Charly García, a los 72 años, eligió la fábula del escorpión y la rana de Esopo para conceptualizar su nuevo álbum, La lógica del escorpión. Dicen que “el Artista” —como lo llama cariñosa y respetuosamente su amigo y viejo compañero de ruta Fernando Samalea—, se apropió de la idea del fabulista griego luego de ver Mr. Arkadin, película de Orson Welles de 1955. Tirado en su cama, en el departamento de Coronel Díaz, en plena pandemia, a Charly le brillaron los ojos al ver al mismo Welles interpretar el papel del magnate Gregory Arkadin, con un vaso y un puro en la mano, contando la anécdota del escorpión y la rana frente a un grupo de aduladores.
“Ahora voy a hablarles de un escorpión: este escorpión quería pasar el río y le pidió a la rana que lo llevara.
—No —dijo la rana—. Si te dejo que te subas a mi espalda puedes picarme y la picadura de un escorpión es mortal.
—Vaya —replicó le escorpión. —¿Dónde está la lógica de tus palabras? Los escorpiones siempre tratan de ser lógicos: si yo te pico, tú mueres y yo me ahogaré.
Al oír estas palabras la rana quedó convencida y permitió que el escorpión se subiera encima de ella, pero cuando estaban en el medio del río sintió un dolor terrible y se dio cuenta. Pese a todo, el escorpión la había picado.
—¡Lógica! —gritó la rana moribunda cuando comenzó a hundirse, arrastrando al escorpión bajo las aguas. ¡No hay lógica en esto!
—Lo sé —respondió el escorpión. Pero no he podido evitarlo, es mi carácter.
Bebamos por el carácter”.
El cine ha sido siempre una obsesión para García, pero mucho más en los últimos años, en los que perdió buena parte de su movilidad. Y no es difícil imaginar a Charly identificándose con el escorpión, con una vida guiada por el instinto. “La lógica del escorpión es… que no hay lógica. ¡Es suerte, nomás!”, le dijo García tiempo atrás a Roberto Pettinato, en su programa de radio. Y, coherente, este disco tampoco la tiene.
Puede arrancar con un autocover en castellano de un tema que publicó en inglés hace quince años y luego autorrobarse completamente la armonía de “Chipi Chipi”, de La hija de la lágrima, para reciclarla con otra letra como si tal cosa. García puede recitar el texto de Orson Welles en Mr. Arkadin sobre el escorpión y la rana y luego cantar con su voz más nasal: “voy a comprarme un alfajor, voy a sacarme el pulmotor del corazón fatal”, de manera casi inentendible, sin Auto-tune ni retoque.
En la no lógica de La lógica del escorpión puede haber dos temas compuestos en su adolescencia, en tiempos de Sui Generis, y también una canción que formó parte del no disco más legendario de la historia del rock argentino, para que suenen –y emocionen— juntas, y probablemente por última vez, al menos sin IA de por medio, las voces de García y Spinetta.
La lógica del escorpión no tiene lógica. Y Charly no ha podido evitarlo, porque está en su carácter. ¡Bebamos por Charly, entonces!
Pero lo cierto es que los últimos años de la vida de Charly se parecen más a los de Charles Foster Kane (El ciudadano) encerrado en su Xanadu de Coronel Díaz, que a los del carismático y sociable millonario Mr. Arkadin. Luego de llevar al borde del abismo al personaje que encarnó en su etapa Say No More y convertir su vida privada en obra pública, hoy es muy poca la información acerca de cómo transcurren los días del Artista. Cada tanto alguna escapada a la casa de un amigo, un video tocando el piano el día de su cumpleaños, una foto con un fan desprevenido o alguna de las varias internaciones que debió afrontar (muchas de ellas, chequeos médicos de rigor; otras, consecuencias de una salud que no termina de recuperarse). Hace años que dejó de interpretar el papel de entrevistado (que con tanto ingenio y maestría supo ejercer durante décadas) y muchos de sus excompañeros de ruta en otros tiempos llegaron incluso a alzar la voz por no lograr el visado para poder visitar a su amigo el rey.
