El 20 de marzo, como parte del “aislamiento obligatorio” por el coronavirus, el Teatro Colón se cerró. La consigna fue clara: al menos por un tiempo, no más ópera, no más Nabucco, no más Mozart, no más… ¿Qué hicieron las personas que trabajan en el principal coliseo argentino? Se pusieron a colaborar. Se arremangaron. Se solidarizaron. En fin, pusieron el cuerpo… justamente ellos, que trabajan con el cuerpo.
De un día para el otro, Martín Boschet, director ejecutivo del Colón, se convirtió en “gerente” de un centro de cuarentena.
Otros trabajan en un centro de vacunación.
Y otros, atendiendo los llamados telefónicos en el número «147», una línea “de auxilio”.Coronavirus en Argentina: Paula Cassano y compañía, en el «centro de cuarentena»
¿Un aplauso para los médicos desde los balcones? Sí, por supuesto: a las 21. Un aplauso fuerte, sostenido. Y otro para estos artistas.
Ubicado en Juncal al 800, el Hotel Argenta Tower, de cuatro estrellas, ahora funciona como un centro de cuarentena. Recibe a repatriados que deben cumplir las dos semanas de aislamiento obligatorio. Ya van por la «quinta tanda».
Desde Madrid, España, el 25 de marzo llegó el primer contingente. Eran unas 100 personas.
“Estábamos nerviosos y asustados, queríamos irnos, apenas nos habían dado instrucciones y fue traumático”, señaló Boschet, en una charla con el diario El País.
“¿Cómo lo superamos? “Les dije a los artistas que estaban conmigo que se imaginaran en el Colón, diez minutos antes de que se alce el telón, cuando cada uno debe concentrarse para cumplir con su trabajo”.
En este centro de cuarentena también hay adictos al alcohol, al tabaco, a las pastillas, personas que se llevan mal con su familia.
Teatro Colón, trabajos por el coronavirus.
También hay contagiados de Covid-19. Hasta el momento, los casos son ocho, seis de ellos, “asintomáticos”.
A Boschet lo acompañan los bailarines Pablo Hernández, Paula Cassano, Gerardo Wyss, Laura Domingo y Antonio Luppi, y la productora artística Mar Isla.
“Ser compañeros en el teatro y conocernos bien facilita el trabajo”, coinciden los bailarines.
Y profundiza Cassano: “Hace un mes, el Teatro Colón nos propuso que nos ofreciéramos como voluntarios y pensamos: ‘¿por qué no?’ El Colón es nuestra casa, una institución pública en la que estudiamos y nos formamos como profesionales y seres humanos. Por eso nos pareció necesario aportar nuestro granito de arena en esta situación tan especial que nos toca atravesar a todos”.
¿Cómo tomaron esta iniciativa los familiares de los involucrados? Cassano lo explica así: “Recién ahora nos animamos a contárselo a nuestras familias, que viven lejos, porque sabíamos del miedo y preocupación que iban a tener. Por suerte lo entendieron. Con un poco de resistencia al principio, pero con mucho orgullo después. Nosotros mismos sabíamos que era arriesgado. Hasta ahora la experiencia ha sido enriquecedora. Siempre contamos con los insumos necesarios para llevar a cabo esta actividad, pero cuando nos llegaron los barbijos hechos por nuestros compañeros del Teatro Colón fue un momento hermoso: sentimos la unión y que todos estamos luchando juntos”.
En diálogo con Clarín, Paula, que tiene 35 años y baila en el Colón desde hace 15, da más detalles de su nueva rutina: “Vivo sola, en Belgrano. A las dos de la tarde me pasa a buscar un auto para llevarme al Hotel Argenta Tower. Ahí, cuando llego, se activa el protocolo: me cambio la ropa de calle y me pongo un camisolín, guantes… En promedio, en el centro de cuarentena colaboramos unas ocho horas por día”.
Gran aporte del Colón para la confección de barbijos.
-¿Trabajan de lunes a lunes?
-No, tenemos un descanso por semana. Es rotativo. A mí, esta vez, me tocó el domingo.
-Ustedes, que son bailarines, exponen su principal instrumento: el cuerpo. ¿Tuviste miedo de contagiarte el virus?
-Mi familia es de Mar del Plata. Y mi miedo mayor era cómo se lo iban a tomar ellos cuando se enteraran de que estaba colaborando con esto. Por eso tardé un mes en decírselo… Lo mismo les pasó a mis compañeros. Primero fue duro aceptarlo, pero ahora nuestras familias están muy orgullosas de nosotros. Puedo tener miedo, sí, pero como cualquier persona, como el que va al supermercado a hacer las compras…
-¿Cuál fue la situación más delicada que te tocó vivir en el hotel?
