Stuart Pivar es un ingeniero químico de 94 años de la ciudad de Nueva York que colecciona arte y antigüedades desde que era chico. Stuart calcula que a lo largo de los años ha reunido unas 300 piezas, incluido un retrato de sí mismo que le hizo su amigo Andy Warhol y cuadros de artistas de la talla de Jean-Michel Basquiat, Jackson Pollock y Edgar Degas. Stuart también está convencido de poseer una obra maestra no reconocida del maestro Vincent van Gogh, un paisaje de gran formato titulado Auvers, 1890 con la firma “Vincent” en el dorso.
Pero hay una voz mucho más importante que la suya que no está de acuerdo: el Museo Van Gogh de la ciudad de Ámsterdam, cuyo juicio tiene un enorme peso, que tiene la mayor colección de obras del gran pintor postimpresionista del siglo XIX y cuyos curadores e investigadores analizan y estudian todos los detalles de la vida y la obra del artista holandés.
En 2021, cuando el museo le envió una carta de 15 páginas explicándole por qué consideraban que ese cuadro por el que había pagado algunos miles de dólares en una subasta no era un Van Gogh, Stuart respondió demandando al museo por 300 millones de dólares ante un tribunal distrital de Estados Unidos. En la demanda, Stuart argumenta que el museo no logró autenticar el cuadro por “negligencia”, reduciendo el valor de la obra a prácticamente nada.
El costo de litigar y de responder a todos los requerimientos judiciales durante la pandemia de coronavirus -cuando cientos de personas creyeron haber encontrado un Van Gogh original en una casa de remates, en el sótano de sus casas o debajo de la cama de su abuelo- hizo que el museo se volviera cada vez más reacio a los pedidos de autenticación. Sin el sello de aprobación del museo, sin embargo, las grandes casas de subastas, como Christie’s o Sotheby’s, difícilmente acepten vender algo atribuido a Van Gogh.
“Es meterse en un terreno muy contencioso, y es lo que tratamos de evitar a toda costa”, dice Emilie Gordenker, directora del Museo Van Gogh. “Es un debate permanente entre nosotros: ¿Tenemos que seguir ocupando ese rol? Porque muchas veces eso nos deja en un lugar incómodo, cómo decirlo… nos pone en una situación delicada.”
Hoy es más difícil que nunca que un supuesto Van Gogh pase a ser un auténtico Van Gogh, una realidad que conocen muy bien los coleccionistas de los artistas estrella del siglo XX: hace más de una década, por ejemplo, las fundaciones de Andy Warhol y Keith Haring y los herederos de Basquiat se lanzaron juntos al negocio de las autenticaciones. Mantener las falsificaciones fuera de circulación es una tarea importante, pero ocuparse de las demandas judiciales amenazó la tarea principal de dichas instituciones.
“Saben que el riesgo de terminar en los tribunales es alto y que la recompensa por expresar su opinión es casi nula”, dice Maxwell Anderson, exdirector del Museo Whitney de Nueva York, que ahora trabaja en una empresa de autenticaciones que combina herramientas científicas, académicas y curatoriales para evaluar obras de arte. “Y en el caso de Van Gogh, la apuesta es todavía más alta”.
La autenticación es importante tanto para quienes descubren obras de arte potencialmente lucrativas -en 2022, Huerto con Cipreses, de Van Gogh, se vendió por más de 117 millones de dólares-, como para los académicos que necesitan un registro completo y fehaciente de la obra del artista.
“También es importante para todos los visitantes que entran en un museo y leen la etiqueta pegada junto al cuadro en la pared”, apunta Gary Schwartz, historiador del arte especializado en Van Gogh, Rembrandt y Johannes Vermeer. “Es importante para la imagen de confianza y calidad que proyecta y promete un museo”.
El Museo Van Gogh, fundado por el sobrino del artista, realiza exposiciones e investigaciones desde que abrió sus puertas en 1973. No cobra por sus servicios de autenticación y, para descartar rápidamente cualquier cuadro que considere “claramente alejado de la obra de Van Gogh”, la mayoría de las solicitudes se procesan únicamente a partir de fotos. En las raras ocasiones en que aceptan una obra para someterla a un análisis más profundo, el museo utiliza herramientas científicas -escaneos, muestras de pintura, radiografías- y el conocimiento de expertos para compararla con otras obras, cartas y la historia personal de Van Gogh.
En 2021, el museo accedió a analizar fotografías del paisaje en posesión de Stuart Pivar después de que Michael P. Mezzatesta, excurador de arte europeo del Museo de Arte Kimbell de Fort Worth, Texas, atribuyera la obra a Van Gogh. Sin embargo, el Museo Van Gogh se negó a inspeccionar directamente el cuadro en sus laboratorios, alegando que “del material presentado se desprende claramente” que no era auténtica.
Si bien el museo se enorgullece de ser un centro de conocimiento especializado en la obra del maestro holandés, Gordenker enfatiza que los veredictos del museo no son vinculantes. “Solo brindamos nuestra opinión, que puede ser revisada”, dice la directora del museo.
