Tiene 91 años, un rostro de rasgos étnicos, la serenidad de quien sabe habitar su cuerpo con elegancia austera y anda por la vida sin ataduras, y un prestigio que le hace justicia: Felisa Pinto fundó la crónica de moda en Argentina con textos que son una pintura de época, siempre destacando lo auténtico y haciendo gala de su capacidad para mezclar arte, música, arquitectura, tecnología y otras disciplinas como recurso para entender por qué la moda es mucho más que la ropa que nos ponemos. Creció en un mundo en el que convivían una clase alta ilustrada con apellidos de vanguardia, refugiados españoles llegados al país tras la guerra civil, tías beatas y músicos; trabajó en medios como Confirmado, Primera Plana, La Opinión, La Nación y Página 12; fue amiga y musa de pintores, escritores, músicos, actores, fotógrafos y artistas plásticos (la lista es larguísima, pero basta con poner en la nómina a Manuel Puig, Julio Cortázar, Marta Minujín, Dalila Puzzovio, Juan Gatti, Alejandro Kuropatwa, Marilú Marini, Rodolfo Walsh y Mercedes Robirosa); se casó con Rubén Barbieri (músico de jazz, hermano del Gato Barbieri); hizo curadurías en museos; es cocreadora de la carrera de Diseño de Indumentaria de la Universidad de Buenos Aires; conoció a Ernesto “Che” Guevara; entrevistó a Pablo Picasso; desarrolló su propio perfume, un agua de nardos que ya es leyenda; descubrió a grandes talentos de la moda como Pablo Ramírez, publicó libros (el último, Chic: memorias eclécticas, reúne los recuerdos de su vida poblada de experiencias únicas) y fue la mejor retratista de la selecta bohemia del Buenos Aires de los años 60 y 70, con epicentro en el Instituto Di Tella y la famosa Galería del Este. Testigo de lujo del siglo XX, Felisa Pinto es la versión humana y superior de Google: memoriosa, recuerda todo y lo cuenta –por escrito o en una encantadora conversación–, con gracia, chispa e irreverencia.
–¿Planeabas publicar un libro de memorias y fuiste tomando notas a lo largo de los años o un día se te ocurrió escribir sobre tu vida y tenías todo en la cabeza?
–Tengo todo en la cabeza. Creo que, más que nada, por una cuestión de sensibilidad, porque desde que era chica soy muy audiovisual. Esa es la verdadera definición de mi personalidad: me vuelven loca la música y lo visual.
–Y dentro de lo visual, ¿qué es lo que más te gusta?
–Escribir, lo textual. Empecé a ejercer la prosa y a ser periodista en 1951, en la revista Damas y Damitas. Era amiga de Piri Lugones y Chiquita Constela, que estaban rehaciendo la imagen de la revista y me convocaron.
–¿Siempre tuviste vocación por escribir?
–Un poco sí, en ese entonces ya empezaba a gustarme escribir, pero más me gustó pertenecer a una redacción, que me parece un gran lugar y siempre resulta algo muy emocionante.
–Pero además de escribir sobre moda también diseñaste ropa.
–Sí, con una amiga que tejía muy bien empezamos a hacer trajes de baño tejidos, una colección de diez o quince piezas. Y Jorge Iotti, que era dueño de una casa de moda masculina, un día me dijo: “Me gustaría hacer Iotti mujer”. Yo acababa de volver de un viaje por el Caribe y había traído una cantidad enorme de chirimbolos y saraos, cosas coloridas, pero para mí, porque hacía ropa para mí, y terminé usándolos en la colección que hice para Jorge, unas veinticinco o treinta prendas (incluidos los trajes de baño tejidos), que se presentaron con un desfile. Más o menos así arrancó todo.
–¿Llegaste a tener tu propia casa de modas?
–No, nunca tuve una empresa ni una casa de modas, pero me gustaba escribir sobre moda, y después del desfile de Iotti se empezó a hablar de mí.
–Te convertiste en una influencer…
–Algo así, pero yo iba al revés de lo que se usaba, me gusta lo diferente, que cada persona se haga su propio look y encuentre su estilo, sin necesidad de ir uniformado.
–¿Qué es lo que más te interesa de la moda?
–La diversidad y la acentuación de la personalidad de aquel o aquella que usa esas prendas, muchísimo más allá de la tendencia. De hecho, la palabra tendencia me produce horror. Porque creo que la moda es, en el fondo, un arte aplicado, y si hacés tendencia lo tuyo no tiene creatividad, no es ni divertido ni lúdico. O te pasás de rosca y hacés algo imposible de usar.
–Tenés una formación cultural amplia, sin haber pasado por la universidad. ¿De dónde viene?
–De mi familia, de la época y de mi propio interés y curiosidad. Además, siempre se me ocurría algo diferente. Yo me compraba un vestido e inmediatamente le sacaba la etiqueta o le modificaba lo que no me gustaba o me parecía rebuscado. Me fui haciendo un estilo propio. Después, cuando ya tenía un nombre y cierto prestigio, llegaron los 70, que fueron años espantosos acá, y pude refugiarme en la moda. Pensé: “No voy a escribir nada sobre ningún tema que no sea moda”, por miedo a tener que escribir cosas que ideológicamente no iba a poder hacer. Mientras, mis amigos se iban del país o desaparecían. Cuando volvió al país después de la dictadura Juan Gelman me dijo: “¿Qué hiciste vos todo este tiempo?”. Le conté y me dijo: “Ah, a vos te salvó el canesú”.