“Charly no va a dar entrevistas”, aseguraron desde la compañía discográfica Sony Music cuando Rolling Stone, cuatro meses atrás, intentó hablar con García acerca de la inminente (y siempre retrasada) salida de su nuevo álbum. “Pero por qué no prueban mandar algunas preguntas por escrito y vemos si él quiere y puede contestarlas en algún momento. No les prometemos nada”. Como dice la canción que años atrás fue mantra para García: “Lo que ves es lo que hay”.
Así las cosas, Rolling Stone reconstruyó minuciosamente, no sin antes esquivar obstáculos y cortar malezas, los días de composición, preproducción y grabación de La lógica del escorpión a través de los testimonios de los músicos y amigos que participaron, del joven ingeniero de sonido que lo acompañó con paciencia en el estudio durante dos años, de algunos de los invitados del disco y de la artista plástica Renata Schussheim, a cargo del arte de tapa. Un trabajo similar al del periodista Jerry Thompson en el clásico de Welles.
Hasta que, un día antes del cierre de esta edición, el mensaje (in)esperado llegó: “Ahí van las respuestas de Charly. No respondió todas las preguntas, pero es lo que hay”. Desde su propio Xanadu, el ciudadano García entrega un pequeño conjunto de pistas y conceptos, que ayudan un poco más a entender su último “Rosebud” (aquel enigma central del ciudadano Kane) en forma de álbum. Pero eso se develará en la última escena de esta película que, una vez más, busca las claves de un nuevo Charly García para armar.
LA GRABACIÓN
Hace poco más de cuatro años que García viene armando, capa por capa, pieza por pieza, este rompecabezas que, finalmente, el 11 de este mes, Día del Maestro, llegará a las plataformas virtuales y disquerías físicas por igual (el vinilo tendrá una edición limitada, que incluirá al escorpión de la tapa en relieve). En aquellos interminables días de encierro de pandemia Charly comenzó a grabar bases y meter algunos samples en canciones con las que venía jugando desde hacía unos años, al mismo tiempo que la idea de un futuro álbum se gestaba bajo su piel.
Con las primeras aperturas en el país post Covid-19, en octubre de 2020, García mandó a llamar a Matías Sznaider —un joven ingeniero de sonido de 30 años que venía trabajando con él en sus últimas apariciones en vivo— con el siguiente mensaje: “Charly está muy decidido a grabar el disco”.
“Yo estaba en España y por esos días se hablaba de que se venía otra cerrada grossa para todas las actividades por la pandemia”, recuerda Sznaider. “Entonces, cuando me llamó Tato [Guillermo Vega, asistente personal de García], no lo dudé y me vine para Buenos Aires. A los pocos días ya estábamos grabando las primeras cosas en el estudio Happy Together”.
Charly ya había adoptado como guarida el estudio de Caballito, que había conocido un par de años antes a través del mismo Sznaider. Una sala cálida, pequeña, con la privacidad justa, pisos de madera, paredes negras y beige con listones verticales claros y una ventana a la calle con ladrillos translúcidos. Durante semanas, él y su inseparable Tato, acompañados por el ingeniero de sonido, construyeron una dinámica de trabajo. “Charly graba todo el tiempo, siempre está grabando, y en el estudio probábamos cosas con todo ese material que él traía”, cuenta Sznaider. “Mi laburo fue siempre mantener las cosas más representativas de sus ideas y ponerlas bien al frente. La dinámica era que él me dejaba algo, yo por la mañana editaba y a la tarde le mostraba el trabajo en el estudio. Y eso en general funcionó muy bien, porque siempre terminaba pasando por su criterio y su filtro. Desde el día uno Charly estuvo muy determinado y convencido de cómo tenía que ser el disco”.
