Italia ’90 siempre será Argentina ’90. Cebollitas. Codesal. La tibia y el peroné de Pumpido que dieron lugar a los dedos de Goyco. Italia ’90 siempre será «Cani» antes de ser el padre de Charlotte, «Burru», el Doctor y Pedro Monzón yendo a quebrar a Klinsmann. Italia ’90 siempre será el replay furioso de ATC para apuñalarnos con el gol de Brehme. Aprender a perder. Il mondo in una giostra di colori. Piel de erizo.
Italia ’90 siempre será el ahogo. La agonía. El ser argentino. La foto de la viveza criolla resumida en el bidón con agua -supuestamente adulterada- que hizo vomitar al brasileño Branco. Podrán pasar los Mundiales con sus Waka Waka de turno, pero Un’estate italiana siempre ganará en intensidad. Mientras Gianna Nannini y Edoardo Bennato nos canten, tanísimos, sobre las noches mágicas persiguiendo un gol bajo el cielo de un verano italiano, nos devolverán como a un sueño: a aquella sensación de que un verano italiano puede transformarse en un invierno triste.
Tal vez mal traducida (o intencionalmente cambiado) Un’ Estate Italiana no nos hablaba -como se cantaba en español- de un estadio italiano. Fue compuesta por el músico y productor Giorgio Moroder y el letrista estadounidense Tom Whitlock. El sello tano de la canción no estaba tan claro desde el comienzo. La misión era una canción para la Copa del Mundo de ese año y fue escrita originalmente en inglés. Se llamó entonces To Be Number One. Pero los dos rockeros italianos que pusieron el alma se despacharon con su traducción (y sus licencias).
Edoardo y Gianna, cantantes del tema del Mundial 90, junto a Maradona.
El cambio de letra tuvo su costo y su recompensa. Moroder y Witlock rompieron relación. A quién podía importarle una amistad fallida si la poesía de esos nuevos versos más sanguíneos hacía encender una máquina. Poco más de cuatro minutos para superar el voltaje anterior, el de Valeria Lynch en un tema no oficial pero sí cábala del ’86, Me das cada día más. Cuatro años después, llegaría Gloryland. El himno de Italia 1990 siempre será el retrato de un Maradona intermedio. El post «Mano de Dios» y el pre piernas metafóricamente amputadas.
En Argentina, claro, nos subimos a esa ola. Fue Susan Ferrer la encargada de la versión nuestra, mal llamada Un estadio italiano. Presentó el tema ante Silvio Soldán. El hit no se apagaría en los Mundiales posteriores. Todavía en los programas televisivos mundialistas argentinos sigue sonando. Incluso, desconociendo la carga histórica, los Centennials también se lo apoderan: Un’estate tiene fresco cover de la banda platense de Indie Valentín y Los Volcanes.
El muñequito del Mundial ’90, Ciao, como logo del disco que incluía el hit «Un’ estate italiana».
¿Y Gianna? ¿Se quedó en el himno atrapada para siempre? No. Tiene 63 años y anda cuerpeando giras por Londres, París, Bruselas, Hamburgo, Frankfurt. Activista contra los experimentos nucleares, no resigna su imagen rocker y posa con su guitarra eléctrica dentro de bañeras. Ni un milímetro de botox, frecuentes remeras de «Dios es mujer» y shows hasta en muletas después de algunas caídas. «Probé la droga en 1983, en medio de una crisis de identidad. Fui dependiente de la cocaína. Me la dieron en silencio, como un sandwich», confesaría hace unos años. «Morí y nací de nuevo. Excepto por la heroína, lo probé todo».
Gianna Nannini (Instagram).
¿Y Giorgio? ¿Sabrá que en los cursos de idioma italiano aún se usa el tema? Giorgio, uno de los autores, tiene 80 años. No contesta los llamados desde estas latitudes. Dejó una huella enorme en la música tecno y disco. Tuvo varios otros veranos exitosos. De hecho, el verano era lo suyo, su destino. Si hasta fue productor y promotor de la fama de Donna Summer.
«Mister Hit» gozó de otras proezas (compuso canciones como Take My Breath Away, de la película Top Gun y fue contratado por los mismísimos Rolling Stones). En las paredes de su casa de Beverly Hills hay más condecoraciones que ladrillos. No le alcanza con lustrar varios Oscar ni lustrar recuerdos. Ya dejó bien atrás el “Notti magiche” y la nostalgia y hoy trabaja con Daft Punk.
Moroder, más que un productor.
Alguna vez los críticos de la revista Billboard pusieron por delante de Un’ estate, La Copa de la vida, de Ricky Martin en Francia ’98. Hay que atreverse a anteponer los versos «Como Caín y Abel, es un partido cruel / tienes que pelear por una estrella», a estrofas que hablan de escalofríos y sueños de bambinos. Ya lo dijo el catedrático (y periodista) Federico Monjeau: un antes y después en las canciones mundialistas, «hasta que llegaron los italianos con su proverbial sentido estético y sus metáforas». Habla Monjeau de «una pequeña épica», de una canción «que compensa con creces los miserables catenaccios italianos».
Ya pocos recuerdan a «Ciao», la mascota de esa Copa del Mundo formada por cubos con los colores italianos y cabeza de pelota. Ya pocos recuerdan los ojos desencajados de Salvatore «Toto» Schillaci. O los ruegos de Carlos Bilardo para que el avión de regreso se estrellara. Hay voces que en cambio nunca pudimos arrancarnos desde entonces. La de Gianna y Edoardo. Y la de Maradona al grito desquiciado de «Figli di putana».
Fuente: Clarín