Una visita minuciosa a Tecnópolis puede llevar, como mínimo, una tarde entera. No solo porque el predio es enorme (tiene 52 hectáreas) sino porque la megamuestra reinaugurada el sábado 2 después del cierre obligado por la pandemia incluye muchísimas secciones que, a su vez, están dirigidas a distintos públicos. Hay exhibiciones culturales, científicas, educativas y tecnológicas y, también, propuestas específicas para chicos y adolescentes, además de música en vivo y espectáculos de teatro.
Dividido en siete polos temáticos, el recorrido se puede enfocar en los espacios que resulten más atractivos para cada grupo. Así, los que quieran ver las nuevas muestras dedicadas a Quino, María Elena Walsh y el artista renacentista Rafael pueden caminar por la calle principal desde el arco de ingreso donde está el enorme muñeco de San Martín y el dinosaurio icono de Tecnópolis hasta el pabellón “Cultivar lo humano”, lema de la edición 2021.
Como anticipó a LA NACION Julieta Colombo, responsable de la obra y sobrina del creador de Mafalda, la muestra “Las máquinas de Quino” rinde homenaje a la faceta de inventor del humorista gráfico que en sus páginas dominicales solía dibujar máquinas con formas extrañas y usos peculiares. En esas tiras, sin palabras o con solo las necesarias, Quino reflejaba sus opiniones sobre la actualidad sociopolítica y la marcha del mundo. Ahí está, por ejemplo, un televisor conectado a un chupete y una reproducción de la viñeta donde se ve a un adulto a punto de “enchufar” a un niño pequeño al bendito aparato de TV, entre otras diez piezas que saltaron del papel a la bidimensionalidad sin perder el humor, claro.
“Está basada en una linda idea: las máquinas que él dibujó en sus tiras y que, por supuesto, tenían que funcionar porque todo lo que él hacía tenía que tener una pata real. Pero son inventos. Algunos están recreados en tamaño real: hay una silla mecedora con una televisión en una punta y una barredora con cuatro escobas para barrer más rápido. También se exhiben las páginas de humor donde aparecieron estos inventos en su momento”, había anticipado Colombo a este diario cuando se cumplió el primer aniversario de la muerte del artista mendocino.
En el centro del salón hay una Estatua de la libertad que tiene un tanque de guerra en la base y una puerta para esconder gente u objetos en su interior al estilo del caballo de Troya. Hay, también, un reloj de pie con un surtidor de nafta para “cargar” los relojes con tiempo súper; una batidora para mezclar las notas de una partitura; una caja fuerte con una cerradura que parece muy compleja pero es, en realidad, apenas un gancho.
Artistas gráficos como Rep, Maitena, Tute, Liniers, Gustavo Sala, Sole Otero y Lucas Nine participaron del homenaje. “A Quino le desvelaba que sus dibujos funcionaran y, con ello, las máquinas que dibujaba: sifones, metrónomos, bicicletas, trombones, duchas, tuberías, todo todo debía ser creíble y funcionar”, escribió Rep. “A Quino el mundo le resultó un lugar hostil del que prefirió huir, pero no escaparse; su refugio fue el humor y el dibujo, la trinchera desde donde atacar un sistema miserable del que eligió no ser parte”, dice un fragmento del texto firmado por Maitena. Tute, por su parte, lo define como “el maestro del detalle”: “Cada dibujo e idea están urdidos minuciosamente por una mente que supo mezclar la sabiduría de un viejo filósofo con la ternura de un pibito”.
El viernes 8, cuando LA NACION visitó el parque, una multitud recorría los distintos polos; la mayoría eran familias con chicos que formaban filas para ingresar a los espacios cerrados como la biblioteca inmersiva con voces de escritores y proyecciones de imágenes que ofrece la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, la sucursal en miniatura del Banco Central, el puesto informativo de la Casa de la Moneda y el laberinto con obstáculos del stand dedicado al coronavirus y la importancia de las vacunas.
