El guardia está parado, inmóvil, junto a una docena de cajones de madera cerrados. Lleva horas allí; si le hablan, no responde. El cuidador de Picasso mira hacia delante con las manos cruzadas tras la espalda, a la altura de la cadera. No sabe a ciencia cierta qué hay en esos embalajes que desde hace diez días llegan en tandas al Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) de Uruguay, pero vio los camiones que ingresan de noche en el Parque Rodó, custodiados por la policía. El hombre no puede hablar, pero escucha, y cuando oye la valuación de esas piezas de arte abre los ojos como dos platos.
El que revela la cifra en voz alta es Enrique Aguerre, director del museo anfitrión, que entra, amable, en la sala para presentarse y enseguida confirma: “Son 45 obras por 278 millones de euros”. Sin rodeos, frena la catarata de preguntas sobre el despliegue de esta exposición, que se inaugurará el viernes: “Hay varias cláusulas en un acuerdo de confidencialidad que debo cumplir”, se disculpa. Es decir: la suma final detrás de la primera muestra de Picasso en el país, que se completa con un porcentaje de su valor pagado en seguros, logística y traslados, será finalmente un secreto. Uno grande.
Sí puede contar, en cambio, que las obras salieron en tres envíos diferentes, mayormente de Francia en camiones a Fráncfort, donde tomaron aviones cargo y viajaron hasta este rincón del mundo con un operativo de seguridad muy importante. “Son transportes especialmente acondicionados para que no se rompa la cadena de humedad y temperatura de clavo a clavo: desde el museo de París hasta que las colguemos, tenemos que asegurar condiciones que no pueden oscilar demasiado”, explica Aguerre.
Ahora sí, con los representantes de todas las partes organizadoras de “Picasso en Uruguay” ya reunidas en Montevideo –el coleccionista Jorge Helft, impulsor de la iniciativa junto con Laurent Le Bon, presidente del Museo Picasso París, que recoge su mayor legado del artista; el curador y director del Museo Picasso de Barcelona, Emmanuel Guigon, y los anfitriones del MNAV–, comenzó el montaje.
En su mayoría, se trata de pinturas de mediano y gran formato, esculturas, algunos dibujos, una acuarela y un grabado, además de fotografías y documentación complementaria que subrayan la relación entre el genio de Málaga y el pintor insignia oriental, Joaquín Torres García. “Hay correspondencia, revistas, autorretratos de ambos. Si los mirás de lejos, te los confundís; el aire de época es casi igual –observa el director–. En una carta, Semblanzas, Torres escribe críticamente en ocho carillas cómo era Picasso-persona y su relación con él, pero siempre en forma muy elogiosa del Picasso-artista”.
Aunque la confrontación es central (el montevideano era unos años mayor, pero frecuentaron los mismos lugares y expusieron juntos), hacer una muestra solamente con ese eje era difícil para un personaje de semejante masividad. Por eso, en áreas bien definidas, se planteó un recorrido por los años 20, el erotismo, los años 30, el cubismo y el surrealismo hasta llegar a las últimas producciones de un creador inabarcable.
Podría decirse que aquí, entonces, queda representado el joven que va a conquistar el mundo con el cubismo. “Es el exacto momento cuando rompe con las tradiciones españolas y se proyecta hacia el arte universal, bebiendo de las raíces negras”, define Aguerre, que comienza de esta manera su noveno año al frente de la institución. Y a propósito de raíces negras, invita a echarles un vistazo a las “Nostalgias africanas” de Pedro Figari, que desde el jueves ocupan también la planta baja de museo. “No sé si muchos artistas soportan compartir museo con Picasso; Figari, sí”, evalúa.
Pequeñas y grandes maravillas
En las salas 4 y 5 del edificio que remodeló Clorindo Testa en la década de 1970 se podrán apreciar óleos de dos metros y esculturas de 120 kilos. Entre las obras más grandes e insoslayables están El beso (“dos organismos se funden en colores y formas, con un tema tan actual como es la definición de cuerpo, del otro, lo diferente”) y El músico (“una de las últimas obras que realizó Picasso”, que murió en 1973), la escultura Cabeza de mujer (un bronce de 1,24 de altura) y un autorretrato que es trabajo previo de Las señoritas de Avignon (“obra que cambió el arte del siglo XX”).
“Personalmente elijo entre mis favoritas una escultura en madera muy pequeñita, Bouteille d’anis del Mono et compotier avec grappe de Raisin –sigue el director del MNVA–. Muchas personas van a venir atraídas por las grandes obras, pero si se sacan la ansiedad, toman un café, se relajan y vuelven por segunda vez, verán que hay mucho más”.
Si una muestra exitosa en Montevideo recibe a unas 40.000 personas en dos meses, para esta esperan no menos de 350.000 visitantes y se ilusionan con cruzar la barrera del medio millón. Cuentan para eso con el interés que puede ejercer en la región este conjunto con ejemplares que nunca antes cruzaron el Atlántico. Por eso Uruguay hizo convenios turísticos con la Argentina –en 2016, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires expuso unos 70 dibujos del artista– y Brasil para instalar un semestre cultural dedicado a Picasso, que incluye conferencias, jornadas y espectáculos con el malagueño como protagonista.
En este sentido, el gran cierre será con el Ballet Nacional del Sodre (BNS) haciendo El sombrero de tres picos, coreografía de Leonide Massine con vestuario y escenografía de Pablo Picasso. El director español Igor Yebra, sucesor de Julio Bocca al frente del BNS, se remonta a esa época histórica tan extraordinaria a comienzos del siglo pasado –la de los Ballets Russes de Diaghilev– que como ninguna otra reunió talentos de todas las disciplinas, y observa sobre esta suma creativa, que también incluyó a Manuel de Falla: “Lo más maravilloso de todo es que te das cuenta de que se trata de la obra de un pintor ‘junto con’ un coreógrafo, y no de un pintor ‘y’ un coreógrafo, porque Picasso le decía a Massine: ‘Ahora me tienes que poner el rojo con el marrón’. Y tenían que estar de acuerdo. Este ballet es un lienzo en movimiento. De alguna forma, Picasso ejerce de coreógrafo”, resume Yebra, que le puso el cuerpo a El sombrero… en su carrera de bailarín.
Parte de una plataforma para llevar al artista a ocho destinos donde nunca antes se exhibió, “Picasso en Uruguay” está hecha a medida y, cuando se levante, el 30 de junio, las obras volverán a los acervos, sin más escalas. También eso explica que sea una apuesta cara, y que, como excepción, vayan a cobrar una entrada equivalente a unos ocho dólares para financiarla. Cuando se haya ido, no solamente el MNAV habrá quedado actualizado con los exigentes estándares internacionales, sino que muchas personas habrán visitado por primera vez un museo. De esas cosas que solo consigue un artista irresistible, la marca Picasso.
Fuente: La Nación.