Y en eso llegó León… Hacia fin de año, como es habitual cada vez que edita un disco, León Gieco le puso un moño deluxe al pospandémico 2022. Esta vez fue a través de El hombrecito y el mar, primer trabajo en estudio que publica en once años y que, por supuesto, marca la cancha musical argentina a fuerza de una amplia franja estilística que va y viene entre el rock, las músicas de raíz y estaciones intermedias. Y logra la cosa más difícil del mundo: no perder el sentido de las raíces, pese a manotearle sonidos e improntas a todo el orbe. Es su mayor mérito ese de ir desde temas absolutamente austeros, despojados -como “El orgullo” o “Dios naturaleza”- a un tango reconvertido en fado como “Estuche”, y de ahí al contundente “Todo se quema”. Y así.
¿Por qué introducir un balance anual sobre músicas populares argentinas con lo nuevo de Gieco? Simple: porque en él cabe una amplia gama de posibilidades -no necesariamente estéticas pero sí actitudinales- de todo/a músico/a argentino que se precie. A través de su lente puede repasarse incluso él mismo colocándole, durante otros momentos del año, una música a una letra de Chabuca Granda (“Baguala por la Argentina”), y cantándola junto a Myriam Quiñones al cumplirse 40 años de Malvinas, o acompañando a los curas villeros al encuentro organizado por ellos en el Luna Park a principios de setiembre bajo el lema «Ni un pibe menos por la droga».
Y a través de su lente abarcador, también se puede observar bastante de lo que ha pasado en la Argentina, en términos de “música popular”. Básicamente, porque es quien mejor la sintetiza en varias de sus formas, aspectos y sonidos, al menos desde que hizo esa maravilla llamada De Ushuaia a La Quiaca, junto a Gustavo Santaolalla. En esta enorme cancha musical puede haber algo del rey, incluso, en el ganador del Gardel de Oro (Wos) y sobre todo en varios de los artistas que levantaron la estatuilla en 2022: Flor Paz, Luna Sujatovich, Las Hermanas Vera, el Dúo Orozco-Barrientos o Nico Mattioli, entre ellos.
También hubiese sido más difícil sin este enlazador de universos que Walas de Massacre -junto a dos grandes cantoras de la era como Nadia Larcher y Cecilia Pahl– homenajeara a su tío Ramón Ayala, el legendario “mensú” de 95 años. Y realmente ocurrió en una jornada inolvidable de principios de noviembre. en el Centro Cultural Kirchner, como parte del ciclo “Trayectorias”. O que un rayo de inspiración cruzara los talentos de los hermanos Luis y Lidia Borda para publicar en la agonía del año, uno de los mejores discos contemporáneos: El hilo invisible. El rastro del amplio y ecléctico «mundo Gieco» y sus circunstancias alcanza asimismo a otra de las buenas novedades discográficas del año: Vengo, de la agrupación Don Olimpio, hecha de músicas mesopotámicas, rioplatenses y a lo Leda Valladares,una impronta que abarca a Lorena Astudillo, mediante un disco con fuerte impronta feminista: Peregrina. Es el séptimo de la compositora y lo nutre la intervención de músicas argentinas en ocho canciones compuestas por ella. Cabe nombrar algunas, claro, en un año bien femenino: Ligia Piro, Katie Viqueira, Flor Giammarche, Jacqueline Oroc, Marina Ruiz Matta y Paula Suárez.
A Teresa Parodi y Víctor Heredia se los vio activos, también. A ella, por caso, cantando durante la entrega de los premios “Democracia” que entrega el Grupo Octubre. A él, durante los festejos de los 35 años de Página/12, en el teatro Caras y Caretas, junto a Lidia Borda, León, y Litto Nebbia, otro extraordinario e incansable pivot de las músicas nacionales y populares, que este año editó un disco extraordinario desde el nombre: Nunca encontraré una casa como la que hay en mí.