Había fila, también, para ingresar al sector donde está la exposición lúdica “El cielo en la vereda, paisajes para jugar”, centrada en la vida y la obra de María Elena Walsh que invita a grandes y chicos a jugar, crear e interactuar con distintas propuestas. Un enorme jacarandá con hojas de papel color lavanda recibe a los visitantes en el hall donde el equipo de carpinteros de Tecnópolis construyó la vidriera del bazar de la calle Chacabuco por donde pasea Osías, el osito en mameluco. Allí también hay una estación de tren, llamada “Manuelena”, con valijas con rueditas que los más chiquitos arrastran de aquí para allá.
La muestra está integrada por dos espacios: de un lado, está todo lo relacionado con el universo de la infancia; del otro, la obra de María Elena dirigida a los adultos. En el sector para jugar hay un carromato con títeres, una tarima para subir a leer algún poema o frase de la autora que sale al azar después de girar una rueda y una mesa larga servida como para tomar el té, que atrae fotos y miradas. Con tazas, platos y teteras al alcance de la mano, los visitantes se sorprenden al levantar algunas piezas y escuchar fragmentos de canciones como “El twist del Mono Liso”.
En el salón dedicado al legado de la autora hay ventanas donde asoman poemas y letras de canciones, una mesa para bordar “como la cigarra”, instalaciones con sábanas y pañuelos blancos que cuelgan del techo con frases como “Un poderoso nosotros cantando bajo las estrellas”.
Hay que destacar que, tanto en esta muestra como en “Palabra de Oesterheld”, del Centro de Historieta y Humor Gráfico Argentino de la Biblioteca Nacional, e incluso en los puestos de los sesenta organismos públicos e instituciones que están presentes en Tecnópolis, no hay propaganda política ni referencias a las próximas elecciones legislativas. Los contenidos de cada espacio apuntan a lo lúdico, lo informativo y lo participativo sin bajadas de línea ni marcas de “relatos” o “grietas”.
Un buen ejemplo de esta decisión es que la muestra sobre María Elena Walsh está organizada por Anses, un “detalle” que se advierte recién al leer el logo de la folletería donde se ve a una María Elena muy joven montada en una bicicleta en una instantánea tomada por Sara Facio.
Además de la sección en memoria de Oesterheld, con primera ediciones, publicaciones, fotografías e imágenes de El Eternauta, la Biblioteca Nacional está presente con un salón de lectura en homenaje a Horacio González, una máquina para limpiar libros del área de Restauración y Conservación de la institución con personal que explica el proceso, y una muestra con una maqueta del edificio diseñado por Clorindo Testa y afiches creados por artistas como Sergio Langer, Matías Trillo, Max Cachimba y Christian Turdera.
En el pasillo que se extiende a lo largo del polo “Cultivar lo humano” hay puestos de libros de pequeñas editoriales como Sudestada, donde se pueden comprar historietas, novelas, libros de cuentos e infantiles.
Otra exhibición imperdible de la edición décima de Tecnópolis es “Las vírgenes de Rafael. Reflejos del cielo sobre la tierra”, organizada por el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires, que se podrá visitar hasta el 28 de noviembre. Multimedia e itinerante, llega a Tecnópolis desde Roma después de presentarse en ciudades como Moscú, Lyon y México y antes de viajar a Córdoba.
La muestra está integrada por 19 reproducciones retroiluminadas a escala real de obras del gran pintor renacentista que se exhiben en una sala a oscuras. Están las madonnas de Conestabile, del Cardellino y la Bella Giardiniera, que pertenece a la colección del Louvre. También, la Madonna di Foligno (de la Pinacoteca Vaticana), la Madonna della seggiola, que mira a los visitantes mientras abraza a su hijo, y La transfiguración, última obra pintada por el artista antes de su muerte en abril de 1520.
La exposición se completa con un cubo interactivo con una pantalla táctil que ofrece más información sobre las obras y el artista. Diferente de las demás propuestas, “Las vírgenes de Rafael” acerca el arte clásico al público masivo y convierte a Tecnópolis, por un rato, en un museo.
Para agendar
Tecnópolis abre los viernes, sábados, domingos y feriados de 12 a 20, con reserva previa gratuita a través de la web en www.tecnopolis.gob.ar/entradas
Fuente: Natalia Blanc, La Nación