Con una base de canciones armadas, empezaron a llegar los músicos amigos. “Tal cual sucedió en Random, fui acercándome de a poquito, casi de colado”, dice Samalea. “En principio supimos tocar ‘terapéuticamente’, donde los límites entre una grabación formal e informal se volvían difusos. Pero enseguida entendí que se estaban plasmando ritmos definitivos y que asomaba un disco maravilloso. Fue un subidón total”.
—Hacete una bata a la antigua, tipo Ginger Baker o Keith Moon, con muchos tom-toms —le pedía Charly a Samalea con picardía—. ¡A lo Carl Palmer!
“Nuestro líder carismático solía ubicarse de espaldas al vidrio, como un monarca, delante del piano Wurlitzer y el teclado Korg Kronos. También alternaba guitarras o bajos. Copa de Baileys en mano, Charly bromeaba o debatía sobre lo que fuese, recordando a Charlie Watts o a Vinnie Colaiuta, explayándose sobre la miniserie de televisión McCartney 3, 2, 1, de Paul McCartney con Rick Rubin, o contando pormenores de discos de Genesis, Steely Dan y Todd Rundgren. Desde tiempos inmemorables, él supo estimular a sus músicos e ingenieros, con humor y trato amable, siempre alentador, de cofradía. En ocasiones parecía embelesarse con su iPad ya que, al tocar el controlador MIDI, le gustaba ver los acordes en la pantalla, como una danza multicolor. Dentro de esa tablet (que cargaba más enigmas que los jeroglíficos egipcios) protegía con recelo toda su nueva música”.
El plan A de Charly era grabar él todos los instrumentos, a la Prince. Y, de hecho, así lo hizo, pero a medida que el disco fue avanzando, decidió llamar a Samalea para reemplazar algunas baterías y a Fernando Kabusacki para retocar las guitarras. “Charly quería que grabara una guitarra en un tema y después me dijo que ya que estaba por qué no grababa otra más y así terminé tocando en nueve de los trece temas del álbum”, cuenta Kabusacki desde Seattle, donde se encuentra grabando con uno de sus varios proyectos musicales. “Hicimos miles de sesiones y el estudio funcionó en cierto punto como el lugar de reunión de amigos. Charly no estaba viendo a mucha gente, entonces ese era su espacio para reencontrarse con la música, pero también con los amigos. Más allá de eso, la grabación fue de lo más profesional y siempre bajo la conducción, la producción, la dirección y las sugerencias y propuestas de Charly. Todo lo que está en el disco es Charly ciento por ciento. Estuvo al frente de todo, hasta de qué letra les poníamos a los nombres y el orden de los temas. Realmente estuvo muy afilado todo el tiempo”.
Samalea sostiene que la razón de la buena estrella del álbum es que García, como en muchas ocasiones, mantuvo una idea concreta desde el vamos: la fábula del escorpión y la rana, el instinto en primer plano y un ‘collage’ irresistible para el diseño sonoro. “El disco tiene melodías épicas emocionantes, armonías sofisticadas en cuartas, arpegios o riffs de guitarras, bajos profundos y ritmos muy arengadores. En mi caso, me tocó intentar una buena pegada de bombo y tambor, hacer breaks veloces y hi-hats ‘maquinales’ llevando el pulso, en general copiando loops o programaciones ya establecidas”.
Charly grabó varios bajos, muchas de las guitarras y todo tipo de teclados: el Melotron, un Wurlitzer y también teclados más modernos. Para la grabación también se recuperó el histórico Yamaha CP-70, que el músico compró en cuotas en 1978 para usar en el debut de Serú Girán. “De alguna manera él grabó todo y después por ahí Kabu tomaba algunas líneas de Charly y las reemplazaba, en la mayoría de los temas respetando ciento por ciento lo que ya estaba hecho. Charly le pasaba los acordes en tiempo real, como dirigiendo la toma”, completa Sznaider. “Sama y Kabu vinieron a elevar un poco el nivel de audio, pero las canciones ya estaban. Porque por ahí Charly agarraba un groove del iPad o veía algo en YouTube que le copaba y tomaba un pedazo de una batería y así empezaba a construirse el tema. Lo único que se hizo fue buscarle un audio superador pero defendiendo que quede el mismo feeling con el que Charly lo había creado desde cero”.
