Hace frío a las siete de la tarde en el Museo Petorutti de La Plata. Frío. Así que los visitantes nos apretamos el cuerpo con los brazos, camperas puestas. Alguien lo dice, mientras esperamos: «Hace frío». Y es pertinente; en un rato empezará aquí una performance que fue titulada Sexo (en) público y se promocionó con un texto sugestivo: «No se trata del coger lésbico en público, aunque podríamos hacerlo. No se trata de ver pornografía de manera colectiva en el museo, aunque podríamos hacerlo. No se trata de técnicas de masturbación conjunta, aunque podríamos hacerlo. No se trata de mostrar placeres prohibidos, aunque podríamos hacerlo. Apenas se trata de desmoronar la intimidad como política nacional heterosexual racializada y su poder para administrar la vida, la violencia, el deseo y la muerte».
Eso: alguien -se llama Val Flores- se va a desvestir entre estas paredes. Y hace frío.
Val Flores sabe de heladas: nació en Neuquén en 1972, allí pasó gran parte de su vida y allí empezó el camino que llega hasta el museo. Cuando todavía estaban lejos ideas como el matrimonio igualitario y era (más) incómodo hablar de homosexualidad, Flores decidió no ocultar que era lesbiana ante sus alumnos: la llamaban«la maestra tortillera».
Teñirse de palabras. Val Flores en el Museo Petorutti de La Plata. /Mauricio Nievas
Algo de eso se ve ahora en la sala donde, en un rato, va a pasar algo. De hecho, se reproduce, en buen tamaño, la carta con la que el director del colegio se niega a justificarle unas faltas por «curso de perfeccionamiento». La temática, explica la carta, no está «comprendida dentro de los lineamientos pedagógicos establecidos por el Consejo Provincial de Educación». ¿De qué se trataba? «La citada docente asistió en calidad de expositora a las IX Jornadas Nacionales de Historia de las Mujeres (…). El título de la ponencia es El armario de la maestra tortillera. Políticas corporales y sexuales de la enseñanza«. El lenguaje institucional choca contra la frase «maestra tortillera». Alguien lee y sonríe.
Otros carteles forman la escenografía: una foto de una nena -¿es Val?-, la carta de una amante, otro documento escolar. En el piso hay inscripciones: «Decir tu intimidad es decir nuestra violencia con un idioma que nos vuelve indeseables en los sueños de la patria?», pregunta una. Están en rojo las palabras. Destiñen, pero eso recién lo sabremos cuando nos digan que la cosa empieza y nos sentemos en ronda alrededor de un cuadrado de luz donde se suceden imágenes y textos y, bueno, nos manchemos.
Inscripciones. Antes de arrancar la performance. / Mauricio Nievas
Está fresco, dijimos, pero silencio en la sala y Val entra, toda de negro, pelo corto, espalda ancha, se sienta sobre el cuadrado, se para y se saca la remera, se saca los borceguíes, el pantalón: se queda en calza. Los textos que caen desde arriba se reflejan en su cuerpo.
Despacio, la performer prende velas alrededor del cuadrado: una de las imágenes es de Macky Corvalán, la poeta neuquina que fue pareja de Val y que murió en 2014. Velas.
Cercanía. El público rodea a la performer Val Flores. / Mauricio Nievas
Después Val busca a una chica del público, sentada con las piernas cruzadas, pelo de algún color. Le toma la mano. Despacio, concentrada, le chupa dedo por dedo: silencio más hondo en la sala. Salvo por el parlante, desde el que una voz habla de «el ritual de los clítoris humedecidos durante la floración del hambre». Val se acuesta sobre una de las inscripciones rojas, se refriega, se mancha ella también y va hacia una de las cartas de la pared, pega su cuerpo a ella, la tiñe. Con el cuerpo, con la idea, con ese rojo que no puede ser más connotado, marcará la carta de la institución y la carta de la amante.
«Queremos hablar de política», dirá la voz del parlante. Es eso.
Las acciones se repetirán imagen por imagen. Se acuesta sobre las letras, que se le van pegando, se acerca a una señora muy abrigada, le chupa la mano, la lleva a uno de sus pecho, marca las cartas. «Pausar el miedo con una caricia», suena. El piso es hielo, Val se acuesta entera sobre las baldosas. Lame un cuello: ¿las elegidas saben que serán besadas? Después sabremos que no. «Queremos hablar de política», insiste la voz. Suena el himno nacional, algunos acordes. Y tiros. Y el relato de una represión policial, mientras Val otra vez tiene unos dedos en la boca.
Homenaje. Velas alrededor varias imágenes. Entre ellas, la de Macky Corvalán, que fue pareja de la performer. / Mauricio Nievas
Nadie mira el teléfono, nadie está posteando, todos quietos, todos acá. «El ritual de los clítoris», insiste la voz. A esta altura todas las inscripciones del piso están borroneadas y casi todas las imágenes están manchadas: la última será su foto de nena. «Nuestra soledad como poderoso laboratorio social y afectivo».
Apaga las velas, fin del homenaje, rojo sangre en todas partes y la mueca del dolor en la cara de la performer.
Se va sin vestirse.
Fuente: Clarin