El catálogo razonado de Van Gogh contiene alrededor de 2100 obras, entre ellas unas 870 pinturas, y algunos historiadores del arte creen que podrían descubrirse hasta 300 más obras más. Otros afirman que probablemente sean muchas menos, dado que los hallazgos se producen aproximadamente una vez cada década. Van Gogh vendió solo un par de pinturas en vida y murió en la miseria, pero es posible que algunas las intercambiara, las regalara o las dejara sin terminar en alguno de sus sucesivos talleres.
Los especialistas de Sotheby’s y Christie’s, los marchands de arte y las instituciones artísticas sin fines de lucro señalan que si un coleccionista quiere vender un Van Gogh, generalmente necesita la validación del Museo Van Gogh. Aclaran que otras opiniones también pueden tener cierto impacto, pero ninguna tiene mayor autoridad que la del museo holandés. Funcionarios de otras instituciones artísticas holandesas, incluido el Museo Kröller-Müller de Otterlo, que alberga la segunda colección de Van Gogh más grande del mundo, también confían en la experiencia del Museo Van Gogh. Mientras tanto, los expertos independientes fueron quedando relegados. En 2016, por ejemplo, Ronald Pickvance y Bogomila Welsh-Ovcharov fueron ampliamente rechazados por el mundo del arte cuando atribuyeron a Van Gogh un cuaderno de bocetos que los expertos del museo declararon falso.
“Para atribuir un cuadro a un artista, se debería invitar a los expertos de sus respectivos campos de investigación a un diálogo colaborativo, como se hacía antes”, afirma Welsh-Ovcharov, historiadora del arte de la Universidad de Toronto. “Al menos debería haber un diálogo abierto. No existe un Papa, no existe un Vaticano de los estudios sobre Van Gogh”.
Otros afirman que el papel del Museo Van Gogh es importante y bien merecido. Mitzi Mina, vocera de Sotheby’s, dice que la casa de subastas suele guiarse por las decisiones del museo. “Son la máxima autoridad mundial por la sofisticación y la diligencia de su investigación científica y académica”, señala Mina.
Martin Bailey, autor de varios libros sobre Van Gogh, dice que la posición del museo es muy sólida porque cuenta con los archivos familiares del artista y con los mejores especialistas. “Y lo que es más importante, también cuentan con excelentes conservadores que tienen mucha experiencia y el equipo adecuado para evaluar las pinturas”, dice Bailey.
Pero a partir de 2021 las solicitudes de autenticación se duplicaron -pasaron de 250 a 500 al año- y el Museo Van Gogh se vio sobrepasado. “Simplemente no podíamos con la situación”, recuerda Gordenker. Tras modificar su política para limitar los servicios de autenticación a casas de subastas y marchands de arte acreditados, el museo ahora tramita unas 35 solicitudes al año. “Pero eso no significa que hayamos claudicado en nuestro compromiso con la rigurosidad”, aclara Gordenker. “Somos muy abiertos y transparentes”.
El vacío de autenticación que dejó el museo lo están llenando empresas que usan nuevas tecnologías, como el escaneo digital y la inteligencia artificial (IA). Uno de los que se unió a una de esas empresas, LMI Group, tras trabajar en importantes museos durante 30 años, es Anderson, el exdirector del Whitney.
En 2019, un coleccionista de antigüedades pago 50 dólares por un cuadro en una venta de garaje de Minnesota y envió la foto al Museo Van Gogh, que rechazó esa imagen de un pescador fumando en pipa por motivos estilísticos. La empresa LMI Group compró entonces la pintura “por una suma insignificante”, dice Anderson, y luego invirtió más de un millón de dólares para analizarla.
En enero pasado, el LMI Group declaró que el cuadro, titulado Elimar, fue pintado por Van Gogh en 1889, y publicó un informe de 458 páginas donde consigna factores como la trama del lienzo y el ADN de un cabello encontrado en la superficie de la pintura. A través de un comunicado, el Museo Van Gogh afirmó “haber considerado cuidadosamente la nueva información aportada”, pero mantuvo su opinión de que “no se trata de una obra auténtica”.
Anderson afirmó que esa rápida desestimación del caso refleja un problema más amplio de conocimiento experto. “Para arrojar verdadera luz sobre las complejas e inéditas características de este extraordinario artista habría que desgarrar el velo de secretismo con el que se maneja el museo”, apunta Anderson.
La demanda de 300 millones de dólares presentada por Stuart Pivar fue finalmente desestimada por razones jurisdiccionales. Aunque ahora lamenta haber presentado la demanda, a Stuart lo frustra mucho no tener a quién recurrir. “Demandar a un museo es algo realmente horrible, pero lo hice porque me pareció que lo que estaban haciendo era poco ético académicamente”.
Stuart estaba decidido a demostrar que los expertos del Museo Van Gogh se equivocaron, así que invitó a una empresa de autenticación basada en IA a examinar su colección de arte, pero llegó a la conclusión de que eran “charlatanes”. Dice que tal vez le pida a LMI Group su opinión sobre los ondulantes campos de trigo de Auvers, 1890. “Yo digo que ésta es una obra maestra única de Vincent van Gogh”, asegura el coleccionista.
(Traducción de Jaime Arrambide)
Fuente: Nina Segal, La Nación