Según recuerda Samalea, “el Artista fue construyendo un concepto de sí mismo durante la grabación, como esos trazos, dibujos o ‘intervenciones’ que lo transforman en un pionero del Metaverso. También lo cinematográfico estuvo presente, siendo un amante confeso del cine de Kubrick, Fellini, Mel Brooks, Groucho Marx o Woody Allen, que ha bordeado a menudo el de Buñuel o el gore de Dario Argento. Seguía conectando con las altas esferas y sus neuronas se divertían a la velocidad de la luz, y hasta supo reírse de sí mismo: —Tendríamos que tocar jazz, algo tipo Miles Davis—, sugería de repente, con seriedad. Alternando los registros para el álbum, Charly solía pedirle a Sznaider que pusiese videos de Joni Mitchell en YouTube, para que luego tocásemos encima. Tecleando nombres y apretando enter en la computadora, podían resonar ‘Woodstock’, ‘Chelsea Morning’ o ‘For Free’ a todo volumen: ‘I slept last night in a good hotel, I went shopping today for jewels, The wind rushed around in the dirty town and the children let out from the schools…’, cantaba al unísono con la canadiense, en un más que curioso dueto a través de la pantalla catódica”.
La lógica del escorpión terminó de grabarse en diciembre de 2021, y durante el primer semestre de 2022 se mezcló y se masterizó. De allí en más, sucedieron varias idas y venidas con la discográfica antes de poder oficializar su vínculo contractual (y el de su demorado álbum), en abril de este año. “Lo más complicado era conseguir la autorización para incluir el tema ‘Watching the Wheels’, ya que tenía una traducción al español y tenía que ser validada por los dueños de los derechos de autoría de John Lennon”, explican desde las oficinas de Sony y juran que es una de las pocas veces que se ha dado este tipo de autorización para un tema de Lennon: “Solo porque es Charly nos dijeron que sí”.
LAS CANCIONES
Trece canciones son las que quedaron en el álbum. Siete en la cara A y seis en la cara B, tal cual lo ordenó García pensando siempre en el formato vinilo. Llegaron a grabarse otros ocho temas, pero quedaron fuera del tracklist final. Desde el vamos, el disco estuvo concebido como un vinilo simple y fue el mismo Charly el que decidió dejar algunos temas afuera y elegir lo mejor que había sobre la mesa.
Pero antes de hacer un repaso ordenado de esta nueva colección de canciones de Charly García, no podemos no detenernos en uno especial, por peso propio, pero especialmente por energía emotiva: “La pelícana y el androide”. La canción compuesta por Luis Alberto Spinetta en 1984, como parte de uno de los proyectos más ambiciosos de la música argentina que debía culminar con un disco espalda contra espalda con García. Pero pasaron cosas y la mitología en torno al abrupto final del sueño de toda una generación rockera incluye imágenes de ceniceros arrojados, egos cruzados, cortinas en llamas y una disputa entre los héroes del rock nacional que abrió una herida que tardó demasiados años en cicatrizarse.
De aquellos fugaces pero ardientes encuentros surgieron temas como “Rezo por vos” (luego ambos grabaron y publicaron sus respectivas versiones: Spinetta en Privé, de 1986, y García en Parte de la religión, de 1987, “Una sola cosa” (también incluida en Privé), “Hablando a tu corazón” (en 1986 publicada en Tango, el disco de Charly junto a Pedro Aznar) y “La pelícana…” (Privé). “El tema habla de aquello que ha logrado transformarse hasta dejar atrás su realidad originaria (…) La idea central era que no solo se podían enamorar una pelícana y un androide, sino que además podían tener hijos, y esos hijos simbolizan el producto de esa metamorfosis (…) Es una reflexión sobre la indiferencia y el desdén del mundo ante estas metamorfosis. Hay quienes sostienen que algo así no es posible, como si no estuviéramos ya constituidos por partes imposibles”, le dijo Spinetta a Juan Carlos Diez (Martropía: conversaciones con Spinetta, Bs. Aires, Editorial Aguilar, 2006), sobre la única canción mid-tempo de aquel álbum solista del Flaco, que incluía el sample, entre otros ruidos y ruiditos, de un gol relatado por José María Muñoz.