Entre festivales y encuentros, en contraste con la zaga mainstream veraniega que, salvando excepciones, suele aportar poco y nada más allá de dinero y diversión –que no está mal, desde ya—, se destacaron la 28 edición del festival Guitarras del Mundo capitaneado por Juan Falú; el de Arte Sonoro Indígena, que se llevó a cabo a instancias del Ministerio de Cultura de la Nación, el INAMU, el Ministerio de Cultura de la Provincia de Misiones comandado por Joselo Schuap, y la Municipalidad de Puerto Iguazú, en Puerto Iguazú; el 9° Encuentro Nacional de Trovadoras Argentinas; el Encuentro Nacional de Música de Mujeres y Disidencias, en Santiago del Estero; el ciclo La Tierra, que congregó a Yacaré Manso, Franco Ramírez y a los Guachos of the Pampa, en Niceto; la Post Peña de Pez Volcán, de Córdoba; el Concierto Internacional de Charango, capitaneado por Rolando Goldman, que brilló en el CCK; y por supuesto la vuelta de la Peña de los Abrazos del ECuNHi, tras el obligado hiato temporal. En clave de encuentros puntuales, grosísimo resultó el homenaje que le hicieron a Leonardo Favio, a diez años de su muerte, Luciana Jury, el Chino Laborde, Barbarita Palacios y Dolores Solá.
Este 2022 que termina regaló asimismo cruces fructíferos. La aerofonista jujeña Micaela Chauque, en rigor, se plegó al trío Tremor para hacer un EP llamado Corazón de agua; la trenza sonora entre Juan Falú y Nadia Szachniuk dio exquisito resultado en Falú, disco trabajo poblado por piezas de tío Eduardo y sobrino Juan. Arbolito -que cerró el año junto a la Fernández Fierro- y María y Cosecha, se unieron por su parte para celebrar dos décadas y media de la creación de la Escuela que los formó (EMPA), en una alquimia que derivó en otro mojón emotivo del año. Sinergia vital fue la que también se vivió a mediados de año, cuando Susana Baca y Raly Barrionuevo se juntaron en el Opera bajo el propósito de llevar a buen puerto el espectáculo Puentes: Perú – Argentina.
Respecto de las ediciones discográficas del año resultaría injusto no mencionar trabajos como Una mañana, disco de solo charango del tucumano Diego Sosa; Evocación de carnaval, del bandoneonista jujeño Santiago Arias; Va siendo tiempo, de Carlos Aguirre; Encierro, del gran guitarrista rosarino Martín Neri; Tamboreras 1, de Vivi Pozzebón; Radio Goya, de la santafesina Patricia Gómez; y Alas sin pena, de la pampeana Eli Fernández.
En materia de ediciones libros, costumbre en alza durante los últimos años, se destacan Canto rebelde, exhaustivo trabajo sobre la canción de protesta realizado por Oche Califa, y La vida mía, el muy buen trabajo sobre Leda Valladares, que bancó y publicó el INAMU. En términos cinematográficos, en tanto, se rescataron las figuras de Jorge Cafrune (Cafrune, de Julián Giulianeli) y Hamlet Lima Quintana, a través de Crónica de un semejante, film que se proyectó durante la 62° edición del Festival de Cosquín. El Cuchi Leguizamón fue otro de los homenajeados post mortem, pero en su caso a través de un disco doble de fina factura llamado Cuchi inédito y recóndito, a cargo del Dúo Palo Blanco (Laura Princic + Guadalupe González Táboas). A manera de bonus, se distinguió más que merecidamente al Chango Spasiuk como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.
En otro orden, de entre los miles de recitales que festejaron la patria tras tres años de irregular actividad, el de Horacio Banegas en La Trastienda (“Santiago es pueblo que canta”) fue para alquilar balcones, al igual que la presentación de El viaje, trabajo que Peteco Carabajal estrenó a principio de años con su trío Riendas Libres en el Kirchner; el recital de Mavi Díaz y las Folkies en el Tasso; y el arribo a Buenos Aires del cantautor cordobés José Luis Aguirre en Niceto, con su disco Suelto en gateras.
El año del tango
El tango también tuvo un año felizmente ajetreado. De su historia grande, resaltaron los encuentros entre el maestro Víctor Lavallén –que además no paró con sus presentaciones con su Orquesta- y El Arranque en favor del disco Camaradas. La tríada Romo, Agri y Messiez se fundió al fuego lento de Ahora. El dúo Pane-Rivas grabó en vivo en el remozado Marabú. Y Rodolfo Mederos más el “Tata” Cedrón brillaron en el Tasso, mismo sitio en que Susana Rinaldi cantó su despedida durante un ciclo muy emotivo. Entre las perlitas históricas apareció también un sorpresivo renacimiento de Grandes valores del tango, el viejo programa televisivo conducido por Silvio Soldán, a través de un musical realizado en el Teatro Astral con cantantes que eran parte de aquel staff como Guillermo Fernández, María José Mentana y Alberto Bianco. Adriana Varela agregó valor al gotán con su disco Vida mía y dos muy buenos conciertos: uno en el Caras y Caretas, y otro en el Kirchner, con “Tema de Pototo” -sí, el de Almendra- en la platea.
