Me decían que vaya a ver a tal persona o participe en tal grupo que me iba a ayudar. Hice todo y nada funcionó. Lo que sí funcionó fue el amor de mis nietos y tener que estar bien para ellos. También fue determinante en su curación un viaje a Berlín. Durante mucho tiempo se había resistido a ir a Alemania. “Tenía aprehensión por lo que habían hecho con los judíos”, cuenta. Pero cuando llegó a Berlín quedó fascinada por la vitalidad de la que considera la ciudad más creativa del mundo. “Si esta ciudad se recuperó, yo también puedo hacerlo”, se dijo. Mucho antes que Romina, otra mujer generó en Cris angustia y desamparo: su madre. Ya de adulta, con hijos en el secundario, Rosa María Jan decidió cortar sus lazos con la Iglesia y estudiar la carrera de Sociología. Antes tuvo que rendir los años de secundario que le faltaban en una escuela nocturna. Su padre la había sacado del colegio cuando consideró que estaba lista para casarse. “Fue una rebelde, la inspiración para mi propia rebeldía”, afirma. Cris admira esa faceta de su madre, que falleció hace algunos años, pero también sabe que padeció sus problemas de salud mental. En algún programa de televisión habló de los “dramas psicológicos” de su madre, pero no suele explayarse sobre el tema.
-¿Tu madre tuvo problemas de salud? -No… Bueno, sí. Mi familia de parte de las mujeres tiene un tema con la sanidad mental muy importante. Es un problema de mujeres y está bien que me lo preguntes porque creo que yo corté la cadena de todo eso. Era una espada de Damocles saber que a cierta edad te podía llegar a pasar. -¿Vos tenías ese temor? -Mucho. Por eso digo que el arte sana y salva, porque a mí el arte me permitió poder explayarme desde todas las maneras habidas y por haber, y eso te aleja de los demonios que uno tiene. Pasara lo que pasara en mi familia, yo no me iba a enfermar. Todo lo que hicimos mi hermano y yo por mi madre, mi hermana y mi abuela fue enorme. Y lo hicimos a los 14, 15 años, éramos unos bebés. -¿Considerás que el arte te salvó de ese destino trágico? -Mi psicóloga dice que no, que me salvé por mí, pero yo sé que el arte sana y salva. Lo sé por mis nietos que, tras la muerte de su madre, empezaron a pedirme que los llevara a lugares artísticos.
Fuente: La Nación