En una de las tantas tardes/noches de pandemia en las que García se sumergía durante horas en el océano de YouTube, el músico se encontró con los audios de un “disco pirata” suyo, con los demos de sus canciones de la década del 80. Allí fue que descubrió una versión temprana de “La pelícana…” con la que terminó obsesionándose.
“Verlo a Charly trabajar sobre ‘La pelícana…’ me hizo dar cuenta de lo que es la sensibilidad de un artista”, dice Sznaider. “Charly vio ese tema como una posibilidad certera para el disco mucho tiempo antes de que cualquiera de nosotros realmente lo pensara. En esa época estaba fascinado con YouTube y cuando encontró esos out-takes propios y escuchó ‘La pelícana…’ quedó en shock”.
Charly tomó el demo y lo editó una y otra vez, quitó partes y extrajo la voz de Spinetta. Luego armó toda una instrumentación con sus teclados y copió el mismo pattern con samples de la misma batería electrónica utilizada originalmente, una Yamaha RX 11, y convocó a Kabusacki para que grabara unas “guitarras etéreas”. “Charly me contó que esa versión la habían grabado en los 80, en su casa de Coronel Díaz”, continúa Sznaider. “Me dijo que el tema era de Luis, que él no cantaba y que tocaba apenas un poco y por eso decidió, más allá de grabar algunos vocoders y refuerzos, darle un lugar predominante a la voz de Spinetta. Creo que el descubrimiento de ‘La pelícana…’ fue el momento más emotivo del disco. Él estaba radiante de poder usar esta pieza”.
Kabusacki asegura estar maravillado con todo el proeceso de la grabación del tema. “No sé si muchas veces en el rock argentino se logró algo tan, pero tan power como esta versión. Cada vez que la volvía a escuchar me emocionaba. Haber podido meter mi guitarra ahí es realmente un superlujo. Siempre es un lujo estar con Charly y siempre que estoy con él siento que estuve con Van Gogh o con Beethoven o con los Beatles todos juntos, ¿se entiende? No es que siento que estuve con Paul McCartney, siento que estuve con los cuatro Beatles”.
Uno de los primeros temas que apareció como fija para el disco fue el que terminó abriendo La lógica del escorpión: “Rompela”, versión en castellano del “Break It Up” que figura en Kill Gil (2010) y una de las tantas autorreferncias en loop que plantea el concepto del álbum. “Tenés que hacerme feliz/ Rompé las tendencias/ Gritá, agitá, no seas como los demás”, canta Gracía en mood “rock and roll, yo”.
“Tuve mi bautismo de fuego con ‘Rompela’”, cuenta Samalea. “Un riff binario e intenso, a pura hipnosis, de pulso machacante y síncopas de tom-toms por ahí. Sabía que en las grabaciones de García, al ir acomodándose los arreglos, podían suceder cosas singulares. El entramado de los instrumentos siempre ha sido lo suyo. Al componer, se vale de una maquinaria emocional perfecta en la cual, de la nada, brillan sonidos o cambios de ritmo que van determinando tal o cual parte nueva. Yo ya lo había experimentado al participar de tantos discos o demos suyos, donde siempre se manifestaba ese componente mágico. Avanzada la grabación, por ‘mística’, llevé al estudio mi Yamaha Recording (que el propio Artista me regaló durante nuestras lejanas aventuras en Nueva York), para que su linda energía de tambores pintarrajeados impregnase nuestro presente también”.
