“Yo solía pensar que era la persona más extraña del mundo, pero luego pensé, hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de esta misma forma. Me la imagino, e imagino que ella también debe estar por ahí pensando en mí. Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto, sepas que sí, que es verdad, yo estoy aquí y soy tan extraña como tú”.
La cita de Frida Kahlo se escuchó en la voz de una intérprete mexicana en el Malba hace dos años, en un video que preparó el museo para mostrar cómo había llegado a la Argentina Diego y yo, la obra de arte latinoamericano más cara pagada en subastas. Ahora ese autorretrato comprado por Eduardo Costantini en Sotheby’s por 34,8 millones de dólares se exhibe en la Bienal de Venecia. Y las palabras de la artista tal vez vuelvan a resonar como un eco en quienes las escucharon aquella vez, ya que tienen todo que ver con esta 60ª edición del encuentro internacional curado por el brasileño Adriano Pedrosa: “Extranjeros en todas partes”.
“Es la primera vez que se exhibe obra de Frida en la bienal más antigua del mundo”, dijo desde Buenos Aires el fundador del Malba a LA NACION, que viajará a Venecia en las próximas semanas para verla colgada en los Giardini. “Eso tiene que ver con decisiones curatoriales pero también con la disponibilidad de la obra: no todo el mundo presta un Frida”, agregó antes de mencionar que el seguro está estimado en unos 40 millones de dólares.
Fue todo un desafío para Pedrosa juntar los fondos necesarios para traer desde el Sur Global obras de muchos artistas casi desconocidos para el público del hemisferio norte –e incluso para los expertos-, sin representación en las principales galerías y museos europeos. Pero encontró un apoyo clave en la Fundación Ama Amoedo y en Costantini, que aportó dinero además de prestar otras dos obras de su colección personal –de Emilio Pettoruti y de Rosa Rolanda-, aparte de tres más cedidas por el Malba de Diego Rivera (su famoso Retrato de Ramón Gómez de la Serna), Lidy Prati y Clorindo Testa.
Pero eso no es todo: Costantini acaba de comprar otra obra de un destacado artista latinoamericano exhibido en la bienal: una escultura de Rómulo Rozo, tallada en granito negro en 1925 e inspirada en la diosa Bachué, la cual le da su nombre. “Es una de las principales obras fundadoras del modernismo colombiano”, explicó el coleccionista. Según pudo saber LA NACION, ya que una bienal no tiene fines de lucro como una feria, el vendedor fue el coleccionista colombiano José Darío Gutiérrez.
Esta inversión de 1,4 millones de dólares, realizada días antes de que esta edición de la bienal abra sus puertas al público el sábado próximo, constituye otro importante impulso para el arte de la región. Y no es un dato menor que Pedrosa, el primer curador del hemisferio sur en la historia de este encuentro cuyo origen se remonta hasta 1895, haya logrado reunir por primera vez a 114 artistas latinoamericanos, entre un total de 331.
“Esta exposición es una ocasión importante para acompañar y amplificar la visibilidad de nuestros artistas en el mundo”, observó Ama Amoedo, que tampoco se limitó a prestar una obra de Elda Cerrato de su colección personal: la fundación que lleva su nombre aportó a esta edición una suma no revelada. Pero que se estima abundante, ya que además de su Programa anual de Apoyo a Exhibiciones –que incluyó la reciente de Marta Minujín en el Museo Judío de Nueva York-, dicha institución con sede en Uruguay otorga cada año diez becas a creadores latinoamericanos por un total de 100.000 dólares. El jueves, a las 14, ofrecerá también junto con Club arteba una visita guiada que comenzará en la entrada de los Arsenales.
Algunas de las paradas serán seguramente ante varias de las obras de los 16 argentinos seleccionados por Pedrosa. Entre ellos las acuarelas de La Chola Poblete, los textiles de Claudia Alarcón y los que se exhiben casi al inicio del recorrido, en una línea que incluye a Cerrato: Juan Del Prete, Clorindo Testa, Lidy Prati y Libero Badíi, gracias a préstamos del Archivo Yente Del Prete, el Malba y Andrés Buhar. Hubo también obras de Raquel Forner y María Martorell cedidas por los museos Emilio Pettoruti y Eduardo Sívori, entre otras instituciones.
Ante algunas de ellas se detuvo hoy el diseñador, artista y coleccionista brasileño Oskar Metsavaht, uno de los invitados especiales en el primer día reservado para las visitas VIP. También estuvieron curadores de ediciones anteriores como Ralph Rugoff, Massimiliano Gioni y su esposa, Cecilia Alemani, y Paulo Miyada, curador jefe del Instituto Tomie Ohtake de San Pablo y curador adjunto para América Latina en el Centro Pompidou.
Este último dedicó varios minutos a hablar con Luciana Lamothe, artista que representa a la Argentina con la obra Ojalá se derrumben las puertas. Es la instalación más grande que haya hecho, ya que ocupa con estructuras realizadas en madera los 400m2 del pabellón nacional que se inaugurará pasado mañana. “Sigo tu trabajo desde 2009″, le dijo Miyada, que tiene buen ojo: tuvo a su cargo la muestra de Anna María Maiolino inaugurada en Malba en 2022.
Ahora, la artista de origen italiano radicada en Brasil es una de las dos reconocidas con el León de Oro a la trayectoria en esta edición de la bienal, donde tiene su propio espacio en los Giardini. Lo ocupa la instalación titulada Hacia el infinito, que demandó a ocho personas tres semanas de trabajo in situ y diez toneladas de arcilla.
La atención mediática concedida a todas estas obras compitió hoy un cartel, custodiado por soldados: el que anuncia en el Pabellón de Israel que la exposición de Ruth Patir no se inaugurará hasta que no haya un acuerdo de alto el fuego y se liberen los rehenes israelíes en la Franja de Gaza. Otro ejemplo de que el conflicto con lo “extranjero”, a pesar de la creciente integración de las culturas queer e indígenas, sigue siendo un tema muy contemporáneo.
Fuente: Celina Chatruc, La Nación