-Al principio, cuando llegaban los primeros repatriados, la gente se enloquecía. No sabían qué era lo que estaba pasando, si los estaban secuestrando… Después, cuando empezó a haber más información, se fueron tranquilizando. Y nosotros nos empezamos a encariñar con ellos. Sabemos los nombres de pila de los que llegan al hotel. Les cantamos el feliz cumpleaños con torta y velas. Nos preocupamos cuando nos dicen que al que estaba en la habitación 307 se lo llevaron a otro lado…
-¿Antes de que te sumaras a esta causa estabas por estrenar alguna obra en el Colón?
-Sí, en abril íbamos a abrir la temporada con Giselle. Y en esa obra yo iba a hacer un rol que amo, el de Mirtha. Pero bueno, quedará para otro momento…
-¿En qué quedaron los ensayos? ¿Cuando volvés a tu casa hacés algún ejercicio?
-El trabajo que hago en el hotel me ayuda, de alguna manera, a mantenerme en forma. Hay mucho trabajo físico. Subo y bajo por las escaleras a buscar la comida, voy de un lado a otro llevando sábanas, toallas… No es lo mismo que el ballet, claro, pero sirve. Después, cuando llego a mi casa, hago algunos ejercicios de rotación, elongo… Y sí: bailó en el balcón. Por suerte, la baranda me queda a la altura justa. ¡Es como si fuera una barra!
Marcelo Birman, director del Instituto Superior de Arte del Teatro de Colón y especialista en música barroca, también modificó sus actividades y se convirtió en “coordinador de un centro de vacunaciones”, ubicado en una escuela pública de Juncal y Libertad, en lo que se conoce como «Cinco esquinas».
Lo acompañan un violinista, cinco bailarines, tres acomodadores y una coreógrafa, entre otros.
Allí se vacuna de gripe y neumonía a personas en riesgo. Los artistas asesoran a los pacientes. También, se ocupan de que no les falten comida ni medicamentos a los voluntarios.
Un grupo de especialistas del hospital Fernández se encarga de la cuestión “médica”.
María Victoria Alcaraz, directora del Teatro.
Por estos días, queda dicho, en la sastrería del Colón se fabrican barbijos y vestuario para profesionales de la salud.
“Tenemos más de 1.000 empleados y unas instalaciones de más de 60.000 metros cuadrados, formamos parte de la identidad de la ciudad y debemos estar a la altura de las circunstancias. El Teatro está vacío, sí, pero la institución sigue abierta. Y somos servidores públicos. Por eso, nuestro deber es ayudar”, le dice María Victoria Alcaraz, directora general del Teatro, a Clarín.
Y profundiza: “La maquinaria del Colón se destaca por su altísima precisión. Es algo que se reconoce en la Argentina y en el mundo. Y eso, en momentos como el que estamos viviendo, sirve muchísimo. Entre los voluntarios del Colón no sólo hay argentinos: también hay un músico ruso, un venezolano…”.
Por estos días, también, y siempre bajo la consigna de “Quedate en casa”, el Colón está transmitiendo por streaming las principales obras.
La primera, El lago de los cisnes, fue vista por 160.000 personas.
Además de dedicar estas horas a luchar contra la pandemia, Alcaraz debe pensar en lo que vendrá. “Todavía no sabemos cómo sobreviviremos. A los demás teatros les pasa lo mismo. Tendremos que reinventarnos de alguna forma, construir nuevos públicos, seguir sensibilizando a la gente por el arte”.
Los argentinos, sin embargo, tienen mucha experiencia en atravesar momentos difíciles. “Siempre aparece un plan A, un plan B, un plan C… Sabemos cómo hacer lo mejor con los recursos que tenemos”.
-¿Qué va a pasar con los abonos que se pagaron por adelantado para la temporada 2020?
-Por suerte, el público del Colón también es solidario. Y, hasta ahora, el 30 por ciento de ese dinero ya fue donado para que podamos afrontar los gastos estructurales.
-¿Con qué obra le gustaría reabrir el Teatro cuando todo esto haya terminado y se levante la cuarentena?
-Con la que íbamos a abrir la temporada el 17 de marzo: Nabucco, de Giuseppe Verdi, una ópera bellísima. La obra quedó montada sobre el escenario.
Fuente: Clarín