El tema dos del lado A es “Yo ya sé”, que arranca con un sintetizador moog contagioso e incluye, en palabras del mismo baterista, “una preciosa armonía subconsciente, estribillos sincopados y una frase irónica brillante: ‘Freud lo ha arruinado todo, como internet’”. Allí también suma coros Hilda Lizarazu, que junto a Rosario Ortega se repartieron las voces femeninas del disco.
Luego llega “El Club de los 27”, un blues que retoma una de las ideas madre de la lírica de García de las últimas décadas, la muerte y la resurrección, y en el que David Lebón se luce con un solo de los suyos.
Desde hacía tiempo Lebón le venía insistiendo a su excompañero de Serú Girán para grabar juntos una versión de “Nos veremos otra vez”, incluido originalmente en el álbum Serú 92, y sumarla a la retrospectiva discográfica de su obra editada en dos volúmenes, Lebón & Co. García aceptó y contraatacó: “Yo también estoy haciendo un disco que está buenísimo. Venite a grabar unas guitarras”.
El guitarrista dijo que sí, devolviendo la gentileza, y le pidió a Sznaider que le mandara algunos temas para ver cómo sumarse al proyecto. “No le mandemos nada —replicó Charly—. Que venga acá y que grabe como hicimos toda la vida”. A los pocos días, Lebón llegó al estudio Happy Together con su guitarra y una pedalera y en pocas tomas grabó el solo de “El Club de los 27” y unas bases para “La medicina N° 9”.
“Nos divertimos mucho”, recuerda Lebón. “Nos reímos de esas situaciones que se presentan siempre en el estudio y nos sorprendimos de tener la misma conexión de siempre, como si el tiempo no hubiera pasado. Carlitos es un ser único, hipertalentoso, muy seguro de lo que quiere y hace. No hay en el mundo un Charly García…es único”.
Ese encuentro en el estudio reforzó una vieja idea que anduvo dando vueltas en los últimos años: rearmar Serú Girán, con Juanito Moro en el lugar de su padre fallecido, Oscar Moro. “Patricia [Oviedo, pareja y manager de Lebón] había tenido una idea al respecto que la seguimos trabajando y creo que puede andar”, confiesa misterioso el guitarrista, justo en días en los que un festival de rock local anuncia para el año próximo un line up como “regresos históricos”. “Pero no puedo contar mucho porque no hay nada definido. Sí nos juntamos con Carlitos y con Pedro cada tanto y siempre hablamos de posibilidades”.
Volviendo a La lógica…, “La medicina N° 9” retoma un motivo de “El rap de las hormigas”, mientras el mántrico “number night, number night” de los Beatles se repite detrás. La voz de García suena más cruda que nunca, como en casi todo el disco, bien al frente y casi en plan testimonio, documental. Charly García canta aquí como Dylan lo hace en sus conciertos, con más actitud que técnica. “La voz está totalmente diferente a como está en Random”, confirma Sznaider. “Acá está la voz real de él bien al frente. Las voces transmiten mucha energía y es genial que se lo pueda escuchar a él bien, vivo, enérgico. La gran mayoría de las cantadas provienen de una misma toma, por ahí alguna cosita hay de otra, algunos coros que se sumaron que también grabó Charly, pero la idea era que siempre mande una voz líder que transmita la energía que las canciones necesitaban. Escucharlo así creo que le da un plus y a más de uno le va a causar sorpresa”.
El quinto tema del primer lado es una de las primeras canciones que compuso el adolescente Carlos García Moreno y formó parte de los primeros ensayos de Sui Generis: “Te recuerdo invierno”, un tema que el dúo nunca llegó a grabar oficialmente, pero que García sí recuperó en el disco Estaba en llamas cuando me acosté, con la firma de Casandra Lange, un registro en vivo con varios covers editado en 1996. Esta nueva versión de apenas dos minutos de duración suma un bandoneón y espíritu tanguero.