–De los diseñadores internacionales que conociste, ¿cuáles eran tus favoritos?
–Chanel, Yves Saint Laurent y Schiaparelli.
–¿Y de los de acá?
–De la alta costura de acá siempre me parecieron importantes Vanina de War, que era fantástica, Fridl Loos, y gente que trabajó para recuperar cortes y cosas del pasado y de lo étnico, como Mary Tapia, que era genial. También la gente del Di Tella, como Dalila Puzzovio y Delia Cancela, y después jóvenes que fueron surgiendo, como Pablo Ramírez.
–¿Qué te gusta de la moda actual?
–Cuando derivó en gran show, al estilo Karl Lagerfeld, la moda perdió mucho. Se convirtió en algo más comercial, en tendencia, y a mí eso no me interesa. Así que de todo lo actual me gusta la inteligencia suprema de Uniqlo, que son japoneses. Primero, porque los japoneses me encantan todos: Kenzo, Miyake… esa estética despojadísima y al mismo tiempo prendas perfectamente bien hechas. Y segundo, que lo que propone Uniqlo es lo que yo considero ideal para el mundo actual, con buen diseño y buena factura, además. Y, como para completar el acierto, todo es unisex y vale 3 pesos. Porque si la vida es digital y pasás todo el día al frente de una pantalla, la alta costura ya no tiene sentido, no tiene conexión con la vida.
–Recién hablaste de la vida digital: ¿qué relación tenés con las redes sociales?
–No las miro y no tengo. Mis herramientas son un teléfono fijo y una computadora. Y no lo digo como snob, simplemente me cuesta mucho la vida digital y además no me interesa. Tampoco tengo teléfono celular. Sí consumo algunos contenidos por Youtube. Te diría que tengo una vida muy elegida. Aunque también debo decir que, en un punto, mi resistencia es ideológica, porque la vida digital me parece un espanto y un aburrimiento, me parece de una pobreza de espíritu tremenda. A mí me interesa la gente, abrazar a alguien, encontrarme cara a cara, las telas y los géneros son mis redes, lo palpable me interesa.
–¿Por qué elegiste la palabra “Chic” para titular tu libro de memorias?
–Siempre usé la palabra chic al hablar. Debe ser porque mi manera de clasificar la heredé de familiares y parientes que usaban la palabra chic como algo cotidiano, porque todos hablaban inglés y francés, y definían lo chic como sólo los franceses lo pueden definir: como lo elegido, lo elegante y despojado, lo que es espontáneo. Además, lo chic no es sólo la moda, puede ser chic una actitud, una manera de tomar el té, un gesto.
–Bueno… parece la palabra perfecta para definir a Felisa Pinto.
–Es que yo he sido una testigo privilegiada del siglo XX. Y de todo lo que ha pasado en el siglo, tanto en música como en pintura, en cine o en moda, siempre me he inclinado por lo que filosóficamente es despojado y elegido.
–En el libro hablás de un mundo que casi no existe, pero lo hacés sin nostalgia. ¿Te da felicidad haber vivido todo lo que viviste?
–Sí, absolutamente. He tenido una vida extraordinaria en todo sentido. Un padre músico, que tenía amigos músicos, pintores y escritores y, al mismo tiempo, la influencia del cristianismo, por mis tías maternas y por mi infancia. Una vida poco común. Pensá, por ejemplo, que a los 5 años Rafael Alberti me llevaba a comprar helados, en los 70 alojé en mi casa a Julio Cortázar durante uno de sus viajes a Buenos Aires, y fui amiga y confidente de Manuel Puig. Aunque recién me di cuenta de que mi vida era un privilegio cuando fui grande, porque de chica me parecía algo cotidiano.
–Fuiste una mujer de no acatar los mandatos. ¿Seguís siendo igual de rebelde?
–Sí, desde chica soy así. Yo no me ponía lo que se ponían mis primas, no me hacía la permanente, siempre estaba con el pelito corto y lacio. Todo lo que hacía o me ponía era elegido por mí y, además, lo hacía muy convencida.
–También fuiste pionera: en los 50 te declaraste independiente, saliste a trabajar y viajabas sola por el mundo…
–Era una mujer libre, independiente y suelta. Aunque tuve muchos romances, me casé una sola vez, pero al mismo tiempo mi matrimonio con Rubén era muy suelto. Nos separábamos, nos juntábamos, nos separábamos, nos mudábamos, cambiábamos de lugar, entonces nos volvíamos a juntar, y siempre así. Él murió muy joven. Siempre trabajé, y esa independencia económica me permitía todo lo demás. Además, no tuve hijos, lo que también fue clave para gozar de mayor libertad.
–¿Fue una decisión no tener hijos?
–Nunca estuve embarazada. No pasó y no pasó. Pero no lo vivo con tristeza ni como una falta.
–¿Cómo te llevás con los feminismos de hoy?
–Los respeto muchísimo, pero no estoy haciendo cosas porque ya soy grande. No voy a marchas ni nada de eso, soy más bien una militante desde la escritura, una feminista a la antigua. Aunque por momentos no me parece suficiente el pañuelo verde y siento que algunas cosas son un poco superficiales, que no se profundiza mucho.
–El 25 de este mes cumplís 92 años. ¿Vas a festejar?
–El último festejo importante que hice fue cuando cumplí 60. Después, los demás cumpleaños han sido todos comidas con amigos y familia.
–¿Te gusta celebrar?
–Mucho. Me encanta la comida rica y si es posible una Margarita o una o dos Caipirinhas.
Fuente: La Nación