De la escena emergente -o semi, en algunos casos-, el 2022 tanguero asistió al nacimiento de discos intensos, amigos de la historia y del futuro. Va una lista posible: La resistencia del abrazo, grabado miti-miti de murga y tango por Despelotango; Igual estamos acá, a cargo de la acrisolada Orquesta Assintomática, que pilotea el bandoneonista Martín Sued. Las noches que han pasado, del criollo y gardeliano Hernán Lucero. Gardel, agraciado homenaje de Inés Cuello y el Quinteto La Grela al viejo “Zorzal”. Cabeza Negra, perlita de Julieta Laso, excantante de la Fernández Fierro. Estar ahí, del incasable Acho Estol. Pasa, del ex Bersuit Limón García. Noche herida, por los maravillosos Bombay Bs. As. Identidad Milonguera, de Ariel Prat. Traerán ríos de tango las páginas de un libro, de Patricia Malanca. Las aventuras de Pipo, de Pablo Mainetti. Y Mon Piano, de la mendocina Elbi Olalla.
Los festivales a pulmón que el género acostumbra producir desde su renacimiento durante el alba del milenio tuvieron sus pulmotores en el de La Boca, el de Flores, los de La Falta y Buenos Aires, el novedoso Primavera Electrotango, el del Club Atlético Fernández Fierro -donde el legendario fundador del Sexteto Tango Osvaldo Ruggiero recibió un tributo por parte de sus hijos Daniel y Adrián-, los ciclos “El tango vuelve al barrio”, capitaneado por el polifuncional “Cucuza” Castiello en el CC 25 de Mayo, y el de Pista Urbana: “El tango pide pista”.
Sitial especial en este anuario amerita también, sin duda alguna, la puesta “El primer trabajador – Cancionero del peronismo”, motorizada por Dolores Solá y Leonardo Pastore. La razón de la inevitabilidad de tal en este balance es sencilla: ambos abordaron en bloque un material que durante tantos años feos en la historia se había intentado evitar: “Perón volverá, muchachos”, “La descamisada”, la “Marcha de la Juventud Peronista”, “Estoy orgulloso de mi General” (sentidísima pieza de Favio) y “Oda a Perón”.
Por su parte, las ardientes fronteras estéticas del género tuvieron expresiones clave en la ópera El linyera, que Daniel Melingo estrenó en el 25 de Mayo; en el disco Eolia, donde el bandoneonista Leandro Ragusa propone una atildada fusión entre el fueye y un quinteto de oboe, fagot, corno, flauta y clarinete; o en las reveladoras conversaciones de fondo sobre “matemática y tango” dadas por parte de las integrantes de la Orquesta Sciammarella Tango en Librería del Fondo.
La visita largamente esperada del Quinteto Sónico -formado por el argentino Ariel Eberstein en Bélgica- interpretando piezas de Astor Piazzolla y Eduardo Rovira en el CCK, redundó también en justicia artística, al igual que la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto estrenando, allá por agosto, Resplandor, obra de otro maestro -Daniel Binelli- en clave de tango, milonga y candombe.
La producción literaria asociada al 2 X 4 escribió sagradas páginas a través de Momentos, libro sobre Piazzolla escrito por Víctor Hugo Morales y María Seoane, publicado por la editorial Octubre. Aníbal “Pichuco” Troilo también tuvo quien le escriba y en su caso por dos: Troilo una teoría del todo, de Mariano Suárez y Miguel Ángel Taboada, por un lado, y Siempre estoy llegando, de Fernando Vicente y Javier Cohen, por otro. Por su parte, el cine tanguero se llevó sus grandes palmas por Corsini interpreta a Blomberg y Maciel, documental dirigido por Agustín Mendilaharzu, Pablo Dacal y Mariano Llinás, en homenaje a uno de los más grandes repertorios que haya dado el tango y alrededores a lo largo de la historia, y por Vida poeta, de Claudia Sandina, sobre Homero Expósito.
El año, en su contracara inevitable, se llevó las vidas físicas de Juan José Mosalini, Juan Vattuone, José Ángel Trelles, Ángel “Cacho” Ritro, Atilio Stampone, Ica Novo, Osvaldo Peredo, “Toño” Rearte, Rodolfo Larumbe y Juan Carlos Carabajal.
Fuente: Página 12