“Hay gente que se suicida, un acto muy egoísta, para salir en la tele, en diarios y en las revistas”, canta Charly en “Autofemicidio”, un rock ciento por ciento García. “Todo el disco es muy colorido, muy diverso. Tiene rock, tiene una intensidad impresionante y también cosas muy sensibles y románticas, pero siempre en un plano muy emotivo. Tiene los colores que conocemos de Charly y algo de esos discos tipo ópera rock, como The Wall o Tommy”, aporta Kabusacki.
El cierre del lado A es con Pedro Aznar haciéndose cargo del bajo eléctrico, la guitarra, la batería y las voces en “América”. Satisfacción garantizada. “Tengo miedo de América y de entrar sin salir”, canta Charly en el tema más limpio del álbum, un track que bien podría funcionar como adelanto de un tercer capítulo discográfico del proyecto Tango. “Tengo miedo de América. Tengo miedo de Dios. De noticias histéricas y de mí y de vos” (al parecer hubo que convencer a la editorial dueña de los derechos de autor de David Bowie de que la canción no tenía nada que ver con “I’m Afraid of Americans”, que el Duque Blanco publicó en 1997, en su álbum Earthling).
Damos vuelta el disco y la apertura del lado B es con una que conocemos todos: “Juan Represión”, grabada en 1974 por Sui Generis, para el disco Pequeñas anécdotas sobre las instituciones. Cincuenta años después, García se saca las ganas de ser la voz líder del tema (originalmente lo fue Nito Mestre) y comparte coros con Rosario Ortega. “Cuando escuché por primera vez la versión de ‘Juan Represión’ fue muy emocionante”, dice Kabusacki. “Le dije a Charly que me hacía recordar a la primera vez que escuché ‘Los dinosaurios’, a principios de los 80, en Rosario”.
En “Estrellas al caer” García se pone el traje del hombre que recicla melodías y vuelve sobre la armonía y un giro melódico de su hit de mediados de los 90, “Chipi Chipi”, para ahora recrear el espíritu festivo y alegre de los años 60. “Y era fácil fantasear, discutir, ayudar/ A que todos sientan la canción, el amor, la ilusión/ que no estuvo muerta/ Si puedes recoger estrellas al caer/ verás que es imposible perder”.
Luego llega “La pelícana y el androide” y, enseguida, la versión en castellano de “Watching the Wheels”, el tema de John Lennon publicado en Double Fantasy (1980), que ya había grabado para Kill Gil (2010), pero que ahora cuenta con la autorización oficial. “Siempre me identifiqué con el famoso ‘dicen que estoy loco, haga lo que haga’. Se aplica perfecto en mi caso”, confesó García en su momento.
Ahora, la canción funciona también como intro para el texto/concepto de la fábula de la rana y el escorpión, que Charly recita en compañía de Rosario Ortega y deja como coda el piano de “20 trajes verdes” (el mismo que había utilizado en sus conciertos bautizados 60X60, en 2011, para presentar versos de sus canciones intercalados al azar, recitados por Graciela Borges).
El cierre de La lógica del escorpión es a toda festividad con “Rock and Roll Star”, una adaptación al español del tema de los Byrds, “So You Want To Be a Rock’n’Roll Star” (1967), con el incondicional Fito Páez como partenaire. “Si querés ser una estrella de rock/ Escuchame bien lo que te digo yo/ Alquilá la eléctrica ya/ Tomate un mes, aprendé a tocar”, cantan.
“Fito vino casi al final, después de los festejos por los 70 de Charly en el CCK”, cuenta Sznaider. “Creo que ese concierto, con todos los músicos amigos, es un poco la condensación del optimismo que hubo en la gestación del disco. Fito llegó al estudio y con Charly se pusieron a grabar desde el control, en vivo, y fue otro de los tantos momentos mágicos que vivimos haciendo este disco”.
