Supongamos que empezó yendo a museos. A muchos. A todos. Visitándolos, convirtiéndose en una especie de museomaníaco. Ahora no tiene uno, sino dos museos.
Propios.
Suyos.
Ambos llevan su nombre. Mejor dicho su apellido marca ACME.
Museo Fotográfico Simik y Museo Cinematográfico Simik.
Dos señores museos que están llenos de artefactos mecánicos. El de fotografía integra habitualmente las convocatorias de la Noche de los Museos. Simik es Alejandro Simik, un vecino de Chacarita que fue bombero.
De allí al cine y a la fotografía hay un viaje sideral que el cuenta salteando detalles. Empezó apagando incendios, pero los peritos que llevaban cámaras pudieron más que las mangueras y terminaron llamado la atención de su oculta tendencia al coleccionismo.
En el Museo Fotográfico Simik hay exhibidos dos mil cámaras. Funciona en un bar ubicado en Federico Lacroze y Fraga. (Foto Lucia Merle).
El coleccionista puede que sea un consumidor voraz escondido detrás de la más cándida versión de la palabra “hobbie”.
¿Virtud o patología?
Empezó a sacar fotos y a interesarse en las cámaras hasta que compró y le donaron un montón. De ahí al museo habrá un paso.
Las cámaras fue consiguiéndolas en mercados de pulgas y comprándoselas a cartoneros. (Lucia Merle)
El Museo Fotográfico Simik se encuentra ubicado en medio de un bar insólito, con cafecito, tostados, medialunas, promociones varias y vitrinas llenas de artefactos históricos. Queda dentro del Bar Palacio, justo en la esquina de Federico Lacroze y Fraga y ya fue declarado de interés cultural por el Gobierno de la Ciudad.
“Fui bombero, sí, y estuve trabajando en la parte operativa, es decir, apagando incendios. Después me especialicé en la investigación del siniestro. Para saber las causas de un incendio es necesaria la presencia de un fotógrafo, de un relato fotográfico. Esto puede haber sido el punto de partida”.
En el paradigmático 2001 se lanzó a comprar cámaras en mercados de pulgas. Cuenta que los cartoneros apuntalados por la crisis de ese año también le fueron consiguiendo aparatos que encontraban entre la basura
Y que se los vendían muy baratos.
Luego, siempre a través de esas piezas clave del reciclaje, aparecieron filmadoras, juguetes ópticos, proyectores de cine, linternas mágicas y otros objetos que forman parte de la prehistoria del cine y… ¿adivinen qué? Si los coleccionistas quieren las piezas para exhibirlas en sus galerías privadas, Simik ya tenía en mente un nuevo emprendimiento: el museo del cine.
Su museo del cine atesora filmadoras de los tiempos de los hermanos Lumière y linternas mágicas, aparato óptico, precursor del cinematógrafo.
El Museo Cinematográfico está guardado bajo siete llaves en un depósito del barrio de Chacarita. Simik quiere mostrarlo en un lugar un poco más ameno y de forma permanente. El material -por ahora itinerante- viaja en lotes de un lado a otro y ya estuvo en el Festival de Cine de Mar del Plata, donde pudieron verse cámaras de 35 mm. de 1908, que se accionaban a manivela.
En el año 2000 llegó al primer teléfono móvil con cámara. El combinado se volvió tan público que dos años más tarde este tipo de dispositivo cambió para siempre la comunicación. Sin embargo, Simik admite que en su museo (el fotográfico) aún no existen esos ejemplares. Acaso herido en su amor propio, contraataca señalando un inventario cuyo tesoro trepa a las dos mil cámaras.
El paseo a través de la historia de la fotografía es libre y gratuito. Y existen visitas guiadas para su propio Museo del Cine.
Una linterna mágica de su colección privada.
“Todo funciona, incluso una cámara alemana de estudio de 1870 con lente de bronce”, aclara. ¿Y eso? “Esos son visores estetoscópicos, los orígenes del 3D”.
-Tenés dos museos con tu nombre. Sos único.
-Es casual lo de los dos museos. Yo no pensaba ni tener uno, pero considero que soy un comprador compulsivo que se fue interesando en la historia y en la evolución del cine y la fotografía. Al haber reunido una buena cantidad de aparatos, simplemente me copé. Yo me iba dando cuenta de se iban desarmando las salas de cine y que los proyectores los rompían a martillazos para vender el hierro como material de fundición. Los vendían por kilo, buena plata. Quise rescatarlos, tengo varios. También compré linternas mágicas y hasta viejas butacas. La inquietud mía es tan grande como la necesidad de poder compartir el material con la gente. Lo que yo guardo en el galpón ni siquiera puede verse en el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, que está en La Boca.
-¿Linternas mágicas dijiste? ¿Que son?
-Las famosas linternas mágicas fueron los primeros artefactos de proyección. Hablamos de 1750. Se llaman así porque, justamente, eran utilizadas por los magos para proyectar las llamadas imágenes fantasmagóricas. Aparte guardo proyectores de los tiempos de los hermanos Lumière…
-¿Por qué tu museo del cine no está a la vista de todos?
-Se me hace muy costoso contar con un lugar. Lo ideal sería una apuesta conjunta… Quizás con esta nota al gobierno porteño le interese apoyarme, ¿no? Sinceramente es lamentable que todo los aparatos de mi colección estén guardados o sólo se puedan acceder a ellos en cuentagotas, a partir de los que se enteran por el Museo de fotografía o por el boca a boca.
Mucho más expansivo e instalado, el Simik de Fotografía tiene armado un set antiguo del 1900 y hasta improvisa un escenario para conciertos de jazz en vivo. El Simik de cine es un secreto ubicado detrás de esta puerta.
Un museo particular a metros del otro.
Fuente: Clarín