«Somos agradecidos receptores del regalo de ‘Comediante’, una demostración más de la hábil conexión del artista con la historia del arte moderno -sostuvo Richard Armstrong, director del museo, al periódico New York Times-. Más allá de lo cual, ofrece poco estrés a nuestro almacenamiento», acotó.
La creación -que dio lugar a dos iteraciones que se vendieron por 120.000 dólares cada una y una tercera por 150.000 dólares- había llamado la atención del mundo del arte durante Art Basel Miami Beach en diciembre pasado, cuando durante su exhibición en la feria dentro del espacio de la galería Perrotin generó debates entre críticos, así como un montón de memes de Internet y tuits enojados de usuarios de la red que estaba desconcertados por su precio.
La feria se vio obligada a instituir medidas de control de multitudes mientras los espectadores obstruían los pasillos, acudiendo en tropel para ver la fruta que iba madurando lentamente. El artista David Datuna elevó el circo mediático al comerse luego la obra sin ceremonias.
En medio de la polémica, Perrotin se las arregló para vender las tres ediciones de la pieza, incluso subió el precio a 150.000 dólares por la copia final. A pesar de los muchos interesados, incluyendo al conocido artista Damien Hirst, la galería optó por conservar dos pruebas de artista.
Los propietarios de la obra son responsables de suministrar su propio plátano y cinta adhesiva, y de llevar a cabo la instalación. Lo que el precio de compra de seis cifras compra en realidad es un certificado de autenticidad y un manual de instrucciones adjunto que especifica el ángulo y la altura exactos – 37 grados, unos 68 pulgadas sobre el suelo – con los que se puede fijar la fruta a una pared.
Pocas obras de arte vendidas en los últimos años han llamado tanto la atención como «Comediante», por el precio de 150 mil dólares al que se vendió uno de sus ejemplares, y por la ironía del concepto detrás de la obra, el de una banana. que se pega a una pared.
«Comediante» de Maurizio Cattelan dio en el clavo, como una obra que reflexiona sobre el comportamiento humano y social, contando al mundo entero cómo una simple banana de treinta y tantos puede cambiar por completo su significado y valor si se cambia el contexto que la rodea.
La sencillez de la idea choca ahora con la cuestión -según informa el New York Times- de su conservación , ya que se trata de materia orgánica perecedera . Sobre todo ahora que la obra del artista italiano será exhibida en el Museo Guggenheim de Manhattan, que la ha aceptado en su colección como resultado de la donación anónima.
En el mismo famoso museo estadounidense también se encuentran otras obras de Cattelan, entre ellas el famoso y provocador inodoro dorado presente en la obra titulada «América». El Guggenheim volverá a abrir al público después del cierre del 3 de octubre.
De momento aún no se sabe cuándo el museo mostrará la obra de arte, sin embargo sus voceros dejaron saber que tienen la situación bajo control.
De hecho, el problema de la conservación de este tipo de obras de arte es más grave de lo que parece a primera vista, porque el propósito de los museos es preservar una pieza el mayor tiempo posible. Pero,¿qué pasa cuando los protagonistas son materiales orgánicos que se vuelven perecederos como una banana?.
A las preguntas de los reporteros del New York Times, el Guggenheim respondió con prontitud, reiterando que no creen que haya protocolos particulares a seguir o que «haya algo prescrito que diga de dónde obtener la banana o en relación con su tamaño. La idea es que es una banana. Por eso vamos a comprar una banana». ¿Dónde? «A la tienda más cercana», dijeron.