EL ARTE
Fue precisamente en aquel show homenaje/cumpleaños por los 70 de García que se vio por primera vez al escorpión que hoy es la tapa de La lógica… Esa tarde/noche Charly lo llevó estampado en su remera negra. Charly volvió a elegir a Renata Schussheim para que la artista plástica se encargara de la portada, así como lo había hecho en 1980, para el álbum Música del alma, registro de un concierto realizado tres años antes en el Luna Park, bajo el nombre El Festival del Amor, en el que el bigote bicolor repasó canciones de las bandas que había integrado hasta ese momento: Sui Generis, Porsuigieco y La Máquina de Hacer Pájaros.
Schussheim le contó a Rolling Stone el mes pasado que no fue sencillo encontrar la imagen perfecta del escorpión y que recolectó cientos de fotos, grabados, dibujos e ilustraciones de escorpiones distintos, muy a pesar suyo. “Volver a conectar con Charly siempre es una alegría. Lo quiero mucho y siempre lo admiré. Me emociona porque recorrimos un camino juntos importante. Como siempre, él me tira una idea y yo empiezo a buscar. El tema es que a mí me dan terror los escorpiones. Pero igual empecé a buscar grabados antiguos para transformarlos, hasta que llegamos a uno que le gustó”, contó la artista plástica que también trabajó con García en varias de las escenografías más icónicas del músico, con Serú Girán (la de la presentación del disco Bicicletas, en el Luna Park) y como solista (la gran puesta de “No bombardeen Buenos Aires”, en el estadio de Ferro Carril Oeste).
Para La lógica… Renata trabajó en colaboración con el diseñador gráfico Martín Gorrincho. “Yo soy bastante analógica, así que te diría que en un principio es una obra de técnicas mixtas y collage. Yo todavía recorto y pego, pero Martín maneja muy bien la computadora, la tecnología, y también las tipografías, e interpretó muy bien todo eso. Fue un proceso muy largo, que empezó antes de la pandemia, así que no te explico la ansiedad que tenemos por verlo publicado”.
Si el escorpión se lleva la tapa del álbum, la contra es para su partenaire en la fábula: la rana. Y en el sobre interno (que incluye todas las letras de las canciones a la vieja usanza), muy minimalista por cierto, incluye figuras de hombres y mujeres confundiéndose entre sí, también obra de Schussheim.
ROSEBUD
Orson Welles no revela el significado real de la palabra “Rosebud” en El ciudadano Kane, pero dejó pistas para que luego cientos de ensayos, artículos y documentales sobre el film coincidan en que todo se resume a cierto sentimiento de añoranza por aquel pequeño mundo que es la juventud, la infancia y el hogar. Que La lógica del escorpión esté impregnado de esos conceptos no es un secreto, entre melodías de adolescencia y proyectos de juventud. Entonces, las (pocas) palabras que ofrece García hoy desde su Xanadu personal, suman algunas pistas más para comprender mejor este nuevo capítulo discográfico de un artista sin igual.
—El disco tiene dos composiciones de la época de Sui Generis…
—En esa época, cuando compuse “Te recuerdo invierno”, Sui Generis no existía, eran dos palabras raras que leí en un libro de Geografia. Y “Juan Represión” pasó de ser victimario a víctima de su propia sociedad.
—¿Cómo fue grabar “La pelícana y el androide” y volver a escuchar en un estudio la voz de Spinetta?
—Ese tema estaba en un viejo casete, tirado junto a otros demos míos. Grabarlo fue como si Luis estuviera en el cuarto cantándolo desde otra dimensión.
—¿Por qué elegiste la fábula de la rana y el escorpión para conceptualizar el disco?
—Porque los escorpiones no tienen lógica y prefieren suicidarse antes que los maten. La rana, en cambio, tiene lógica, aunque en esta ocasión no le sirvió mucho.
—La fábula habla del instinto, ¿qué es el instinto para vos?
—Tirarme de un noveno piso para evitar ir a la cárcel.
—¿Y por qué creés que es tan importante para un artista?
—Porque no tiene contraindicaciones, ni por un instante tropieza con el plan B.
Fuente: Sebastián Ramos, Rolling Stone.